Capitulo Cinco
No tientes.
Briella:
Durante el resto del trayecto no volví a articular palabra. La atmósfera dentro del coche era incómoda solo para mí. Los hombres que me acompañaban estaban muy complacidos bebiendo del champán que minutos antes habían abierto, mientras que yo observaba el paisaje que se divisaba a través de la ventanilla del auto.
Un flash-back cruzó mi mente, dándome todas las respuestas que necesitaba:
—Papá, ¿podré ser yo líder algún día? — Solo con nueve años, ya era una niña muy curiosa. Miles de preguntas debía responder mi padre a diario.
— ¿A qué viene esa pregunta pequeña? — Mi padre dejó sus lentes sobre el escritorio y centró su completa tención en mí.
— Es que solo veo hombres cuando te acompaño al trabajo. La única chica es Samira, pero ella es tu secretaria, no manda. Yo quiero mandar. — Mi comentario hizo reír a mi padre, quien se pensó muy bien la respuesta que iba a darme.
— Cariño. — Me sentó sobre sus piernas —. Una mujer puede ser tan grande como lo quiera ser. Si tú, pequeña mandona, quieres ser líder, vas a ser la mejor de todas.
— ¿En serio papá?
— Durante mucho tiempo, las mujeres que querían ser líderes debían ocultarse detrás de un "Anónimo" o hacerse llamar por nombres de hombres. Todo esto, para que su trabajo obtuviese un poquito de mérito.
— Que feo, yo no quiero llamarme como un chico. — Dije poniendo los brazos en jarras.
Mi padre soltó una carcajada que me hizo reír a mí también.
— No tienes necesidad de llamarte como un chico. Ese tiempo ya pasó. — Dijo tocándome el puente de la nariz —. Pero, escúchame bien. Tú naciste para liderar, por lo tanto debes modelar tu ingenio todo lo que puedas. Muchas veces en la vida te vas a encontrar rodeada de hombres ambiciosos y egoístas, entonces necesitarás ser más inteligente que ellos. — Me besó la frente —. La mejor arma que tiene una mujer es su imaginación, si tu ingenio es grande, serás invencible.
Grabé esa última frase en mi mente. Solo mi ingenio me ayudaría a escapar de aquí. Pensé en una vía factible para poder escabullirme con éxito esta vez y, a pesar de que no me gustaba para nada la idea, mi subconsciente tenía fe en que podía funcionar.
El coche se detuvo frente a una pequeña galería de arte, con estilo modernista. Los hombres bajaron del coche y Caleb me ofreció su mano para ayudarme a salir. La tomé y al bajar me enganché de su brazo.
— ¿Qué haces? — Preguntó sorprendido.
— Actuar como la novia de un Lavaux. — Sonreí descaradamente —. Esta noche va a ser inolvidable, Caleb.
— ¿Cómo estás tan segura de ello? — Su pregunta estaba adornada por un matiz desafiante.
Me acerqué a su oído y mordí el lóbulo de su oreja.
— Son solo corazonadas. — Respondí.
Cuando me separé de él, observé su cara y esta era todo un poema. Lo había tomado desprevenido y eso lo había sacado del juego. Bien, podía continuar con mi plan.
Entramos a la pequeña galería y atravesamos un corredor. Frente a una puerta metálica, había un escolta. El hombre conoció a Pierre de inmediato y nos dio paso a una habitación más grande que la misma galería por donde habíamos entrado.
—El Señor Ludovick le espera. — Dijo el escolta antes de volver a cerrar la puerta.
La gran habitación era parecida al sótano de Pierre, con la diferencia de que la decoración aquí era completamente roja y negra. Paredes, muebles, cuadros y otros objetos, dispuestos en una variedad de tonos rojos y negros.
El lugar estaba lleno de hombres y mujeres que conversaban animadamente. Varias chicas con máscaras en los ojos, estaban sentadas sobre hombres trajeados que sin ningún tipo de pudor, masajeaban sus cuerpos.
Estaba viviendo una escena de película de acción, donde los mafiosos se unen para hablar sobre sus nuevos planes de ataque y como los van a ejecutar.
—Voy a hablar con Ludovick. Intenta mantener al monstruito calmado. — Le dijo a Caleb —. Víctor, acompáñame.
Se perdieron entre la multitud de personas que había en el lugar. Fallé en el intento de saber quién era ese tal Ludovick, pero me volví a quedar sola con Caleb. Era mi oportunidad para escapar.
Un camarero se acercó a nosotros con copas de vino blanco en una bandeja.
—La casa invita. — Nos dijo y yo tomé una copa, la cual bebí de un solo trago.
—También eres alcohólica, lo tienes todo pequeña. — Dijo con ironía.
— Son privilegios que no todos tienen. Tú eres imbécil y te falta mucho para tenerlo todo. — Respondí empleando su táctica de vuelta.
— Me das jaqueca, cállate un poco. — Espetó evidentemente molesto.
Tres chicas se acercaron a nosotros. Todas enfundadas en elegantes vestidos. Una de ellas me hizo un escaneo completo con la mirada y luego observó a Caleb.
—Chicas. — Saludó mi compañero.
— ¿Quién es esta? — Preguntó con aires de superioridad la chica que segundos antes me había observado.
— ¿Tan poca clase tiene la burguesía europea? — Dije en tono irónico —. "Esta" se llama Briella y soy su novia. — Miré a Caleb, quien nervioso, solo asintió con la cabeza.
— Un gusto, Briella. — Saludó otra de las chicas —. Yo soy Emily, ella es Signy. — Señaló a la chica a su derecha —. Y mi mal educada amiga se llama Anabelle.
— Igualmente para mí, Emily. — Respondí amablemente.
— Caleb, ¿Ahora te juntas con americanas de bajo costo? — Inquirió Anabelle.
— Hoy tienes ganas de pelear, ¿No, Rubia? — Respondió Caleb a la chica.
En esta pequeña discusión encontré la cobertura perfecta para escabullirme del lugar.
—Belle. — Dije usando su diminutivo —. Yo no peleo por hombres. Si tanto te gusta puedes quedarte con él. — Estiré mi mano y acaricié su hombro.
Di media vuelta y comencé a caminar. Caleb me sostuvo por la muñeca.
— ¿A dónde vas? — Dijo apretando los dientes.
— Al tocador. No te preocupes por mí, estás bien acompañado. — Me acerqué a la comisura de su boca y susurré: — Si estas son las chicas que matarían por estar contigo, te has ganado la lotería amigo. — Solté su agarre y me marché.
Caminé por el lugar, buscando una salida que no fuese la principal. Estaba a la vista de todos e iba a ser descubierta fácilmente. Encontré los baños y me adentré en el de mujeres. Había dos chicas retocándose el maquillaje. Yo las imité hasta que ellas salieron del local.
La habitación tenía una gran ventana de cristal, dispuesta horizontalmente. Busqué la forma de abrirla y pude hacerlo. Había llegado mi momento, debía aprovechar la oportunidad. Cerré la puerta del cuarto de baño con seguro y corrí una gran maceta que había en una esquina, hasta debajo de la ventana. Me subí sobre ella y atravesé la ventana.
Al otro lado estaban los botes de basura del local, todo estaba oscuro en el espeso callejón. Salté sobre los botes y en un mal cálculo de dirección, caí de bruces en el suelo. Menudo golpe que me di en el hombro. Otro más para la lista. Pero no me importaba, había conseguido escapar de Pierre y eso era un logro.
Me quité los zapatos de tacón que traía y los tiré dentro de uno de los botes de basura; así estaría más liviana. Corrí por el callejón hasta llegar a la calle principal donde se encontraba el frente de la galería. Oculté mi cuerpo detrás de una columna y observé que ninguno de los escoltas de Pierre estuviese por los alrededores.
Luego de estar segura de no ser vista, corrí en dirección opuesta a la galería. A cada poco miraba hacia atrás, con el temor de ser descubierta. En una de esas ocasiones, sin darme cuenta, colisioné contra un gran cuerpo. El impacto me tiró al suelo.
— ¡Mierda! — Grité. Segunda vez en la noche que me caía, definitivamente caerme de esas escaleras en Bali me habían dejado torpe.
No le pude divisar el rostro a la persona con la que choqué, puesto que estaba a contra luz con una de las bombillas del alumbrado público. La sombra se agachó para quedar a mi altura en el suelo y me tomó por el mentón para que lo observara.
— ¿Te encuentras bien? — Preguntó y de inmediato reconocí la voz de Malcom, el escolta de Pierre.
Estaba jodida, muy jodida. De esta si me iban a matar.
Aún tirada en el suelo, me arrastré alejándome de él, buscando la manera de ponerme de pie y volver a correr.
—Aléjate de mí. — Lo señalé con el dedo. — O te prometo que...
— ¿Qué? ¿Qué vas a hacer con esas amenazas vacías? — Dijo con una estúpida sonrisa que me desarmó las defensas —. Comienza a dar gracias porque te haya encontrado yo. — Me extendió la mano para ayudarme a levantarme del suelo —. Aún nadie sabe que te has escapado.
— Por favor déjame irme. Si te preguntan les dices que no viste nada. — Las lágrimas cayeron nuevamente dejándome débil frente a él —. Si me quedo, me van a matar.
— Si te dejo irte me van a matar a mí. No voy a arriesgar mi vida por salvar la tuya. — Respondió impasible.
Bajé la cabeza en un gesto de derrota. Nuevamente mis intentos de escapar se habían esfumado. Malcom me tomó por el brazo y caminamos en silencio todo el trayecto hasta la galería.
— ¿Dónde están tus zapatos?
— Los dejé tirados en un bote de basura en el callejón aledaño a la galería.
— Vamos por ellos. Tienes que volver dentro del local.
Recogí mis zapatos dentro del bote en el callejón y Malcom me escoltó de nuevo hasta el local donde estaban Pierre y Caleb. Intercambió unas palabras con el escolta que vigilaba la entrada al local donde se reunían Pierre y sus compañeros, para luego dirigirse a mí.
