Capítulo 31
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«Lo de hoy ha sido un verdadero regalo de Navidad, soldados». (Carta de Rhona Greer a los dos millones de militares escoceses que se adhirieron a sus tropas, 24/12/2017).
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—Creo que te buscan —le dijo Wyatt y señaló a una muchacha que estaba sentada en la tribuna.
—Es Kate —ratificó Sirhan con un brillo especial en los ojos—. Ven, te la presentaré.
Wyatt se puso una toalla en la nuca para evitar enfermarse y batalló con el cierre de la campera hasta que pudo ponérsela. De pronto, sorprendió a Sirhan con un fuerte codazo en las costillas.
—Mira, tu diosa griega acaba de verte —le dijo al ver que Kate sacudía la mano desde la tribuna.
—No le digas así —sentenció Sirhan mientras le regresaba el saludo a su amiga.
—Bruja o diosa griega, llámala como quieras, campeón.
Salieron del vestuario en silencio, con una leve tensión que danzaba entre ambos. Por primera vez en cinco días, Sirhan abandonaba los pensamientos turbios y encontraba algo de esperanza. Esa esperanza tenía nombre y apellido. Kate Wyman.
—Este lugar es más grande de lo que parece, ¿no crees? —musitó ella a modo de saludo.
—Entonces deberías venir los fines de semana —repuso Sirhan—. ¿Qué hay de nuevo?
—Nada importante, ¿y tú?
—Tengo un par de cosas para hablar contigo —confesó, y Wyatt carraspeó en voz alta—. A propósito, él es Wyatt.
Kate le dirigió una mirada de aprobación, y Wyatt sonrió lo justo y necesario para que Sirhan no se pusiera incómodo. Pero ya era tarde; sus mejillas se habían ruborizado hacía rato.
—Encantado —dijo Wyatt e hizo una pequeña reverencia—. Tu amiguito tiene mucho potencial.
Sirhan lo fulminó con la mirada. «¿Amiguito? ¿Es en serio?», parecía decirle, pero Wyatt lo ignoró por completo. Estaba encantado con la escena y no dejaría que muriera.
—Eso dicen —continuó Kate—. ¿Tú qué crees?
—Yo soy mejor —ratificó Wyatt, serio.
De pronto, escucharon unos débiles bufidos y algunos gruñidos de esfuerzo. Se voltearon y encontraron a Boyd, con un rictus que mostraba sus treinta y dos dientes. Escrutó a Kate con la mirada y la saludó.
—Hola, preciosa.
—Espera —dijo Sirhan—. No creo que sea una…
—Hola —lo interrumpió Kate.
—¿Tiene planes o quieren venir a casa? —les ofreció Boyd.
—De acuerdo —repuso Sirhan sin consultar a sus amigos.
Boyd dio la vuelta y fue hacia el vestuario para guardar los equipos. Los tres lo siguieron con la mirada hasta que el rubio se perdió detrás de la puerta. La tensión era palpable.
—Veo que aquí cambian de planes a último minuto —dijo Kate, recelosa.
Tenía razón. Con dos palabras, Sirhan había derrumbado de un porrazo todos los planes que habían hecho para ese viernes, que iban mucho más allá de ponerse al día con el asunto del anónimo.
—No te preocupes, pasaremos la tarde juntos —intentó consolarla.
—A eso ya lo veremos.
Por fortuna, Boyd regresó pronto de los vestuarios, acompañado de dos centinelas, y los invitó a seguirlo. Kate tuvo el impulso de tomar su silla y ayudarlo a avanzar, pero Sirhan le tomó el brazo con delicadeza para indicarle que no era una buena idea. Ella obedeció y puso las manos en los bolsillos.
Wyatt, que había tomado la costumbre de iniciar una conversación cuando el silencio era insostenible, murmuró:
—Yo también tengo algunos amigos en el desarraigo, pero la mayoría se fue al ejército.
—Puedo ayudarte a localizarlos —repuso Boyd.
—De hecho, están a cientos de kilómetros y tampoco querrían venir. Además, tengo miedo de verlos y descubrir cuánto cambiaron en tan poco tiempo.
Kate hizo un silbido largo y delicado y miró a Sirhan de soslayo. Él simuló no verla, giró la cabeza hacia Wyatt y le preguntó:
—¿Para bien o para mal?
—¿Y tú qué crees? —replicó su amigo, sagaz.
—El que no puede construir, destruye —musitó Kate, más para sí misma que para los demás.
No se dijo nada más. Los cuatro avanzaron en silencio, cabizbajos para protegerse del frío, y alcanzaron el apartamento de Boyd a los pocos minutos. En un descuido, Sirhan notó que Wyatt observaba a Kate con un brillo especial en los ojos y no supo cómo sentirse. Intentó convencerse de que solo era una ilusión.
Los hombres de Boyd tomaron la delantera y les abrieron la puerta. El guarda de la entrada les deseó buenos días casi con devoción y los invitó a subir por el elevador. Boyd asintió y se colocó en el centro; a su alrededor se apiñaron los demás, algo incómodos.
Sirhan observó los espejos y la sucesión infinita de rostros que parecían mirarlo, y se estremeció. Aún no estaba dispuesto a reconocer que el viejo Sirhan ya no existía.
La falsa simpatía llegó a la boca de Fagler y se tradujo en una sonrisa fingida que intentaba ocultar su disgusto. Sirhan vio que sus ojos azabache estaban fijos en Kate y que la observaba con severidad y deseo. Ella le marcó los puntos con un apretón de manos fuerte y decidido que parecía decir «mujer sí, puta no». Sirhan ahogó un divertido rictus.
—¿Qué quieren comer? —preguntó Boyd—. Tenemos unas deliciosas hamburguesas con papas.
—Por mí, perfecto —repuso Kate.
—Prefiero algo más saludable —intervino Wyatt—. ¿Qué te parece un salmón ahumado con una ensalada de verduras crudas y una manzana roja de postre?
—Salmón, verduras y manzana roja —apuntó Boyd—. Te sumas, ¿campeón?
—La hamburguesa está bien, pero sin papas, por favor —repuso Sirhan para no quedar tan mal.
Boyd concluyó el asunto y encendió un cigarro decorativo que impregnó el ambiente de un hedor insoportable. Apenas lo llevó a su boca y nunca le dio una calada. Recién cuando Wyatt tosió, el rubio arrojó la colilla al piso y lo aplastó con el pie.
—Pensé que la marihuana estaba prohibida en todo el Imperio —disparó Kate sin pensarlo dos veces.
Boyd alzó una ceja y asintió, despreocupado. Vivían rodeados de miles de ilegalidades por día y ella venía y le tocaba las pelotas por un puto porro.
—Si los hombres de la Emperatriz lo hacen, no veo por qué yo no —repuso, calmo.
—Ellos no son el mejor ejemplo, ¿no crees?
Sirhan se sorprendió de sus propias palabras. Jamás había imaginado que diría algo como eso frente a su jefe, pero acababa de hacerlo. Acababa de hablar con un estilo casi tan agresivo como el de Wyatt.
La única respuesta fue el silencio. Kate y Wyatt habían cosido su boca con hilos invisibles, y Boyd chasqueaba la lengua cada dos segundos para reemplazar un patrón monótono por otro. Había tanto para decir y tan poco coraje.
Fagler les alcanzó la comida justo cuando Boyd había abierto la boca para contestar. Por primera vez, Sirhan agradeció su oportuna intención. Pero la calma no duró demasiado.
—Si nos mantienen encerrados como ratas, me tomaré algunas licencias —replicó Boyd mientras intentaba no mancharse la camisa con el ketchup.
—¿Dices que el desarraigo prueba que el gobierno es incapaz de controlar a unos críos de quince años? —intervino Kate, interesada.
—Creo que eso lo has dicho tú —contraatacó el rubio, sagaz.
Poco a poco, un almuerzo entre amigos se convertía en un verdadero campo de batalla. Sirhan se refugió en su hamburguesa y vio que Wyatt hacía lo mismo con la ensalada. Kate y Boyd no se quitaban las miradas de encima.
—No puedes confiar en alguien que ha asesinado a su propia madre.
Las palabras de Boyd congelaron la escena, y hasta los corazones y los pulmones se detuvieron un momento. Sirhan miró al rubio de soslayo y notó que sonreía.
—¿Cómo sabes que la mataron? —preguntó, extrañado—. Nunca encontraron el cadáver de Isobel Weir.
—Corrección: la prensa nunca lo encontró —ratificó Boyd.
—Y los rescatistas que ayudaron a los náufragos de la fragata Scott, tampoco.
Boyd deslizó un rictus y se limpió las manos con una servilleta. No le importó que la comida se enfriara; un buen debate siempre es más interesante que una hamburguesa caliente.
—Sabes que ni siquiera la buscaron. Isobel era demasiado peligrosa como para mantenerla con vida.
Sirhan enmudeció y dejó que Boyd comenzara con su monólogo, como si nadie conociera la historia. Tenía miedo de acabar en la cárcel por criticar al gobierno y Su Majestad.
—Isobel Weir —inició Boyd— pensaba que el ejército no era para las mujeres. Cuando su esposo murió, intentó convencer a Rhona de que abandonara su carrera militar, pero ella se negó. Rompieron relaciones y, al poco tiempo, Rhona ingresó al Partido.
Partido. Lista. Ases. Convención.
—Greer participó del primer referéndum que buscaba la independencia de Escocia y fracasó. Tanto esfuerzo se había perdido en un puto día y una putas urnas. ¡Ingleses de mierda! ¡Ingleses de mierda! —exclamó y alzó los puños al cielo.
—Sin embargo, Rhona no se rindió y convocó una segunda vuelta. Tres años más tarde, pudo gritar al resto del mundo que Escocia era libre de una puta vez. Claro que no lo dijo de esa manera —aclaró, sonriente—. Sus declaraciones fueron «Nos hemos librado para siempre del yugo del enemigo», pero en definitiva significan lo mismo.
—Algunos dicen que hubo fraude —intervino Kate, cuyas fosas nasales acompañaban las palabras del rubio.
—Claro que hubo fraude —confirmó Boyd— e Isobel tenía pruebas. Cuando por fin se convirtió en legisladora, presentó un informe y denunció a Rhona en plena sesión. Fue un discurso excelente, ¿alguno lo oyó? —Sirhan y Wyatt sacudieron la cabeza—. Deberían buscarlo por YouTube, no tiene desperdicio.
—Fue una exposición envidiable —confirmó Kate—. No le tembló ni un pelo ni siquiera cuando Rhona le apagó el micrófono. Su valentía no tenía límites.
—Y así le fue. La rebeldía no le duró ni un día. ¡Un torpedo, feliz Navidad y al agua, pato!
Nadie dijo más nada y Boyd aprovechó para terminar su hamburguesa fría. Solo desperdiciaba la comida en ocasiones especiales.
Kate aprovechó la ocasión y le indicó a Sirhan con la mirada que ya era hora de irse. Él, al ver que su amiga seguía enfadada, asintió y se levantó de la mesa.
—Tenemos que irnos.
El les deslizó una mirada sugerente que los incomodó y que ambos prefirieron pasar por alto. Wyatt ahogó un rictus al notar que Sirhan había enrojecido.
—Que tengan una linda tarde, picarones. Nos vemos pronto.
—Lo mismo para ustedes.
Boyd cerró la puerta justo cuando Wyatt había empezado a hacer algunos gestos obscenos con el índice y el pulgar. Sirhan suspiró profundo y acompañó a Kate por las escaleras. Algunos vecinos la miraron con deseo y uno se animó a gritarle «¡Qué bonitas nalgas tienes!». Kate contuvo el impulso de darse vuelta y partirle la cara de una cachetada.
—Tenemos toda la tarde por delante —dijo Sirhan por fin—. ¿Tienes algún plan?
Kate no dijo nada y dobló en la esquina derecha con una sonrisa pícara. Sirhan agradeció que, después de tanto tiempo, el silencio no fuera sinónimo de muerte.
—Tienes unos amigos muy curioso —deslizó ella tras unos minutos.
Sirhan reprimió una sonrisa. Aquello le sonaba más a una reprimenda que a un cumplido.
—Y no puedo creer que hayas dicho que no escuchaste el discurso cuando te lo mostré hace tres años. Cada día me sorprendes más —bromeó ella.
—Se llama memoria selectiva, preciosa. Sé que Rudolph Ingram rompió el récord de los cien llanos en 8.62 segundos y que el atletismo es el deporte organizado más antiguo del mundo. Año 776 a.C —recitó con orgullo—. No necesito recordar datos irrelevantes de la historia.
Kate suspiró. No era la primera vez que tenían una conversación de ese estilo.
—Aquellos que no conocen su historia están condenados a repetirla —sentenció ella y dio por terminada la discusión.
Las aguas se apaciguaron y Kate se contentó con explorar las calles con una curiosidad casi infantil. Sentía la ciudad como si fuera la primera vez, con sus edificios tristes y sus calles amargas.
—Llegamos.
Sirhan alzó la vista y leyó el cartel fluorescente que estaba escrito en letras de neón. Sala de juegos. La fachada estaba plagada de luces color flúor que recorrían cada rincón y parpadeaban al son de las inseguridades de Sirhan.
Kate pegó la cabeza al vidrio y contempló, admirada, la inmensa mesa de billar que ocupaba el centro de la sala. Sirhan podía anticipar lo que diría a continuación:
—¿Quieres jugar?
—Solo si al próximo juego lo elijo yo —repuso Sirhan.
Ella sonrió. A lo largo de los años había visitado decenas de países y había aprendido una gran cantidad de juegos. El billar era su fuerte y más de una vez había participado en distintos torneos locales. Sirhan auguraba una paliza
—Hecho.
La sala tenía su propio microclima. Una noche artificial les hacía olvidar que eran las cinco de la tarde y ayudaba a que los clientes se sintieran a gusto. Afuera no había nadie; Kate había tenido el detalle de visitar la sala de día para evitar toparse con cualquier desconocido. Mejor así.
Una luz y un pitido los recibieron cuando pusieron un pie sobre la alfombra de la recepción. Un hombre salió de una puerta lateral, les dio una tarjeta a cada uno y los invitó a una partida gratis. Ellos le agradecieron el gesto y avanzaron con la mirada fija en la mesa que Kate había elegido.
—¡Una Diamond americana! —exclamó mientras recorría la mesa con las manos—. Debe ser una de las pocas por aquí.
Tenía razón. Todos los productos en el Imperio llevaban la misma leyenda: Industria nacional. Nada extranjero estaba permitido en aquel país que se decía libre e independiente.
—Al parecer, no soy el único que conoce datos sin importancia —repuso Sirhan.
—¿Quieres dejar de hablar y jugar de una vez? —lo desafió ella.
Sirhan tomó el taco sin decir nada y adoptó una actitud ofensiva. Kate lo dejó comenzar y él embocó dos bolas lisas con precisión. Con el resto disperso, no tuvo modo de meter la número tres sin embocar una rayada. Kate rio de su fracaso y se preparó para atacar.
—Mira y aprende.
Un fuerte golpe resonó en toda la sala cuando ella embocó la bola número quince con una precisión letal. Kate aprovechó para dispersar el juego de su rival mientras se hacía con la once y la trece gracias una maniobra limpia que hizo que Sirhan frunciera el ceño.
—No te enojes, Sirh. A veces se gana y otras también.
De pronto, Kate hizo un movimiento torpe que arrojó la bola blanca fuera de la mesa. Estaba claro que lo había hecho adrede; apenas quedaban dos rayadas sin embocar y la partida acabaría demasiado rápido. Aunque no quisiera admitirlo, su objetivo no era ganar. Pero el de Sirhan sí.
Él aprovechó la oportunidad para recuperar terreno y logró igualar la partida de milagro. Sobre la mesa quedaron cuatro bolas que rodeaban a la negra en un cuadrado perfecto. Kate carraspeó en voz alta y le dijo:
—Cuidado con la ocho. No vayas a meterla.
—Por favor. Puntería es mi segundo nombre —exageró Sirhan mientras dejaba la campera sobre un sofá para que no limitara sus movimientos.
Se pegó a la mesa, cerró un ojo y calculó un buen rato hasta cerciorarse de que su disparo daría en el blanco. Los pequeños pasos que Kate daba a su alrededor rompían el silencio y comenzaban a exasperarlo.
—¿Puedes dejar de moverte? —preguntó, algo en broma y algo en serio—. No puedo concentrarme.
—Lo siento —dijo Kate mientras se colocaba detrás suyo a una distancia prudencial.
Sirhan miró hacia los lados y descubrió que Kate estaba fuera de su campo visual. «Al fin», pensó, aliviado. Inhaló con fuerza, tomó un buen envión y golpeó la bola blanca. El movimiento hizo que el taco dibujara una pequeña línea en el paño, y Sirhan imaginó la cara que haría el dueño al descubrirla. Tampoco le importaba demasiado.
El impacto fue brutal y sacó despedidas las bolas lisas. En paralelo, la negra avanzó por uno de los laterales y amenazó con entrar antes de tiempo. «No, no, no», pensó Sirhan, pero ya no podía hacer nada. Mientras la número tres iba camino al hoyo, la negra pereció antes de tiempo. Era el final de la partida, de su partida.
No vayas a meterla.
Por favor. Puntería es mi segundo nombre
Salieron del garito cuando todavía era de día. El dueño los despidó con una sonrisa, y un nuevo pitido los secundó cuando pusieron un pie fuera de la puerta. Afuera, comenzaba a caer el crepúsculo.
Aceleraron la marcha para que la noche no los hallara en medio de la acera. Caminaron con prisa y en silencio, alertas al menor ruido. El graznido de los cuervos se hacía cada vez más claro en el horizonte.
Una oleada de viento los envolvió cuando estaban a unas cuadras del apartamento. Kate estornudó dos veces y se llevó los brazos al cuerpo. Sirhan notó que tenía frío e hizo el ademán de quitarse el abrigo. Entonces, se dio cuenta.
—¡La puta madre! —exclamó mientras se llevaba las manos al rostro.
—Maldita sea —le corrigió Kate—. ¿Qué ocurre?
—Maldita sea, olvidé mi campera en la sala de juegos y ahora...
—Es de noche —concluyó Kate.
Sirhan se llevó las manos a la barbilla mientras comenzaba a sentir un frío psicológico. Palpó sus bolsillos como si no supiera que las armas habían quedado en su americana. No tenía nada con qué defenderse.
—Iré a buscarla mañana —convino.
Aceleraron la marcha aún más. Él apaciguaba el paso para que fueran al mismo tiempo; ella hacía su mejor esfuerzo para no hacerlo sentir rezagado. Un halo de terror los rodeó hasta que llegaron al edificio.
—Buenas noches —saludó el guarda.
Sirhan no contestó. Un deseo sincero se había desgastado gracias a un protocolo de falsas formalidades. Subieron las escaleras con calma, y recién cuando Sirhan corrió el cerrojo, se sintieron a salvo. Dieron un vistazo a la sala y comprobaron que todo estaba en su sitio. La eterna tortura de la cotidianidad.
—¿En dónde habíamos quedado? —preguntó Sirhan por fin.
—Que yo recuerde, solo hablamos de la carta.
Él sonrió con perversidad, se puso de pie y avanzó hacia su habitación. Kate no se movió de su sitio en ningún momento y lo escrutó con la mirada. Sirhan le agradeció en silencio y abrió el cajón de la mesa de noche.
El pequeño trozo de papel ocultaba la vastedad del espacio. Una vez más, Sirhan sintió esa sensación de indefensión que lo había acompañado durante toda la tarde. Bufó en voz baja y tomó la nota entre sus manos.
Cuando regresó a la cocina, Kate jugaba con los anillos en el sitio donde había estado el centro de mesa. Sirhan abrió el puño y le entregó el papel. Ella leyó las palabras en silencio y dijo:
—No tiene tus notas, pero conoce cada pista de memoria.
Él asintió y una sonrisa se dibujó en sus labios. Comenzaban a hablar en el mismo idioma. Kate tomó el papel y exploró el trazo una vez más, convencida de que el trazo era la clave para descubrir el misterio.
—Este Wolf debió llevarse caligrafía a agosto —bromeó.
Sirhan le agradeció que intercalara humor en los momentos más tensos. Kate rompía su timidez de a ratos para desafiar al destino.
—¿Cuándo te llegó?
—El lunes por la mañana. Alguien lo había arrojado debajo de la puerta.
Kate comenzó a enrollar y desenrollar el papel y sus anillos hacían un traqueteo frenético.
—¿Te dejó algo más?
—No, y el segurata no me dicho de nada.
—Curioso —murmuró Kate—… ¿Crees que puedes tener cerca a más enemigos de lo que crees?
Perdones por la demora para subir el capítulo. Espero que la espera haya valido la pena️❤️
¿Ya saben quién es Wolf?
Estén atentas a la historia que se va contando en las frases iniciales porque les va a ayudar a entender aún más la trama.
Les dejo un buen meme con el perfil de Tinder de Christopher :)
¡Nos vemos el miércoles!
xxxoxxx
Gonza.
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