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Capítulo 39

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«¿Sabes una cosa, hijo? Nunca había odiado tanto unos malditos Convenios firmados en 1949 como esa noche». (Mensaje encriptado de Rhona Greer a Evan Greer, 14/12/2033).
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—Diga —preguntó Sirhan con la ronquedad propia de quien recién se despierta.

—¡Hola, campeón! —El entusiasmo de Boyd contrastaba con su voz de dormido—. Supongo que has tenido una noche agitada, ¿verdad?

—De hecho, acertaste.

Boyd sonrió del otro lado y una pequeña esperanza latió en su corazón. Quizá no todo estaba perdido, quizá tendría a Sirhan durante mucho tiempo más.

—Perdona que te haya despertado, pero quería avisarte que hoy no entrenaremos. Fagler y Scat tienen el día libre y aprovecharon para visitar a conocidos que viven en el otro lado.

El otro lado. Lista. Ases. Convención.

Juan Pablo Castell.

—¿Estás solo? —preguntó Sirhan, sorprendido.

—Estaré en mi apartamento todo el día —Boyd evadió la pregunta—. Los muchachos no regresarán hasta mañana al mediodía, aunque…

Aunque… mañana ya no podremos entrenar.

Mañana serás un fiambre.

Te matarán.

¿Te mataré?

Eso no importa.

Estarás muerto al final de cuentas.

Hubo un silencio incómodo que ninguno se esforzó en rellenar. Segundos después, Boyd rompió un mutismo que le podría ser contraproducente.

—Si necesitas algo, estaré en casa —le recordó.

—Está bien.

—Cuídate, campeón. Hablamos luego.

Boyd cortó la llamada sin darle la posibilidad de saludar. A Sirhan le quedaban dieciocho horas de vida y no tendría tiempo para pasar por el apartamento de su jefe. Había sido la despedida final, tan fría y distante como todas las despedidas telefónicas.

Dejó de lado la nostalgia y se dirigió a la cocina para prepararse el último café. El capuchino empapó sus entrañas y le devolvió la lucidez. Revisó el teléfono una vez más mientras se llevaba la taza a la boca.

En ese momento, un mensaje apareció en la pantalla. Era Wyatt. Los labios fríos de Sirhan exigieron un sorbo más antes de abrirlo. Cuando lo hizo, y si fuera una señal, las notificaciones se multiplicaron. Wyatt tenía la maldita costumbre de no usar puntos y seguidos.

Hola, Sir.

Estoy en el comedor.

Ven.

Encontré algo importante que seguro te interesará.

Además, te despejarás un poco.

¿Qué dices?

Sirhan no se hizo rogar y aceptó. Wyatt celebró su decisión con una avalancha de emoticones y le dijo que lo esperaba en cinco minutos. Sirhan dejó su último café a medio terminar y se preparó para salir. Ignoraba las intenciones de su amigo, pero esperaba que ese algo importante no le hiciera perder preciados minutos de vida.

Sirhan se calzó la americana, colocó la pistola en el bolsillo y se apresuró en salir de su apartamento. Cerró la puerta con llave para tener una falsa sensación de seguridad, aunque sabía que se engañaba a sí mismo. Se deslizó con sutileza sobre la acera y coronó cada paso con miradas de soslayo hasta que por fin llegó a su destino.

Esta vez, observó el comedor con otros ojos. Ya no era una estructura de ladrillos huecos rodeada por una fila de jóvenes hambrientos y a medio vestir que esperaban un plato de comida. Ahora era melancolía y desesperanza, era miradas de envidia, era cocineros que repartían los platos a toda velocidad para aplacar el hambre de los muchachos.

De pronto, escuchó un chiflido y se volteó. Wyatt agitaba los brazos detrás de la entrada principal y le pedía que hiciera silencio. Extrañado, Sirhan se levantó del tronco en el que se había sentado y fue a su encuentro.

Con el índice cocido a los labios, Wyatt le indicó que lo siguiera y ambos rodearon el comedor por detrás. Cruzaron un estrecho sendero y se detuvieron frente a una puerta de chapa recién pintada. En el umbral, una bolsa de consorcio obstruía el paso. Wyatt se agachó y la desató.

—Toma, ponte esto —le indicó mientras le arrojaba una remera.

Sirhan frunció la nariz al notar que nadie había lavado esa ropa en meses y se resistió. Wyatt, por el contrario, no tuvo problema en cambiarse y ser un muchacho igual al resto.

—Si no lo haces, no podremos entrar —le indicó—. Cantaríamos demasiado.

