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Capítulo 6

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«Llevamos diez años de triunfo, de lucha constante y progreso». (Rhona Greer: discurso nro. 2.361, 1/1/2032).
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—¡Hola, campeón! —La voz de Boyd resonó en los parlantes de Sirhan—. Fagler me dijo que viniste ayer y yo no estaba. Discúlpame por no avisarte: me cambiaron los planes a último momento y olvidé avisarte. No te preocupes, ¡hoy comenzaremos a entrenar! —le dijo, en tono despreocupado—. Te espero en mi apartamento en media hora.

Sirhan escuchó el audio de Boyd una vez más y le confirmó que allí estaría. Se puso ropa limpia, guardó una barrita energética en su bolsillo y abandonó el apartamento a trote continuo. Veinte minutos después, estaba delante del edificio, con un dedo hundido en cada timbre.

—Voy en camino —contestó su jefe desde el interfono.

Sirhan esperó un largo rato hasta que, por fin, Boyd apareció. El rubio le estrechó la mano con ímpetu y Sirhan le correspondió el saludo con entusiasmo. Dos hombres de blanco aparecieron detrás de Boyd y lo saludaron con una inclinación de cabeza. Sirhan y notó que eran los mismos tipos que los habían escoltado el miércoles pasado y les regresó el gesto

Cuando llegaron al Graham, Sirhan se sorprendió ante el cambio de panorama: si bien no había nadie en las tribunas, la pista estaba repleta de corredores que entrenaban sin descanso para mejorar sus habilidades. Había altos y bajos, lindos y feos, musculosos y raquíticos, barbudos e imberbes. «¿Pero jóvenes y viejos?» se sorprendió Sirhan. «Más de uno de estos tendría que haber abandonado el desarraigo hace años» pensó.

—¿Es legal que haya mayores aquí? —preguntó a quemarropa.

—¿Nunca has oído que el Imperio prioriza el interés superior del niño? —contestó Boyd, pero Sirhan no sabía qué significaba eso—. Cuando cumples los dieciocho tienes diez días para entregar la llave al Ministerio. Te puedes quedar un mes más si quieres, pero te multarán.

—Eso ya lo sé, pero esta gente tiene más de dieciocho años y un mes de vida —dijo, y le señaló a unos grandotes que tenían todo el cuerpo cubierto de vello.

—Brillante observación, Sherlock —remató Boyd, con sonra—. Si aún sigues aquí después del mes, el Imperio interpreta que quieres quedarte y se frustran todos tus intentos de regresar a la civilización.

Boyd dejó todo su equipo en una zona que estaba libre y delimitó el sitio que usarían con una cinta de peligro. Una vez asegurado el espacio, colocó escalerillas, cuerdas, conos y muchos otros chiches para armar el circuito. A Sirhan todo le pareció muy profesional y decidió relajarse.

—¿Y hay gente que elige quedarse aquí?

—Más de la que crees —afirmó Boyd, en tono lastimero.

—¿Tú harás lo mismo?

—Aún no lo he decidido. Siento que mi vida no está aquí, que estoy destinado para otras cosas. Ganar dinero fácil puede ser divertido, pero la libertad no se negocia. —Boyd hizo una pausa para revisar el circuito y notó que algo andaba mal en Sirhan—. Campeón, otra vez no traes botines.

—Lo sé; fui a varias casas deportivas y no encontré nada interesante. Perdona.

—Guárdate los perdones para ocasiones más importantes, que pareces salido de un novelón de segunda. —dijo Boyd, divertido, y le entregó una llave—. Seguro hay algún par en los casilleros. Si necesitas algo más, me avisas.

—De acuerdo —contestó Sirhan y comenzó a caminar.

Las miradas se desviaron hacia él ni bien Sirhan puso un pie en los vestuarios. Eran miradas frías, cargadas de recelo; más de uno sentía envidia del negrata que había captado la atención de uno de los apostadores más famosos de Moy. Sirhan las ignoró y deslizó la llave sobre el casillero. Le sorprendió que el mecanismo cediera al instante y supuso que cualquiera con medio cerebro podría burlarlo con un alfiler de gancho. Solo encontró una explicación: nadie tiene la tentación de robar lo que ya tiene.

Dentro del casillero había una parva de ropa con aroma agradable y unos botines negros y violeta. Eran los últimos Nike que habían salido al mercado y de seguro habían llegado en algún cargamento ilegal. Parecían nuevos: alguien había escrito la palabra «repuesto» en el estante y ni siquiera le habían puesto los cordones. Sirhan batalló con sus pies hinchados y se los puso.

Al regresar a la pista, Sirhan notó que Boyd conversaba con un muchacho alto y de cabello negro. El joven llevaba ropa deportiva y deslizaba alguna mueca de vez en cuando para romper con la seriedad y el profesionalismo de la discusión. Cuando Sirhan se detuvo frente a ellos, el desconocido lo saludó con un apretón de manos y una sonrisa de cortesía.

—Mis botines te quedan de maravilla —le dijo, sin siquiera presentarse.

—Discúlpame —titubeó Sirhan—. Boyd me dio la llave de un casillero y me dijo que podía tomar un par. No sabía que eran tuyos.

—Lo sé, lo sé —contestó el otro y sonrió para mostrar su buena fe—. Era un halago: en verdad te quedan pintados.

—Pintados, pero algo ajustados —repuso Sirhan, en un pésimo verso.

—Disculpa, no me he presentado. Soy Wyatt, es un gusto conocerte.

Sirhan sonrió. El muchacho hablaba con avidez y claridad, facultades poco frecuentes en la actualidad, donde la comunicación adoptó otros tintes. Su tono era clásico, sin llegar a ser atemporal; serio, sin llegar a ser vanidoso y amable, sin llegar a ser fingido.

—Soy Sirhan, aunque seguro ya lo sabías.

—Está bien, ya es suficiente, muchachos —interrumpió Boyd, ansioso por comenzar a entrenar—. Tendrán tiempo para conversar luego. Ahora, a trabajar.

Los ejercicios iniciales fueron como Sirhan había esperado: sencillos y eficaces. Movimientos articulares, trotes, zancadas, repiqueteos y escaladores ayudaron a Sirhan a entrar en calor y evidenciaron la experiencia de Boyd. A medida que pasaba el tiempo, el circuito se volvía más exigente, pero ambos muchachos respondían a la perfección. Wyatt hacía un trabajo de coordinación impecable, fruto de semanas de práctica, y trabajaba como una máquina bien aceitada. Sirhan estaba un poco oxidado, pero se prometió que mejoraría con el tiempo.

—Ahora llega mi parte favorita —anunció Boyd, cerca del final de la hora—: las carreras de entrenamiento.

Cruzaron el alambrado y alcanzaron una pista de cien metros con cuatro carriles. Sirhan y Wyatt se hidrataron y se acomodaron en los tacos bajo la atenta mirada de un pequeño grupo de curiosos se apiñaba en las gradas. Sirhan se obligó a dar su máximo potencial; ya había sido humillado en público una vez y aún no se lo perdonaba.

—¡Preparados! ¡Listos! ¡Fuera!

A la orden de Boyd, Sirhan salió disparado de su sitio con una larga zancada que le permitió ganar varios metros de ventaja. Gracias al nuevo calzado, avanzó sobre el cemento con ligereza y dejó atrás a un Wyatt confundido y molesto. Los fanáticos comenzaron a alentarlo y Sirhan revivió esa sensación de triunfo que tanto le gustaba. «La victoria es mía» pensó. Pero Wyatt no tardó en demostrarle lo contrario.

—Apártate —le dijo y le dio un fuerte golpe en las costillas.

Los fanáticos gritaron al ver que Sirhan besaba el asfalto y alentaron a Wyatt el resto de la carrera. Apoyado por el público, Wyatt alcanzó la línea de meta a trote continuo y se coronó con la victoria. «La victoria es suya. ¡Carajo! La victoria es suya» pensó Sirhan mientras se ponía de pie.  «Eres un imbécil. Usó la misma estrategia que Finlay y volviste a caer».

—Tranquilízate —le dijo Wyatt. Los ojos de Sirhan destilaban fuego—. No te hubiera podido alcanzar de otra manera. Tu salida fue espectacular.

Sus palabras no causaron efectos. Sirhan seguía enfadado, aunque no sabía si era consigo mismo o con su nuevo compañero. Estaba rojo y le dolían las costillas y no aceptaría que le dijeran «Tu salida fue espectacular» cuando no había ganado. Wyatt debió esmerarse más:

—Creí que habías aprendido la lección y que no volverías a caer. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra —dijo con seriedad.

—¿Me llamaste animal?

—El hombre es el animal racional.

—Me llamaste animal —concluyó Sirhan, divertido.

Wyatt le había arrancado la victoria a última momento, pero le había dado una lección que no olvidaría el resto de su vida. Sirhan dejó que Wyatt continuara su discusión filosófica solo; no le interesaba lo que un tal Aristóteles había dicho en el año de la marmota. Ya tenía demasiadas preguntas en su cabeza como para querer agregar nuevas. Le bastaba saber que había encontrado un nuevo amigo. Y eso era más que suficiente.

Una vez en su habitación, Sirhan se colocó crema cicatrizante en la herida que Wyatt le había dejado y encendió la radio que estaba sobre la cómoda. Era una pequeña radio de gama baja, de esas que Rhona había repartido por todo el desarraigo durante una campaña reciente, pero al menos funcionaba. Estaba trabada en una sintonía que Sirhan no se preocupó en cambiar.

