Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 26

~
«Artículo 22: En caso de triunfo, el Ejército Escocés se compromete a regresar a los Estados Confederados del Mercosur todos los territorios usurpados por la Corona Británica». (Pacto de Cooperación Extraordinaria por la Soberanía Escocesa, 18/2/2017).
~

—¡La concha de la lora, no hay Internet!

El grito de su vecino mercosuriano hizo que Sirhan se asomara por la ventana para ver qué ocurría. Había un camión inmenso estacionado frente al edificio, y un encargado trabajaba con el cableado eléctrico. Se había cortado la luz en todo el edificio. La única señal de Internet era la del piso veinte, que sobrevivía al corte programado gracias a un potente generador eléctrico. Mejor así.

Sirhan intentó serenarse. Con el susto, se había golpeado el codo contra la pared y casi no podía moverlo. Sus piernas se sacudían como péndulos y su corazón estaba alborotado. En un ataque de cordura, tomó el teléfono con ambas manos e intentó recordar el número de Boyd. No lo logró y debió marcar desde los contactos.

Del otro lado, solo hubo silencio. Sirhan marcó varias veces, pero la respuesta siempre fue la misma. El sonido intermitente que salía de los parlantes comenzó a exasperarlo.

No esperó más. Fue a su habitación, abrió el cajón de la mesa de noche, corrió el abrigo negro que la cubría y sacó la Pietro Beretta. Había pensado que no volvería a necesitarla, pero allí estaba, después de un mes, con la pistola entre las manos. Sirhan tomó un par de balas, cargó el cartucho y activó el seguro.

De lobo a cordero.

De cordero a lobo.

Cerró la habitación con dos vueltas de llave y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no era suficiente. Bajó las escaleras y cruzó el recibidor con la inconfundible sensación de sentirse observado.

Alcanzó el apartamento de Boyd tras una corta caminata y hundió un dedo en cada timbre. Supuso que el rubio estaría al tanto de todo y esperaba que pudiera darle una mano.

Sirhan esperó junto al interfono, pero nadie contestó. Insistió, insistió e insistió, cada vez más desesperado. Nada, nadie. Extrañado por su actitud, el guarda de la entrada se le acercó.

—Buenas tardes.

—Buenas tardes —repuso Sirhan, más serio que de costumbre.

—¿Tienes cita con Boyd?

—No, pero intento comunicarme con él. ¿Sabes si está?

—Creo que…

El guarda no alcanzó a esbozar una excusa cuando Fagler apareció en la puerta, llave en mano. Sirhan suspiró y no le quitó la vista de encima en ningún momento. Fagler sonrió con malicia y deslizó la llave sobre la cerradura, pero no amagó con darle la vuelta en ningún momento. El guarda puso los ojos en blanco y regresó a su puesto. «Que estos tarados sigan con su pedo. Tengo trabajo que hacer», pensó.

—Buenas tardes, Fagler.

Fagler no respondió y clavó la mirada en Sirhan. El silencio se volvió insostenible.

—Hola —dijo por fin—. ¿Buscas al jefe?

Sirhan asintió y puso la mano sobre un barrote. Fagler se mantuvo imperturbable y quitó la mano de la cerradura. El tira y afloja era cada vez más tenso.

—El jefe está ocupado en este momento. Y no sé hasta cuándo lo estará —aclaró Fagler.

—¿Puedes…

—Le avisaré cuando se desocupe —lo interrumpió.

Fagler no perdió el tiempo, tomó la llave y desapareció tras el recibidor. Sirhan lo dejó irse sin protestar. Se apoyó en los barrotes, revisó el teléfono y comprobó que Boyd no le había contestado. Al parecer, el rubio estaba tan ocupado que ni siquiera tenía tiempo para enviarle un maldito mensaje.

—Comprobémoslo —murmuró Sirhan, con las energías renovadas.

Dio media vuelta y se ocultó detrás del mismo contenedor que había usado meses antes. La escena volvía a repetirse, en un eterno deja vu. Pero esta vez era diferente: ahora tenía la muerte en contra y enemigos por todos lados. Ahora era un cordero.

