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Capítulo 29

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«Hemos sido testigos de las atrocidades que usted y sus tropas han generado. Crímenes de guerra, violaciones a los derechos humanos y ataques a la población civil». (Carta del Secretario General de Naciones Unidas a Rhona Greer, 19/3/2017).
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—¡Quieto, hijo de puta! —exclamó Sirhan y arrojó el jarrón hacia la sombra que estaba en la cocina.

El costoso adorno de cerámica se estrelló contra la mesada y se abrió en mil pedazos, pero nada pasó. La sombra siguió en el mismo sitio, estática y muda, como si una pieza de dos kilos no hubiera estado a punto de rebanarle la cabeza. Sirhan frunció el ceño, confundido. Aún le faltaban un par de metros para ocupar el centro de la sala y todo podía pasar.

De pronto, sintió un fuerte olor a gas que se colaba por la puerta. Se armó de valor, se quitó la zapatilla y la empuñó en su mano hábil. Contó hasta tres y, cuando se creyó listo, entró.

—Nadie —murmuró entre dientes. Luego, alzó la voz y le habló a su amiga—. ¡Falsa alarma! Aquí no hay nadie.

Las consecuencias del espectáculo que había montado estaban en el piso: los cerámicos estaban rayados y algo fisurados y la mesada tenía una fractura en la esquina derecha. Lo que había confundido con un enemigo no era otra cosa que el nuevo perchero que había comprado por Internet y que aún no había desembolsado. «Imbécil. Una y mil veces imbécil», se dijo.

Siguió el rastro del gas y descubrió que había un pequeño charco alrededor de las hornallas. El agua se había rebalsado de la olla y había comenzado a chorrear por los lados y, al entrar en contacto con el fuego, había generado la explosión que ambos habían sentido.

Sirhan suspiró de alivio mientras apagaba las hornallas. Las salchichas habían reventado y se habían deshecho poco a poco en el agua turbia. Era un verdadero desastre culinario.

—Ahora entiendo por qué no cocinas —bromeó Kate desde la entrada—. Está claro que necesitas ayuda, aunque no quieras reconocerlo.

Kate abrió la alacena y buscó algo fácil de preparar. Separó una lata de legumbres y un poco de carne fresca que estaba en la heladera y los puso sobre la mesa. Si bien no era una cocinera experta, sabía defenderse bastante bien.

—Iré a buscar algo para limpiar este desastre —se excusó Sirhan. 

Regresó con una escoba y comenzó a frotar el piso con ímpetu. A medida que barría más y más, los restos del jarrón parecían multiplicarse y aparecían en los lugares más absurdos. «Lo que confirma mi teoría de que hay dos cosas infinitas: los restos de un objeto partido y la estupidez humana», pensó.

Mientras tanto, Kate se limitó a hervir unas lentejas en agua caliente. Rebanaba zanahorias para rellenar el silencio e intentaba encontrar el momento perfecto para reanudar la conversación. Por fin, lo consiguió.

—¿Hay muchos cazarrecompensas por aquí? —dijo de pronto, como si los últimos diez minutos no hubieran pasado.

—Eso creo —repuso Sirhan mientras envolvía los fragmentos de cerámica en un periódico viejo.

—Deberías hacer una lista de los más exitosos. Quizá pueda ayudarte.

—¿Una lista dentro de una lista? —bromeó Sirhan—. ¿Mi propia lista negra de la lista negra?

—Hablo en serio —La sonrisa de Sirhan se esfumó con tres palabras—. Sabes cómo trabajan. Los cazarrecompensas no tienen piedad con nadie.

—Parece que sabes mucho sobre ellos —repuso Sirhan, sugerente.

Kate no se inmutó y continuó con la vista fija en las zanahorias que descansaban sobre la tabla. Las rebanadas cayeron una tras otra con una precisión letal.

—¿Acaso crees que en nuestra zona todo es color de rosas? Sufrir no es cuestión de sexo —sentenció.

Sirhan se rascó la cabeza un segundo y regresó al tema anterior. Las demás discusiones no tenían sentido.

—Boyd me mostró a uno de ellos —continuó, como si nada hubiera pasado—. Su nombre es Rafer y dicen que mata por placer.

—Eso es aún más terrible.

—De todos modos, los grandes cazarrecompensas compiten por las primeras posiciones.

—¿Y qué hay de los medianos y pequeños? El tamaño no importa; el resultado sería el mismo.

Sirhan enmudeció y buscó algo para tomar en la heladera. En ocasiones, las preguntas de Kate lo exasperaban. Ella aprovechó la tregua y puso los vegetales en agua caliente.

—Recuerda que quien haya apostado por ti no correrá riesgos —continuó Kate—. En treinta días estarás absuelto y podrías ser peligroso.

—Siempre tienes que saber todo sobre todo, ¿verdad? —preguntó Sirhan y Kate asintió, orgullosa—. A ver, dime adónde van los chicos del cero al cincuenta.

—Fermanagh —repuso ella sin titubear.

—¡Asombroso! —exclamó Sirhan luego de verificarlo en su teléfono.

Kate bufó y elevó los ojos al cielo. Sabía que su amigo intentaba romper la tensión y regresar al viejo Sirhan, pero ella no estaba dispuesta a irse por las ramas. No ahora.

—Mi única recomendación es que intentes localizar a Doron. De seguro, Boyd podrá ayudarte.

—¿Crees que es él? —preguntó Sirhan, interesado.

—No se trata de creer o no creer. Deberías cerrar la grieta sin importar si es culpable o inocente. Hazlo por Stone, ¿quieres?

—Lo intentaré —repuso Sirhan, pero sabía que no lo haría.

—¿Quieres dar un paseo? —le propuso Kate una vez que la cena se había consumido.

—¿De noche? —repuso él—. ¿Lo dices en serio?

—Hay una feria por aquí cerca —continuó ella— y te haría bien despejar la cabeza un rato. Si quieres, pídele a tu jefe que te envíe un guarda.

Sirhan dudó unos segundos, pero decidió aceptar. No le daría ningún gusto al hijo de puta. Tomó el teléfono y le marcó a Boyd.

La llamada fue corta y productiva. Acordaron que Boyd le enviaría cuatro hombres vestidos de civiles que los seguirían de cerca durante todo el camino.

—Lo siento, campeón, pero no puedo hacer nada más —le dijo el rubio antes de cortar—. Ya sabes por qué.

—No te preocup… —intentó responder Sirhan, pero Boyd ya había colgado.

Minutos más tarde, el timbre sonó y los guardas se anunciaron por el interfono. Sirhan y Kate se demoraron un momento para no levantar sospechas.

—¿Crees que esto es una buena idea? —preguntó Sirhan.

—Lo importante es que tú lo creas —repuso Kate—. ¿Llevas el arma?

Sirhan no se sobresaltó. Lo malo de usar pantalones ajustados es que no puedes ocultar nada sin que el otro lo note.

—Por supuesto. De paso, toma esto —le dijo y le entregó su navaja italiana—. Por las dudas.

—Por las dudas, ¿qué?

El paseo fue más reparador de lo que Sirhan esperaba. Habían paseado por la feria y luego habían avanzado en línea recta, como si no tuvieran nada más importante que hacer que mirar unas estrellas invisibles a la luz artificial. Por fin, algo de cotidianidad en medio del caos.

Kate dio una rápida sacudida a su reloj de muñeca para ver la hora, y Sirhan vio cómo su rostro experimentaba una repentina metamorfosis. Ella gimoteó en voz baja y agregó:

—Falta media hora para las doce.

—Pues entonces vamos antes de que tu carroza se convierta en calabaza, princesa —dijo Sirhan con ironía—. No estamos demasiado lejos.

Ambos viraron el rumbo y avanzaron hacia la frontera. En el camino se toparon con varios jóvenes desesperados que disfrutaban sus últimos minutos juntos. Habían encendido sus esperanzas y jugaban con ellas como si fueran lucecitas intermitentes. Separación y encuentro, encuentro y separación.

—A todo esto, jamás me contaste cómo estás tú —dijo Sirhan de pronto.

—Lo dejaremos pendiente para nuestro próximo encuentro —replicó ella con una sonrisa mal contenida.

Sirhan no dejó de mirarla hasta que ambos estallaron de la risa. Presas de la muerte, habían elegido sonreír.

—Entonces deberás dejar tu zapato, princesa.

—Como usted lo diga, príncipe Charming —bromeó Kate e hizo una pequeña reverencia.

Cuando llegaron a la frontera eran los únicos que, en lugar de lágrimas, compartían sonrisas. Los demás alzaron el ceño y los miraron confundidos, pero ellos no les hicieron caso.

Kate atravesó el enrejado cinco minutos antes de las doce, le dio un beso a la distancia y asomó los dedos para que Sirhan pudiera tocarlos.

—Cuídate mucho.

—Tú también.

—Es en serio, Sirh.

—Lo sé.

Sirhan vio con pesar cómo Kate se volvía un punto en la nada y no quiso que se fuera cuando acababa de regresar. Sus observaciones habían sido claves para la investigación y ahora tenía un norte más o menos marcado.

—Vuelve pronto —murmuró, aunque ella no pudiera escucharlo.

Hizo un dramático giro sobre su talón y comprobó que los hombres de Boyd estaban a unos metros y conversaban como viejos amigos. Mejor así.

—¡Ya, Sir! ¡Ven con nosotros! —gritó un guarda de pelo gris.

Pelo Gris interpretó su papel con naturalidad y se le acercó con los brazos abiertos. Sirhan fue a su encuentro y dejó que el tipo le diera un abrazo fingido y que lo incorporara a su falso grupo de amigos. Les estrechó la mano a cada uno y deslizó una sonrisa fingida. Sus falsos amigos le regresaron el apretón y la sonrisa fingida.

Caminaron hacia el apartamento rodeados de conversaciones banales.  De vez en cuando, algún guards le daba un codazo a Sirhan para invitarlo a decir algo o bien para que simulara una sonrisa, y él obedecía con gusto. Le horrorizó descubrir que cada día mentía con más naturalidad.

Los minutos pasaron como horas y sus pies como segundos. Tras una larga caminata, Sirhan se detuvo en la entrada y se despidió de los grandotes de la manera en que lo hacen los amigos. Ellos le siguieron el juego.

—¡Nos vemos pronto! Cuídate —le dijeron y se dieron la vuelta.

—Lo mismo para ustedes.

El guarda de la entrada sonrió con sorna al ver que Sirhan se acercaba y no le dirigió la palabra en ningún momento. Sirhan lo saludó de pasada y cruzó el recibidor mientras tarareaba una canción que acababa de inventar. Revisó el reloj y, al ver que eran cerca de las dos de la madrugada, se obligó a bostezar para convencerse de que tenía sueño. La verdad era muy distinta.

De pronto, oyó pasos. Eran lentos y arrastrados y venían de los pisos inferiores. Su dueño llevaba algo en las manos que se sacudía con cada escalón que subía y hacía un ruido perverso.

Sirhan se estremeció y alcanzó su apartamento con el corazón en la garganta. Sin pensarlo dos veces, se arrojó al piso y comenzó a reptar rumbo a su cuarto en plena oscuridad. Minutos después, abría el cajón, tomaba el arma y se sentía algo más seguro. Algo.

El intruso golpeó la puerta del vecino dos veces, y Sirhan oyó que el otro muchacho se asomaba por la mirilla y descorría el cerrojo con cierta reticencia. Al parecer, tampoco confiaba demasiado en el desconocido.

—Acaba de llegar un paquete para ti, Edward —dijo el segurata.

El tal Edward abrió la puerta y recibió el paquete en silencio. Ambos intercambiaron susurros durante un rato, hasta que por fin se despidieron.

—Que tengas una buena noche.

—Descansa —repuso el guarda.

Sirhan suspiró y dejó el arma a un lado. El silencio era una buena señal. Esperó unos minutos antes de meterse en la cama y batallar para conciliar el sueño. Y por fin, después de tantos días, lo consiguió.

Lo despertó el sol del mediodía. La luz daba de lleno en sus ojos y lo obligaba a regresar a la realidad antes de que fuera demasiado tarde. Sirhan despegó los párpados con fuerza, revisó su reloj y agradeció que los entrenamientos iniciaran por la tarde.

Se vistió y fue a buscar algo para almorzar. Encontró los restos de la ensalada de Kate en el refrigerador, apilados en recipientes de distintos colores. Abrió el primero y un fuerte aroma a lentejas inundó la habitación. Buscó un plato y las desenvasó e hizo lo mismo con todo lo demás.

Comió rápido para no retrasarse y decidió darse una ducha corta. Dejó que el agua cayera sobre su cuerpo y lo recorriera de arriba abajo. Los malos días le habían quitado las ganas de cantar y debió conformarse con el silencio que penetraba por sus poros.

Cuando acabó, aún faltaban dos horas para su entrenamiento, por lo que holgazaneó un rato para matar el tiempo. Prendió el televisor y repasó cientos de canales sin encontrar nada interesante. No era una novedad. Entró a Whisper, seleccionó el primer episodio de Themma, la serie favorita de Johari, y le dio a aceptar.

La pantalla se oscureció y el rostro de Themma apareció en primera plana, rodeada de cables y aparatos eléctricos. A su lado, un jovencísimo Christian Coronel hacía del doctor Helling, el creador de la clon, y maniobraba con las máquinas. Sirhan siempre había pensado que Coronel era un pésimo actor y que Ludueña no era más que un escritor comercial y mediocre, pero era la mejor porquería que había encontrado.

Cuando la alarma sonó, Sirhan pegó un salto, tomó la mochila y el arma y avanzó hacia la salida. Intentó abrir la puerta a oscuras, pero no pudo encontrar la llave correcta. Por primera vez en todo el día, prendió la luz. Y, entonces, la vio.

Una delgada tira de papel descansaba en el piso, debajo de la suela de su botín. Sirhan la agarró, le quitó el polvo y le dio un vistazo rápido. Un rictus perverso se dibujó en sus labios ni bien comenzó.

La misma letra robótica. El mismo papel chamuscado. La misma tinta. El mismo juego. Sus mismas palabras.

—Un diablo bien vestido como un ángel es tenido.

Dobló el papel en mil pedazos y lo deslizó sobre su bolsillo como si fuera algo importante. Inhaló dos veces, puso la llave sobre la cerradura y tiró con fuerza. A los pocos segundos, estaba en la acera e iba al encuentro con el diablo.

Uy, creo que ya empezaron a entender la lógica de todo esto... ¿Qué creen que pasará después?

¿Qué piensan de Sirhan como protagonista?

Les dejo un meme para alegrarles la tarde:

El dato curioso del día es que yo siempre había confundido la navaja suiza con la italiana. Gracias a Google por no dejarme ridículo.

¡Nos vemos el miércoles!

xxxoxxx,

Gonza.

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