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Capítulo 24

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«El servicio militar será obligatorio a partir de la fecha para todos los hombres y mujeres de dieciocho años del país». (Theresa May: Discurso nro. 23, 3/12/2016).
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—¿Puedo ayudarte?

Sirhan estaba tan concentrado que la pregunta lo sobresaltó. Se detuvo un momento e intentó identificar la voz. Ronca, entrecortada, pero a su vez profesional, no podía ser la del secretario ni la del as que le había ayudado ni tampoco la de alguien conocido. «Un nuevo samaritano», pensó y se dio vuelta.

El muchacho le sonrió. Tenía el cabello hacia los lados, una barba descuidada y un uniforme de segurata que tenía su nombre: Ax. Era de esos tipos que deberían haber abandonado la isla hacía años, pero allí seguían. Le ponían el pecho a la vida.

—Pásate por aquí a las nueve y te compartiré el parte —le dijo, sin perder el tiempo.

—¿Y no hay alguna manera de escuchar al doctor? —preguntó Sirhan, no dispuesto a rendirse—. No quiero que una persona cualquiera me dé un parte cualquiera. Quiero saber qué tiene que decir el doctor al respecto. Quiero vivirlo, ¿entiende?

Ax movió la cabeza hacia los lados, pensativo. Dio un paso atrás, estiró el cogote y comprobó que no había nadie en los alrededores. Cuando estuvo seguro, se acercó a Sirhan y le susurró al oído:

—Espérame afuera. 

El guarda abandonó su posición y se perdió detrás de la puerta de servicio. Sirhan esperó y comenzó a marcar los segundos con golpes frenéticos contra el piso. Se había acostumbrado a las miradas de los enfermeros, quienes se asombraban de ver a un negrito semidesnudo en la sala de espera. Que miraran todo lo que quisieran.

No hay mierda que importe una mierda.

Cuando Ax regresó, llevaba las manos vacías y una sonrisa triunfal mal disimulada. Sirhan suspiro, aliviado: había sufrido demasiado durante toda la tarde y necesitaba que alguien le diera una buena noticia. El guarda escrutó el panorama una vez más y le dijo:

—Sala A7.

Sirhan alzó las cejas, confundido, y le hizo ver que no hablaban el mismo idioma. Ax carraspeó para aclararse la garganta y continuó:

—La sala da a la calle Reconquista y las persianas están abiertas. Si cuentas de izquierda a derecha, es la tercera ventana de abajo. Si quieres, puedo acercarte.

—Sí, por favor —le dijo Sirhan y comenzó a caminar detrás de él.

Ax le indicó que lo siguiera. Volvieron sobre sus pasos y rodearon el hospital por la derecha. Sirhan dejó que sus piernas se movieran solas, incapaz de concentrarse en otra cosa que no fueran sus pensamientos. Muertonovivonomuertonovivo.

El tipo le señaló la ventana y le indicó que podría ocultarse entre las matas. Sirhan asintió. Ax le regresó la sonrisa y se apresuró a regresar al puesto de control. Su jefe no le permitía salir de su sitio bajo ninguna circunstancia.

—Que tengas suerte —le dijo con un movimiento de labios antes de voltearse.

Sirhan se acomodó bajo los arbustos y esperó. En los pasillos resonaban los pasos de los enfermeros que iban y venían por las distintas salas; el eco era su único compañero. De Stone, ni noticias. Todo era silencio, y Sirhan comenzó a sospechar que algo andaba mal. Se adentró entre las ramas y se acercó a la pared aún más. Casi podía sentir la respiración furiosa de Doron desde el otro lado. Temía que alguien lo descubriera y que su misión se fuera al carajo.

Las ramas comenzaron a dibujar cicatrices sobre su piel. Sirhan resistió. La sangre se escurría por su piel, pero las heridas eran insignificantes. La sangre le recordaba a Stone. Y Stone estaba al borde de la muerte.

De pronto, Doron dejó de caminar en círculos. A lo lejos se escucharon los pasos de un enfermero que avanzaba a toda velocidad. Sirhan paró la oreja y bufó en voz baja. Al fin tendrían noticias.

—¿Sabe algo sobre mi hermano? —inquirió Doron.

Le había hecho la misma pregunta a todos los que se le cruzaban, pero este enfermero también sacudió la cabeza y siguió viaje. Doron deslizó un sonoro «¡Puta madre!» que hizo temblar al edificio. Estaba cansado de preguntar tanto y no conseguir nada.

Una nueva hora pasó entre las mismas preguntas y las mismas respuestas. Por fin, la puerta de la sala 7A se abrió con suavidad. Las bisagras mal aceitadas chirriaron y Sirhan se estremeció.

—¿Eres el hermano de Stone? 

Era una voz joven, neutra, protocolar. La voz perfecta para comunicar un diagnóstico sin resultar demasiado catastrófica ni demasiado optimista.

