Capítulo 28
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«Porque ustedes son la escoria, son el yugo y son la muerte». (Declaración de guerra a Gran Bretaña, 9/3/2017)
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«Bienvenido a tu infierno, Ezra Derricks Sirhan Bay.
Estimo que esta no será la primera ni la última carta que recibirás en estos días; el mundo está lleno de fracasados que creen que tienen los huevos suficientes para cometer un asesinato. Pero yo no soy ningún fracasado. Y tengo las pelotas bien grandes.
Despídete de todo y de todos. Tus últimos días están contados. Sí, leíste bien. C-o-n-t-a-d-o-s. Quizás te preguntes quién mierda soy y qué autoridad tengo para fijar la fecha de tu muerte. Nunca lo sabrás. Morirás ignorante.
(Esta es la parte donde el mafioso te recuerda algo horrible que hiciste en el pasado, como si tuvieras una memoria de pez. Que «¡Asaltaste a mis padres!», que «¡Violaste a mi hermana! o que «¡Me dijiste marica en sala de cinco y yo aún no había salido del armario!». No necesito recordarte por qué acabaste aquí, ¿verdad? Tú eres el juez, y yo el verdugo.)
Pero dejémonos de dramas, que los malos libros nos han enseñado que todo es tragedia, tragedia y más tragedia. Vengo a proponerte un juego: a partir de mañana, tendrás quince días para descubrir mi identidad. Si al final del plazo veo mi nombre en las paredes del galpón de la calle Greer, me pegaré un tiro en medio de la frente. Pero si fallas, quien morirá serás tú. ¿Suena interesante, verdad?
¿Y si te digo que puedes escribirme tres preguntas en el galpón cuando tú quieras? Lo sé, te caes de culo. Aún no puedes creer lo generoso que soy en realidad. Pero no te emociones. Yo contestaré a mi manera, así que no te desanimes si tus dudas no se resumen a un simple sí o no.
Para terminar —y como prueba anticipada de mi bondad—, te entrego las únicas pistas que te guiarán durante la investigación. Presta mucha atención, porque el diablo no siempre es tan generoso:
• Supimos conocernos alguna vez.
• Nada de lo que crees saber de mí es cierto.
• Estoy más cerca de ti de lo que piensas.
Siempre tuyo,
Wolf».
Sobresaltado, el vaso escapó de las manos de Sirhan y se estrelló contra el piso con una fuerte explosión que era un eco de su corazón. Los cristales se desperdigaron por el suelo y él no pudo hacer más que esquivarlos. Se secó el sudor en la ropa para no humedecer la carta más de lo que ya estaba y se sentó para estudiarla con más detenimiento.
El detalle del nombre era perverso: la caligrafía era la de un niño de primaria, trazada con regla y tinta azul. Había tachado el nombre del muerto sin que le temblara el pulso y había dibujado cada línea con una exactitud milimétrica. Eso lo llevaba a la primera conclusión: su enemigo era demasiado ordenado.
Y, si su peor pesadilla era demasiado ordenada, seguro era muy cauta y se había tomado la molestia de usar guantes. Intentar obtener sus huellas sería una misión imposible. Wolf sabía jugar con la muerte.
La carta tenía algunas grietas, arrugas y una marca que señalaba que Ezra la había doblado y desdoblado cientos de veces. Estaba acartonada y olía a humedad y descuido. La mala presentación contrastaba con la caligrafía ordenada y maquiavélica. «Una combinación interesante», apuntó Sirhan.
Bajó la mirada y observó el cadáver del vaso que acababa de explotar. Un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba abajo. Le dolía descubrir que él mismo se había sentenciado a morir en una fecha y un lugar determinado.
El folleto.
—¡¿Por qué mierda rechazaste ese puto folleto?! —exclamó entre dientes.
De haber leído las reglas, quizá hubiera descubierto algo interesante, algo que le diera luz entre tanta oscuridad. Pero no lo había hecho y ahora debía afrontar las consecuencias mortales de sus palabras y acciones. Un simple papel era juez, testigo, cómplice y ejecutor.
En un ataque de lucidez, un pensamiento comenzó a sonar con fuerza en su mente.
Boyd.
No. Boyd no.
Boyd estaba al tanto de todo, pero después del incidente con Fagler, Sirhan no se atrevería a pedirle ayuda. Lo mejor era seguir solo. La muerte había llamado a su puerta y no quería arrastrar a otros hacia su infierno.
Arrojó la carta sobre la mesa y la estudió con detenimiento. Que estuviera húmeda y arrugada le daba algunas esperanzas. Quizá solo se trataba de una broma de mal gusto, de un imbécil que no había tenido una mejor idea que comprar un sobre y una lapicera azul y tocarle las pelotas.
Pero no era cierto. No debía caer en un falso optimismo. La verdad era solo una: Sirhan estaba en jaque y le tocaba mover.
De pronto, sintió prisa. Sintió la necesidad de moverse, de no malgastar ni un segundo de su vida y escribir su primera pregunta en el galpón. Pero se detuvo. Eso era lo que su enemigo pretendía: movimientos torpes y apresurados, fruto de la desesperación.
—Y no te daré el gusto, hijo de puta.
Sirhan obedeció a su estómago y se dirigió a la cocina para preparar el almuerzo. Mientras batallaba con el atún y el abrelatas, notó que dos personas se acercaban a su puerta y hablaban en voz alta. Era una conversación calma y cordial, de esas que no le hacen mal a nadie, pero aun así Sirhan permaneció alerta. Si los extraños aún no habían llamado, debían tener una buena razón.
Abrió el cajón, sacó el cuchillo para cortar carne y comenzó a afilarlo contra la mesada. Intentó sonar amenazante, pero solo consiguió que los intrusos cuchichearan una vez más.
—Debe ser él —dijo alguien de pronto.
El corazón de Sirhan dio un vuelco. Ya no había dudas: los intrusos estaban interesados en él. No eran pastores, evangélicos ni testigos de Jehová. No predicaban la vida, predicaban la muerte.
Intentó bordear la cocina por la derecha, pero tropezó con una silla y cayó de bruces al suelo. Aquello fue suficiente para que los extraños llamaran a la puerta con dos golpes secos. Sirhan tomó aire e intentó sonar rudo.
—¿Quién es? —preguntó y casi no pudo reconocer su voz.
—¿Sirhan? —inquirió la voz anónima—. ¿Eres tú?
—¿Quién es?
—Soy yo, ábreme.
«Es la voz de Kate», pensó Sirhan, aliviado mientras dejaba el cuchillo en su sitio y descolgaba la llave. Aun así, se asomó por la cerradura, pero no encontró otra cosa que el perfume de Kate. Y Sirhan sabía que la fragancia corporal no miente.
Giró la llave y bajó el picaporte con fuerza, como si eso pudiera asustar a un posible estafador. Pero las precauciones fueron en vano: Kate estaba del otro lado, con una sonrisa de oreja a oreja y un papel en la mano derecha. El encargado del edificio saludó a Sirhan, dio media vuelta y bajó por las escaleras.
—Ya es oficial —dijo Kate, emocionada, y desenrolló el permiso.
Sirhan lo miró con atención. El logo del Ministerio del Joven Adolescente ocupaba toda la hoja a modo de marca de agua y había una larga resolución que se podía resumir en un simple «Aceptado». Al pie había una rúbrica desganada, de esas que se repiten unas cien veces en un mismo día.
Ella volvió a cerrar el papel y se abalanzó sobre Sirhan. Él dejó que Kate le transmitiera calma y prolongó el abrazo más de la cuenta. Para su sorpresa, fue Kate quien decidió separarse luego de unos minutos.
—Pasa —le indicó Sirhan y cerró la puerta.
Kate puso un pie en la sala y abrió la boca con sorpresa. Un televisor de pantalla plana, ropa Gucci y Versace, una mesa de mármol y un armario lleno de elementos deportivos no era algo común en esos parajes, pero Sirhan no se enorgulleció de ello. Era una felicidad prestada, una felicidad vencida.
—¿Puedo ver tu habitación? —preguntó ella, algo ruborizada.
—Claro.
Sirhan la siguió por detrás, sin tocarla en ningún momento. Kate se encontró con un segundo televisor que colgaba de la pared, una lámpara lunar 3D y unos auriculares inalámbricos que descansaban sobre la mesa de luz. Los cajones estaban abiertos y solo se veía la tela que había ocultado a la Beretta. Sirhan llevaba el arma amarrada a la cintura.
—¿Me disculpas un momento? —se excusó Sirhan—. Tengo que ir al baño.
—Las necesidades fisiológicas van primero —contestó Kate, divertida.
Él sonrió con falsedad y cerró la puerta del baño, aliviado. Se desabrochó el pantalón, dejó la Beretta sobre el espejo y orinó con fuerza para no levantar sospechas. Ni bien acabó, hundió la pistola debajo del cesto de ropa sucia y suspiró con fuerza. Saldría del baño con una carga mortal menos.
Cuando Sirhan regresó, Kate aún estaba en su habitación. Se había sentado de lado sobre la cama y admiraba los detalles del edredón.
—¿Quieres algo para comer? —le ofreció Sirhan.
—¿Ahora sabes cocinar? —preguntó ella con una falsa seriedad.
—No es más que meter un paquete de salchichas en agua. Cualquiera puede hacerlo.
—De acuerdo. ¿Necesitas ayuda con la mesa, Alain Ducasse?
—¿Alan Du qué?
—Alain Ducasse, payaso —repuso ella, divertida—. El chef con más estrellas Michelín del mundo.
—Y yo que pensaba que Michelín era el gordito simpático de las propagandas de neumáticos.
Ambos se descostillaron de risa y acabaron en el piso. Tardaron un buen tiempo en reponerse y, cuando lo lograron, cada uno se fue por su lado. Sirhan llenó una olla con agua y buscó las salchichas mientras oía que Kate maniobraba con la cubertería.
De pronto, dejó de oírla. Sirhan frunció el ceño, confundido, y asomó el cuello hacia el pasillo. Kate no estaba allí.
—¡Sirh! ¿Puedes venir un momento? —dijo ella de pronto con voz trémula.
«La puta madre», pensó Sirhan mientras avanzaba hacia la cocina. Caminó en puntas de pie e intentó ganar algo de tiempo. Aún no había encontrado la excusa perfecta para explicarle a Kate por qué había una amenaza de muerte en su apartamento.
—¿Esto es real? —preguntó Kate mientras abría y cerraba las fosas nasales.
Sirhan suspiró y se quedó en silencio un momento. Kate no dio tregua, le señaló la carta y alzó el ceño, escrutadora. Él se rindió.
—Me temo que sí.
—Scheiße, Sirhan, Scheiße!
Sirhan levantó el entrecejo, confundido. Kate siempre decía que el gaélico no era un buen idioma para insultar, que el francés tenía más clase, el español más sonoridad y el alemán más fuerza. Y ahora necesitaba mucha fuerza.
—¿Podemos hablar en el mismo idioma? —repuso él, con la mejor sonrisa falsa que pudo esbozar.
—De acuerdo —dijo ella, seria como nunca.
Kate deslizó la carta sobre la mesa y la dejó a la vista de ambos. Era evidente que la había analizado un buen rato. La sesión de preguntas y respuestas estaba por comenzar.
—¿Esta es tu letra?
Bingo y cartón lleno. «Ya estamos de vuelta con Con la mierda hasta el cuello», pensó Sirhan como si se tratara de un anuncio televisivo. Kate lo miró a los ojos y lo obligó a asentir. A reconocer que había matado a un hombre.
—¿Lo hiciste?
Sirhan no se atrevió a decir la verdad en voz alta, pero un nuevo asentimiento hizo que el abismo que los separaba, lejos de cicatrizar, se expandiera aún más. Kate estaba rígida.
—Digamos que, en cierto modo, te lo buscaste.
Su tono era maternal, libre de recriminaciones. Ella no era quien para juzgar las decisiones de Sirhan. Ninguno era santo en esa isla perversa.
—¿Qué dice aquí? —preguntó y deslizó el dedo sobre el nombre tachado.
—Ezra —respondió Sirhan tras varios minutos de mutismo.
—¿Y el apellido?
—Derricks. Ezra Derricks.
—¿Sabes algo más de él?
—No.
—Y aun así…
—Estaba en la lista —la interrumpió Sirhan.
—Bien. Déjame ver… ¿Tienes Wi-Fi?
—La clave es ingram918.
—En verdad estás obsesionado con Ingram —repuso Kate, pero ninguno rio.
Escribió algo en Google y revisó los resultados de búsqueda un momento. Cliqueó en varias páginas hasta que por fin le mostró el teléfono a Sirhan y exclamó:
—¡Aquí está! —señaló y cambió la voz para leer el artículo—. El nombre de Ezra muestra una personalidad firme y segura, con ideas y objetivos muy claros. Es autoexigente y lucha por conseguir lo que quiere.
—¿Crees que eso nos dará alguna pista?
—Siempre se empieza por algo —repuso Kate, convencida—. Al menos, ahora sabes algo más sobre tu…
Tu.
«Dilo. Víctima. V-í-c-t-i-m-a» quiso responder, pero no se atrevió. Dejó las cosas como estaban y le agradeció su prudencia en silencio. De vez en cuando, la verdad necesita un poco de maquillaje caducado.
—Lo siento, pero no. Es solo un nombre.
Kate entrelazó los dedos y comenzó a jugar con sus anillos, sin perder el foco de la cuestión. Su mirada era severa, casi como si se encontrara frente a un peligroso desconocido, y su cuerpo estaba tenso. Estaba lista para atacar.
—¿Sabes una cosa? —confesó Sirhan, dispuesto a romper un silencio incómodo—. Eres la primera persona a quien se lo digo.
Ella se encogió de hombros, hizo una cara de «Mira qué bien» y continuó con la vista fija en sus anillos. Se quitó la sortija del dedo anular, la hizo rodar sobre la mesa y esperó a que dejara de girar antes de volver a intentarlo. De pronto, volvió a hablar:
—¿Y por qué crees que estás allí? ¿Por algún pariente suyo?
—Verás, conocí a dos hermanos. Doron y… Stone —dijo con mucho dolor.
Minutos después, Kate estaba al tanto de todo. La sal, el comedor, las caminatas y los partidos. El concierto y la balacera. El interrogatorio de Doron. El callejón oscuro. Cuadritos Verdes y Cuadritos Rojos. Correr. Cuadritos Verdes. Un disparo, otro y otro más.
—Murió a las pocas horas —dijo, con la voz entrecortada—. Desde entonces no he vuelto a ver a Doron.
—¿Crees que intentará vengarse?
Sirhan suspiró y miró a la pared durante unos segundos. Revisó su reloj y comprobó que el mecanismo aún funcionaba. La realidad como pesadilla constante.
—Es probable.
—Bien. Ya tenemos a nuestro primer sospechoso —apuntó Kate—. Intenta recordar algo más.
Él obedeció y repasó los acontecimientos una vez más para ver si algo se le había escapado. Kate no lo presionó y dejó que su memoria trabajara. Conocía las cavilaciones de Sirhan como la palma de su mano.
—¡Lo tengo! —exclamó Sirhan de pronto—. ¿Conoces a Fagler? Es un súbdito de Boyd. Cabello negro, algunos rizos, barba prolija y ojos penetrantes.
—Sí, Fagler. Pensé que había oído mal cuando lo conocí. Es un nombre extraño, ¿no crees?
—Sí —reconoció Sirhan de pasada—. Pero eso no es lo importante. Fagler anticipó todo esto.
Volveremos a encontrarnos, Sirhan. Y el final será distinto. Muy distinto.
Kate escuchó la segunda historia con más atención que la anterior, como si solo se tratara de un juego y ella fuera Emola Holmes y Sirhan su cliente. Pero la realidad era mucho más oscura.
—No tiene pinta de enviar amenazas por correo, ¿no crees?
Sirhan recordó la escena de la pistola y se convenció de que Kate tenía razón. Fagler era un hombre de pocas palabras y mucha acción.
—Tienes razón, pero delegar el trabajo sucio tampoco sería una mala idea. Recuerda que Boyd le advirtió que no volviera a meterse en este asunto.
—Y está claro que Fagler no le hará caso.
De pronto, un estallido procedente de la cocina los interrumpió. Sirhan se sobresaltó y tomó el centro de mesa como arma espontánea. Kate se quedó atrás; después de todo, no era su problema. Que Sirhan y el intruso solucionaran el problema a su modo.
Whaaat?? ¿Qué pasó acá?
Sí, gente, este era el bendito plot twist del que me moría por contarles. ¿Qué les pareció? ¿Esperaban eso?
¿Y de qué se trata es explosión? ¿Tienen alguna teoría? Estoy seguro de que se van a equivocar😂😈
Mientras tanto, pongámosle un poco de humor a la tarde con ese meme:
Y les dejo el dato curioso del día: me tardó varios meses planificar esta historia para que no quede ningún cabo suelto. A la versión final de la carta la logré después de unos tres intentos.
¡No me extrañen! ¡El sábado se resuelve este misterio!
xxxoxxx,
Gonza.
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