—Él te va a ayudar a entrar de nuevo al lugar sin que nadie lo note. — No cometas ninguna otra estupidez, estas tentando tu suerte y vas a terminar con un balazo en la frente —. Me cruzó por el lado para marcharse, pero lo detuve.
— ¿Por qué haces esto? — Pregunté.
— ¿Hacer qué? — Respondió con gesto confuso.
— Ayudarme. ¿Por qué me ayudas?
— Si lo piensas bien, no te estoy ayudando. Cumplo con las órdenes de mis superiores, que son no dejarte escapar.
— Pudiste haberme delatado, pero no lo hiciste. — Dije nerviosa.
— ¿Acaso querías morir?
— No.
— Te hice el favor de mantenerte con vida, eso es todo.
Se marchó por el estrecho pasillo y yo entré con cuidado otra vez en el local. Nuevamente perdía contra Pierre Lavaux. Debía mejorar mis estrategias, sino moriría en el intento.
Me acerqué a uno de los camareros y tomé de la bandeja una copa de champán que bebí de un solo trago. Alguien me agarró por el brazo. Era Pierre.
— ¿Se puede saber dónde demonios estabas? — Dijo furioso.
— En el baño. — Respondí despreocupada. Por ese hombre no tenía respeto, así que tampoco le iba a dar la satisfacción de tener miedo.
— ¿Durante más de media hora?
— ¿Qué? ¿Padezco de estreñimiento, vale? — Alcé los brazos.
El francés soltó mi brazo y se fue de mi lado diciendo groserías en su idioma natal. Bien, punto para Briella. Reí por lo bajo hasta que escuché una voz detrás de mí.
—Tú si sabes cómo sacar de quicio a un hombre. ¿Eh? — Un chico muy apuesto se acercó a donde estaba. Rubio, de ojos celeste y con una encantadora sonrisa. Lo mejor de todo era que venía con dos copas de vino en la mano. Me extendió una y la acepté gustosa —. Soy Sandro.
— Yo me llamo Briella, un gusto. — Sonreí.
— ¿Qué hace una chica tan delicada como tú, en un lugar tan oscuro como este? — Preguntó expectante.
— Vengo de acompañante.
— ¿Esposo?
— Novio. — Corregí.
— Que bien. — Hizo un gesto con los brazos que me hizo reír y a él también.
— ¿Que bien por qué? — Esta vez era yo la que tenía curiosidad.
— Porque aquí en Francia las chicas pueden tener todos los novios que quieran a la misma vez. Ya tienes uno. ¿Te apetece tener dos? — Alzó las cejas y yo volví a reír.
— Tal vez, algún día. — Respondí coqueta.
Caleb se acercó a nosotros y me tomó por la cintura.
— Nos vamos. — Dijo ignorando al chico que hablaba conmigo.
— Espera. — Respondí –. Saluda aunque sea. ¿Por qué eres tan maleducado? — Me giré hacia Sandro y pregunté —. ¿Los franceses son todos así de bordes? —
— Los amargados sí. — Respondió riendo —. ¿Él es tu novio?
— Sandro, ¿Por qué mejor no te metes en tus asuntos? — Gruñó Caleb.
— ¿Ustedes se conocen? — Pregunté confundida.
— Desgraciadamente sí. — Respondió Sandro con desgano.
Caleb me jaló por el brazo, alejándome del lado de Sandro.
—Nos vemos, princesa. — Se despidió el chico y yo solo me limité a sonreír.
— Este idiota no te va a volver a ver. — Dijo Caleb apretando los dientes.
— ¿Qué mierda te pasa? — Pregunté furiosa mientras me arrastraba hacia la salida. No respondió de inmediato, salimos del local en silencio hasta que explotó del enojo.
— ¿Qué te pasa a ti? ¿Quién te dijo que podías hablar con extraños? — Su enfado hizo que de un empujón, pegara mi cuerpo a la pared del estrecho corredor y su cuerpo quedara pegado al mío. La rabia me consumió.
— ¿Ahora también tengo que pedir permiso para hablar?
— Mientras estés con los Lavaux, sí. — Dijo a escasos centímetros de mi boca. Podía sentir su respiración sobre la mía. Intenté apartarme, pero el peso de su cuerpo me lo impidió.
— Te equivocas. A mí no hay Dios que me calle la puta boca. — Alcé un poco más el mentón de manera que pude mirarlo directo a los ojos —. Ni los Lavaux, ni el espíritu santo van a hacer que yo me calle. Si te molesta, te fastidias. Total, hay muchas chicas que matarían por estar en mi lugar y yo...
No pude terminar de hablar. Los labios de Caleb colisionaron contra mí boca, mientras que con sus brazos sostuvo los míos con fuerza. Allí, en medio de un pasillo oscuro, el hijo del mayor enemigo de mi padre, se apoderaba de mi boca como si fuese la suya y yo me dejé hacer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro