Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 3

~
«Se está muy bien aquí». (Telegrama del príncipe Evan desde el desarraigo, 13/5/2035). 3
~

—¡Bienvenidos a Moy, muchachos! —les dijo el maquinista—. A partir de ahora, seguirán solos. ¡Mucha suerte!

El encargado abrió las puertas y un malón de jóvenes desnudos salió disparado fuera de la estación. El tiempo apremiaba y los grandes basurales eran los sitios predilectos para encontrar algo para comer o una prenda de vestir usable. Se auguraba una batalla campal por los restos de una lata de atún o por un retazo de tela, y ni hablar si alguien encontraba una frazada vieja o una moneda de cincuenta argiles.

Sirhan no podía permitir que le ganaran de mano, pero dejó que los ansiosos abandonaran el vagón antes que él para evitar accidentes. Recién cuando el embotellamiento desapareció, se puso de pie, cruzó la puerta de salida como una persona civilizada y saludó al maquinista. «Sin prisa, pero sin descanso» se dijo y comenzó a caminar pegado a la pared para resguardarse del frío.

—Por esta razón prefiero el calor —murmuró y aceleró la marcha para evitar congelarse.

El andén se le antojó triste y decrépito: carteles herrumbrados que necesitaban una buena mano de pintura, negocios cerrados con tablas y candados para evitar saqueos, y bancos que se mantenían en pie gracias a una fuerza diabólica. Había señales de golpes, forcejeos, grafitis e incluso restos de sangre. Las huellas de cientos de muchachos estaban marcadas en el suelo e indicaban dónde estaba la salida. Sirhan sonrió y comenzó a correr a toda velocidad: era el momento de seguir la ley de la selva.

Cruzó el portón de entrada y rodeó el predio por la derecha. A juzgar por los destrozos, el malón se había dividido en dos y los jóvenes se dirigían al centro de la ciudad, donde tendrían más posibilidades de encontrar algo útil. Sirhan descartó esa alternativa: debía haber un contenedor detrás de la estación y estaba dispuesto a encontrarlo. Sabía que muchos se dejaban llevar por los recuerdos y esperaba que algún veterano generoso hubiera dejado su ropa vieja en el mismo sitio donde la había tomado.

—¡Lo sabía! —exclamó luego de unos minutos.

Enfrente suyo había un inmenso basural que apestaba a aceite, goma quemada y comida podrida. Sirhan sonrió y miró hacia los lados. Nada, nadie. Mejor así: tendría más posibilidades de encontrar algo útil entre toda esa porquería. Sirhan contuvo la respiración, abrió la tapa y se perdió dentro del contenedor con un ágil salto. Sus pies crujieron al entrar en contacto con la basura, y debió aguantar las náuseas mientras hacía una búsqueda desesperada.

Batalló contra el mosquero, los gusanos y la descomposición hasta que por fin encontró una remera algo rasgada y unos pantalones dos tallas más chicas. «Más de lo que esperaba» pensó y sacudió la ropa para quitarle la mugre y desarrugarla un poco. La remera le calzó bien, pero debió hacerle un agujero a los pantalones para que pudieran entrarle. Cuando todo estuvo listo, cerró la tapa y comenzó a caminar. Aún le faltaban un par de cuadras para llegar a destino.

—Hogar, maldito hogar —dijo y se perdió en la acera contraria.

Cuando Sirhan alcanzó el edificio G780, el cielo estaba más oscuro que nunca y el viento helado se había vuelto insoportable. Alzó la vista y lo que encontró no lo sorprendió demasiado: una estructura de hormigón ordinaria de veinte pisos, monoambientes minúsculos y pequeñas ventanas que les permitían escrutar el exterior. «No es la gloria, pero me será muy útil», pensó.

No había nadie en la puerta, y Sirhan supuso que sus vecinos aún dormían. Colocó la llave sobre la cerradura y la giró con delicadeza, pero unas bisagras herrumbradas frustraron sus planes. Como respuesta a su imprudencia, una luz se encendió en la planta baja y una silueta apareció en la ventana. Sirhan esperaba palabras rudas y las tuvo:

—¡¿Quién mierda es?!

Sirhan suspiró y se obligó a serenarse; tenía el corazón exaltado y los miembros trémulos. Esperó. Sintió que la figura recorría el apartamento como si buscara algo, y se sorprendió cuando el picaporte bajó con fuerza y apareció un hombre en pijama de patitos. Iba armado con una semiautomática CZ 75 y tenía cara de pocos amigos. Sirhan levantó las manos y retrocedió.

