Capítulo 44
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«En honor a la democracia y a nuestros valientes soldados, declaro la formación de la República Federal Escocesa» (Rhona Greer: discurso nro. 128, 12/10/2020).
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—¡¡Kate, cuidado!! —exclamó Sirhan.
Gracias a un ágil movimiento realizado a último momento, la bala se hundió en la pared del galpón, a la altura de la w. Kate ahogó un grito de pánico y observó con pavor cómo la lámpara del galpón comenzaba su parpadeo incesante.
A la distancia, una silueta se materializó en la oscuridad. La hierba marcaba sus pasos y el humo que salía de su pistola delataba su posición, pero a la sombra todo le importaba un carajo. Continuó su avance sigiloso y desafiante y reveló que no estaba solo; una curiosa formación iba detrás suyo, con las armas listas para el ataque.
El instinto llevó a que Sirhan y Kate entrelazaran sus manos y se unieran para luchar contra los desconocidos con la absurda esperanza de poder revertir la situación. Como respuesta, las figuras se expandieron y se mostraron cada vez más amenazantes. Sirhan apenas pudo contener un grito. «Mierda. ¿Cuándo será el puto día en que los libros nos enseñen que los finales felices no son más que una ilusión?», pensó.
De pronto, la luz del galpón dio de lleno en el rostro del enemigo y dibujó sus rasgos con precisión. Sirhan observó aquellos ojos verdes, aquel cabello rubio que se precipitaba sobre su frente, aquel rostro ovalado, aquella mirada austera y penetrante, propia de un hombre de mal. Asombrado, lo recorrió dos veces: la figura estaba de pie, al igual que los demás, y le sonreía con sus caninos de lobo de luna llena. Una nueva silueta para un viejo conocido.
Los cuervos iniciaron su vuelo alrededor del galpón, ansiosos de carne humana. Se posaron calmos sobre el techo y las luces y comenzaron a chillar. Los graznidos fueron el prefacio de dos simples palabras capaces de derribar un mundo.
—Hola, campeón.
Sirhan apenas pudo contener el temblor de sus piernas y resistir a un escalofrío. Intentó atacar, pero la Beretta se había convertido en un ancla que descansaba en su mano derecha. El otro amplió su sonrisa aún más al notar el detalle.
—Arrójala, ahora —le ordenó.
El rubio deslizaba frases escuetas, consciente de que no necesitaría nada más. Sirhan cedió y dejó que el arma se deslizara entre sus dedos y acabara sobre la hierba. El fuerte sonido espantó a uno de los cuervos y alborotó a toda la bandada, y las siluetas debieron esperar a que los graznidos cesaran antes de continuar. Tampoco les importó; después de todo, Sirhan y Kate estaban acorralados.
—Veo que no estaba equivocado con tu amiguita —dijo el rubio, sonriente—. Seguirles el rastro fue una buena idea.
—¿Qué quieres, Boyd? —siseó Sirhan.
Boyd sonrió y dio un par de pasos hacia los lados con naturalidad. Iba de negro para resaltar su faceta de tipo malo, y Sirhan casi no podía creer que no estuviera en su silla. El rubio deslizó un segundo rictus y esperó a que alguien más rellenara el silencio. Pronto, su pistola hablaría y ya no habría lugar para conversaciones banales.
—Llámalo por su nombre —intervino Kate—. ¿Qué quieres, príncipe Evan?
Sus palabras fueron el detonante para que los hombres de Boyd dieran un paso hacia la luz sin nunca dejar de apuntarles. Sirhan repasó los nombres de los súbditos a medida que aparecían: Scat, Hake, Jagar y Fagler. Y Jim. Jim estaba con ellos. Radiante y provocador, con su uniforme blanco y su as de picas.
Jim aprovechó el reflejo y deslizó una sonrisa perversa. Sirhan le replicó con la mirada, incapaz de hacer mucho más. La batalla duró un largo rato, hasta que Boyd volvió a interrumpirlos.
—He venido a matarte, campeón. A matarlos —ratificó—. Tu amiguita te la dejó pasar, pero yo no lo haré. Jamás perdería la oportunidad de librar a nuestra noble nación de dos putos ingleses.
El joven más buscado del Imperio llevó sus manos al cargador, actitud que fue secundada por sus hombres. La asombrosa coordinación motivó el aleteo de los cuervos, que ya comenzaban a olfatear la muerte. Sirhan intentó mantener la calma.
—Debo reconocer que fuiste un imbécil, campeón —le dijo Boyd, más juguetón que de costumbre—. Este galpón es uno de los centros de detención más importantes de los Ases de Picas.
Jim llevó la mano al candado, quitó la cadena que obstruía el paso y tiró de la puerta con fuerza, pero no consiguió abrirla. Un par de «mierdas» después, volvió a intentarlo y, esta vez, lo consiguió. La madera tembló, y el impulso estuvo cerca de arrojar al oficial contra la hierba. Las bisagras chirriaron un buen rato, y todos dejaron de apretar sus dientes y suspiraron de alivio cuando el vaivén se detuvo.
—Camina.
Jim clavó la pistola en la espalda de Sirhan y le dio un buen empujón para incitarlo a avanzar. En paralelo, Fagler tomó a Kate por el cuello con una violenta llave y comenzó a presionar. Ella contuvo cualquier grito de dolor, aunque la tensión de su cuello era evidente. Al ver que sus venas estallarían en cualquier momento, Fagler sonrió y apretó con mucha más fuerza. Quería verla estallar.
Sirhan aminoró la marcha, como si aquello pudiera servir para algo más que para retrasar su muerte unos segundos. Jim no soportó la demora y le retorció los brazos hasta que los primeros huesos crujieron. Su víctima alcanzó a guardar su arma en el bolsillo para que no se le cayera y ahogó sus gemidos.
—Será divertido meterte el cañón de tu propia pistola en el culo si no avanzas —le susurró Jim y lo hizo estremecer.
El oficial le rompió la mandíbula con un par de puñetazos y lo obligó a continuar. Sirhan sintió los golpes y contuvo las lágrimas para no mostrarse débil. A lo lejos, Fagler forcejeaba con Kate para obligarla a entrar al galpón.
—Esta puta se hace la leona —le dijo Jim—. Ya se las verá con el galpón. Y tú también, negro de mierda.
Alcanzaron el granero en silencio y dos guardias vestidos de blanco les abrieron el paso. Sirhan besó el cemento una vez más gracias a una nueva gentileza de Jim y se levantó de inmediato. Intentó mantener la calma y observó el interior del galpón en busca de algo que pudiera serles de ayuda. Para su desgracia, todo era largas vigas de madera, ganchos colgantes con los extremos enrojecidos, sarcófagos de madera y un cúmulo de bolsas que contenían cadáveres frescos, de temporada.
Siguieron una mancha de sangre y acabaron frente a un pedestal ubicado contra uno de los muros. Boyd supervisó la operación en todo momento y sus ojos se encontraron con los de Sirhan. Esta vez, su mirada era más aguda, más mordaz y más indiferente de lo que supo ser.
—Quédate quieto —le ordenó el oficial.
De pronto, Jim tiró de su remera con tanta fuerza que Sirhan apenas pudo mantenerse en pie y todo su cuello sufrió las consecuencias de una fuente quemazón. Al ver que aún quedaban restos de tela para remover, Jim repitió el proceso hasta que toda la remera acabó en sus manos. Ahora solo faltaba el chaleco antibalas.
Sin perder más tiempo, Jim clavó sus uñas en el cuello de Sirhan y comenzó desgarrar el chaleco y la piel de su víctima con sus garras de lobo. Sirhan se encorvó para soportar el dolor y comenzó a gritar, pero el oficial le metió la mano hasta la garganta para obligarlo a callarse.
El hijo de perra no se detuvo hasta que el chaleco se deshizo en sus manos y le dejó a Sirhan un largo zarpazo en la espalda que ya había comenzado a sangrar. Luego, tomó ambas prendas, las abolló y las perdió en una esquina cualquiera. Como remate final, le dio a su víctima unas cuantas palmadas en la espalda, y los gritos de Sirhan traspasaron las paredes. Una vez más, una mano en la garganta lo acalló.
—¿En serio creíste que éramos mellizos?
Sirhan se volteó y vio que Jim tenía la mirada fija en Kate, aunque las palabras no le estuvieran dedicadas. Ella se resistió al contacto visual para no darle una falsa sensación de triunfo. Sabía que el encuentro inicial no había sido ninguna casualidad: Jim había sido enviado por el gobierno para acabar con su hermano.
—Al menos descubriste lo de «siete veces siete» —continuó Jim mientras jugaba con su pistola.
—Lástima que no obedeciste a tu propio consejo —dijo una voz extraña.
Ted entró en escena con un sobretodo negro y un porro a medio terminar. Sirhan le gruñó a la distancia mientras recordaba la pintura roja, la colilla de su cigarrillo y el número siete. El otro lo miró con una actitud altiva a través de sus lentes y se perdió con los demás guardias.
«Mierda», pensó Sirhan al notar que había tenido razón todo ese tiempo. El número siete indicaba su posición en la lista y el día en el que deberían atraparlo. Gracias a las noticias, Radio Carón había difundido la orden de captura y había reunido a las fuerzas imperiales. Sin lugar a dudas, una jugada excelente.
—Arriba —le indicó Jim y Sirhan se colocó en un inmenso pedestal de madera—. Quédate quieto o te vuelo los sesos.
Jim se unió a los demás y los siete hombres se agruparon en una ronda para tomar una decisión. Acordaron quién moriría primero gracias a un par de asentimientos y miradas furtivas y comunicaron su decisión con las pistolas en alto y los cañones a la altura de la cabeza de Sirhan.
Kate suspiró y deseó que la mataran de la misma manera. Sabía que le esperaban una larga ronda de interrogatorios y torturas, pero no cedería. Sus secretos se irían a la tumba con ella.
—Es una pena, campeón —le dijo Boyd—. Podrías haber llegado lejos. ¡Bute House ahora y siempre!
—¡Bute House ahora y siempre! —repitieron sus esbirros con una típica coordinación hitleriana.
Hake dio un paso al frente y les ofreció un pañuelo para taparse los ojos, pero tanto Sirhan como Kate rechazaron su propuesta. El tipo sonrió y aprovechó para sujetar sus manos y pies con sogas resistentes para evitar cualquier tentativa de escape. Sirhan disimuló una mueca de dolor ni bien la cuerda comenzó a quemar sus manos con fiereza, y Kate murmuró algo ininteligible que se perdió entre la madera.
Detrás de ellos, Fagler y Jim colocaron unos sacos que recibirían a los cadáveres. Sirhan sucumbió ante un escalofrío, uno de los últimos. Los dos hombres lo observaron con perversidad y sonrieron.
—Hagámoslo a lo película yanqui —sugirió Boyd, divertido—, ¿cuáles son tus últimas palabras?
—Puta rata traidora —siseó Sirhan—. Muérete.
—Salvo que tú serás el que muera —sentenció el rubio.
Boyd cargó el arma y apretó el gatillo sin darle tiempo para nada más. Gracias a un sutil movimiento, su corazón se salvó del impacto, pero su hombro izquierdo sucumbió ante el calor del plomo. Sirhan batalló contra las cuerdas mientras sus captores reían de su impotencia y del reguero de sangre que salía de su hombro perforado. Los movimientos hicieron que Sirhan tropezara y cayera a centímetros del saco de los muertos. Jim fue en su auxilio con una sonrisa en el rostro.
—¡Levántate de una vez, negrata! —le ordenó.
Sirhan lo intentó, aunque el dolor que carcomía sus músculos y ligamentos desgarrados se lo impidió. No dispuesto a seguir con el espectáculo mucho tiempo más, Jim lo tomó del hombro y tiró de él hasta obligarlo a ponerse de pie. Una verdadera ola de calor infernal recorrió el brazo de Sirhan, y de sus labios escapó un gemido que perforó las paredes. Al parecer, la bala continuaba metida en su carne.
—Calla, mierda, calla —le ordenó Jim mientras le tapaba la boca con la mano.
Kate susurró unas palabras que ninguno comprendió y contuvo un ataque de lágrimas: Sirhan no se merecía toda esa crueldad. Divertido, Jim la miró con fijeza, pero ella contrarrestó su actitud perversa con una cara neutral. Sirhan la observó por última vez y notó cómo las esperanzas de Kate escapaban de esos ojos color turquesa.
Jim dejó a Sirhan de pie en el pedestal y el proceso se repitió. Boyd con la mano sobre el cargador; los súbditos y su mirada desafiante; Sirhan con los ojos en blanco para evadir la realidad.
Un nuevo disparo. Esta vez, más rotundo, pero mucho menos contundente. Su instinto llevó a que Sirhan abriera los ojos y viera el momento exacto en el que una bala daba de lleno contra el cuerpo de Hake. Los demás emitieron un mierda en conjunto y comenzaron a buscar al enemigo.
—Son ellos —murmuró Kate, sin nunca dejar de mirar la puerta.
—¿Ellos? —inquirió Sirhan, extrañado—. ¿Quiénes son ell…
Su pregunta quedó suspendida en el aire cuando una verdadera cantata de balas silbó por todo el lugar. Los enemigos comenzaron a avanzar, armados hasta los dientes, sin nunca dejar de disparar. Sirhan no podía verlos a esa distancia, pero estaba seguro de que la diferencia numérica era abrumadora. Al menos, eso le hacían creer las caras de pánico de los hombres de Boyd.
—¡¡Refuerzos, necesitamos refuerzos!! —gritaba Jim a través del radio—. ¡El código me importa una mierda, Mark! ¡El Príncipe está con nosotros! ¡¡¡Trae los putos refuerzos!!!
Sirhan se volteó para buscar al Príncipe y notó que Boyd se había refugiado detrás de sus hombres e iniciaba el contraataque con una puntería mortal. Los primeros invasores fueron recibidos por su fuego y atravesados por las balas.
Horrorizado ante el espectáculo, Sirhan miró de soslayo a Kate y notó que ella se había arrojado al suelo y ahora batallaba con las cuerdas. Abandonó su estado hipnótico y la imitó, aunque tampoco obtuvo resultados satisfactorios. Inmóviles como cadáveres, observaron cómo las balas rozaban sus cabezas y penetraban en cada rincón del lugar. En el galpón, había pólvora en las paredes y sangre en el cemento.
De pronto, Boyd les clavó una mirada asesina. Sirhan se estremeció: la desesperación se había adueñado de su rostro y las facciones del siempre misterioso hijo de Rhona Greer eran irreconocibles. Sus ojos se sacudían como planetas fuera de su órbita y su mano apenas podía acoplarse a la pistola para realizar la próxima maniobra.
Nuevas balas obligaron al rubio a arrojarse al suelo justo cuando iba a dar una orden importante. Permaneció tirado un buen rato mientras observaba cómo sus súbditos resistían a los embates enemigos. Cuando por fin se armó de valor, infló sus pulmones de aire y su cuello se hinchó tanto que reventaría en cualquier momento. Y entonces exclamó:
—¡¡A un lado todos!!
El grito desgarró las paredes casi tanto como su garganta, pero consiguió los efectos esperados. Los súbditos obedecieron y se deslizaron por la puerta hasta desaparecer en el interior del galpón. La maniobra tuvo consecuencias inmediatas: casi al instante, una lluvia de plomo cayó sobre Sirhan y Kate y comenzó a golpear contra el muro.
Desesperado, Sirhan arremetió contra las sogas una vez más, pero estas permanecieron tan rígidas como siempre. Varias balas rozaron su piel y le abrieron importantes tajos que lo hicieron retorcerse del dolor.
Los hombres de Boyd no se detuvieron a observar su sufrimiento y nunca dejaron de atacar. Los primeros enemigos comenzaban a materializarse en la puerta y eran masacrados sin piedad. Los gritos comenzaron a multiplicarse. Un grito, una muerte. Un grito, una muerte. Ungritounamuerte.
—¡Mierda! —exclamó Kate, entre gemidos.
Una bala había perforado su pierna izquierda, y la catarata de sangre que salía de su rodilla se unió a la laguna general. Ella intentó contener la herida, pero no pudo hacer nada más que presionar contra el piso con impotencia. Sirhan se mordió los labios al notar que no podía ayudarla y deslizó un par de mierdas aisladas
De pronto, y como si una voz celestial hubiera ordenado el fin del primer acto, los disparos cesaron. El galpón volvía estar calmo y los invasores se habían replegado.
Sirhan giró para observar el nuevo panorama, aunque el dolor de su hombro herido le impidió moverse solo unos pocos centímetros. Intentó rodar, pero la bala que tenía incrustada en la carne lo hizo gemir de dolor una vez más. De soslayo, vio cómo las puertas del galpón estaban vacías y que los guardias imperiales iban de un lado al otro como termitas alteradas.
—¡¡Jagar, cuidado!! —exclamó Boyd mientras se arrojaba al piso y se cubría la cabeza.
Jagar fue derribado con una rotunda patada que lo dejó grogui sobre el piso. De inmediato, y sin darles tiempo para reaccionar, tres nuevos hombres vestidos de militares se deslizaron por el techo y aparecieron en escena. Todos llevaban un uniforme especial, el del ejército británico, y una carga mortal en sus manos.
Jim besó el cemento gracias a la gentileza de uno de ellos, lo que hizo que Sirhan sonriera con perversidad. Una palabra comenzó a escapar de su boca en un balbuceo.
—Mátalo.
Dególlalo con una espada.
Ampútale las cuatro extremidades con un hacha.
Ábrele el cráneo de un balazo.
Rebánalo en cubos de veinte centímetros y hiérvelos en aceite caliente.
Ofrécelo como tributo a las ratas o a los dioses o a los cuervos.
Arráncale los testículos y ponlos en un muestrario.
Ahórcalo hasta que se vuelva rojo, y violeta, y blanco.
Arráncale los ojos con dos tenedores.
Pínchale el corazón con un hierro caliente.
Hazle lo que quieras.
Pero mátalo.
Y, mientras los invasores entraban en escena como un verdadero malón troyano, dos pies hicieron estallar el vidrio de la ventana y una figura se materializó junto a Sirhan. Iba armado y llevaba una máscara de gas al igual que el resto de sus compañeros que lo hacía verse intimidante.
El enmascarado lo miró unos segundos, como si quisiera hacer o decirle algo, y el estómago de Sirhan se retorció del temor. Máscara de Gas dio un par de pasos y se detuvo frente a Kate.
El proceso fue el mismo. Máscara de Gas observó a Kate y se inclinó para estudiarla con mayor detenimiento. Ella lo siguió con la mirada en todo momento, sin flaquear ante el temor. Incluso mantuvo la compostura cuando el desconocido desenfundó un cuchillo que le evocaba malos recuerdos y se dejó liberar.
Primero fueron sus manos. Las deslizó con sutileza justo cuando los hombres de Boyd recibían la primera camada de refuerzos. Fagler vio sus intentos de escape, pero estaba demasiado ocupado con el ejército inglés como para intervenir. Mejor así. Máscara de Gas desató los pies de Kate e intentó ayudarla a levantarse, pero la respuesta de ella fue contundente.
—Ayúdalo —le indicó mientras reunía todas sus fuerzas para señalar a Sirhan con su índice—. Yo puedo sola.
Era mentira; Kate se había fracturado la rótula y apenas podía moverse unos centímetros, pero no dejaría a Sirhan en la boca del lobo. Máscara de Gas la miró con orgullo, hizo el típico saludo militar y se abalanzó sobre su nuevo objetivo.
Cuando llegó el turno de Sirhan, más de veinte ases trataban de penetrar al interior del galpón con balas, gases lacrimógenos y lanzallamas. La mayoría de los súbditos de Boyd yacían inmóviles sobre el suelo con el pecho abierto y sangrante. Evan había desaparecido, pero estaba claro que no había ido muy lejos.
Algunos Ases avanzaron hacia Sirhan, pero su misterio protector solo necesitó dos disparos para sumarlos al cúmulo de cuerpos que se agolpaban sobre el piso. Máscara de Gas no perdió su preciado tiempo y cortó las ataduras con un par de tajos en cada extremidad.
—Gracias —susurró Sirhan ni bien pudo moverse, como si la cortesía importara un carajo.
Máscara de Gas no contestó. Su mirada estaba fija en un As que venía hacia ellos con una granada de aturdimiento en una mano y una pistola en la otra. Al ver que aún no podrían escapar, el salvador hurgó en su chaleco, sacó el lanzallamas que tenía reservado para la ocasión y activó el mecanismo.
Como respuesta, el fuego surgió del caño y arremetió contra el rostro del as. Sirhan se horrorizó al ver cómo el pelo del enemigo se incendiabs y, poco a poco, la cabeza, el cuello y el torso corrían la misma suerte. Segundos después, el cuerpo de la víctima cayó al piso, rodeado de llamas ardientes.
—Vámonos —les dijo Máscara de Gas y su voz le resultó familiar a Sirhan
Kate obedeció e intentó ponerse de pie, pero sus piernas flaquearon y todo su cuerpo se estrelló contra la madera. El estruendo atrajo la atención de nuevos intrusos y obligó a Máscara de Gas a derribarlos como verdaderos bolos humanos. Tres disparos más tarde, el tipo le extendió la mano y ayudó a Kate a levantarse. En ese momento, una bala rozó las costillas de Máscara de Gas y lo obligó a acelerar el trámite.
Una eficaz línea de Ases comenzó a desfilar en el interior del galpón, dispuesta a liquidar a los invasores. El ejército británico delineó un cordón alrededor de sus protegidos para mantenerlos alejados de los proyectiles y contraatacó. La batalla se volvió cada vez más cruenta y varias extremidades amputadas comenzaron a decorar el piso. A lo lejos, se oía el ajetreo de nuevas sirenas que se acercaban a toda velocidad.
—¡Aquí! ¡Suban! —les ordenó de pronto una voz.
Sirhan levantó la cabeza y vio dos brazos colgantes que se asomaban por la ventana rota y los invitaban a subir. Como si se conocieran de toda la vida —o quizá por esa misma razón—, Kate y Máscara de Gas intercambiaron miradas, y él la tomó por la cintura y la levantó. Kate contuvo los gemidos en todo momento para no alertar al enemigo y comenzó a trepar por los muros con uñas y dientes. El que estaba del otro lado la ayudó a avanzar, y su figura se hizo cada vez más pequeña hasta desaparecer.
—¡Sirhan, cuidado!
El grito de Máscara de Gas alertó a Sirhan justo cuando un oficial se le acercaba con una filosa navaja en los labios. Gracias a un ágil movimiento, Sirhan esquivó el filo, aunque su gemelo derecho se llevó un buen tajo en el proceso. Como no podía ser de otro modo, Máscara de Gas le cubrió la espalda e incineró a un segundo as con lo que quedaba de su lanzallamas. Sirhan se estremeció; el olor de carne humana cocida hasta comenzaba a parecerle delicioso.
Ni bien logró pararse, imitó los pasos de Kate. Un segundo soldado se asomó por la claraboya y estiró los brazos, expectante. Sirhan dio un salto tan limpio que hizo que las manos de ambos se entrelazaran a la perfección, pero el brutal movimiento desgarró aún más su hombro herido. Esta vez, las lágrimas fluyeron como un manantial incontenible.
El hombre de la ventana observó su sufrimiento y no dudó en soltarle el brazo herido. Sirhan lo recibió con un calor que le carcomía las entrañas y emitió un largo suspiro. De imprevisto, Salvador 2 lo agarró del codo derecho y tiró. Tiró y tiró, hasta que por fin alcanzó el torso de su objetivo.
Sirhan dio el impulso que le faltaba con su mano hábil y alcanzó el techo casi con la misma agilidad que Kate. Desde allí, observó cómo los cadáveres de ingleses y escoceses se multiplicaban en el interior del galpón, en un espectáculo macabro.
El pecho desnudo de Sirhan sufrió los embates de la brisa helada, y el techo curvo obligó a sus piernas a aumentar la presión para evitar una caída libre de más de cuatro metros. Dolorido, Sirhan se llevó las manos al hombro para contener la hemorragia, pero sus enemigos no le dejaron apretar la herida ni por cinco segundos.
—¡Por aquí! —ordenó uno de los ases y los demás salieron del granero en tropel.
Kate no perdió ni un segundo y comenzó a bajar las escaleras de incendios con un solo pie. Sirhan la vio perderse en la hierba con gran sutileza, rodeada de algunos fogonazos. Un par de oficiales británicos le cubrió la espalda, pero Kate no se contentó con eso y se unió al tiroteo. De la joven dulce e inocente que jugaba con sus anillos, solo quedaban algunos restos.
—Imperiales de mierda —masculló Salvador 2 y obligó a Sirhan a regresar a la realidad.
Una línea de cinco ases armados con fusiles de asalto se colocó en el ángulo adecuado para volarles la cabeza. Salvador 2 derribó a un par con balas certeras, pero los demás le regresaron la gentileza y le abrieron tres agujeros en el pecho. Ver cómo el tipo de derrumbaba herido o muerto, motivó a Sirhan a entrar en acción.
Alcanzó las escaleras en pocos segundos, aunque el descenso fue un poco más accidentado. Cada vez que daba un paso, su hombro latía con fuerza y la bala que tenía dentro se sacudía sin cesar. Kate y un grupo de británicos mantuvieron a raya a los asesinos de Salvador 2 y le allanaron el camino a Sirhan.
—Ya era hora —le dijo Kate ni bien Sirhan puso un pie en la hierba—. Vámonos antes de que lleguen los…
—¡¡Refuerzos!! ¡¡Refuerzos!! ¡¡Por aquí!! —los interrumpió Jim con un grito de guerra.
El corazón de Sirhan dio un vuelco. Una verdadera horda de hombres de blanco con un as de picas en el centro avanzaba por el extremo este del parque, presta para el ataque. Como respuesta, nuevos miembros del ejército británico aparecieron entre las matas, dispuestos a liquidar el asunto de una vez. Estaba claro que aquella situación no podría prolongarse mucho tiempo más, y Sirhan comprendió que necesitaban entrar en acción.
El detonante fue una lluvia de balas que rebotó en las paredes del galpón y abrió una nueva herida en la pierna de Kate. Su aullido de dolor se expandió por todo el parque y paralizó la acción durante unos segundos. El soldado que tenía enfrente observó a Sirhan y le dejó claro lo que debía hacer.
Sirhan asintió, consciente de que su hombro no resistiría demasiado tiempo sin salirse de su sitio, y decidió cargarla. Sus gritos partieron la tierra ni bien Kate descansó entre sus brazos y comenzaron a caminar. Ella se resistió en todo momento, incapaz de soportar el sufrimiento de su mejor amigo, pero Sirhan no dio el brazo a torcer y avanzó al compás de la cuadrilla.
—Ya estamos cerca —los alentó uno de los guardias.
Ni Sirhan ni Kate le creyeron: la hierba se extendía hasta el infinito y nada daba indicios de querer romper el patrón. Los ases comenzaron a trazar círculos cada vez más pequeños con sus motocicletas, pero los ingleses se multiplicaron como ratas de alcantarilla y comenzaron a detenerlos. Gracias a unos fierros que los británicos hundieron en las ruedas, varios ases volaron por los aires y fueron recibidos por decenas de proyectiles.
De pronto, una bala perdida dio de lleno en el custodia de Sirhan y le abrió la cara en dos. El escudo humano empujó al herido fuera de la ronda y dejó que convulsionara en el césped hasta morir. Luego, decidieron cambiar de planes y avanzaron por el extremo este.
—Yo… puedo… sola… —insistía Kate entre gemidos—. Ya bá… bájame por f… favor.
Sirhan sabía que no era cierto: el rostro de Kate empalidecía cada vez más y sus respiraciones asmáticas indicaban que pronto se quedaría sin aire. Sus últimos ligamentos sanos del hombro comenzaban a cortarse, pero aun así él no se dio por vencido. Escaparían de allí juntos. Vivos o muertos, pero juntos.
Un nuevo disparo a la altura de las costillas arrojó a Sirhan al suelo y precipitó su final. Kate apenas pudo estirar las manos para no golpearse el rostro y su rodilla herida se hincó en la tierra con fiereza. Sus gritos se volvieron aún más agudos, más fríos, más apagados.
Dos soldados los ayudaron a levantarse, pero ya era demasiado tarde. Tres enemigos se acercaban con sus lanzallamas a toda velocidad, como verdaderos dragones feroces. Por el otro lado, una motocicleta silenciosa rodeaba el laberinto de pinos con los faros apagados.
Los cuatro custodios que quedaban en pie resistieron hasta sus últimos suspiros, pero sus pechos agujereados ya no podían soportar el combate. La caída de uno motivó la del resto y un aterrador efecto dominó volvió a cubrir de cadáveres a Sirhan y Kate. Seis cuerpos yacían en el piso, listos para que alguien los liquidara.
Un estruendo después, los hombres dragones fueron derribados por una fuerza sobrenatural. El causante era el motociclista misterioso que avanzaba con los faros apagados y un letal fusil de asalto en la mano derecha. Algunos ases intentaron derribarlo, pero el otro continuó su avance en todo momento pese a estar herido.
Como si fuera una señal, Sirhan y Kate hicieron un esfuerzo sobrehumano para quitarse los cuerpos de encima y esperaron a su salvador con el corazón en la garganta. Los segundos pasaron como minutos y los minutos como horas.
—Prepárate —le dijo Kate, con los brazos en alto.
—Lo estoy —mintió Sirhan.
El de la motocicleta levantó las manos del manubrio e intentó sostenerlos a ambos, aunque solo logró sujetar el codo de Kate con un movimiento brusco. Mientras ella se acomodaba en su sitio con las energías renovadas, el otro nunca se detuvo.
Sirhan los vio perderse en el follaje y su esperanza comenzó a extinguirse casi tanto como su vida. Dio los últimos suspiros y observó su brazo sangrante una vez más mientras deslizaba una muda súplica llena de palabras incomprensibles.
Dios
v
i d
a
a
y
u
d
a
s a l v a r
K
a
t
e
Kate
KATE.
Sus plegarias dieron frutos. La motocicleta giró a medio camino y comenzó a avanzar hacia Sirhan en un eterno zigzag que buscaba esquivar los cadáveres del piso. Algunas balas fugaces intentaron detenerlos, pero Kate repartió disparos a diestra y siniestra que mantuvieron a raya al enemigo.
De pronto, tres disparos que rozaron la cabeza de Kate obligaron al conductor a dar un viraje brusco que casi los arroja al suelo. Sin embargo, no tardaron en reponerse y volver a la carga, esta vez, a mayor velocidad. Sirhan exhaló con fuerza y se preparó para la maniobra. El motociclista estiró los brazos y Kate retrocedió para no obstaculizar la tentativa. Todo estaba listo.
Sirhan contó hasta tres y saltó. Una bala acompañó su recorrido y rebotó contra los rayos de la motocicleta. El as que le había apuntado deslizó un contundente «¡Puta madre!» al ver cómo nada ni nadie podía detener a Sirhan.
—¡¡Agárrenlos!! ¡¡Se escapan!! —ordenaba Jim, con las venas del cuello infladas por el esfuerzo—. ¡¡Plan B!! ¡¡Puta madre!! ¡¡Plan B!! ¡¡Plan B!!
El oficial estaba furioso y repartía órdenes como un maniático, aunque sus palabras ya no podían cambiar el rumbo de los acontecimientos. La victoria era de Sirhan.
—¡Te tengo! —murmuró su salvador.
El movimiento brusco hizo que la bala rasgara aún más su hombro y terminara de desgarrarlo por completo. Sirhan mordió sus labios para contener el dolor mientras intentaba acomodarse delante de Kate con su único brazo útil. Por fin, lo logró y pudo sentir cómo el asiento de la motocicleta se le incrustaba en el trasero. Ahora solo quedaba dejarse llevar.
Pero el dolor de Sirhan aumentó y el de la moto tuvo que desconcentrarse del camino un instante para murmurarle unas palabras de aliento. Que ya faltaba poco, que resistiera, le decía, aunque Sirhan no podía entender ni una sola frase. Su cabeza estaba ardida y su hombro había adoptado una coloración pálida por debajo de la laguna ocre. Rogó que pudieran escapar de allí lo antes posible, pero el destino se empeñó en frustrar sus planes una vez más.
De pronto, y cuando ya estaban cerca de cruzar el parque, cinco ases los sorprendieron y arrojaron una granada aturdidora delante de ellos. Un destello de luz blanca les quitó la visión por unos segundos y el fuerte estruendo hizo que la cabeza de Sirhan estuviera cada vez más cerca de explotar. El conductor apenas pudo batallar contra su retina enceguecida y se ligó un buen disparo a la altura del pecho. Por fortuna, su chaleco detuvo el impacto y el salvador pudo seguir en carrera.
Al ver que los enemigos aprovechaban el efecto enceguecedor de la granada, Kate hurgó en el baúl de la motocicleta, sacó una segunda pistola y comenzó a atacar. Con una precisión maquiavélica, derribó a dos hombres e hizo que los demás retrocedieran algunos metros. Mientras tanto, el conductor maniobró para dejar una mano libre y le voló los sesos a un as que venía de frente.
Cuando solo quedaba una pareja de oficiales en pie, una nueva bala perforó al conductor y se hundió dentro de su chaleco. Él contuvo un gemido y se mantuvo firme, siempre con la vista al frente.
Por el contrario, era Sirhan el que comenzaba a desfallecer. El dolor de la bala que había penetrado en su hombro se había intensificado tanto que ahora era insostenible. Frente a los gemidos de su amigo, Kate comprendió que debía hacer algo, le llevó las manos al hombro e intentó contener la hemorragia. Esto aumentó aún más su dolor, pero fue un mal necesario. Sirhan le agradeció por lo bajo, aunque sus palabras se perdieron en medio del tiroteo.
La conciencia huyó de él poco a poco, a medida que la motocicleta se acercaba al enemigo. Sus ojos borrosos apenas podían distinguir algo más que los vestigios de un parque atestado de cadáveres. Los oídos eran su único radar, aunque con el tiempo comenzó a escuchar un ruido blanco, seguido de una explosión.
El viento le trajo el aroma de Kate y el de su salvador y lo último que pasó por su mente fue un nombre, un rostro, un galpón, una figura pálida y una palabra. No era la primera vez que la decía, pero sí podría ser la última.
—Muerto.
Muerto.
Muerto.
Sin palabras. Solo queda el epílogo para poder saber qué fue lo que pasó después. No se lo pierdan. TUDUM puede esperar (mentira, jeje).
Les dejo un meme para subirles los ánimos y me retiro como el hombre misterioso que soy...
¡Nos vemos el sábado!
xxxoxxx,
Gonza.
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