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Capítulo 43

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«El triunfo es nuestro». (Rhona Greer: discurso nro. 127, 10/10/2020).
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—¿Qué es el ERB?

—El ERB: Ejército Revolucionario Británico. Un grupo clandestino de resistencia formado por oficiales que buscan la reconquista de Gran Bretaña —repuso Kate con su definición de manual.

—Espera un segundo, ¿Gran Bretaña? Mi padre era del ejército escocés. ¿Cómo explicas eso? —la desafió Sirhan.

—¿Estás seguro? —preguntó ella, sin dejar de seguirle el juego.

De hecho, no lo estaba. Sus únicas certezas descansaban en unas palabras vagas y escuetas y en un retrato en primer plano de sus padres. Ahora entendía por qué habían cortado el uniforme de Takeo a la altura de los hombros: para ocultar sus insignias del ejército británico.

«Imbécil», se dijo Sirhan, consciente de que había tenido la verdad frente a sus ojos toda la vida y jamás la había descubierto. Manoteó un árbol y se apoyó en el tronco para aferrarse a algo que no fuera tan inestable como su propia historia. Su identidad cambiaba, su pasado era un fraude, sus certezas caían en picada por un abismo sin fin.

—Eres británico —ratificó Kate—. Somos británicos. Nuestra nacionalidad es un crimen.

Era la verdad y Sirhan no podía hacer nada más que rendirse ante ella. Desesperado, destrabó el seguro del arma y apuntó a ninguna parte.

—Nuestros padres se reencontraron un cinco de febrero, la primera vez que me invitaste a tu casa, ¿te acuerdas? —continuó ella y Sirhan no pudo ocultar su cara de sorpresa—. Ambos jugábamos videojuegos en tu habitación mientras ellos debatían sus próximos movimientos en la sala.

»Recuerdo que tuve que quedarme una hora más porque no llegaban a un acuerdo. Mi padre insistió para que toda tu familia se involucrara en el proyecto, pero el tuyo se negó. Takeo no quería que su familia se convirtiera en un centro de operaciones subversivas. Quería hacer las cosas solo, a su manera. Quería protegerlos. Quería protegerte.

»Tampoco se quedó de brazos cruzados. Te dejó pistas, pero tú nunca las viste. Entonces comprendió que su hijo no era ningún revolucionario y dejó que tuvieras una infancia normal. Más de una vez quiso decírtelo, pero se arrepintió a último momento. Si te negabas, tendría que matarte.

Kate pronunció las palabras con tanta calma y sangre fría que a Sirhan le parecieron insultantes. Se lo hizo saber con la mirada, y ella dio un paso atrás al ver que salía de sus ojos.

—No me mires así, yo no inventé las reglas —se justificó—. El gobierno sabe de nosotros y exponer a toda la organización por culpa de un imbécil sería muy arriesgado.

—Gracias por lo de imbécil —repuso Sirhan, aún más molesto.

—De nada. Y ya que hablamos de imbéciles, supongo que te habrás dado cuenta de la utilidad del desarraigo: en palabras de Rhona, «deshacerse de esos ingleses de mierda».

—Si tu mentira fuera cierta, entonces me habrían matado hace rato —contraatacó Sirhan.

—Serviste a sus intereses sin saberlo —repuso Kate, seria como nunca—. Hiciste lo que nadie más se había atrevido: asesinar a mi hermano.

—Lo siento —murmuró Sirhan.

—No, no lo sientes. Y no te culpo por eso.

Kate tenía razón. La muerte de Ezra estaba plagada de claroscuros, claroscuros que poco a poco mutaban al blanco, al rojo y al negro; claroscuros que acababan en la muerte.

—Ezra ingresó a la lista negra el cuatro de noviembre a la una de la tarde. La razón fue contundente: «Violación del régimen de incomunicación parental, conspiración antipatriótica, afrenta a los líderes de la organización desarraigal y actividades secretas peligrosas» —recitó sin olvidar ni una sola palabra—. En español, los soldados habían descubierto que Ezra nos enviaba cartas cada dos domingos y habían informado a las autoridades.

»Primero detuvieron a Dolan O'Brien, un gendarme amigo de mi padre que recogía las cartas de los basurales y se las entregaba a mi familia. Lo llevaron a la sede central del ejército y lo obligaron a confesar a base de picanas eléctricas. Así, consiguieron lo que buscaban: localizar a Ezra. Luego, con O'Brien, al agua pato.