—En otras noticias, fuentes cercanas confirman que el excéntrico millonario Boyd comenzó a entrenar con su nuevo socio, el simpático jovencito que conocimos el miércoles pasado. S.B., casi desconocido por la prensa, despierta muchas preguntas en los seguidores del apostador. ¿Quién es? ¿Por qué él? ¿Qué habrá visto Boyd para creer que puede convertirse en el nuevo James Hope? En otras noticias…

El teléfono sonó y Sirhan se sobresaltó. Apagó la radio para escuchar mejor y atendió. Era Stone. Lo invitaba a su apartamento. Sirhan no tardó en aceptar.

—Pasa.

Sirhan abrió la puerta y un Stone sudado de pies a cabeza lo saludó con un choque de puños. Tenía la cara roja y los músculos tensos y estaba claro que necesitaba un descanso. Stone se limpió la transpiración de la espalda con una toalla y le ofreció a Sirhan una taza de café. Preparó dos capuchinos calientes y se sentó a la mesa.

—Doron acaba de salir. La alarma no funcionó y despertó diez minutos más tarde —le dijo—. Debiste verlo, montó un verdadero espectáculo: desayunar, cambiarse y salir al estadio. Todo en tiempo récord.

—Es bueno bajo presión.

—Lo es, pero detesta admitirlo —reconoció Stone, divertido—. Doron es muy reservado.

—Ahora hablemos de ti —sugirió Sirhan—. ¿Desde cuando levantas pesas con el pecho descubierto? ¿Qué tramas, Stone?

—En enero comienzan las pruebas de fútbol y tengo intenciones de participar —contestó Stone, serio como nunca—. Doron me sugirió algunos ejercicios y los practicaré hasta el hartazgo. Será mi única posibilidad para ingresar o deberé buscar otro trabajo.

Estaba claro que Stone aún no había considerado otras posibilidades: su futuro dependía de una débil esperanza. Sirhan tuvo miedo. ¿Y si no lo lograba? ¿Y si no cubría las expectativas de su hermano? ¿Y si el fracaso conseguía arrancarle del rostro su eterna sonrisa?

—Estoy seguro de que lo lograrás.

—Nunca me viste jugar —contestó Stone—. No sabes si soy bueno o malo.

—Si tu hermano lo consiguió, no veo por qué tú no.

De pronto, como si lo hubieran invocado, Doron irrumpió en el apartamento. Tenía el cabello revuelto, la espalda sudada y aún jadeaba. No era extraño verlo por allí: su entrenador les daba un descanso de media hora antes de cada partido y Doron lo aprovechaba para dejar a Stone los recados del día. «Stone no lee las notas ni aunque se las pegues en la frente» le había explicado a Sirhan.

—Cinco minutos. —Doron consultó su reloj—. ¿La ensalada está lista, hermano?

—Sí, en la heladera.

—Gracias.

Doron se perdió en la cocina y comenzó a devorar la ensalada a toda velocidad. Masticaba como una cabra, ansioso por terminar, y Sirhan temió que se atragantara en cualquier momento. Pero nada pasó. Doron acabó la comida, arrojó el recipiente sobre la bacha con un estrépito y se perdió en el baño un momento. Por fin, se hizo la calma.

—¿Siempre es tan…

—¿Organizado, maníaco, controlador y obsesionado del tiempo? Sí —repuso Stone y Sirhan rio.

Mientras Doron batallaba en el baño, Sirhan y Stone continuaron la conversación como si nada hubiera pasado. Stone, que no se sentía a gusto con hablar sobre su hermano todo el día, no tardó en cambiar de tema:

—¿Sabes una cosa? En diciembre comienzan las carreras finales. Es un evento gigantesco que se hace cada año para elegir al mejor de la temporada, y el vencedor se lleva un buen dinero a casa. Si fuera tú, lo intentaría —sugirió.

—Lamento ser aguafiestas, pero creo que tienes que vivir aquí hace más de tres meses para poder participar —bramó Doron desde el baño y el eco de sus palabras hizo reír a Stone—. De todos modos, deberías preguntarle a tu jefe.

—¿Lamentas ser aguafiestas? Apuesto que te encanta.

—No tengo tiempo para tus bromas, hermano. Se me hace tarde.

—Entonces, ¡corre como el viento, Tiro al Blanco!

Y ahora es el momento de darle la bienvenida a Wyatt. No sé si lo amarán, odiarán o ambos. Tiene una personalidad interesante, je,je.

El dato curioso del día es que Wyatt habla del animal racional y es un postulado de Descartes. #AprendiendoFilosofíaConElDoctorUssher.

Si llegaste hasta acá me ayudaría un montón que me des una estrellita o me dejes un comentario. Todo me ayuda a mejorar y me motiva a seguir escribiendo. 😄

¡Nos leemos!

xxxoxxx

Gonza.

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