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Capitulo Cuatro

Briella:

Toda la dignidad que me quedaba cayó al suelo luego de lo que me dijo Caleb. Lo había llamado Ángel. Yo, que le profesaba un odio gigante a él, a su padre y a todos los que me tenían prisionera, había hecho el ridículo, pero olímpicamente. Tenían que darme una medalla.

— Es imposible que yo te haya llamado de esa forma. Además —Hice una pausa —. No lo recuerdo. ¿Por qué iba yo a llamarte Ángel?

— Por supuesto que no lo recuerdas. Me lo dijiste anoche cuando te traía en brazos hasta aquí. Estabas bajo los efectos del medicamento. — Rodeó la isla de la cocina para recoger los trozos de cristal que aún yacían en el suelo —. Tengo ojos de Ángel, es más que obvio que me llamaste así por eso.

Perfecto, un arrogante más con el que lidiar en esta situación.

— Mira no recuerdo haberte dicho nada. Ni siquiera recuerdo nada de lo que pasó ayer después de que me caí de las escaleras. — Me agaché para quedar más cerca de él —. Hagamos como que eso no sucedió.

— Técnicamente para ti no sucedió porque tu subconsciente no lo recuerda. Pero para mi si pasó y no pienso olvidarlo.

Me levanté de la posición en la que estaba.

— Como sea. Peor para ti. — Di media vuelta y me encaminé a las escaleras.

— Hey, ¿A dónde vas?

— A la habitación. Voy a dormir. Haz el favor de dejarme tranquila si no me vas a liberar.

— No puedes ir a dormir. — Respondió.

— ¿También vas a prohibirme Eso?— Grité molesta.

— Pierre quiere verte. Por eso vine a la casa, a buscarte. — Dijo despreocupado lanzando los últimos trozos de vidrio a la basura.

Un nudo se me hizo en el estómago al escuchar el nombre del hijo de puta que quería destruir a mi padre. El poco líquido que ingerí, amenazó con salir. Me sostuve de la pared y tomé largas respiraciones tratando de tranquilizarme. Sólo por unos segundos había olvidado donde estaba y que querían hacer conmigo.

— En tu habitación hay ropa limpia. — Volvió a hablar acercándose a la puerta de salida—. Date una ducha y cambiate. Te espero en el porche.

Me dejó sola en medio de aquel silencio sepulcral y yo sólo quería morir. Tenía terror de saber que tramaba ese horrible hombre y cuáles eran sus planes para mi.

Extrañaba a mi familia y me dolía saber que estarían desquiciados con mi desaparición. Mi pequeña Briana, cuantas ganas tenía de verla y tomar el té imaginario. Lágrimas corrieron por mi mejilla nuevamente. ¿Los volvería a ver algún día?

Me duché y cambié las banditas de gasa por unas limpias. Encima de la cama habían unos vaqueros de mi talla, una camisa blanca, unas zapatillas sin tacón del mismo color de la camisa y un abrigo de lana azul marino. Tenía que aceptarlo,el clima francés en esta época era muy frío.

Bajé hasta el porche y Caleb me estaba esperando como lo dijo. Junto a él habían tres hombres más.

— ¿Estás lista? — Preguntó observándome de arriba abajo.

— Sí.

Hasta que pudiese idear un plan fundamentado para escapar de aquí, tenía que cooperar o por lo menos hacer el intento de colaborar como ellos querían. Tenía que elaborar una estrategia que me permitiese ganarme la confianza de Pierre y sus hombres, era lo único que me iba a dar la cobertura para irme.

Caminamos hasta la gran casa. Caleb iba junto a mi y los escoltas nos seguían a pocos metros de distancia. La casa principal era mucho más hermosa que el lugar en donde había dormido la noche anterior. El lugar mantenía el concepto clásico europeo, algo que hacía muy hermosa a la propiedad.

Entramos a la mansión por un corredor lateral, el cual conducía a unas escaleras hacía lo que parecía ser el sótano. El miedo comenzó a invadirme nuevamente.

— ¿Hacia donde vamos? — Pregunté.

— Pierre nos espera en su despacho.

El sótano estaba decorado por un gusto masculino. Muebles de cuero y madera oscura adornaban el lugar. Había una mesa de billar dispuesta en una esquina y una barra equipada con botellas de toda clase de bebidas a escasos metros de la misma.

Pierre estaba sentado tras una gran mesa de madera oscura, sobre la cual habían varios montones de papeles, perfectamente acomodados. Un ordenador portátil y un cuadro con una foto que no logré ver porque estaba en la dirección opuesta a mi. Cuando nos vio llegar se puso de pie.

— ¿Cómo está mi inquilina favorita? — Preguntó en un irónico tono de voz.

Yo no respondí. Seguí el consejo de Caleb. No podía caer en su juego de provocaciones, eso sólo iba a empeorar mi situación.

—No quieres hablar. Bien.— Tomó asiento de nuevo en su puesto de Jefe todopoderoso —. Vamos a ver si te quedas callada luego de que te diga lo que tengo para ti.

Cada una de las células de mi cuerpo se pusieron en alerta. Me aseguré de que no notara que había entrado en pánico y cuando Caleb me indicó que tomara asiento, lo hice obedientemente.

— Como sabes estás aquí porque eres sumamente importante para llevar a cabo mi venganza contra tu padre.

— Sí, señor. — Respondí.

Sacó un teléfono celular de un cajón en su escritorio. Pude reconocerlo como el mío. Era mi teléfono. Lo extendió hacía mi.

— Llama a tu familia. — Dijo sereno —. Vas a decirle que estás con Pierre Lavaux y que por su seguridad, más vale que no intenten venir a buscarte ni mucho menos avisar a las autoridades, porque si no obedecen, te voy a matar.

Bajé la cabeza para ocultar mis lágrimas y lloré en silencio. No podía llamar a mis padres y decirle tal cosa, los destruiría. Pero en el fondo sabía que este hombre no amenazaba en vano. Debía obedecer.

— Por la diferencia horaria ahora mismo son las seis de la tarde en Los Ángeles. Llama ya. — Dijo demostrando su impaciencia.

Busqué el número de mi padre en los contactos y oprimí el botón de llamar. Esperé durante cuatro largos tonos, hasta que escuché la voz de mi padre al otro lado de la línea.

— Briella. ¿Briella eres Tu? — Mi padre habló asustado y sentí la voz de mi madre de fondo.

Más y más lágrimas brotaron de mis ojos, no podía articular palabra alguna.

— Papá... papá yo... estoy bien. — Dije entre sollozos. Para cuando quise decir algo más, Pierre me arrebató el teléfono de las manos y tomó él el control de la llamada.

— Está conmigo. — Habló sin más.

El teléfono estaba en altavoz, por lo que pude escuchar todo lo que mi padre respondía.

— Pierre. ¿Qué coño quieres de Mi? ¿Por cuanto tiempo más vas a chantajearme? — Gritó furioso mi padre al otro lado de la línea.

Entonces, esto no era nuevo. Por lo menos no para mi padre. Pierre Lavaux llevaba años haciéndole la vida difícil a mi papá.

— Hasta que no te vea pudrirte en la miseria. Hasta que no te vea sólo, destruido y rogando por misericordia no voy a parar.

Un largo silencio se escuchó del otro lado. Quedaba demostrado que Pierre tenía el control de toda la situación.

— Tómame a mí. Déjala a ella libre. No tiene culpa de nada. Tu problema es conmigo. — La derrota se hacía evidente en la voz de mi progenitor.

Pierre soltó una larga carcajada.

— Traerte a ti sería demasiado fácil. Créeme que si no estás muerto, es porque así yo lo he querido. Cada segundo de vida que respiras, es porque Pierre Lavaux te lo regala.

— Es una niña Pierre. — Mi padre intentó razonar con el autor de mi secuestro —. Yo te doy lo que tu me pidas, lo que sea pídelo, pero por favor no le hagas daño.

— Escúchame bien. Lo que quiero, ya lo tengo, que es tu hija. Tu pieza de más valor, tu más grande creación. La preciosa e inteligente Briella Cadault está bajo el techo de Pierre Lavaux y tendrá que servirle hasta que él lo crea conveniente.

— No te voy a permitir que utilices a mi hija en tus sucios negocios. — La furia de mi padre hizo eco en todo el sótano a pesar de que estábamos en una llamada.

— Sí lo vas a permitir. Tu hija se queda conmigo hasta que yo lo decida y no vas a buscarla, ni vas a involucrar a las autoridades. Tu hija emprendió un viaje sin retorno, afronta las consecuencias de tus actos Alfred o me veré obligado a asesinar a tu precioso diamante. — Cortó la llamada sin esperar respuesta de mi padre.

Tomó asiento nuevamente en su trono y me observó durante un largo rato. Yo no articulé palabra, estaba aterrorizada desde que ese hombre dijo que me podía asesinar.

Sacó un bolígrafo de uno de los cajones de su escritorio y escribió sobre una pequeña hoja de papel algo que no pude entender.

— Saca las fotos en papel y envíalas a esta dirección en Los Ángeles. — Dijo refiriéndose a Víctor —. Necesito que estén ya en esa casa. — Volvió a mirarme —. Tu padre tiene que ver que no estamos jugando aquí, ¿Verdad?

— ¿Por qué nos tiene tanto odio? — Dije al fin.

— Es algo que no entenderás aunque te lo cuente. — Respondió —. Caleb llévatela de vuelta a la casa. En la noche tenemos una reunión importante. — Dijo a su hijo.

El chico me tomó por el brazo y me arrastró hacia la salida. Esta vez volvimos solos al lugar donde me tenían cautiva. Por el camino no dijo ni una palabra y yo me dediqué a culparme por todo lo que estaba pasando. Todo el sufrimiento que le estaba causando a mis padres.

Caleb entró conmigo a la casa y se sentó en el gran sofá del living.

— Sobre las seis de la tarde vendrá una chica a ayudarte con tu estilismo. — Me hizo un gesto para que yo también tomase asiento.

— ¿Para qué? — Pregunté confundida.

— Esa misma chica te ayudará a escoger uno de los vestidos que están en tu armario.

— ¡No me ignores y contesta mi pregunta! — Grité molesta.

— No tengo que contestar nada, porque tu nada tienes que preguntar. Limitate sólo a obedecer. — Por primera vez en todo el tiempo que llevaba aquí, veía a Caleb alzar la voz.

— Escúchame bien, niñato engreído. Me tienen recluida en sabe Dios donde, alejada de mi familia y con una diana puesta en la frente, para que tu padre me pegue un tiro cuando le de la gana. ¿Crees que me van a meter en sus juegos sin explicarme como funcionan? — Poco me importaba lo que pasara de ahora en adelante.

— No puedo explicarte nada. — Dijo bajando el tono de voz.

— Pues puedes ir a decirle a tu padre que venga a matarme, porque no pienso salir de esta casa. No pienso asistir a ninguna reunión.

— Briella esto es un encuentro importante. — Se rascó el puente de la nariz, buscando paciencia.

— Me importa bien poco. Es importante para ustedes, no para mi. — Grité —. O me explicas que coño va a pasar esta noche, o si no pueden ir buscándose otro juguete.

— ¿Todavía no lo has entendido? — Dijo sonriendo —. Ya no estás de vacaciones en Bali. No estás en tu casa en Los Ángeles. Aquí no eres la princesita que puede dar órdenes, aquí eres la prisionera. — Se acercó a mí, quedando a escasos centímetros de mi boca —. Así que si tienes que ser un puto juguete, lo serás, porque así se te ha ordenado.

Bajé la cabeza cortando la cercanía que teníamos. No respondí. Estaba jugando con fuego y me iba a quemar.

— Asegúrate de que la estilista te tape todas las marcas visibles. No queremos que nuestros amigos crean que te maltratamos aquí. — Me acarició el mentón en un irónico gesto de cariño, dio media vuelta y se marchó.

Mis aspiraciones a una vida plena se habían esfumado. No quería nada más que dormir en mi cama y despertar con el ruido de la chillona voz de mi linda Briana. ¡Cuánto echaba de menos a mi familia!

Dispuesta a aceptar mi nuevo presente, subí las escaleras y fui al cuarto de baño. Me di una larga ducha, lavé mi cabello y lo sequé. Me envolví en un gran albornoz blanco y fui hasta la cama, donde quedé profundamente dormida.

Desperté muchas horas más tarde, con la chica de servicio tocando mi brazo para espabilarme.

— Señorita, necesito que despierte. Tengo que comenzar a maquillarla ahora, sino, no estará lista a tiempo.

Me senté en el tocador de la habitación sin chistar. La chica comenzó con su trabajo y en varias ocasiones hizo el intento por socializar conmigo, pero al no verme decir una palabra, desistió de la idea.

Cuando terminó de maquillarme y peinarme yo estaba irreconocible. Ella fue al armario y estuvo varios minutos dentro del amplio vestidor. Volvió con un vestido negro opaco y me lo puso en las manos.

— Ponte este, con tu color de piel debe quedarte genial. — La sonrisa tan amplia en sus labios me hizo entender que nada sabía sobre mi secuestro.

— Vale, gracias. Por todo. — Dije sinceramente.

— Por esto me pagan. No te preocupes. En el vestidor está la joyería que seleccione para este vestido, junto al calzado. A partir de aquí puedes hacerlo tu sola. Yo terminé ya con mi trabajo. — Hizo una pausa —. Ah, el señor Pierre me dijo que cuando estuviese lista bajara al frente de la casa, que allí la estaría esperando.

Recogió todas sus cosas y se marchó.

Yo fui hasta el vestidor y me puse el vestido. Tenía que admitirlo, a pesar de todo, me veía espectacular. Las marcas y manchas que tenía en mi cuerpo habían desaparecido por el maquillaje. El vestido iba acompañado con unos bonitos zapatos de tacón, del mismo color negro opaco. La joyería consistía en un juego completo de perlas blancas.

Cuando estuve lista bajé hasta el porche de la casa. En el frente me esperaba una limusina negra. Había un escolta parado fuera, el cual me indicó que me subiera a ella. Dentro del auto estaban Pierre, Caleb y Víctor. Ambos me escudriñaron con la mirada al sentarme junto a ellos.

Caleb quedaba a mi lado, mientras que Pierre y Víctor estaban frente a nosotros. Este último abrió una botella de champán y sirvió tres copas, obviamente para ellos.

— Brindemos. — Propuso.

— ¿Por qué se supone que deberíamos brindar? — Preguntó Caleb con amargura.

— Por lo hermosa que está tu novia está noche. — Alzó su copa.

— ¡¿Novia?! — Grité más que enojada, indignada y confundida.

— Sí, novia. — Respondió Pierre —. Esta noche eres la novia del menor de los Lavaux. Compórtate, no sabes cuántas niñas matarían por estar en tu posición por sólo una noche. Tu vas a disfrutar de ese privilegio durante mucho tiempo.

El coche se puso en marcha y cada pedacito de mi estabilidad emocional se fue desvaneciendo a medida que pasaban los kilómetros.

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