—¿Quién eres? —el hombre repitió la pregunta.

—Mi nombre es Sirhan Bay y me asignaron el departamento 4A —contestó e intentó sonar calmo.

El otro pareció dudar unos segundos y regresó a su apartamento. Sirhan escuchó que revolvía unos papeles y supuso que buscaría su nombre en algún listado para confirmar sus palabras. El hombre no se hizo esperar y regresó a los pocos segundos. Había guardado el arma en su funda y estaba dispuesto a conversar un poco.

—Lo lamento, pero no puedes quedarte. El apartamento ya ha sido ocupado.

—Pero yo… —protestó Sirhan.

—Pero nada —repuso el otro, cortante.

No era el primero ni el último al que echaban de su apartamento: los edificios solían estar a cargo de los mafiosos más poderosos de la ciudad y ellos elegían quiénes entraban y quiénes no. El gobierno no se entrometía; jamás enviaría una misión policial suicida para defender a un negrito cagón. Una vez que estabas en el desarraigo, dejabas de ser su problema durante tres largos años.

—Dame tu llavero.

Sirhan se lo entregó sin protestar, y el hombre sonrió, complacido. «Un nuevo fanático de la sumisión» pensó Sirhan, mientras el de pijama de patitos se guardaba el llavero en el bolsillo. El desconocido le pidió que esperara un momento y le cerró la puerta del apartamento en la cara. Luego de un par de llamadas, regresó con una nueva llave y un código extraño que, por ser incomprensible, Sirhan decidió conservar.

—Te puedo ofrecer un sitio en el edificio E447, departamento 2C —le dijo y señaló la ubicación en el plano.

—De acuerdo —contestó Sirhan y comenzó a caminar rumbo a la salida.

—Espera un momento. Toma.

El hombre le arrojó unos pantalones nuevos y volvió a esconderse dentro de su apartamento. Sirhan le agradeció la gentileza en voz baja, y el otro insistió en que debía irse. Sirhan se volteó sin saludar, cruzó la puerta de reja y avanzó rumbo a su nuevo apartamento. Aún tenía la sensación de que el tipo pijama-de-pato lo vigilaba desde las sombras, dispuesto a volarle la cabeza de un balazo en cualquier momento.

El E447 era igual a miles de edificios, pero era el mejor que Sirhan había visto en muchas cuadras. Las luces estaban encendidas; las paredes, sin grafitis; y algunos muchachos se asomaban por las ventanas. Sirhan hinchó el pecho y avanzó hacia la entrada, pero dos hombres de uniforme blanco y as de picas negro le impidieron el paso. Uno de ellos le apuntó con el arma y rugió:

—¿Y tú eres…?

—Me asignaron el departamento 2C —dijo Sirhan, sin presentarse.

—Déjame ver. —El guarda le arrebató el llavero de la mano y pasó el código por un lector—. ¿Sirhan Bay?

—Exacto.

—Adelante, Sirhan —le indicó—. Las escaleras están al fondo del pasillo.

Sirhan llevaba doce horas de ayuno y su estómago comenzaba a protestar. Eran las siete y media de la tarde y el comedor abriría en media hora, pero ya había una larga fila de muchachos que esperaban el segundo plato de comida caliente del día. Tenían el rostro cansado, la mirada triste y las ropas desgarradas. Habían llegado hacía menos de treinta días y estaban dispuestos a aceptar el regalo de Su Excelencia, para nada comparable con la deliciosa comida a la que estaban habituados.

La idea del comedor comunitario había llegado hacía pocos años, y Rhona Greer lo había presentado como «Un regalo muy especial para nuestros jóvenes libres». Dos raciones diarias durante un mes y una ración durante quince días eran suficientes para quitarse un problema de encima y vestirse de salvadora. Acabado el plazo, Su Excelencia les daba la posibilidad de ingresar al ejército o continuar en la isla hasta que cumplieran dieciocho años. Y la mayoría de los jóvenes, hartos de la miseria, elegía las tropas. «Como matar dos pájaros de un tiro» decía Sirhan.

Cuando las puertas se abrieron, los jóvenes avanzaron en patota y tomaron una bandeja vacía. Un muchacho malhumorado los recibió y comenzó a repartir comida a mansalva. Al parecer, el menú de esa noche era un intento de salmón escocés marinado con salsa de crema y estragón de dudosa procedencia.

Sirhan recogió su ración en silencio y se sentó en una mesa vacía; no estaba con ánimos para hacer amigos cuando su estómago estaba a punto de quebrarse. Devoró la comida con avidez, pero no con gusto: la carne estaba mal cocida, y la crema un poco cortada. «Al menos es algo», pensó mientras limpiaba el plato con el tenedor. Dejó la bandeja en su sitio y abandonó el comedor lo más pronto posible.

Cuando Sirhan salió, la noche ya se había ceñido sobre la ciudad, pero las calles estaban repletas. Decenas de personas avanzaban por el medio de la carretera, demasiado lento para estar apuradas y demasiado rápido para estar calmas. «Quizá esta noche descubra algo interesante» pensó Sirhan y decidió seguirlos para ver adónde lo conducían. A medida que se acercaba, descubrió que iban detrás de un Maybach Landaulet color blanco que era escoltado por decenas de guardas.

—¿Qué carajos hace una limusina aquí? —preguntó el muchacho que iba delante de Sirhan.

—Es Ted, es Ted —le dijo otro.

—¿Quién carajos es Ted?

El vehículo del supuesto Ted hizo un par de cuadras más y se detuvo frente a un edificio. Sirhan apenas pudo creer a sus ojos cuando leyó el cartel. E447. El Maybach Landaulet se había detenido frente a su edificio. Los mismos guardas que habían recibido a Sirhan ahora formaban un pequeño cordón para evitar que los peatones se abalanzaran sobre el vehículo. «Debes ser alguien demasiado importante, Ted», pensó Sirhan. «O demasiado peligroso».

La puerta trasera se abrió y los hombres de blanco ayudaron al supuesto Ted a bajar. Gracias a las luces LED, Sirhan pudo observarlo con detenimiento: vestía unos pantalones de gabardina negros, una camisa azul y unos lentes clásicos. «Parece un joven de diecisiete años común, solo que ningún joven común llegaría a su casa en una limusina» pensó Sirhan. Ted saludó a sus fanáticos desde lejos antes de perderse en las puertas del recibidor.

—Demasiado amable y demasiado misterioso —reconoció Sirhan—. Esas cosas no cuadran.

—El Graham recibe a los novatos todas las semanas. Deberías probar suerte. Al menos, ganarás dinero.

Por primera vez en seis días, Sirhan levantó la vista del plato y la fijó en dos jóvenes que estaban cerca suyo. Eran dos muchachos cualquiera que no volvería a ver en su vida —un grandote de casi dos metros y un muchachito que vestía harapos—, pero la conversación había despertado la atención de Sirhan. «Tal vez hoy sea mi día de suerte» se dijo y aguzó el oído aún más.

—No soy bueno para las carreras —contestó el muchachito mientras revolvía su plato de haddock con desgano.

Una sonrisa gigantesca se dibujó en el rostro de Sirhan: aquella era la oportunidad de su vida. Había participado en cientos de carreras durante casi diez años y su sueño era alcanzar las ligas mayores. Pero el desarraigo había frustrado sus planes: Sirhan se había resignado a perder tres años de entrenamiento y, con ello, cualquier posibilidad de ascender. Ahora sus esperanzas resurgían, de la mano de una conversación entre dos desconocidos. «El Graham, tengo que saber dónde diablos queda el Graham» se dijo.

—No tienes que ser bueno, solo debes ganar a cualquier costa —destacó el grandote—. Lo que en realidad importa...

—Espera un segundo —lo interrumpió el muchachito—. Algo pasa.

De pronto, todos enmudecieron y una sirena policial se escuchó en los alrededores. A los pocos segundos, dos oficiales abrieron la puerta del comedor de una patada e irrumpieron en la sala. Sirhan mantuvo la mirada fija en los hombres con el as de picas y no dejó de decir «¿Qué carajos?» durante toda su estadía. Los oficiales se acercaron a un negrito que comía su haddock en silencio y le arrebataron el plato. Él ni se inmutó.

—¡Levántate, negro de mierda —le ordenaron—, o te agarraremos de las pelotas!

Ante la falta de respuesta, uno de los oficiales lo empujó de la silla, y un fuerte golpe seco se escuchó en todo el comedor. Los hombres intentaron levantarlo y, tras no conseguirlo, lo arrastraron el resto del camino. El negrito emitía débiles gemidos de dolor cada vez que los oficiales le pegaban una patada en la cabeza y pedía ayuda a grito pelado. Sin embargo, nadie supo qué hacer, así que no hicieron nada.

Cuando la policía cerró la puerta, los jóvenes suspiraron. Poco a poco,  el ambiente regresó a una normalidad que a Sirhan le resultó ofensiva. «Lo acaban de usar para limpiar el piso y ustedes quieren simular que no pasó nada» tuvo el impulso de decirles, pero se contuvo. Los gritos del joven desesperado aún resonaban en su mente y lo hacían estremecer. Sirhan hizo su máximo esfuerzo para acabar el haddock y se quedó sentado unos minutos más. Aún tenía miedo de cruzar la entrada.

—¿Me alcanzas la sal?

Sirhan se sobresaltó y tardó unos segundos en encontrar a quien le había hablado. En la mesa del frente, un joven moreno de cabello castaño le sonrió, divertido. Sirhan le regresó una sonrisa tímida y le alcanzó el salero. El moreno le agradeció, condimentó su comida y le regresó el recipiente. Luego, volvió a fijar la mirada en la puerta del comedor, como si esperara a alguien más. «Está al tanto de todo», pensó Sirhan.

—¿Eres nuevo? —le preguntó el joven, sin dejar que la timidez de su interlocutor fuera un obstáculo.

—Sí —contestó Sirhan, algo confundido.

—Soy Stone, gusto en conocerte.

Sirhan sonrió al notar que su nombre era una distorsión de la palabra storm, la que lo identificaba a la perfección. Stone era como un pequeño torrencial de verano: calmo, simpático y aliviador. Tenía el cabello hacia los lados, unos ojos pequeños que se rasgaban al sonreír y unas ansias de conocer el mundo casi caricaturescas. Sirhan se sorprendió de que pudiera mantenerse tan alegre entre toda esa miseria. «A lo mejor es cierto que siempre hay luz al final del túnel» pensó.

—Yo soy Sirhan —le dijo, amable.

La conversación fluyó con naturalidad, como si se conocieran desde hacía años. Stone dirigía la charla con avidez y Sirhan deslizaba comentarios sutiles de vez en cuando. Hacía días que no hablaban con nadie acerca de sus problemas, deseos y miedos, y estaban ansiosos por compartirlos. «Ansiosos por encontrar una mano amiga» reconoció Sirhan.

—¿Es cierto que aquí se organizan carreras? —le preguntó de pronto.

Stone detuvo su narración y lo miró a los ojos. No estaba molesto, solo algo sorprendido: sabía que Sirhan no lo hubiera interrumpido sin una buena razón. Dejó la anécdota del parque acuático para más adelante y cambió de tema de conversación. Sirhan le agradeció en silencio y esperó que contestara; su futuro dependía de esa respuesta.

—Todos los días hay torneos en el Robert Graham: fútbol, rugby, atletismo... Para muchos es dinero fácil.

—¿Para ti también? —preguntó Sirhan y Stone sacudió su cabeza.

—Mi hermano juega al fútbol con Los Bravos. Yo aún no consigo entrar en ningún equipo. Creo que no soy demasiado bueno... —reconoció, algo consternado.

—No digas eso. Seguro lo eres

—No puedes saberlo. Nunca me viste en la cancha.

—Pobre víctima —contestó Sirhan, divertido—. Espero remendar ese error pronto.

Para su sorpresa, fueron de los últimos en salir del comedor. Sirhan no sabía cuánto tiempo habían estado ahí dentro, pero afuera se veían las estrellas. Ninguno se preocupó por eso; ambos reían de las ocurrencias de Stone o la ironía de Sirhan mientras debatían hacia dónde irían. Stone eligió un camino alternativo que les permitiría continuar juntos unas cuadras más, y por allí avanzaron.

—¿Adónde van?

Una figura salida de la nada los sobresaltó, y Sirhan apenas pudo contener un grito de horror. A Sirhan se le erizó el cabello y su corazón se revolucionó. El resplandor de las lámparas del comedor dibujó una silueta, y los haces de luz que huían por las claraboyas les dieron una imagen más precisa del extraño que tenían delante.

—Nunca puedes dejar de hacer amigos, Stone —le dijo y le sacudió la cabeza.

—Y tú tampoco de aparecer sin avisar, hermano —castigó con severidad el menor, cansado de que jugara a asustarlo.

—Te demoraste un poco, pequeño.

—Te presento a Sirhan. —Stone ignoró su reprimenda. Luego se dirigió hacia su nuevo amigo—. Sirhan, él es mi hermano Doron.

—Un gusto —dijo Sirhan y extendió la mano.

Doron no le pareció ni demasiado ni poco agradable: solo agradable, a secas. El chico le dio un fuerte apretón de manos, y Sirhan notó que sonreía con franqueza. «Es del tipo de personas que les resulta imposible forzar una sonrisa protocolar» pensó, mientras se acomodaba junto a Stone para seguir viaje.

—Amigos por todas partes. No puede con su genio, ¿verdad? —le preguntó Sirhan mientras señalaba a Stone.

—Ni me lo digas.

—Eso no tiene nada de malo.

—Siempre corres el riesgo de encontrarte con alguien demasiado interesado en tu vida privada —sentenció Doron y la conversación acabó.

A medida que avanzaban hacia la luz, Sirhan notó que, a excepción de la nariz y los ojos, las diferencias entre los hermanos eran irreconciliables. Mientras que Doron destacaba por el cabello largo, la expresión severa y la barbilla en alto; Stone lo hacía por su sonrisa amplia, sus grandes orejas y sus cejas delgadas. «Son como el ying y el yang» pensó Sirhan, divertido.

—Tu hermano me comentó que necesita un trabajo —dijo Sirhan luego de un rato.

—¿Tienes algo para ofrecer? —Doron lo miró de pies a cabeza.

—Por el momento, nada. Estoy en su misma situación. Llegué aquí el miércoles pasado, pero tengo algunas ideas en mente.

—¿Aún no te decides?

—No todavía. —Sirhan ignoró a Stone, quien le hacía señas para que cambiara el tema de conversación—. Podría participar en las carreras, buscar empleo en alguna tienda de mala muerte o probar suerte como cazarrecompensas. Cualquiera puede ser una buena opción.

—Escúchame un momento. —Doron se detuvo en medio de la acera y adoptó el papel de hombre—. Te lo haré simple, para que puedas entenderme. Existen dos grupos repugnantes en el desarraigo: los militares y los cazarrecompensas. A los primeros los mueve el poder; y a los segundos, el dinero.

—¿Y tú qué propones?

—Cualquier actividad que te dé dinero y deje tu mente tranquila.

—¿Eso dices? —intervino Stone, aunque Sirhan no entendió su pregunta.

La conversación murió pronto, y Sirhan suspiró. Aún sentía los ojos ardientes de Doron sobre los suyos y no podía pensar con claridad. Inhaló y exhaló en silencio y dejó que los hermanos se enfrascaran en una discusión futbolística que no le interesaba. Poco a poco, la noche se volvió cálida pese al frío y los tres se permitieron sonreír una vez más, como en los viejos tiempos.

—Es aquí —les dijo Doron.

—Edificio E253 —leyó Sirhan en voz baja.

Doron los invitó a entrar y los tres subieron las escaleras hasta llegar al segundo piso. Una vez allí, Stone tomó la llave del apartamento de su hermano y le indicó a Sirhan que esperara afuera un momento. Doron le repitió el pedido antes de perderse en el monoambiente y dejó la puerta entreabierta.

—Solo un segundo —le habían dicho.

Sirhan permaneció junto a la puerta, pero los segundos pronto se hicieron minutos. Nada pasó. Escuchó que los hermanos hablaban, pero jamás amagaron con abrir la puerta. «Quizá se hayan olvidado de mí o quieran ganarme por cansancio» pensó Sirhan, extrañado. Esperó unos minutos más y, ante la falta de respuestas, dio media vuelta y se encaminó hacia el pasillo. De pronto, Doron lo detuvo en seco.

—¡Sirhan, espera! Toma —Le entregó una parva de ropa deportiva limpia—. Úsala hasta que consigas comprarte algo.

—Gracias. En serio.

—Agradécele a Stone —le dijo Doron con una sonrisa antes de cerrar la puerta.

Perdonen que haya colgado así. El sábado fue movido y Wattpad no cooperó😬

Les dejo el chiste del día:

"—¿Tienes WiFi?

—Sí

—¿Y cuál es la clave?

—Tener dinero y pagarlo."

Recuerden votar, comentar y compartir ❤ Espero que les haya gustado el capítulo 😁😁

xxxoxxx

Gonza.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro