Capítulo 41
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«Hicimos historia. Una mujer al mando del ejército vencedor, ¿quién lo hubiera imaginado?» (Rhona Greer: discurso nro. 122, 4/10/2020).
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—Ya suéltame —le ordenó Sirhan por fin, aún con sus labios fusionados con los de su enemigo.
Wolf no se movió y se empeñó en regresar al beso la pasión perdida. Sirhan aprovechó la oportunidad para liberarse de su rival con un fuerte empujón y alcanzar la Beretta gracias a un ágil movimiento de manos. Segundos después, la silueta se precipitaba sobre él y Sirhan la evitaba con un sutil movimiento. Wolf besó la hierba y Sirhan comenzó a correr. Sus piernas se deslizaron gráciles sobre la tierra seca, acompañadas del parpadeo incesante de las luces del galpón.
La sombra lo vio huir sin decir palabra, por miedo a que Sirhan se diera vuelta y le abriera la cabeza de un balazo. «Inténtalo», se dijo mientras se ponía de pie y sacudía sus rodillas manchadas de barro. Bufó y buscó las palabras apropiadas para el momento justo. No tardó en encontrarlas.
—¡Sirh, espera! —dijo de pronto.
Como si fuera una señal, Sirhan se detuvo en seco y se volteó con una actitud intimidante que buscaba ocultar su temor. Fue entonces cuando sus miradas se cruzaron y volvieron a reconocerse, tal como lo habían hecho durante días, durante años. Wolf ya no llevaba la cabeza oculta bajo capucha, tenía el rostro al descubierto. Sirhan deslizó un rictus malévolo y apuntó con la Beretta directo a su corazón. No se había equivocado en ningún momento.
—Kate Wyman —susurró y acompañó sus palabras con una mirada penetrante.
Se limpió la boca para deshacerse de los restos de Kate y se acercó los metros necesarios para que el disparo no perdiera precisión. Estaba dispuesto a matarla y acabar con esa pesadilla de una vez por todas.
Ella reponía a su desconfianza con los brazos en alto y las manos desnudas. «Supongo que es lo mínimo que merezco por no haber podido matarte», quiso decirle, pero las palabras no salieron de su boca. El cuchillo, el mismo cuchillo con el que había intentado matar a su amigo dos veces, descansaba delante de su pie, muerto y estático.
Un silencio mortífero los envolvió durante largos minutos y obligó a Kate a dar las primeras explicaciones. Sirhan no tendría que hacer nada más que escuchar sus pretextos y disparar. Sobre todo, disparar.
—Escúchame, Sirh.
—No me digas Sirh —contraatacó él, agresivo.
—Tú decides si la hacemos corta o si nos divertimos un rato más.
Kate hundió la mano en su cinturón y sacó una Pietro Beretta idéntica a la de Sirhan. Intentó mostrarse firme, pero el pulso trémulo la delataba desde la distancia. No dispuesto a perder su ventaja, Sirhan rugió:
—Tira esa puta arma de una puta vez.
—No creas que una seguidilla de putas te hace un tipo rudo, Sirhan —repuso ella, más calma que nunca.
—Tira esa arma o disparo.
—Dispara, Sirhan, dispara. Demuéstrame que aún te quedan huevos para intentarlo —lo desafío mientras destrababa el seguro.
Ambos rugían con fiereza, pero ninguno se atrevía a dar el primer zarpazo. Sithan y Kate se contemplaron un buen rato, como si no tuvieran nada mejor que hacer, y dejaron que el viento los envolviera en un abrazo mortal. Minutos después, una Kate cansada de la monotonía dio un paso al frente y comenzó a jugar con su pistola.
—Será la última vez que te pido que te quedes en tu puto lugar.
La amenaza de Sirhan hizo que Kate deslizara una sonrisa y comenzara a jugar con el gatillo de la pistola. Ya no quedaban rastros de pasión en su piel, solo de muerte. Ataviada con unas prendas oscuras que la hacían mimetizarse con la noche, poseía la furia de Atenea.
—¿Y qué pasaría si me muevo de este puto lugar? ¿Serías capaz de dispararme, Sirhan? —continuó y, esta vez, saboreó cada letra de su nombre.
—No sería la primera vez.
—Sin embargo, sí será la mía.
De imprevisto, Kate apretó el gatillo. El fogonazo fue seguido por un estruendo que rasgó el parque en dos y espantó a las aves que paseaban por el suelo. Sirhan apenas tuvo tiempo para arrojarse al piso antes de que la bala rozara su cabeza y le arrancara una buena porción de cabello. Su cabeza no sangró, aunque un fuerte ardor comenzó a carcomerle el cráneo. Sirhan postergó el mareo y las náuseas para cuando tuviera tiempo y permaneció junto a la hierba unos segundos, expectante.
—Scheiße! Arsloch! Ich bin ein arsloch!
Tras unas demoníacas palabras que Sirhan no entendió, Kate dejó que el arma se deslizara de sus manos y empezara a caer. Sirhan gozó con la escena y vio cómo la frustración se adueñaba del rostro de su amiga, de su enemiga. Kate amagó con acercarse y él deslizó la mano sobre el cargador para marcar distancia. Tan solo necesitaba apretar un maldito gatillo para terminar con ese puto problema de una puta vez. El problema era que no se atrevería. Kate volvió a arremeter:
—Ich muss dir die Wahrheit sagen —musitó y Sirhan alzó el ceño más de la cuenta, confundido—. Decía que tengo que contarte la verdad.
Sirhan deslizó el décimo rictus de la noche; poco a poco, una máscara que ocultaba mil mentiras se convertía en vestigios de porcelana. Dio un paso al frente, movido por la intriga y su impulso de liquidar el asunto de una maldita vez, y la desafió:
—¿Recién ahora se te ocurre dar explicaciones?
Kate asintió con timidez y elevó los hombros un momento. Miraba a la hierba, incapaz de hacer frente al contacto visual, como si quisiera subestimar el poder de la mirada. Los latidos de su pecho consternado y el temblor de sus labios trémulos eran perceptibles desde la distancia.
—¿No tienes nada para decirme? —insistió Sirhan, harto de jugar a los mimos.
—Discúlpame —articuló ella, agobiada.
Sirhan dio un nuevo paso al frente, y luego otro y otro más. Kate avanzó en reversa para deshacerse de él, pero terminó acorralada contra los muros del galpón. Sus manos se mancharon con la pintura que delataba su nombre.
Jaque y jaque mate.
—¿Me dirás la verdad antes o después de que te mate?
Los gemidos de Kate inundaron el parque y atrajeron a una bandada de cuervos que se colocó sobre el techo del galpón, ávida de carne humana. Ella dio un manotazo desesperado y se agarró de las paredes, como si así pudiera contener el mundo que se derribaba delante de sus ojos. La pesadez llegó a su garganta y alcanzó su cabeza, y el dolor se volvió cada vez más insostenible. Visualizó su propia sangre, sangre que pronto regaría la hierba para hacerla crecer.
—No puedes… No puedes decirme esto —musitó entre sollozos.
Sirhan puso los brazos en jarra y contuvo el impulso de volarle los sesos con dos disparos. Tenía que ser paciente; matarla antes de tiempo solo dejaría miles de preguntas sin resolver.
—¿Por qué no? —preguntó con una voz ronca, ajena a él.
Era la voz de un lobo; de un lobo cansado de tanto ser lobo, cordero, víctima, cómplice, artífice y ejecutor; de un lobo que quería cerrar la historia y cicatrizar sus heridas de una puta vez. Kate respondió con el mismo dolor y el mismo recelo:
—No puedes decirme esto —murmuró, apenada—. Y mucho menos después de haber asesinado sin piedad a mi hermano mayor.
Pero ¿quéeeee? ¿Alguien entiende algo?
Por lo pronto, me haré el misterioso. Solo les dejo un meme y me borro...
¡Nos vemos el sábado!
xxxoxxx,
Gonza.
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