Sirhan bufó y se colocó aquellas prendas percudidas por el sudor y la humedad. Wyatt deslizó una sonrisa de triunfo mientras su amigo batallaba con la remera. Cuando por fin lo consiguió, Sirhan lo miró con el ceño fruncido.

—Me veo ridículo.

—No digas eso. Tú también fuiste uno de ellos.

Para la próxima podrías buscar otros botines. Desde aquí puedo ver tus dedos achicharrados.

Wyatt tenía razón. Sirhan se quedó en silencio y esperó que su amigo diera el próximo paso. Wyatt no se hizo esperar y accionó el picaporte. La puerta se deslizó con sutileza y reveló una sala pequeña y oscura inundada de ácaros. Sirhan frunció el ceño y mantuvo la boca cerrada durante todo el camino, aunque en verdad tenía mucho para decir. Así, recorrieron los cuartos de servicio y llegaron a su destino.

—¿Es en serio? ¿Tanto problema para ir a mear? —preguntó Sirhan en un murmullo mientras señalaba los baños.

—Cállate o nos descubrirán.

Un par de muchachos se volteó y los observó de arriba abajo. Las miradas insidiosas los obligaron a entrar y a obligar a sus vejigas a vaciarse. Salieron minutos después, cuando ya no quedaban más curiosos ni orina de los que deshacerse.

—Por aquí —le indicó Wyatt.

Esquivaron la melancolía de los muchachos que paseaban por las mesas y alcanzaron la sección de los murales. Era un lugar apartado, una de esas esquinas a las que nadie atiende. Unas cuantas estanterías soportaban una decena de cuadros de jóvenes vestidos de blanco que intentaban ocultar su temor para la foto. Habían sido tomadas de lejos y casi no podían verse los rostros.

—Mira esto.

Wyatt descolgó un cuadro y lo colocó entre medio de ambos. Extrañado, Sirhan observó la imagen un buen rato, torturado por los ojos de su amigo, pero no encontró nada. Ni siquiera la fecha que aparecía al frente —«30/11/2033»— le decía demasiado.

No se rindió y lo intentó una vez más, pero los resultados fueron idénticos. Al ver que no comprendía su punto, Wyatt volteó la imagen y le mostró la lista de jóvenes que habían ingresado a Moy ese día. Sirhan aceptó su invitación implícita y comenzó a leer.

—Addair, Allfrey, Armour, Baldon, Bissett, Brough, Campbell, Carmickle, Clugston, Colter, Cown, Cragg… ¡Espera un minuto! —exclamó—. ¡Cown! ¡Jim Cown!

Wyatt presionó su brazo con fuerza para obligar a Sirhan a controlar sus tonos. Algunos curiosos se habían dado vuelta y los perforaban con sus pupilas tristes. Ambos los ignoraron; tenían un asunto mucho más importante al que atender.

—Y aún hay más —continuó Wyatt, con una sonrisa de satisfacción.

Colocó el índice sobre la lista y lo incitó a continuar. Sirhan exploró cada línea con una curiosidad casi infantil hasta que encontró lo que buscaba. De pronto, su rostro mutó y debió reprimir un «puta madre» para no cantar demasiado. La verdad escapó de su boca en un balbuceo.

—Jim Cown y Ezra Derricks.

—Adivinaste —dijo Wyatt mientras regresaba el retrato a su posición original.

Sirhan recorrió los ciento siete rostros una vez más e intentó localizar a sus enemigos. Las túnicas que volvían a todos iguales le dificultaron el trabajo, pero lo consiguió.

—Aquí están —señaló con orgullo y Wyatt asintió con los párpados.

Vistos de ese modo, hasta resultaban inofensivos. Jim llevaba el cabello castaño, peinado hacia los lados, en el mismo corte que conservaba hoy en día. Pese a sus rasgos aniñados, su penetrante mirada color miel estaba intacta. Parecía intentar arrancarle el alma al camarógrafo con sus pupilas.

A tres cabezas de distancia, se asomaba el rostro de Ezra, propio de un joven inocente muerto de miedo. Tenía el cabello rapado, una sonrisa protocolar que apenas podía sostener y los ojos entrecerrados por el sol. Miraba para un costado, como si quisiera ver a su familia por última vez.

Sirhan no creía en las coincidencias; era imposible que Jim y Ezra hubieran llegado el mismo día por casualidad. Fijó la vista y repasó la imagen con detenimiento. Así descubrió que la forma del ceño, la terminación de la barbilla y los labios hirsutos de Jim estaban calcados a la perfección en Ezra. «Pero un ceño, una barbilla y unos labios no confirman nada», se dijo para no sacar conclusiones apresuradas.

Se pegó al retrato un buen tiempo como si pudiera arrancarle al vidrio la verdad. Con tan solo diecisiete horas de vida, Wyatt, en lugar de darle respuestas, le abría nuevas preguntas. 

—Compórtate —murmuró Wyatt entre dientes.

Sirhan se despegó poco a poco de la imagen. Sus ojos aún continuaban inmersos en Dunluce, en aquella avalancha de túnicas blancas, en aquellas miradas llenas de pavor y melancolía. En Jim y en Ezra, en Ezra y en Jim.

—¿Cómo sabes lo de Ezra? —inquirió a quemarropa—. Jamás te he hablado de él.

La pregunta fue directa a la yugular de su amigo, y Wyatt manoteó una frase hecha para no quedarse con la boca cerrada.

—Tarde o temprano, descubrimos que la vida de los otros es mucho más interesante de lo que quieren hacernos creer.

—Eso no contesta mi pregunta —sentenció Sirhan.

—Yo también escucho la radio y los rumores, campeón —dijo Wyatt, aunque su exploración no conformó a Sirhan.

Una batalla de miradas fue lo más normal que el resto de los muchachos les vieron hacer. Ambos se perforaron con las pupilas, pero ninguno cedió. Wyatt aprovechó para tomar el cuadro y regresarlo a la estantería. Sirhan lo siguió con la vista en silencio.

—¿Vamos? —sugirió su amigo.

Sirhan, aún atornillado al piso, decidió ceder para no llamar la atención más de la cuenta y así acabaron en los baños. Mientras Wyatt aprovechaba para hacer sus necesidades, Sirhan se miró en el espejo. Se miró a él y a las decenas de rostros que se encontraron con el suyo a través del vidrio.

Encontró unas bolsas bajo los ojos, unos párpados que titilaban y una mirada que poco a poco se volvía borrosa. El agua le regresó la conciencia y detuvo el parpadeo intermitente durante unos segundos.

Cuando Wyatt salió del baño, Sirhan suspiró. No esperó más y lo escoltó en el camino de regreso. Así, alcanzaron la vieja puerta, regresaron la ropa a la bolsa y dejaron a sus miembros respirar. Se sacudieron para liberarse de la pestilencia, pero no lo consiguieron. Paradojas del destino, Sirhan terminaría su último día igual que el primero: con un nauseabundo olor a carne podrida.

—¿No te parecen demasiadas casualidades juntas? —preguntó Sirhan por fin.

—Ni me lo digas. Jamás creí que esos dos pudieran llegar a ser algo más que simples desconocidos.

Sirhan deslizó un rictus de suficiencia. Wyatt se había involucrado en el misterio más de lo que debería.

—Tampoco se parecen tanto para que sean gemelos.

—¿Quién dijo que eran gemelos? —repuso Sirhan y Wyatt enmudeció.

Hicieron una tregua implícita y lo único que se oyó en varias cuadras fue el sonido de sus zapatillas al golpear contra el cemento.

—¿Y se puede saber cómo lo encontraste?

Una nueva pregunta a quemarropa salió desprendida de los labios de Sirhan y perturbó el silencio. Wyatt abandonó sus cavilaciones con un breve bufido.

—Por casualidad. Cuando iba al  comedor me encantaba mirar los retratos, sentía que no estaba solo, que mi pena era compartida.

—Que no eras el único que sufría.

—Exacto. No sabía sus nombres, pero sentía que estaban conmigo. Luego, Boyd me ayudó a olvidarlos —añadió, agradecido—. Anteayer, volvieron a mi mente. No me preguntes por qué, solo lo hicieron. Tengo buena memoria.

—¿Conocías a Jim? —inquirió Sirhan para no perder el foco de la cuestión.

—Había oído algunos rumores, pero desde el día en que Doron nos mostró las fotos del Caso D, no pude dejar de pensar en él. —Wyatt se tomó un minuto para cruzar la calle—. Sabía que lo había visto antes, la pregunta era dónde. El miércoles regresé al comedor, revisé los cuadros y lo encontré. Al voltear el retrato leí el nombre de Ezra y pensé que lo mejor sería avisarte.

—Hiciste bien.

Sirhan se aferró a la pistola y continuó la marcha. El movimiento brusco hizo que Wyatt ampliara la distancia y lo vigilara con el rabillo del ojo. A Sirhan no le importó y continuó el resto del viaje con una actitud severa. Todavía debía decidir si Wyat era amigo, enemigo, lobo, cordero, víctima o ejecutor.

Aún le quedaba medio día de vida cuando Sirhan encendió la televisión. Acostumbrado al monótono ejercicio de pasar de un canal a otro, no encontró nada decente para matar el tiempo. Se quedó un largo rato tendido sobre el sofá, con la mente convulsionada de teorías. Wyatt había abierto un nuevo enigma que no encajaba con las piezas anteriores y que comenzaba a desesperarlo. Le quedaban doce horas de vida y todavía no había resuelto el misterio.

Quizá lo mejor sería ocultarse, escapar del fatal encuentro antes de que fuera demasiado tarde. «No, eso es de cobardes», se dijo mientras hacía girar el control alrededor de sus dedos. Tenía una deuda con su enemigo que necesitaba saldar.

Abrió la ducha y dejó que el agua caliente refrescara sus ideas y le ayudara a pensar. Dejó que la lluvia corriera y recorrió su desnudez durante un buen tiempo. Cuando acabó, salió del baño, se secó el cabello y regresó a la salita.

Encendió la radio, harto de escuchar su propia voz en medio del silencio, y comenzó a trabajar. El tiempo se escurrió por las baldosas y el lápiz se deslizó sobre las hojas a gran velocidad. Orden y método, orden y método, ordenymétodo. Sus ojos se llenaron de palabras, medias verdades, medias verdades, y miradas insidiosas. La voz del locutor marcaba cada hora con una precisión mortal.

Noticias importantes…

…en el marco del decimosexto aniversario de la Noche de los Drones, en donde el joven Clark Matson, de tan solo veintiún años…

No digas que no te avisamos.

…el Mercado Avenida Libertadora prolonga su horario de atención al cliente hasta las diez de la noche. Se trata de una estrategia…

csiNoait emtiproanst.

…desde el exilio en París, una exfuncionaria de la Bute House denunció a su Excelencia por la violación de los derechos humanos…

oM gidsa ueq on et msovasia.

...segunda semana en que los estudiantes toman la Escuela de Educación Superior como protesta a las reprimendas…

El tiempo continuó su mecánico y egoísta avance y consumió la vida de Sirhan poco a poco. No se despegó de la silla en toda la tarde hasta que tuvo necesidad de orinar.

Regresó a los pocos segundos, no dispuesto a perder más tiempo, y se topó con una mesa repleta de papeles, manchones, arrugas y frustración. Las contempló un momento como si la respuesta pudiera surgirle de la nada, pero todo siguió igual. Su reloj lo sentenció a morir en siete horas.

—¡Noticias importantes! Tras su intensa búsqueda por más de veinte condados, Jules Macleod ha encontrado el cadáver de su hijo. Se lo debe a Ian Forbis y Michael Mind, dos jóvenes de diecinueve años que ingresaron en los registros del cementerio y hackearon el sistema de seguridad.

»Así, descubrieron que ocho hombres ingresaron al cementerio la noche del domingo y abrieron la tumba de Stone. Las grabaciones muestran cómo los empleados de la funeraria reemplazaron el ataúd del hijo de Macleod por uno nuevo para no levantar sospechas.

»Y quizás ustedes se pregunten quién estaba detrás de este grupo de profanadores. La respuesta los sorprenderá: se trata nada menos que del ocho veces campeón de atletismo, Alan Finlay.

El lápiz escapó de la mano de Sirhan, se deslizó debajo de la mesa y se detuvo en la hendidura de los cerámicos. Su corazón estaba embravecido.

—Las autoridades enviaron una orden de captura para Finlay a las 14.00 hs., pero su paradero es desconocido. —El locutor hizo una larga pausa—. La noticia cruzó las fronteras y Alan Finlay se convirtió en el segundo fugitivo más buscado del condado, solo por detrás del famoso asesino Izan Phillpotts. Las imágenes del cadáver de Stone y del ataúd vacío impregnan las páginas del Ahora26, el periódico local. Desde Radio Esperanza reiteramos nuestro pésame a la familia Macleod y nuestro compromiso con la verdad. ¡Estas fueron las noticias de hoy! ¡No digas que no te avisamos!

Sirhan estaba estático, y nada ni nadie parecía capaz de liberarlo de su parálisis. El primer misterio estaba resuelto: Alan había profanado la tumba de Stone y había colocado su cabeza en la mochila. Sin embargo, un nuevo misterio se había abierto y resonaba con una fuerza mortal. Dos palabras capaces de cambiar el rumbo de la historia.

¿Por qué?

¡Holaaa! Soy yo de nuevo, je. Espero que te haya gustado el capítulo de hoy. ¡Estamos a cinco de terminar la novela!

A estas alturas, ya es muy obvio quién tiene la culpa, ¿verdad? Hagan sus apuestas que yo las cobro.

Les dejo un buen tuit de la cuenta de Artemis, jaja.


Nos vemos el miércoles, vampiritos. Cuídense mucho🥺

xxxoxxx,

Gonza.

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