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Capítulo 5

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«Mi corazón está en las tierras altas y en las tierras bajas, en los momentos de fiesta y, en especial, en los momentos difíciles. Mi corazón estará siempre con todos ustedes». (Rhona Greer: discurso nro. 122, 4/10/2020).
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Mucha gente y muchas leyendas han estado antes que yo, pero ahora es mi momento.

Eran las seis de la mañana y las palabras de Usain Bolt resonaban en la mente de Sirhan. Iba camino al comedor: aprovecharía el turno de las siete, ideal para alondras y trabajadores, y luego daría un paseo por la ciudad para matar el tiempo. Había despertado tres horas antes por la emoción y estaba de un humor excelente. Sus ojos brillaban y sus esperanzas habían regresado. Por primera vez en ocho noches, había logrado pegar un ojo. 

Alcanzó el comedor a los pocos minutos y vio que apenas había un par de muchachos de semblante serio que comían a toda velocidad. De Doron y Stone, ni noticias; era demasiado temprano para encontrarlos allí. Sirhan se sentó en una mesa aparte y devoró la comida con avidez. Los huevos revueltos le parecieron más ricos que de costumbre y se vio tentado a pedir una doble ración. «Eso es porque estás demasiado optimista esta mañana, Dory. Ya se te pasará» pensó, divertido. «Solo piensa que no tienes ni idea de qué hay detrás de esa cocina». 

Dejó la bandeja en su sitio y consultó su nuevo reloj de pulsera: faltaban casi dos horas para el inicio de su entrenamiento, y la espera lo carcomía por dentro. Sirhan sacó su teléfono y ensayó un par de mensajes para Boyd que nunca se atrevió a enviar. «Recuérdalo: estás ansioso, no desesperado» se dijo y dejó que el iPhone cayera sobre su bolsillo.

Sirhan salió del comedor y caminó unas pocas cuadras hasta llegar al apartamento de sus amigos. Llevaba la ropa de Doron bajo el brazo, limpia y perfumada, y unos chocolates a modo de agradecimiento. Hundió el dedo en el timbre y esperó a que alguien atendiera. Por fin, luego del tercer intento, el interfono cobró vida.

—Diga. 

—Hola, Doron. Soy…

—¡Sirhan! —lo interrumpió él, entusiasmado y sorprendido—. Dame un momento.

Doron colgó y apareció en la puerta a los pocos minutos con el cabello alborotado y una vieja camiseta con el rostro de Calvin Harris; estaba claro que acababa de despertarse. El muchacho se disculpó por su aspecto, recibió la ropa con desesperación y le agradeció a Sirhan por los chocolates. Subieron las escaleras mientras Doron tarareaba el estribillo de Summer en voz alta, y alcanzaron la puerta del apartamento. Como de costumbre, Stone estaba recostado en la habitación de su hermano.

—Remera de poliéster, joggings originales, zapatillas Nike y ¡chocolates Godiva! —exclamó Stone, sorprendido—. O acabas de vender merca o acabas de atracar un banco, estimado Sergio Marquina.

—Compórtate, Stone —lo reprendió su hermano.

—Me temo que jamás vi Narcos ni La casa de papel —intervino Sirhan—. Las series de Netflix ya pasaron de moda. 

—Eso es lo que tú crees. 

—En cualquier caso —continuó Sirhan—, ni Escobar ni Marquina me sacaron de la miseria. Todo fue gracias a Boyd, un muchacho que me propuso ser mi patrocinador.

—¿El de la silla de ruedas? —preguntó Stone.

—Sí. Parece un buen tipo.

—Es genial —dijo Doron, y Sirhan no supo si se refería a su nuevo trabajo, a Boyd, o a ambos. Hizo una pausa y añadió—: Apúrate, hermano, o se nos hará tarde.

Partieron rumbo al comedor a los pocos minutos. En el camino, hablaron del trato de Sirhan con Boyd y de lo que se sentía visitar a uno de los hombres más ricos de la ciudad. La conversación se convirtió pronto en un ping pong de preguntas y respuestas que Sirhan contestó con entusiasmo.

—¿Cómo se viste?

—Camisa, chupín de gabardina y zapatos marrones que se cambia al llegar a casa.

—¿Y qué se pone?

—Unos zapatos verdes horribles.

—¿Una cábala?

—Eso creo.

—¿Cómo es su apartamento?

—Inmenso. Tiene cuadros importados en el comedor y una cabeza de tigre en su habitación.

—¿Disecada?

—Disecada. 

—¿Eso no es ilegal? 

—Seguro que sí.

—¿Tiene gente a cargo?

—Cuatro tipos de nombres extraños.

—¿Cómo se llaman?

—Fagler, Scat, Hake y Jagar.

—¿Son nombres árabes?

—Para mí, son inventados.

—¿Te ofreció mudarte a su edificio?

—No. ¿Por qué lo haría?

—La mayoría de los grandes jefes tienen a sus socios cerca, ¿no te lo dijo?

—Que yo recuerde, no.

—Seguro lo olvidó. ¿Y cómo harán con el dinero?

—Tengo una paga fija y me llevo el diez por ciento de las apuestas.

—¿Eso no es injusto?

—Eso fue lo que le dije.

Las preguntas no se agotaron ni cuando llegaron a las puertas del comedor. Doron —a quien las raciones se le habían acabado hacía tiempo— esperó afuera, y Sirhan acompañó a Stone. Al verlos, el encargado le dijo a Sirhan que no podría desayunar dos veces, a lo que él respondió con un «No.Ya lo sé. Solo vine a acompañar a mi amigo». El tipo lo miró desconfiado, pero lo dejó pasar.

Sirhan se detuvo frente al apartamento de Boyd cuando faltaban quince minutos para que el entrenamiento comenzara. El nuevo segurata que cuidaba la puerta lo saludó con un civismo falaz y le indicó que los timbres estaban a la derecha. Sirhan lo siguió, localizó el piso veinte y hundió un dedo en cualquiera de los cinco botones. Después de todo, Boyd monopolizaba todos los ambientes. 

Nadie respondió por el interfono, y Sirhan insistió una vez más. Nada, nadie. Bufó y pulsó un tercer timbre; la falta de respuestas comenzaba a enervarlo. Estaba a punto de acudir al guarda para pedir explicaciones cuando notó que alguien bajaba por las escaleras. «Al fin» pensó y preparó su mejor sonrisa para Boyd.

—Hola, Bo… —Sirhan cortó su salud, sorprendido—. Hola, Fagler.

El tipo no respondió y alzó las cejas con vanidad. Deslizó una mueca de disgusto que Sirhan simuló no ver y colocó la llave en la cerradura, pero jamás le dio la vuelta: estaba claro que no lo dejaría pasar. Fagler lo miró a los ojos un buen tiempo y no se detuvo hasta que Sirhan pestañeó. Entonces le dirigió la palabra:

—Me temo que el jefe no podrá atenderte hoy, muchacho.

Sirhan frunció el ceño y se quedó junto a la entrada: no estaba dispuesto a aceptar un pretexto que buscaba quitarlo del medio. Pero Fagler tampoco cedió: sus pies estaban atornillados a la entrada y su determinación solo era comparable con la que Sirhan mostraba desde el otro lado. 

—¿Qué ocurre? Me dijo que hoy comenzábamos a entrenar.

—Asuntos de la Convención —repuso Fagler, cortante—. Envíale un mensaje y reprograma tus prácticas. Mañana estará disponible. 

Sirhan le agradeció su gentileza y extendió la mano en son de paz. Fagler se la estrechó —no sin poco disgusto— y se dirigió hacia las escaleras, llave en mano. Sirhan saludó al guarda de la entrada una vez más y simuló perderse en la esquina contraria. «No se librarán de mí tan fácil» pensó mientras tramaba un nuevo plan.

Rodeó el edificio por la derecha y se detuvo detrás de un contenedor comunitario. Apiló dos cajones derruidos y se sentó a esperar. Las horas pasaron, y Sirhan permaneció siempre frente al edificio, con una perseverancia incansable. Algunos peatones se sorprendieron de ver a un joven tan bien vestido junto a la basura, otros se burlaron de él, y unos pocos le preguntaron si necesitaba algo. Sirhan los ignoró a todos. 

Había comenzado a anochecer cuando Sirhan decidió estirar las piernas. Se puso de pie, paseó por la acera del frente y comprobó que las luces del piso de Boyd aún estaban encendidas. Dio una rápida vuelta a la manzana para desviar la atención del guarda y, al regresar, vio un vehículo estacionado sobre la acera. Dos hombres de blanco estaban en posición de servicio y colocaban una pequeña rampa junto al Mercedes.

—Al fin apareces —murmuró Sirhan.

Boyd llevaba un traje color tabaco, una corbata que hacía juego y una sonrisa de satisfacción. Intercambió un par de palabras con los guardas y miró a su alrededor un momento. Sirhan permaneció en su sitio, con el corazón palpitante, pero Boyd no dio señales de verlo. El joven descendió por la rampa y aceptó que lo empujaran hasta el recibidor. 

—Primero dices que no y después que sí. ¿Quién te entiende, Boyd? —dijo Sirhan desde la retaguardia.

Capítulo breve, pero efectivo, je,je. ¿Qué les pareció? ¿Le gustan estas nuevas versiones?

Les dejo el dato curioso del día: el diálogo entre Sirhan, Doron y Stone usa la misma mecánica que una entrevista que ocurre en el libro Los renglones torcidos de Dios, un libro que les recomiendo muchísimo.

Y un chiste:

"¿Por qué los adivinos no pueden tener hijos? Porque tienen las bolas de cristal". (ಠ_ಠ)

¡Nos vemos!

xxxoxxx

Gonza.

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