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Capítulo 35

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«Usted sabe que se trata de un retiro momentáneo, McNabbs. Jamás abandonaría a mis tropas, pero estoy embarazada y la vida de mi hijo depende de esta decisión». (Carta de Rhona Greer al nuevo Teniente Coronel McNabbs, 5/11/2018).
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—Uno menos, quedan cinco —dijo Sirhan mientras le hacía una cruz roja al lunes 14 de enero.

Recogió sus cosas y caminó rumbo al apartamento de Boyd protegido por el sol. Su llamada con Kate le había aclarado el panorama y le había ayudado a dibujar el perfil de su asesino.

Asesino. Enemigo.

El asesino serás tú.

Tuvo que esperar un largo rato junto al interfono antes de que alguien respondiera y debió hacerse a un lado para que un joven vestido de rojo pudiera pasar. Por fin, escuchó una interferencia del otro lado y se relajó. Era Boyd.

—En camino —le dijo y colgó.

A los pocos segundos, Fagler apareció en la puerta, con el llavero alrededor de su índice. Ambos se sonrieron con sorna y se desafiaron a un duelo de miradas. Sirhan resistió todo lo que pudo, pero perdió. Fagler suspiró, triunfal, y de su boca salió un fuerte aroma a mentol.

—Hola, Fagler —lo saludó Sirhan con inquina.

—Hola —repuso a secas, como si desconociera su nombre.

Ninguno estaba dispuesto a prolongar aquel juego infantil más de la cuenta, por lo que se dirigieron en silencio hacia las escaleras. Fagler lo dejó subir primero y dejó una distancia de tres escalones entre ambos. Sirhan bufó y se llevó las manos a la pistola. Serían veinte largos pisos.

De pronto, Sirhan oyó un ruido extraño, pero a la vez muy familiar. Supuso que Fagler había destrabado el seguro de su arma y que ahora le apuntaba con una sonrisa demencial. Se volteó de golpe y se agarró en la barandilla para no caer. Fagler se sobresaltó y el cigarro se le cayó de la boca. 

—¿Qué te pasa, mierda? —arremetió, furibundo, mientras cerraba su portacigarros—. Casi me cagas del susto.

—Disculpa. No fue nada.

Sirhan maldijo por lo bajo que se hubiera asustado por una puta cigarrera. Fagler sonrió y comenzó a abrir y cerrar su caja de cigarrillos importados, en una clara provocación. Un aroma a cocaína o marihuana —o a ambas— los envolvió cuando llegaron a los pisos superiores.

En la puerta los recibió Jagar, armado hasta los dientes. A diferencia de Fagler, se mostró cordial y predispuesto a abrirles el paso. Sirhan destacó su gentileza en voz alta mientras el guarda deslizaba la llave sobre el apartamento. Jagar se quedó en su sitio y Fagler ingresó junto con Sirhan.

—¡Hola, campeón!

Boyd apareció en la sala con una camisa floreada y dio un pequeño giro a su alrededor. Estaba alegre, pero Sirhan ignoraba el motivo. La razón por la que se habían reunido ni siquiera ameritaba una sonrisa protocolar. Sirhan le transmitió sus intenciones con la mirada y forzó a su jefe a adoptar una expresión neutral. Boyd lo ignoró y repartió indicaciones a sus súbditos.

—¿Tienes los papeles, Scat?

Ambos se sentaron a la mesa mientras Scat se perdía en la habitación. Revolvió la cómoda y abrió varios cajones a la vez, hasta que por fin apareció en la sala con una carpeta de cuero. Sirhan sonrió y se preguntó quién llevaba documentos impresos casi a mitad de siglo.

Boyd tomó el portafolios y lo acomodó. Ningún documento salió disparado cuando quitó la banda; todo tenía orden y método. El rubio hizo caso omiso a los dos ojos color café que lo escrutaban y recorrió las páginas una por una. De vez en cuando, una sonrisa aparecía en su rostro, pero no tardaba en borrarse. Clareó su garganta en medio del proceso para hacerlo menos incómodo.

—¡Ajá! —exclamó de pronto—. ¡Aquí está la pericial!

Boyd le alcanzó la hoja y Sirhan la recorrió con la mirada. En el extremo superior derecho estaba el logo del Poder Judicial —el mismo que él había visto en el diligenciamiento de pruebas en el juicio de Daren— y en el centro se leía la frase Prueba pericial. Sirhan comenzó a temblar. Era la segunda vez que estaba frente a la muerte.

Daren y Stone.

Intentó entender algo de todo el palabrerío, pero la jerga judicial frustró sus planes. La rúbrica del juez al pie daba fe del excelente trabajo del perito y transmitía la sensación de que todo estaba en orden. Sin embargo, Sirhan prefirió no correr riesgos.

—¿En definitiva? —preguntó mientras le regresaba la pericial a su jefe.

—En definitiva, hicieron un análisis de ADN del ataúd.

—Eso ya lo sé.

—Antes que nada —repuso Boyd, interesado—, ¿tú fuiste a su funeral?

Sirhan sacudió la cabeza, algo arrepentido, y Boyd se llevó las manos al cabello para ocultar una sonrisa.

—¿Entonces cómo sabes que hubo funeral? Wyatt me dijo que cortaste relaciones con Doron.

—Nunca lo había pensado —confesó Sirhan, consciente de que aún debía replantearse muchas cosas—. Pero supongo que es lo que todos hacen, ¿verdad?

—Algunos lo hacen —destacó, misterioso.

—No comprendo tu punto.

—Todo a su tiempo, campeón —añadió con calma—. Entonces me dices que no fuiste al funeral de tu amigo, si es que lo hubo.

Sirhan comenzaba a exasperarse y la conducta de Boyd no lo ayudaba. El rubio se llevó la mano al zapato un instante para calmar la picazón.

—Temía que Doron me hiciera daño —aclaró Sirhan—. Tampoco quería arruinar su momento.

Boyd aclaró su garganta una vez más, colocó un dedo sobre el documento y lo giró una vez más. Sirhan auguró una noticia importante.

—Lo único que se encontró en el cajón fueron restos de celulosa, lignina y hemicelulosa —repuso el rubio.

—¿Y eso significa?

—Madera —concluyó Boyd—. En el ataúd de Stone solo había restos de madera. Y eso significa que jamás hubo un cuerpo.

Sirhan se estremeció. Se había arriesgado en un cementerio turbio por un puto féretro vacío.

—Entonces… si no está allí, ¿dónde está?

Boyd se remolcó sobre su silla. El tiempo comenzaba a correr con pesadez.

—No lo sé, campeón —repuso y se encogió de hombros—. Lo que sí sé es que Doron se ha montado un lindo numerito.

Era miércoles y, si continuaba del mismo modo, sería el último miércoles de su vida. Para un atleta acostumbrado a batallar contrarreloj, las noventa y seis horas restantes no eran una eternidad sino una condena. El tiempo se había convertido en su peor enemigo.

Sirhan partió rumbo a la frontera a las siete de la mañana junto a decenas de jóvenes que perseguían un recuerdo. Muchos llevaban la esperanza en sus rostros y algunas lágrimas de emoción que no se animaban a correr. El reencuentro despertaba la esperanza y la desolación.

Debieron formarse en fila detrás de una línea roja. Del otro lado, las muchachas hacían lo mismo; solo que ellas avanzaban, mostraban la documentación, batallaban con los enviados del gobierno y recién entonces atravesaban el enrejado.

El gendarme que estaba de turno observaba a las mujeres con su mirada perforaculos, lo que le valió una decena de gritos y abucheos. El verde ni se inmutó; continuó su trabajo entre cerrojos, culos y documentos como si nada hubiera pasado.

Kate llevaba un largo rato en la cola cuando su mirada se encontró con la de Sirhan. Ambos se saludaron a la distancia con una sonrisa y sus ojos recuperaron el brillo perdido.

El contacto visual acabó cuando Kate llegó al comienzo de la fila e inició el tramiterío. El gendarme revisó sus papeles y la observó con un gesto lujurioso. Kate le habría dicho «Soy mujer, no puta» si no dependiera de ese pervertido para pasar al otro lado.

—¿Viste cómo me miraba las tetas? —le dijo a Sirhan a modo de saludo—. Puto pervertido, puto violín.

—Ven, vamos —repuso él mientras se colocaba detrás para cubrirla—. No podemos hacer nada.

Avanzaron rumbo al apartamento de Sirhan sin más tiempo que perder. El camino estuvo recargado de miradas insidiosas y algún que otro comentario inapropiado que molestó a ambos. Kate abría y cerraba sus fosas nasales para manifestar su desagrado, y Sirhan deslizaba algunos temas banales para romper el silencio.

—Buenos días —Sirhan saludó al guarda—. ¿Hay algún paquete para mí?

El otro hizo memoria unos segundos y revisó su planilla. Regresó a los pocos minutos y sacudió su cabeza.

—Ninguno, señor.

Aliviados, cruzaron el recibidor y comenzaron a subir. Kate murmuró palabras ininteligibles durante todo el camino y suspiró cuando por fin llegaron a la puerta del 2C. Sirhan la tomó por los hombros al notar que ella sucumbía ante un escalofrío.

Los papeles aún estaban revueltos sobre la mesa, en la misma posición que la noche anterior. Sirhan quitó su mochila y liberó el asiento para Kate. Ella se acomodó de lado, como estaba acostumbrada, y se volcó de lleno a las notas de su amigo.

—¿Y esto en español qué significa? —preguntó por fin mientras señalaba con el índice algunas palabras mal escritas y decenas de tachones.

—Muy graciosa —repuso Sirhan, sin tiempo para bromas—. Veo que necesitas un traductor. En ese caso, aquí dice «Rafer neutralizó su perfume con bórax» —señaló.

Kate comenzó a dejar sus anillos uno por uno en la mesa. El sonido del metal al golpear contra la madera exasperaba a Sirhan.

—¿Y eso por qué? —repuso, tras minutos de silencio.

—Intentó matarme —dijo Sirhan, más dramático de lo que debería.

—¿Hablas en serio? 

Sirhan asintió y le remitió la historia con lujo de detalles. Rememoraba cada sentimiento, cada esencia, cada pasión como si acabara de vivirlos. Ella lo observaba con avidez mientras memorizaba su historia. Sus narinas se deslizaban al son de sus inseguridades.

—Conozco su perfume: es un Terre D' Hermes, fragancia importada. Nos habíamos encontrado una vez antes del incidente.

—¿Compitieron por una… presa? —titubeó ella.

—Boyd me recomendó que lo viera en acción para aprender de él.

—¿Y crees que Rafer pudo haber estado detrás de Ezra al igual que tú? —continuó Kate.

—Es una excelente pregunta.

Hacía meses que Kate no lo veía correr. Cuando eran pequeños, ella solía acompañarlo con su familia adoptiva a las finales del campeonato local, y Sirhan recordaba sus gritos y esos ojos azules que lo perforaban durante toda la carrera. «Qué difícil es convertir el presente en pasado y el pasado en presente», se dijo.

Boyd pasó a buscarlos en su coche para hacer la experiencia aún más interesante. Sirhan y Kate bajaron las escaleras a una distancia prudencial con una mirada firme y severa. Si no podían resolver el misterio, sería la última carrera que Sirhan corriera en toda su vida.

Él suspiró. Ya no contaba días, sino horas; ya no contaba horas, sino minutos; ya no contaba minutos, sino segundos; ya no contaba segundos, contaba momentos.

—Adelante —les indicó el rubio, galante, mientras abría la puerta.

En el interior sonaba el nuevo disco de Bess In The Shadows a todo volumen. Kate sonrió al ver cómo los labios de su amigo se movían al son de la letra. Sirhan se tomó el agasajo como lo que en verdad era: una despedida.

Oculto detrás de unas gafas de sol, Boyd deslizaba alguna nota ocasional. Kate comenzó a acompañar el ritmo con un tamborileo de dedos mientras contemplaba el vehículo con una sorpresa mal disimulada.

Una pequeña multitud se agolpó alrededor del vehículo ni bien ingresaron al predio. El conductor comenzó a maniobrar para esquivarlos mientras hacía resonar el claxon hasta el hartazgo. Repartió dedos corazón, miradas insidiosas e insultos; pero los fanáticos no se corrieron ni medio centímetro. Por suerte, una oportuna intervención de los Ases les despejó el camino.

—Gritan tu nombre —murmuró Kate.

Sirhan sonrió con timidez, desacostumbrado a los halagos. Ella tenía la boca abierta y observaba el espectáculo con un asombro casi infantil.

Descendieron del coche y avanzaron por un camino alternativo, libre de fanáticos, escoltados por los hombres de Boyd. Pasaron por debajo del túnel y acabaron bajo las gradas. Poco a poco, sus oídos se acostumbraron al ruido. Las tribunas temblaban.

Acabaron junto a miles de personas que esperaban su turno para subir. La pantalla estaba encendida y los sorteos ya habían comenzado. Los apostadores tempraneros observaban el espectáculo desde el palco preferencial.

Boyd batalló un largo rato para poder subir. Unos pocos jóvenes corteses se hicieron a un lado para permitirle avanzar, y Sirhan tuvo el impulso de empujarle la silla para ayudarlo, pero se contuvo. El rubio había sido terminante.

—Se me ha hecho tarde —ratificó Sirhan tras consultar su reloj—. Debo ir a prepararme.

—¿Necesitas ayuda? —se ofreció Kate.

—Tú solo relájate y disfruta. Tengo todo bajo control.

Sirhan se dio vuelta y comenzó a andar rumbo a los vestuarios. Alzó la vista para comprobar si ya había salido sorteado, pero su nombre aún no aparecía en la pantalla. No se preocupó; Boyd le había asegurado la inscripción de antemano.

Se desvió al recordar que debía retirar su número en la secretaría y se unió a una corta fila de jóvenes ansiosos. Los demás corredores iban y venían por la pista, y los vestuarios estaban atestados de desconocidos que los ayudaban.

Tomó el número y avanzó hacia los vestidores a fuerza de codazos estratégicos. El Graham estaba repleto y Sirhan no pudo distinguir a Kate y Boyd en medio de la multitud. Las primera carrera estaba a punto de comenzar y los impuntuales se sacudían como un enjambre alborotado.

Los cambiadores estaban despejados y solo quedaban unos pocos corredores. Sirhan ingresó sin saludar, con la idea de pasar desapercibido. Sabía que tenía más de una mirada clavada en su espalda, pero no le importó. Ejecutó sus movimientos con precisión de autómata y tomó una breve ducha para despejar la cabeza, decisión que desconcertó a más de uno. Mientras tanto, la voz del estadio llamaba a los siguientes competidores a ocupar la pista.

Sirhan salió del baño y avanzó rumbo a los casilleros. Tomó la ropa sin mirar, regresó al banco y comenzó a desnudarse. Cuando se calzó por última vez aquellos botines negros y violeta que tanto le habían agradado el primer día, casi se le escapó una lágrima.

Acomodó sus prendas y abrió el compartimiento una vez más. Siguió el mismo orden de siempre y colocó la ropa con delicadeza. Sin embargo, al acomodar las zapatillas en el estante se percató de algo muy particular.

La palabra «spare» había sido reemplazada por una leyenda mucho más extensa. Sirhan la recorrió con la mirada y su cuerpo comenzó a temblar. Asustado, cerró el casillero y corrió el cerrojo con un fuerte movimiento.

Revisó en todas direcciones y no encontró a nadie más que a los muchachos de las duchas. Estaba solo, pero sabía que no era cierto. Wolf estaba más cerca que nunca.

—El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra —murmuró entre dientes.

¡Heyy! Espero que les haya gustado un montón este capítulo. Oficialmente, entramos en los últimos diez. :0

¿Ya tienen sus teorías listas? Porque me encantaría derrumbarlas, jeje.

Les dejo un meme para alegrar su tarde:

Nos vemos el miércoles,

xxxoxxx,

Gonza.

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