Doron bostezó y se puso de pie. Al parecer, se había quedado dormido en su asiento. Saludó al doctor con un apretón de manos y se aclaró la garganta antes de responder. 

—Sí, soy yo. ¿Hay novedades? 

El doctor se quedó en silencio unos segundos y exhaló. Sirhan imaginó que hurgaba en su tableta y se acomodaba los lentes para ganar algo de tiempo. Pero el tipo no tenía tableta, lentes ni buenas noticias.

—Me temo que no son muy buenas. 

Sirhan volvió a sentir esa acidez a la altura del pecho. «A veces es más duro descubrir la mentira que haber sabido la verdad desde el principio», se dijo. Ya no le importaba su aspecto ni el hilo de sangre que recorría su cuerpo. Solo le importaban las palabras del médico. Y el destino de Stone.

—Dígame —le ordenó Doron, incapaz de soportar la incertidumbre un segundo más.

El doctor exhaló una vez más y lo miró a los ojos. Estaba acostumbrado a lidiar con enfermos, pero estas situaciones lo superaban.

—Créeme, hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance. Pero no fue suficiente.

Las primeras lágrimas corrieron por las mejillas de Sirhan y acabaron en su cuello. Doron gimió con la garganta seca. Por primera vez, el sufrimiento los hermanaba.

—¿Usted quiere decirme que mi hermano está… 

—Stone ha fallecido —le interrumpió el otro y reformuló la oración. 

La verdad fue para Sirhan como una estocada mortal. Su corazón se estrujó de dolor y una verdadera catarata de lágrimas brotó de sus ojos. Intentó detenerlas, pero no pudo. No quiso. «Llora, llora. Nunca dejes de llorar. En las tierras áridas solo crecen cardos», se recordó.

Lloraba sangre y sangraba lágrimas. Su corazón cargaba un nuevo recuerdo, un nuevo fantasma. La memoria sería su único nexo que tendría con Stone a partir de ahora.

—¿Por qué, por qué? —gimió Doron—. ¿Dios, por qué? 

—Lo superarás. Tú puedes —le dijo el doctor—. Eres fuerte y podrás seguir adelante.

Doron hizo un rugido extraño y comenzó a murmurar palabras ininteligibles. Sirhan escuchó que mascullaba su nombre y golpeaba el asiento con los puños. Aquello no era una buena señal.

Sirhan se deslizó sobre las ramas con sigilo y sacudió la tierra y la sangre de su pecho para no llamar la atención de los curiosos. Reptó por la vereda y alcanzó un sitio seguro, fuera de la vista de Doron. Aún no sabía qué se traía entre manos, pero su actitud era peligrosa. Con Stone muerto, Doron se había convertido en un arma mortal.

El repartidor llamó a la puerta de su apartamento con un grito contundente. Sirhan le entregó el dinero con el rostro cansado y cerró la puerta con una patada. No corrió el cerrojo, no era necesario. Que alguien entrara a su habitación lo matara si quería. Todo le daba igual.

Acomodó el café sobre la mesa de noche y comenzó a mirar un punto cualquiera en la pared. El rostro de Stone no tardó en aparecer. Sirhan sacudió la cabeza y sacó el teléfono del bolsillo. Debía tomar una decisión. Escapar de la realidad o enfrentarla.

Revisó el celular y comprobó que no tenía notificaciones; al menos, no tenía justificaciones suyas. Buscó la imagen de Doron y marcó. Esperó. El tono intermitente saturó sus oídos. Cortó y volvió a intentarlo. Intentar y fracasar, intentar y fracasar. 

—¡Atiende de una puta vez! —le gritó al teléfono, pero nada pasó.

Había perdido la cuenta de cuántos intentos iba cuando escuchó una pequeña interferencia del otro lado. Sirhan deslizó una débil sonrisa de esperanza. Por fin, el destino le sonreía.

—Hola, Doron —le dijo, sin darle tiempo a preguntar nada—. Soy Sirhan —aclaró, como si el otro no lo supiera. 

Del otro lado de la línea, Doron bufó. Sirhan esperó palabras que nunca llegaron. Al parecer, tendría que hacer ese monólogo al que tanto temía.

—Escúchame... 

—No, no quiero escucharte —lo interrumpió un nuevo Doron—. No quiero oír tus disculpas. Tus palabras no pueden cambiar nada.

—Pero…

—Nada de peros. Ya no hay nada que puedas hacer. Vete a la mierda, Sirhan 

Sí, este capítulo duele🥺. En lo personal, Stone es de mis personajes favoritos de mi novela y ver su final me pone triste. Creo que lo mejor que podemos hacer para recordarlo es sonreír tanto como él.

Hoy no hay meme ni dato curioso por razones obvias. 😭

Nos vemos el sábado,

xxxoxxx,

Gonza.

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