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Capítulo 27

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«Nos rebelamos contra la sumisión, la censura y el desprecio. Somos un pueblo libre. Quien no quiera oírnos, oirá nuestras balas». (Declaración de guerra a Gran Bretaña,  9/3/2017).
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—Genial. Otro día más de vida —se dijo mientras abría las cortinas.

Se había acostumbrado a celebrar su buena suerte y a repasar la lista a diario para comprobar su posición. Los soldados caídos eran reemplazados por otros, en un constante juego de damas.  Pero los cazarrecompensas se tomaban su tiempo. Primero este, luego aquel, más tarde ese otro. Todo a su tiempo. No limpiarían la lista en una misma noche.

Sirhan se llevó la mano al pecho, al mismo lugar en donde Fagler había apoyado su pistola, y se sacudió la zona con fuerza. Cuatro días después, la sensación del hierro frío contra su corazón aún persistía.

Fue a la cocina, se preparó un café fuerte y puso la radio a todo lo que daba. Aún era temprano, pero se había acostumbrado a oír el barullo de fondo durante todo el día. Con cada hora que pasaba, las marchas patrias le parecían más fúnebres y aterradoras, y las voces de los locutores resultaban menos calmas e inocentes. Pero era un mal necesario.

Un aluvión de notificaciones interrumpió el solo de las gaitas. Sirhan ignoró a ambas y continuó sumido en sus pensamientos. Estaba acostumbrado a que la gente escribiera decenas de mensajes para reemplazar los signos de puntuación, como si un punto o una coma fueran algo prohibido.

Pero quien estaba del otro lado no se rindió y comenzó a llamar. «¡Carajo», pensó Sirhan mientras se ponía de pie y apagaba la radio. Alzó el teléfono y deslizó el dedo sobre la pantalla para atender, pero el otro había cortado. Sirhan leyó el nombre al lado del símbolo de llamada perdida.

Kate.

No esperó más y marcó. Segundos después se oyó un ruido blanco y la voz de su amiga inundó la habitación.

—Hola, Sirh. ¿Qué cuentas?

Pese a que la imagen estaba muy pixelada, Sirhan vio que Kate sonreía. Al parecer, de nada servía tener el último iPhone si la conexión era tan mala. Tener que comprar una tarjeta de Internet para hablar por teléfono los remontaba a la época de las cavernas.

—Acabo de salir del baño —mintió Sirhan—. Por eso no contestaba.

Kate ignoró su excusa y continuó. No tenía tiempo ni dinero para atenderlos.

—Tengo una buena noticia —disparó a quemarropa.

Hubo un segundo de silencio y Sirhan se contagió de la sonrisa de Kate. Estaba emocionado, aunque aún no sabía por qué.

—¡Me aceptaron! ¡Me aceptaron! —exclamó Kate y dio un gritito de alegría.

—¿Cómo dices? ¡Eso es brutal!

Intentó sonar convincente, pero no lo logró. En verdad era una noticia brutal, solo que Sirhan no podía hacer más que simular alegría. Tenía otros asuntos en mente.

—En un principio —continuó Kate—, podremos vernos cada diez días, pero tu jefe me dijo que el gobierno flexibiliza los plazos con el tiempo. Por lo pronto, nos encontraremos este domingo.

Tu jefe.

Boyd había dejado de ser Boyd para convertirse en tu jefe. Con un sutil comentario, Kate trazaba un muro impenetrable que Sirhan no estaba dispuesto a derribar.

—Este domingo, genial. Ya pensaré en algún paseo y un buen regalo —dijo Sirhan, algo ruborizado.

Kate se sacudió y apagó el micrófono un momento. Estaba en un café y el barullo era insoportable. Sirhan la vio hablar con la camarera de un modo tan natural y transparente que incluso sintió dolor. «Eres el único impostor», se dijo. «Y el único culpable».

—Era la moza —le dijo por fin cuando regresó a la llamada—. Discúlpame, pero estoy a punto de quedarme sin tiempo. ¡Cuídate mucho! ¡Te quiero!

—Yo tamb… —intentó contestar Sirhan, pero ella ya había cortado.

—¿Preparado para volver a entrenar en el Graham y sentir la derrota? —le preguntó Sirhan en la puerta del edificio.

—Creo que esa pregunta iba para ti, campeón.

—Olvidas tu delantal, hombre sensual. Ahora debería decir The sexiest runner in the world.

—No soy demasiado pretencioso. Con The best runner in the world está más que bien.

Sirhan sonrió. Usaba a Wyatt para evadir la realidad, para recordar que había otros adolescentes con problemas más simples que el suyo. Acosado por la muerte, necesitaba un cable a tierra que lo llevara a pensar en las nubes.

—¿Sabes? Es raro entrenar sin Boyd. Es como si me faltara algo.

—Y todo porque el señor quiere tomarse vacaciones hasta Reyes —bufó Wyatt—. No perderé dos semanas por su culpa.

—Ni yo. Entrenar me ayuda a olvidarme de mis problemas por un rato.

—Ya que hablamos de problemas… —Wyatt adoptó un tono serio y compasivo—. ¿Cómo te sientes?

—Bastante mejor —mintió—. Ahora tengo la cabeza en otras cosas —repuso, misterioso.

—Es sobre Kate, ¿verdad? —preguntó Wyatt, con una mirada pícara.

—¿Cómo supiste?

—Tus ojos brillan, campeón.

—Eso no es cierto —arremetió Sirhan—. Ni siquiera quiero que venga.

Wyatt enmudeció. El rictus sugerente se había borrado de su rostro. Carraspeó en voz alta, tomó la mochila y comenzó a caminar. Justo cuando Sirhan pensó que no contestaría, Wyatt contestó.

—¿No crees que se lo merece? Está sola y tú eres el único que puede romper con eso.

Sirhan no contestó. Dejó que el tema muriera y avanzó hacia el Graham en silencio. Wyatt no insistió; ni siquiera valía la pena.

Doblaron por la avenida principal y descubrieron que el estadio estaba cerrado. El inmenso candado que cruzaba el portón indicaba que habían llegado demasiado temprano. Nadie en su sano juicio iría a entrenar a las siete de la mañana.

—Creo que podemos pasar por allí.

Wyatt señaló un agujero que había en el alambre detrás de las gradas. Medía poco más de un metro y si eran un poco flexibles, podrían atravesarlo sin problemas.

—De acuerdo —repuso Sirhan—. No creo que las miles de cámaras que hay en el estadio nos descubran.

—Ya lo arreglé con Boyd. Ellos saben que estamos aquí.

Sirhan no supo quiénes eran ellos ni tampoco intentó descubrirlo. Solo se encogió de hombros, estudió el agujero y se preparó para cruzar. Pasó una rodilla y luego la otra y bajó el torso con una maniobra limpia. Estaba del otro lado.

Wyatt no la tuvo tan fácil. Al ser más alto, no tenía otra opción más que arrastrarse y él jamás se humillaría de esa manera. Decidió, entonces, trepar casi cinco metros, esquivar el alambre de púas y saltar hacia otro lado. Sirhan puso los ojos en blanco. En ocasiones, Wyatt podía ser irritante.

—¿Te parece que vayamos a la mayor? —le preguntó Wyatt, como si nada hubiera pasado—. Total, no hay nadie.

—De acuerdo.

La mayor era una pista de cien metros llanos que los grandes jefes se disputaban día tras día. Algunos la reservaban con una buena pasta mientras que otros, a fuerza de balas. Pero ahora estaba libre y eso significaba una cosa: la pista era toda suya.

Acomodaron sus pertenencias sobre un viejo tronco que acababa de ser cortado y se prepararon para empezar. Wyatt tomó dos botellas de Gatorade de naranja, una toalla y un pequeño parlante inalámbrico. 

—Nada de Bess In The Shadows. Hoy escucharemos algo de Hallmore. Buena música —dijo Wyatt.

—Como tú digas.

Al son de The Sky, comenzaron a entrar en calor y se deslizaron sobre el cemento a toda velocidad. Sirhan y Wyatt se movían uno frente al otro con tal precisión que parecían salidos de un espejo. El sonido de los botines contra el cemento comenzó a marcar un ritmo de la práctica.

A medida que se acercaban al final del entrenamiento, la fibra competitiva aumentaba y relegaba todo lo demás a un segundo plano. Poco a poco, la mente de Sirhan comenzaba a ordenarse, pero sus pensamientos no alcanzaban a irse por completo. Era imposible olvidar que sus días estaban contados.

—¿Estás listo?

La voz de Wyatt lo sacó de su abstracción. Sirhan se sacudió la cabeza e intentó sonar convincente.

—Nací listo —dijo.

Wyatt adoptó un rostro severo y se olvidó de todo lo demás. Se tomaba demasiado en serio todo lo que hacía y no dejaría que los titubeos de Sirhan lo desconcentraran. Al momento de correr, los sentimientos le importaban un carajo.

—¿Quién dará la orden de salida? —preguntó Sirhan mientras se acomodaban en los tacos.

—¿Y si lo hacemos al mismo tiempo? —propuso Wyatt y chasqueó la lengua.

—Me parece bien.

Con el asunto resuelto, Sirhan volvió a concentrarse en la pista. Puso los dedos detrás de la línea, pero al ver que su amigo violaba las reglas desde el principio, decidió imitarlo. Si Wyatt no daba tregua, Sirhan tampoco lo haría. Sería un lobo feroz.

—¡En sus marcas! ¡Listos! ¡Fu…

Wyatt no le dio tiempo a terminar la palabra y salió de su sitio como impelido por un resorte. Sirhan masculló en voz baja y se apresuró a recuperar el tiempo perdido. Tenía un largo camino por delante.

Sirhan acarició el asfalto con cada paso y dejó que la perseverancia pusiera alas bajo sus pies. Wyatt comprendió el peligro y avanzó a toda velocidad. Cada tanto se volteaba para buscarlo y, mientras más lo hacía, más confirmaba que Sirhan le pisaba los talones. Segundos después, lo único que los separaba era una delgada línea blanca.

De pronto, Wyatt atacó. Fue una maniobra limpia, desesperada y salvaje.  Se abalanzó sobre su rival, estiró los brazos e intentó darle un par de zarpazos, pero Sirhan logró escapar a último momento. Wyatt no pudo detenerse y estiró las manos para evitar estrellarse contra el piso. Sirhan esperó un «¡La puta madre!» que nunca llegó; Wyatt se puso de pie en silencio y continuó la carrera como si nada hubiera pasado. Excepto que había perdido.

—¡Primero! —celebró Sirhan e hizo un bailecito triunfal.

—Nada que agregar —admitió Wyatt—. Lo hiciste fenomenal.

—Gracias. ¿Quieres alguna venda? —repuso Sirhan y señaló sus manos ardidas.

—No te preocupes, tengo Reflex en la mochila. Cuando estás acostumbrado a jugar con fuego, sabes que puedes quemarte.

—Al menos dime que quieres una revancha —continuó Sirhan al ver que el aerosol calmante había solucionado todos los problemas—. No es tu estilo aceptar la derrota.

—Eso ni se pregunta. La próxima vez, serás el excampeón.

Las palabras de Wyatt habían sido proféticas. Esta vez, su victoria había sido arrasadora y había dejado el marcador en tablas. Acordaron que desempatarían pronto, ni bien Wyatt arreglara algunos asuntos pendientes con Boyd. «Será un duelo de tercos», pensó Sirhan, divertido.

Era de noche y Sirhan avanzaba rumbo a su apartamento. Hasta entonces nada lo había perturbado salvo los ladridos de algunos perros furiosos, pero de pronto se sintió observado.

Zigzagueó por la calle para obligar a su enemigo a salir de su escondite, hurgó en su bolsillo y buscó la pistola. «La puta madre», pensó al recordar que  había dejado la Beretta en la mesa de luz para no alertar a Wyatt. Ahora solo le quedaba la navaja italiana y una pizca de determinación. Rogó que la mochila amortiguara los disparos y se preparó para atacar.

De pronto, se detuvo, pegó un salto y dio media vuelta. Había esperado y no esperado a un posible enemigo, pero allí no había nadie. El salto solo había servido para asustar a una paloma que reposaba en uno de los cables de electricidad y obligarla a alzar vuelo.

Sirhan fue más allá. Escrutó los cuatro puntos cardinales y estudió cada sitio que pudiera ocultar a un ser humano. Nada. Nadie. Sin embargo, nunca bajó la guardia.

Cuando por fin alcanzó el edificio, su corazón no latía, galopaba. Dio un paso atrás e intentó serenarse, pero lo único que logró fue que su mano derecha se ciñera a la navaja con más fuerza. La desenvainó dentro de su abrigo y se dirigió a la entrada.

El guarda lo saludó con un asentimiento de cabeza y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Sirhan le agradeció y se apresuró a perderse por las escaleras, pero la voz del segurata lo detuvo en seco.

—¿Señor Bay?

—Diga —repuso Sirhan, más extrañado por la interrupción que por lo de señor Bay.

—Dejaron un paquete para usted esta tarde. El cartero lo puso bajo su puerta.

—Muchas gracias y buenas noches.

—Buenas noches.

Sirhan subió con calma para no atraer la atención del vigilante y se detuvo frente a su apartamento. Bufó en voz baja y realizó su tradicional inspección: la madera con el 2C continuaba intacta, al igual que el resto de la puerta. No había nuevas manchas, rayones ni nada fuera de su sitio. Al parecer, nadie había violado su precaria seguridad durante el tiempo que había estado afuera. Aliviado, corrió el cerrojo y entró.

Un sobre color madera descansaba sobre el piso. Sirhan lo tomó y lo sacudió para quitarle la tierra. Era un envoltorio normal, de carta ordinaria, encima del cual el repartidor había escrito su nombre en una extraña combinación de imprenta, cursiva y firuletes. El adhesivo solo estaba en la esquina derecha y le dejaba ver que se trataba de una carta.

No tenía fecha ni remitente. Sirhan lo volteó y no encontró otra cosa más que la estampilla protocolar del Imperio con su tradicional frase «Bute House, ahora y siempre».

Dejó sus pertenencias sobre la mesa en un cúmulo improvisado y rasgó el papel por una esquina. En efecto, era una carta. Estaba algo chamuscada y humedecida, pero eso no quitaba lo demás. Sirhan intentó leer la primera línea en voz alta, pero las palabras no salieron de su boca. Tomó aire y volvió a intentarlo. Esta vez, con un hilo de voz, pudo decir:

—Bienvenido tu infierno, Sirhan Bay.

Holaaa de nuevo. Hoy colgué un poco con la hora, je, pero estoy seguro de que el capítulo de hoy merece la espera.

¿Qué está pasando? Yo ya no entiendo nada...

Bueno, las dejo intrigadas y paso a dejarles un meme épico de esta semana 😂

Dato curioso: ¿Sabían que Bess In The Shadows existe?




























Acá las 🤡 que fueron a buscarlos.

Jajaja, nos vemos el miércoles.

xxxoxxx

Gonza.

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