»Sin embargo, los hijos perra fueron más allá y aprovecharon la información de O'Connor para responder sus cartas como si fuéramos nosotros durante varias semanas. Mi padre no tardó en notar que algo andaba mal y me ordenó que fuera a buscarlo. Ezra era demasiado importante para la organización como para perderlo.

»Burlé a los guardas y atravesé la frontera disfrazada de un chico común y corriente. Recuerdo que mi hermano me hizo un interrogatorio de tercer grado por el interfono antes de dejarme entrar. Era entendible; Ezra ya había entrado a la lista y debía manejarse con suma cautela.

»Te sorprenderá saber que mi pase de entrada fue una vieja canción infantil: Incy wincy spider / Climbed up the water spout / Down came the rain / And washed poor incy out. Fue la única canción que mis padres le cantaron de pequeño —confesó, algo dolida.

»No sin desconfiar, Ezra me recibió en las escaleras y me invitó a pasar. Subimos rodeados de muchachos de miradas torvas e insidiosas que habían identificado lo que ellos llamaban el olor a hembra. Recién cuando estuvimos puertas adentro, mi hermano me dio un fuerte abrazo, de esos abrazos de despedida, y me contó la verdad. Por suerte, había descubierto a los hijos de perra justo a tiempo y había dejado de enviar cartas la semana anterior.

»Recuerdo que suspiré de alivio, ignorante de que Ezra aún tenía mucho para contarme. Él me pidió que lo esperara en la sala y se perdió en la habitación. Cuando regresó, tenía algo en la mano. Una carta. Tu carta.

Kate se detuvo cuando su voz comenzó a quebrarse por el dolor. Se acomodó una vez más contra la pared y palpó la hierba, las matas y las paredes. Era su modo de estar cerca, de revivir los últimos pasos de su hermano, casi idénticos a los suyos. Sabía que Sirhan había bajado la guardia hacía rato y que su atención ahora estaba centrada en la historia, en su historia. Él la buscó con la mirada. Ella, como durante toda la noche, lo rehuyó.

—Ambos leímos la sentencia de muerte en voz alta, carcomidos por la intriga, y pasamos toda la tarde inmersos entre hipótesis que no nos conducían a ningún lado. Y mientras más observaba la carta, más me daba cuenta de que algo se me pasaba por alto, algo que la prisa no me permitía descubrir. Hasta que por fin lo noté.

»Recuerdo que comencé a temblar cuando reconocí tu caligrafía y que el vaso de cerveza que Ezra me había servido escapó de mis manos y se estrelló contra el parquet. Él me reprimió, pero cuando descubrió la razón del escándalo, los vidrios del piso le importaron un carajo.

»Por supuesto que era una corazonada sin pies ni cabeza; sin embargo, poco a poco comenzó a tomar forma cuando mi hermano recordó la conducta sospechosa del vendedor de cepillos. Me lo describió con lujo de detalles y su descripción encajaba contigo. Y, si tú eras el vendedor, entonces en verdad estabas más cerca de lo que creíamos. Pero aún había mucho que demostrar.

»Esa misma noche acordamos las tres preguntas que Ezra te haría, por si acaso no volviéramos a vernos. Ni bien me fui, mi hermano siguió solo con sus pesquisas. Tenía quince días para confirmar tu identidad y no tuvo mejor idea que hacerlo durante tu última carrera.

SIRHAN BAY (2) +1

Ezra Derricks B•666 (hace un minuto)

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—La impotencia me carcomía por dentro: más de una vez tuve la tentación de regresar a su apartamento para darle una mano, pero me contuve a último momento: los hombres de Rhona ya me habían localizado y estaban detrás de mí. Intenté ocultar las preguntas cada vez que tú las respondías, pero siempre había alguien que las removía. El hijo de perra leía las pistas y volvía a ocultarlas, como si yo fuera una imbécil. Nunca descubrí su identidad, pero tengo una idea bastante acertada sobre quién puede ser.

Alarmado, Sirhan se aferró a la pistola y dio un vistazo panorámico, dispuesto a identificar enemigos. Nada, nadie. La noche permanecía calma, sin grandes sobresaltos. El sonido de las cigarras marcaba los interminables segundos, estancos como agua de pozo.

—El día final fue una verdadera tortura —confesó Kate—. Ezra se había negado a que lo acompañara para no exponerme ante el enemigo, pero yo logré convencerlo. Aún no sabíamos de qué lado estabas y un poco de ayuda no le vendría mal. Acordamos que me ocultaría entre los arbustos un cuchillo de cocina y vigilaría la escena desde lejos.

»Cuando te vi en plena noche, vestido con prendas oscuras y armado con tu Beretta usada, comprobé que el juego iba muy en serio. Tenías la mirada fija en el muro y avanzabas como una pantera lista para el ataque. Te oí murmurar decenas de insultos cuando leíste tu nombre en la pared y confirmé que no nos habíamos equivocado. Era la ecuación perfecta.

»Luego, Ezra te llamó y el asunto pasó de castaño oscuro. Mi corazón latía con la misma fiereza que el tuyo, incapaz de soportar semejante adrenalina. Cuando disparaste por primera vez, tuve que ahogar un grito de horror. No quería que ninguno muriera, pero sabía que ustedes no cederían hasta que hubiera un fiambre en el piso. Me debatía entre ayudar a una familia siempre ausente o a un amigo que había dejado de serlo.

Kate había resaltado la palabra amigo con una entonación extraña, como si no quisiera sacar conclusiones apresuradas. Sirhan la miró con los ojos partidos y la incitó a continuar. El final estaba cerca.

—Cuando la bala le atravesó el hombro derecho, comprendí que Ezra necesitaría ayuda. Abandoné mi escondite con el cuchillo en la mano derecha y avancé entre el follaje dispuesta a matarte —reconoció, sin ruborizarse ni un poco—. Pero tú me descubriste.

»Te vi así, tan armado y con tanta determinación, y comprendí que podrías matarme en cualquier momento. Me disparaste y no tuve más remedio que defenderme. Intenté apuntarte, pero mis nervios me traicionaron y el cuchillo se desvió. Créeme, hacía años que no fallaba y justo tuvo que ser ese día. Moeder hoer.

Ya no quedaban rastros de la joven reservada, tierna e impenetrable que había sabido ser. Ahora Kate era fuego, tormenta y huracanes. Sirhan comenzaba a acostumbrarse a su nueva versión e incluso llegó a admitir que la ropa oscura y la actitud distante la volvían aún más hermosa.

—Corría y corría para huir de la muerte y veía como ella se acercaba a mi hermano para darle la estocada final. Refugiada detrás de unos arbustos, vi cómo la cabeza de Ezra se golpeaba contra el aerosol y apenas pude contener las náuseas. Los gemidos finales de mi hermano fueron nuestra despedida. Se iba y me dejaba sola. Sola y rodeada de asesinos —siseó.

De pronto, Kate abandonó su piel de cordero y se puso de pie con una actitud amenazante. En un acto reflejo, Sirhan dio un paso atrás y volvió a llevar la mano al cargador. Ella ignoró la advertencia y avanzó sin temor a las consecuencias.

—Quédate quieta —le ordenó Sirhan—. Aún no acabas.

—Tienes razón —repuso ella—. Ahora viene lo más interesante.

Kate sonrió con sorna y se acorraló contra la pared una vez más. Sabía que Sirhan no le dispararía ni antes ni después del final de su historia. Algunas cosas habían cambiado, pero no todas.

—Un día, mi vecina me dijo que alguien había llamado a la puerta y, al ver que yo no estaba, me había dejado una carta en el buzón. Era tu jefe, Boyd —aclaró, como si fuera necesario—, y me hablaba de la posibilidad de ir a visitarte en Navidad. Mantuvimos una escueta correspondencia, suficiente como para acordar todos los preparativos, y a la mañana temprano pasó a buscarme un tal Scar, Scat o Scott. Así, viajamos rodeados de miles de jóvenes que atravesaban la frontera como si nada pasara y se reencontraban con sus amigos.

»Cuando volvimos a vernos, casi no podía creer que el mismo chico de ojeras largas y ojos rojos que me sonreía desde el otro lado era el asesino de mi hermano. Había intentado convencerme de que matarte sería sencillo, pero ni siquiera me animaba a dar el primer paso. Decidí que lo mejor sería esperar; pronto ellos te meterían en la lista y podría liquidarte a mi manera.

—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos?

—Ya déjame seguir, campeón, que aún no acabo —lo reprendió Kate—. En esos días me enteré que estabas dentro gracias a Radio Carón; mi profecía se había cumplido. Esperé. Esperé durante días la noticia de tu muerte, pero nadie se animaba a ponerte un puto dedo encima. La espera me agotó, y comprendí que la única solución era entrar en acción y matarte con mis propias manos.

»Recuerdo que me temblaba la mandíbula cuando abrí la caja de recuerdos y saqué la carta de mi hermano. Estaba impecable, como todo lo que Ezra guardaba. No te mentiré: arrugar, manchar y empapar el último recuerdo que tenía de él no fue una tarea fácil. Tampoco lo fue dejar la carta en la oficina del repartidor y pensar en tu reacción al abrirla, pero poco a poco lo superé. El día en que me mostraste la nota, estuve a punto de decirte la verdad, pero me contuve. No era el momento ni el lugar apropiado. Este es el momento —ratificó.

—Este es el momento para tantas cosas —le retrucó Sirhan.

—Hay mucho que debes saber, porque hay mucho que ignoras.

—Y tu vida depende de que yo deje de ser un ignorante —gruñó Sirhan.

Ella se acomodó el cabello y miró hacia los lados, alarmada. Al parecer, había escuchado un sonido. Sirhan aguzó el oído, pero no halló otra cosa que el enfermizo canto de las aves. No necesitaban ser más de dos.

—Cálmate, así no lograrás nada —repuso Kate por fin.

—He logrado más de lo que crees.

—Si bien deslizar el papel bajo la puerta cuando te distrajiste no fue para nada difícil, la maniobra del arma en la sala de juegos resultó mucho más arriesgada —continuó ella—. Temía que el sonido del cargador me delatara, pero tú estabas tan enfocado en el juego que ni siquiera lo notaste. Ganar la partida no estaba en mis planes; solo fue la cereza del postre —reconoció orgullosa.

»El último miércoles, las cosas pasaron de castaño oscuro. Sabía que mi mensaje te tomaría por sorpresa, aunque jamás había esperado que salieras de los vestuarios tan asustado. Cuando pusiste la cabeza de Stone sobre la mesa de tu cocina, me di cuenta de que la solución a todos mis problemas no era matarte, sino seguir juntos.

Una vez más, la brisa los envolvió y sacudió la hierba. Sirhan sucumbió ante un escalofrío. Kate comenzó a sollozar, pero se contuvo al instante. No había tiempo para sentimentalismos.

—Escribiste mi nombre con la misma furia que Ezra y hablaste con tanta determinación que estaba segura de que me matarías. Atacarte por la espalda fue mi única alternativa; después de todo, tantos años de artes marciales no fueron en vano —dijo y, de inmediato, cambió la voz a un tono lastimero—. Discúlpame por los golpes y el espectáculo con el cuchillo. Y por el beso —añadió con un hilo de voz.

Sirhan se llevó las manos a la boca y notó que sus labios estaban cubiertos de vestigios de sangre seca que habían empezado a coagular. Aunque le hubiera encantado, no tenía tiempo para enamorarse. Y menos ahora.

—Y por no decirte la verdad —añadió Kate al ver que su amigo no contestaba.

—No te arrepientas de eso. Acabas de hacerlo.

Por primera vez en la noche, Kate oyó palabras francas y sonrió. Sirhan comenzaba a ablandarse, a construir un puente para cruzar el abismo que los separaba. Segundos después, Kate recuperó su seriedad característica y lo miró a los ojos.

—Aún debes saber algo —le advirtió—. Yo no soy tu enemiga. Tu verdadero enemigo fue quien te hizo entrar en esa maldita lista.

De pronto, una bala surcó el aire y avanzó hacia ellos con una precisión letal. Alertado por el disparo, Sirhan se arrojó a la tierra justo a tiempo para que el proyectil rozara su cabeza y continuara su camino. En un ataque de lucidez, se volteó y vio cómo la bala avanzaba hacia su próximo objetivo: Kate Wyman.

¡¡Woooow!! El miércoles que viene tenemos el último capítulo y el sábado, el epílogo. ¡No puedo esperar a que lean el desenlace de esta historia de una vez por todas!

Como ya se viene haciendo costumbre, no hablaré sobre este capítulo. Prefiero dejarles un sitio para descargarse >>

Y ya saben, agárrense de los asientos porque esto solo es el comienzo. 😈

Dedico por acá un espacio especial para el meme más real que verán hoy.

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