Las horas perecieron una por una sobre su regazo. El aleteo incesante de las moscas sobre la basura y el aroma putrefacto lo obligaban a interrumpir su espiral de pensamientos de vez en cuando. Las calles estaban semivacías y los pocos conductores que pasaban fruncían el ceño, confundidos. ¿Ese era el negrito que trabajaba con Boyd, el famoso Sirhan Bay? Sí, era él.

Cuando su reloj sonó nueve veces, una mujer salió por la puerta y saludó al guarda de la entrada. Llevaba un escote pronunciado, una pollera blanca y un cancán de red negro. Sirhan no supo cómo, pero estaba seguro de que ella había sido el asunto importante que había mantenido ocupado a Boyd todo ese tiempo. Pronto lo averiguaría.

El taconeo de las botas y los jadeos de la muchacha se hicieron más y más cercanos. Caminaba a toda velocidad; de seguro, su próximo cliente no le perdonaría ni un segundo de retraso. Los tipos ricos eran los más complicados.

Sirhan salió de su escondite con cuidado y se preparó para atacar. Era ahora o nunca. No dejaría que el pajarito volara antes de atraparlo.

—¡Hey! —exclamó y alzó el brazo para parecer amistoso.

La joven se sobresaltó y contuvo el impulso de atacarlo. Sirhan dio un paso atrás y sonrió; con una simple interjección, había logrado captar la atención de la muchacha y eliminar su recelo. Ella, habituada a humillaciones mayores, se repuso y le dirigió una mirada sensual.

—¿Vienes del apartamento de Boyd? —preguntó Sirhan a quemarropa.

—¿Quieres una promoción de amigo? —sugirió la joven mientras se acomodaba la falda.

—No ha respondido mi pregunta —repuso Sirhan, distante.

—Tú tampoco.

La joven le manchó la mejilla con su labial carmín y le dejó una pequeña tarjeta: Kiara Ross, servicios sexuales. Ofertas, juegos y promociones especiales. Disponibilidad inmediata. Llame al +44 2895 545567. Sirhan guardó la tarjeta como prueba y vio cómo Kiara agitaba el trasero de un lado al otro mientras se perdía por la calle.

No esperó más y avanzó rumbo al apartamento de Boyd. El guarda lo saludó como si nada hubiera pasado y dejó que Sirhan llamara a la puerta. Esta vez, se oyó una interferencia y la voz de Boyd rompió el silencio.

—Hable.

—Soy Sirhan.

—¿Sirhan? —preguntó, extrañado—. Pasa, campeón, pasa.

Paradojas del destino, Fagler le dio la bienvenida. Sirhan sonrió con sorna y puso un pie en el apartamento. Boyd lo recibió con un apretón de manos y revisó su celular. Aún estaba un poco confundido.

—¡Qué sorpresa, campeón! Creí que no me habías enviado ningún mensaje.

—Toqué el timbre a las seis de la tarde —repuso Sirhan—. Me atendió Fagler y me dijo que estabas ocupado y que luego te avisaría.

Boyd sacudió la cabeza enérgicamente y giró la silla para buscar a su súbdito. Fagler se había perdido en la cocina y simulaba prepararse un sándwich.

—No me dijo nada sobre ti. Suele contarme todo, a no ser que tenga una buena razón. —Boyd se quedó en silencio un momento y exclamó:— ¡Fagler! ¿Puedes venir un momento?

El aludido dejó el falso sándwich sobre la mesada y salió de su escondite con una mirada severa, pero no rencorosa. Debía ganarse el perdón de Boyd, no su odio.

—Diga.

—¿Por qué no me avisaste que Sirhan estaba en la puerta?

—No quería interrumpirlo en un momento tan… personal —concluyó, dubitativo, como si no hubiera preparado la respuesta.

—No sería la primera vez.

La tensión hizo que Sirhan deslizara la silla hacia atrás para alejarse del conflicto. No cometería el mismo error dos veces.

—Conocía la razón y no me pareció tan urgente —contestó Fagler, con la mirada fija en Boyd. 

—¿Y tú cómo lo sabes? —intervino Sirhan, agresivo.

—No eres el único que escucha la radio en todo el Imperio —repuso Fagler y lo dejó en ridículo.

—Creo que ya es suficiente —declaró Boyd, terminante.

Sirhan y Fagler bufaron y cerraron la boca. Boyd aprovechó la paz cargada de tensión para perderse en su habitación un momento. Había encontrado la excusa perfecta.

—Fagler, ¿puedes limpiar mi habitación? De paso, reordena mi armario, ¿quieres?

—Enseguida.

El joven fue por una aspiradora, arrimó la puerta y se preparó para limpiar el cuarto de su jefe. Le quedaba el largo y asqueroso trabajo de recoger el polvo de una habitación ajena.

Boyd se reclinó sobre la silla y dio el visto bueno para reanudar la conversación. Sirhan respiró hondo e intentó serenarse.

—Estoy en la lista —dijo de pronto.

—Estás en la lista —ratificó Boyd.

Lista. Ases. Convención.

Las palabras de Boyd fueron como un baldazo de agua fría. Una fuerte dosis de realidad. La verdad era evidente: Sirhan estaba condenado a morir en quince días.

—Vine aquí ni bien escuché la noticia. Dime, ¿qué debo hacer? 

—Reformulemos tu pregunta —dijo Boyd, más serio que nunca—. ¿Qué quieres que haga por ti?

—¿Ayudarme, darme algún consejo? No lo sé —reconoció Sirhan.

Boyd fue a la cocina y regresó con dos latas de cerveza. Sirhan se resistió al principio, pero decidió beber un par de sorbos para no desviarse del tema. Que la abstinencia se fuera al carajo.

—Sabes por qué estoy dentro, ¿verdad?

Era una pregunta retórica. Por supuesto que Boyd lo sabía. De hecho, quizás había sido él quien había aprobado la apuesta y lo había condenado a muerte.

El rubio se reclinó sobre la silla, cruzó los dedos y deslizó una sonrisa triste. El espectáculo estaba a punto de comenzar.

—Recuerda que las apuestas son confidenciales y que son parte del secreto profesional de los miembros de la Convención. Lo siento, pero no puedo saltarme las normas. Te expondría y me expondría, y eso solo aceleraría las cosas.

—Entiendo —musitó Sirhan, pasado un rato.

—Puedo hacer muchas cosas por ti pero no eso. En primer lugar, puedo recomendarte que nunca andes solo, aún más si es de noche. Los falsos valientes son los peores cobardes.

—No andar solo, genial —apuntó Sirhan—. ¿Qué más?

Boyd abrió la boca para decir algo, pero se detuvo antes de tiempo. Puso las manos bajo la mesa y escrutó los cuatro puntos cardinales. No había nadie. Mejor así.

Hurgó en su bolsillo un buen tiempo hasta que por fin sacó un llavero destapador rojo. Procuró que el metal no hiciera ruido contra la madera y lo colocó sobre la mesa. El tintineo fue mínimo. Podría decirse que lo había conseguido.

—Toma —le dijo.

Sirhan cerró el puño alrededor del llavero y asintió como si Boyd fuera un maestro zen. El rubio cerró los párpados un momento, aclaró la garganta y continuó:

—Si tienes una emergencia, ya sabes qué hacer. Pero debe ser algo muy urgente, ¿entiendes? —Boyd lo miró a los ojos y enfatizó cada palabra—. Está prohibido ayudar a los amenazados.

—Entiendo.

De pronto, se oyeron ruidos en la habitación de Boyd y Fagler se materializó en la entrada. No le importó que la puerta se estrellara contra la pared ni que las bisagras vibraran; es más, todo ayudaba a que la atmósfera fuera más tensa y misteriosa. Boyd reprobó su actitud con el ceño fruncido.

Fagler dio tres zancadas y se detuvo frente a la mesa con los brazos en jarra. Se comportaba como un padre que estaba a punto de darle una bofetada a su hijo.

—Sabes que es ilegal, ¿cierto? —dijo y extendió la mano para que Sirhan le entregara la llave.

—Déjalo, Fagler —le ordenó Boyd, pero el súbdito no obedeció—. ¡Fagler!

—Sabes que es peligroso —resaltó Falger y le clavó la mirada—. ¿Y si Scat se entera? Ya sabes lo que pasará.

Fagler deslizó el índice sobre su cuello con dramatismo. Boyd se despegó unos centímetros de la mesa y se arremangó la camisa. Aparentaba estar calmo, pero Sirhan sabía que podría estallar en cualquier momento.

—No te metas en los asuntos de la Convención.

Una vez más, el tono virulento, el silencio maldito y la amenaza de muerte. Fagler se encogió de hombros y no contestó. Boyd aún no había terminado.

—No se trata de proteger a nadie, se trata de dejar la puerta abierta. —Fagler abrió la boca para contestar, pero Boyd no se lo permitió—. Y no, no es lo mismo. Podría ingresar cualquiera, ¿entiendes? Amigos, enemigos o simples desconocidos. Da igual. Me sorprende de ti, Fagler. Eres un experto en vacíos legales y no notaste que Sirhan es mi corredor y que puede entrar y salir de mi apartamento las veces que quiera.

Si bien Sirhan se había quedado sin palabras, a Fagler le sobraban. Terco como una mula, adoptó un tono severo y agregó:

—No se trata de la ley, se trata de su vida. Recuerde que mi deber es protegerlo de cualquier amenaza —remarcó—. Su vida es demasiado importante para todos nosotros.

Boyd sonrió al notar que Fagler no sonreía y que había dejado de tutearlo. «Usted esto», «Usted aquello». «Usted puede irse a la mismísima mierda».

—No te preocupes —le dijo, conciliador—. Solo se quedará hasta las ocho. Te prometo que nadie se enterará de esto. No volverá a pasar.

—¿Ocho de la mañana o de la noche? —preguntó Fagler, no sin razón.

—¿Y tú qué crees?

Con el problema resuelto, Fagler y Boyd se pusieron de pie y regresaron cada cual a sus asuntos. Sirhan no se movió de su silla y contempló sus movimientos en silencio.

Y los vio salir afuera y entrar adentro. Y los sintió gritar fuerte y murmurar despacio. Y los vio subir las escaleras arriba y bajar las escaleras abajo.

La habitación estaba a oscuras y era imposible adivinar la hora. Que fueran las cuatro, las cinco o las seis tampoco importaba demasiado. Había un intruso cerca de la habitación. Todo lo demás podría esperar.

Primero abrió la puerta con sutileza, como si la cerradura hubiera estado aceitada para la ocasión. Luego comenzó a acercarse con la sutileza de una serpiente y se detuvo frente a la cama de Sirhan. El intruso respiraba fuerte y con cada inhalación parecía querer robarle todo el oxígeno.

Sirhan entreabrió los ojos. Intentó identificarlo, pero, en medio de la oscuridad, le resultó imposible. Solo podía ver la sonrisa de su enemigo y sus dedos largos y curvos cada vez más cerca. Tal vez, no necesitaba saber nada más.

El intruso dio un paso atrás y se pegó a la pared opuesta. De pronto, encendió la luz. Sirhan cerró los ojos y se cubrió con las colchas para protegerse de cualquier ataque. Pero el cuchillo no atravesó las sábanas. La razón era simple: no había cuchillo.

—Buenos días, campeón.

—Buenos días —contestó Sirhan y se sacudió de la cama del susto. Boyd sonrió—. ¿Me das un minuto? Es que no tengo los pantalones.

—Tómate tu tiempo, campeón. Te espero afuera.

Boyd cerró la puerta y se perdió en la sala. Sirhan suspiró, se levantó de la cama y lavó su cara con agua fría. Abotonó su camisa, se puso el colgante de diente de tiburón y puso un pie fuera de la habitación. El rubio lo llamó con un ademán.

—Tengo una buena noticia para ti —le dijo, misterioso—. Es sobre ya sabes quién.

Boyd se mordió el labio, sugerente, y revoleó el cabello con exageración. Estaba claro que aún no se lo había cepillado.

—Hake abonó esta mañana el pase de Katherine, y en unos días podrá venir a visitarte.

Un destello de esperanza se dibujó en el rostro de Sirhan y la intensa migraña comenzó a ceder. Al fin, un poco de luz en la oscuridad.

—¿Le dijiste Katherine? Que sea la última —añadió medio en broma, medio en serio.

—¿Y si te digo que sí qué harás? ¿Me tirarás los pelos hasta que me retracte?

—Yo no, pero ella sí —admitió Sirhan, divertido—. Además su nombre es Kate. Solo Kate.

—Entiendo. «Solo Kate» para algunas cosas —replicó Boyd, sugerente.

Sirhan se llevó una porción de bizcochuelo a la boca para disimular el rubor de sus mejillas. Boyd no insistió; que Sirhan no lo admitiera si no quería. La verdad era evidente.

El tiempo pasó entre falsas palabras, migajas y café. Dejaron que las barreras se derrumbaran durante un rato y se contentaron con una conversación absurda y hueca. Estaban tan concentrados que ninguno notó que alguien había abierto la puerta.

De pronto, la taza de Sirhan se estrelló contra el piso. Los restos de cerámica y el líquido amarronado se esparcieron por el piso y se detuvieron en las juntas de los zócalos. Boyd dio un paso atrás y adoptó un tono firme y una mirada severa. Autoritaria.

—Fagler, por favor…

—¡Fagler las pelotas! —exclamó y se le marcaron las venas del cuello—. Cumple tu palabra. ¡Que se vaya!

El pulso no le tembló en ningún momento. Fagler destrabó el seguro de la 9 mm y apuntó a la cabeza de Sirhan. Su tono era firme y su rostro, severo. Deslizó el cargador hacia atrás en un microsegundo y se preparó para disparar.

—¡Detente! —le ordenó Boyd.

—¡Me detendré cuando este negro de mierda se vaya de este puto apartamento!

Boyd entró los labios y se volteó hacia Sirhan. Ya no había vuelta atrás. Era obedecer o morir.

—Sirhan, por favor…

Sirhan deslizó la silla hacia atrás y avanzó rumbo a la salida. El otro asintió, satisfecho, y lo escoltó hacia la salida sin bajar el arma. Boyd hizo una rápida maniobra y apareció por detrás. No correría sangre mientras él pudiera impedirlo.

—Si vuelvo a tropezar contigo, no seré tan amable.

Sirhan ignoró la amenaza. Fagler ni siquiera tenía los huevos para decírsela de frente o desarmado. A palabras necias, oídos sordos.

—¡¿Entendido?! —insistió y le puso la pistola en el corazón.

—Sí —repuso Sirhan, escueto, mientras intentaba mantener la calma.

—Sabes por qué estás allí. Todos lo sabemos.

Allí. Aquí. Todos. Ninguno.

Lista. Ases. Convención.

—Ya para, Fagler, o voy a tener sancionarte —le advirtió Boyd.

Fagler no solo ignoró su apercibimiento, sino que también pegó su cabeza a la de Sirhan. Lo miró con los ojos llameantes, inhaló por la boca un par de veces y agregó:.

—Volveremos a encontrarnos, Sirhan. Y el final será distinto. Muy distinto.

Capítulo interesante... ¿verdad?

Quiero contarles que ya estamos a poco más de la mitad de la historia y que pronto se vienen las grandes revelaciones... ¿Están preparadas?

Como siempre, les dejo el meme del día:

Y también el dato curioso: Aunque parezca que es una abreviatura, el nombre "Kate" sí existe. Ella no se llama Katherine (no es como el caso de Jack Ross, je).

¡Nos vemos el sábado!

xxxoxxx

Gonza.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro