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Capítulo 21

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«Se alza en su fama guerrera, Escocia, mi montañoso hogar. Que tu orgulloso estandarte ondee alto y glorioso». (Himno Nacional Escocés).
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—¡Carajo! —murmuró.

Era la quinta vez que llamaban a la puerta en los últimos dos minutos. Antes los había ignorado; Boyd le había advertido acerca de los trabajos de reparación y Sirhan no iba a dejar que un par de negligentes lo despertaran a las diez de la mañana. Pero los golpes eran cada vez más fuertes y virulentos y el mensaje era claro. Alguien estaba interesado en él.

«Estamos tocapelotas esta mañana», quiso gritarle mientras buscaba algo que le pudiera servir como arma, pero lo único que encontró fueron unas bragas usadas. «A lo mejor pueda usarlas como una hondera y dispararle en la cara», pensó, aunque descartó la opción de inmediato.

Se decidió por el pequeño velador de metal que descansaba en la mesa de luz; quizás un fuerte golpe con ese armatoste sería suficiente para dejarlo grogui. Desenchufó el aparato y avanzó hacia la puerta con el pulso tembloroso. El misterioso sujeto no había dejado de golpear. «No debe dormir nadie en casa de este hijo de perra», pensó y sonrió ante la ocurrencia.

—¿Qué quiere? —Sirhan intentó sonar amenazador.

—Abre.

—¿Quién es?

—Soy yo, Boyd.

Su voz sonaba apagada, fruto de la resaca. Sus cuerdas vocales se habían atrofiado de tanto gritar y apenas podían articular una palabra con una voz artificiosa y gutural. A juzgar por su tono, estaba resfriado y casi no había podido dormir, al igual que Sirhan. «¿Acaso nunca le dijeron que dormir tres horas es perjudicial para la salud?», lo maldijo Sirhan.

—Ya voy.

Sirhan dejó el velador sobre la mesa de noche, se puso de pie y avanzó hacia el baño con un andar torpe. Abrió la canilla, se empapó la cara con agua fría y se miró al espejo para comprobar cuán mal estaba: unas ojeras profundas delataban la falta de sueño y su rostro estaba hundido y algo pálido. Se puso la muda de ropa que Boyd le había dejado esa mañana, dio un par de saltos en el lugar para oxigenar el cuerpo y, cuando sintió que ya no había nada más que hacer, abrió la puerta.

A diferencia de Sirhan, Boyd no parecía cansado. El rubio lucía una camisa oscura y una sonrisa de oreja a oreja que parecía cosida a su cara. «Seguro se tomó un par de polvos mágicos antes de venir», pensó Sirhan mientras lo estudiaba con la mirada para adivinar sus intenciones. Boyd permaneció impasible y lo invitó a salir. Sirhan obedeció.

—Feliz Navidad, campeón —le deseó por decimocuarta vez—. Tengo una sorpresa para ti.

El rostro de Sirhan se iluminó, aunque aún no sabía por qué. Miró a Boyd y notó que no llevaba nada en las manos ni en los bolsillos. «O es demasiado pequeño o es demasiado grande», concluyó y comenzó a estudiar cada rincón con una ansiedad casi infantil. Pero ni en las vigas, ni en los pasillos, ni en las alfombras había otra cosa que no fueran restos de mugre. Sirhan frunció el ceño, confundido, y esperó que Boyd le diera una pista.

—Fíjate bien, campeón —le dijo y se hizo un lado—. Lo esencial es invisible a los ojos.

Entonces, la vio. La puerta de enfrente, la número cinco, estaba entreabierta y la luz artificial se colaba por la abertura. Sirhan dio unos pasos tímidos y empujó la puerta con delicadeza. Del otro lado apareció una cara conocida.

—Es como encontrar una aguja en un pajar —dijo Sirhan.

Aceptó el abrazo con gusto y contuvo las lágrimas para no llorar delante de otras personas. Los brazos de ambos se enredaron en una armonía perfecta y el tiempo revoloteó entre ellos sin que se dieran cuenta. «No puede ser. ¡Es ella, es ella!», pensó Sirhan, al borde del llanto.

—Te presento a Kate —le dijo Boyd, divertido—. Aunque creo que ya la conoces.

Sirhan no pudo articular ni una palabra, ni siquiera un simple gracias, que era lo mínimo que su jefe merecía. Los ojos celestes de Kate lo escrutaron de pies a cabeza y en su boca se dibujó una tímida sonrisa.

—No puedo creer que estés aquí —confesó Sirhan—. Te extrañé mucho.

Ella no dijo nada y lo estrujó contra su pecho una vez más. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y acababan en sus labios, en un ejercicio monótono que le impedía deshidratarse.

Por fin, derribaban una de las barreras de la memoria: el olvido. Resistían; resistían al tiempo, a la soledad, a las penurias, a la política, a la muerte. Estaban juntos, a pesar de todo. Sirhan no sabía cómo ni por qué, pero estaban juntos. Juntos contra el tiempo, la soledad, las penurias, la política y la muerte.

—Yo también, Sirh —confesó ella luego de un rato.

Sirhan integró a Boyd al abrazo, aunque el rubio se resistió al principio. Boyd les acarició la cabeza y su actitud no le hizo mucha gracia a Kate. Ella le quitó la mano del cabello y lo fulminó con la mirada para marcarle el terreno. «Que sea mujer no significa que sea tuya ni mucho menos que sea una puta», parecía decirle. Sirhan simuló no ver el pequeño incidente y decidió disolver el abrazo para evitar problemas.

—Me dijiste que no sabías dónde quedaba Charlemont.

—¿Y decirte que podrías ir a pie si quisieras? Eso hubiera arruinado la sorpresa, campeón. ¿Una cerveza, preciosa?

—De acuerdo —dijo Kate mientras le quitaba la mano del mentón.

—¡Scat! Dos cervezas y un jugo, por favor.

—Los espero arriba —les dijo Boyd y los dejó solos.

—De acuerdo.

Sirhan regresó a la habitación para buscar la ropa de la noche anterior y ponerla en la lavadora. Kate lo acompañó, algo tensa, y vigiló a Boyd con el rabillo del ojo. Recién cuando las puertas del ascensor se cerraron, Kate suspiró. Sirhan permaneció en silencio; ya insistiría en ese asunto luego.

Hurgó entre las sábanas un momento y encontró la camisa y los pantalones, pero no el cinturón. Kate se unió a una búsqueda que los entretuvo un buen rato. Sirhan se arrojó al piso y prendió la linterna: allí no estaba. Hurgó en el baño y en la mesa de noche: tampoco. Cinco minutos después, Kate lo encontró.

—Toma —le dijo, con el ceño fruncido. Sirhan recibió el cinturón con gusto—. ¿Algo para decir?

—¿Gracias?

—No, no eso.

—¿Y entonces qué? —preguntó Sirhan, extrañado.

Kate tiró del acolchado y lo sacó de la cama. En el centro, tal como Sirhan la había dejado, había un pedazo de tela roja. Una braga. «¡Carajo! Ahora pensará que soy uno de esos pervertidos amantes de los servicios nocturnos», pensó. Kate insistió con la mirada.

¿Cuánto has cambiado en seis meses?

Lo suficiente como para matar un hombre.

—Puedo explicarlo... —Titubeó—. Boyd me prestó la habitación. Yo solo dormí aquí, no hice nada malo. Créeme, ni siquiera tomé anoche. Confía en mí.

—Déjalo —sentenció ella, con la misma frialdad con la que había alejado a Boyd.

Subieron las escaleras en silencio, casi sin mirarse. Los pasos resonaban en el cemento y se volvían cada vez más distantes y fríos. Kate era el monumento a la severidad. «La cagaste, la cagaste. Ahora cree que la trajiste para usarla como objeto sexual», pensó Sirhan y no se animó a hablarle durante el resto del camino.

Avanzaron con la vista fija en los escalones y alcanzaron el piso veinte a los pocos minutos. Sirhan golpeó y Boyd los recibió. El rubio ocultó una sonrisa a duras penas, empujó la puerta con el pie y los invitó a pasar.

—¡No me lo creo! —exclamó Sirhan.

El mismo departamento que hacía menos de cuatro horas había estado inundado de alcohol y fluidos humanos, ahora era el refugio de una persona civilizada. Los súbditos habían realizado un trabajo impecable: una fragancia a vainilla perfumaba el ambiente y el barniz recién puesto hacía que los muebles nuevos brillaran con la luz artificial. Habían renovado el parqué y las paredes estaban de blanco y bordó. Un sillón esquinero, una vitrina y una pequeña cómoda ocupaban un lugar que antes estaba vacío. Era un trabajo perfecto.

—Pásame la bolsa, campeón. La llevaré a la lavadora.

Boyd se perdió en el cuarto de servicio y los dejó solos una vez más. En el ambiente se respiraba tensión, aunque ellos no quisieran admitirlo. Kate dio un nuevo vistazo al apartamento: cubertería dorada, mesas de roble y fragancias importadas. «Esto es demasiado», pensó.

Sirhan caminó junto a ella en silencio. Sabía que Kate haría algún comentario al respecto, pero no esperaba las palabras que salieron de su boca.

—Perdona, fui demasiado dura contigo —le dijo en voz baja—. No soy quien para juzgarte.

—No te preocupes. Pero, para que sepas, yo jamás haría algo así y mucho menos te traería aquí para eso.

—Lo sé —contestó Kate, poco convencida—. Aunque tu jefe…

—Relájate, ¿quieres? Boyd es algo insistente con las personas que recién conoce.

—De acuerdo. Pero no te prometo nada.

—Siempre puedes darle una buena cachetada cuando se pase de la raya —dijo Sirhan, y Kate sonrió.

Boyd regresó a la sala con las manos vacías, notó el cambio de aire en el ambiente y sonrió. Les alcanzó algo para picar, prendió los parlantes y dejó una canción de Beyoncé de fondo mientras preparaba la mesa. Sirhan y Kate le ofrecieron su ayuda, pero él —harto de que lo creyeran incapaz de hacer nada— la rechazó.

Sirhan y Kate tomaron un desayuno improvisado e intercambiaron una mirada cómplice cuando Boyd comenzó a imitar la voz de Beyoncé en el estribillo de Crazy in love. Cuando él se dio cuenta, comenzaron a reír y se sumaron a los coros. «De a poco, las barreras se caen», pensó Sirhan, satisfecho.

—¿Qué quieres comer, preciosa? —le preguntó Boyd al cabo de un rato—. Tú elegirás el menú.

Kate parpadeó un par de veces para eludir el contacto visual e hizo su mejor esfuerzo para olvidar que las pupilas de Boyd la perseguían. Pero no lo consiguió. «Ya se acostumbrará», se dijo Sirhan mientras observaba la escena. «O, al menos, Boyd se ligará un buen bife en el intento».

—No quiero molestar —dijo por fin—. Seguro el cocinero ya preparó algo.

—No te preocupes por eso. Él aún no ha comenzado.

—Está bien.

—Seguro hay alguna comida que te recuerde a tu hogar —le sugirió.

—¿Pueden hacer ceviche? —El rostro de Kate mutó de la desilusión a la esperanza—. Comida peruana —aclaró.

—Por supuesto. Nuestro cocinero es excelente, ¿verdad, campeón? —Sirhan asintió—. Mientras tanto, sentémonos un rato.

Kate hizo el amague de empujar la silla, pero Boyd descartó el ofrecimiento con una sonrisa fingida. Ella se sentó junto a Sirhan y se sirvió unas rodajas de salame. La tensión volvió a instalarse en la sala y Sirhan supo que debía decir algo, lo que fuera, con tal de romperla. Pensó un momento y aprovechó para matar dos pájaros de un tiro.

—¿Esto no es ilegal?

—¿Traer a una mujer al sector de los hombres para celebrar Navidad? En absoluto —contestó Boyd en menos de un segundo.

Las palabras de su jefe hicieron que Sirhan estallara. Pronto, los tres comenzaron a reír, aún sin saber por qué. Incluso Kate, que jamás hubiera apoyado una conducta ilegal, tuvo que secarse las lágrimas con una servilleta. «A lo mejor, no soy el único que cambió», pensó Sirhan, aliviado. 

—Navidad es el único día del año en donde se permite la libre circulación —aclaró el rubio—. Un detallito de Su Excelencia.

—No tenía idea. La verdad, no busqué demasiada información antes de venir aquí —reconoció Sirhan—. Me bastaba saber que sería libre.

—De hecho, yo tampoco lo sabía —intervino Kate—. Me enteré cuando Boyd me invitó a venir.

Les alcanzaron el ceviche, y Kate reconoció que tenía muy buena pinta: el pescado estaba caliente y tenía la cantidad justa de limón, cebolla, ají y pimiento. Era una de sus comidas favoritas y le recordaba el viaje al antiguo Perú que había hecho con su familia.

Sirhan supuso que Kate extrañaría su anterior vida, esos quince años de lujos y viajes por el mundo. Paradojas del destino, estaba condenada a pasar tres años en un apartamento de treinta metros cuadrados. «El karma es una mierda», pensó.

—Está fabuloso. Siempre sales con comidas extrañas que están deliciosas. Deberías venir más a menudo —dijo Sirhan, algo en broma, algo en serio.

—De hecho… —Boyd dio un bocado antes de seguir— puede hacerlo. El Imperio exige quince mil bards en efectivo para permitir una visita cada cinco días. Como lo ves, es un privilegio para unos pocos. Pero le prometí a Kate que lo haría. Por ustedes.

Sirhan le dio un tímido apretón de manos a modo de agradecimiento que su jefe le regresó con entusiasmo. Era la mejor noticia que le habían dado en los últimos meses.

—Muchas gracias.

—No es nada, campeón. Hacemos un buen equipo. Solo una cosa —se volteó hacia Kate—: deberás esperar diez días hábiles para que revisen tu legajo y te autoricen a atravesar la frontera.

Frontera. Erigir barreras para destruir sus esperanzas. Erigir barreras para hacerlos más débiles.

—¿Tienes teléfono?

—Por el momento, no.

—Toma —Boyd hurgó en sus bolsillos y sacó el nuevo iPhone—. Te servirá para seguir en contacto.

—Gracias de nuevo —dijo Kate y comenzó a jugar con sus anillos.

El ambiente destilaba felicidad. Los edificios estaban decorados con miles de luces amarillas parpadeantes que caían de los techos y se enredaban en los balcones. Los grandes apostadores habían colocado un inmenso árbol de Navidad en medio de la calle y un buzón con destino al Polo Norte para que los crédulos —que no debían ser más de cinco— dejaran sus cartas. Tampoco faltó el coro que cantaba villancicos cada vez que alguien les ponía dinero ni el gordo que se vestía de Papá Noel para ganar unos bards. «Una Navidad típica en un sitio atípico», pensó Sirhan.

Decenas de parejas disfrutaban la tarde. Muchos ni siquiera sabían cuándo volverían a verse, pero aun así armaban planes para un posible reencuentro: un paseo, una cena, una fiesta, una noche a solas. Otros se limitaban a darse tímidos besos o algún obsequio barato, mientras que los más desesperados se perdían en los callejones y sacaban su lado salvaje. Los jadeos eran perceptibles a la distancia y se fusionaban con el ambiente.

—¿Ahora trabajas para Boyd? —preguntó Kate a quemarropa.

Sirhan la miró a los ojos. Kate temía descubrir cuándo había cambiado su mejor amigo en tan poco tiempo, pero necesitaba descubrirlo. «Quiere saber a quién se enfrenta», pensó Sirhan. «Lobo, cordero, víctima, cómplice o ejecutor».

—Participo en las carreras locales y Boyd es mi patrocinador. Él me paga una suma mensual y me da una parte de las apuestas.

—Eso es... —Kate hizo una pausa larga e intentó buscar la palabra correcta. «Ilegal», pensó Sirhan—. Fabuloso. Me alegra que hayas conseguido trabajo.

Doblaron por la avenida principal y se toparon con una pareja que se besaba debajo una marquesina de transporte público. Cuando los vieron, los novios se sonrojaron y les dedicaron un tímido rictus. Tenían la alegría del reencuentro, la emoción del amor y una pizca de esperanza en el rostro. «¡Quién pudiera!», pensó Sirhan.

—¿Y tú? —le preguntó por fin.

—Trabajo en una tienda de segunda mano —Kate se apresuró a contestar—. No es lo que me gusta, pero el dinero me alcanza para sobrevivir.

—¿Acaso la Principita tiene sus habilidades intactas? —dijo Sirhan, consciente de que Kate nunca hacía una pregunta que no pudiera responder luego.

—Sabes que odio que me llames así —remarcó ella, con la poca seriedad que fue capaz de reunir.

—Ya. Al menos, tienes un trabajo. El mundo aún no está listo para la doctora Kate Wyman: especialista en penalidades.

—Se dice Derecho Penal, payaso.

—Qué más da. Aquí la única ley que existe es la ley de la selva —dijo Sirhan e hizo un rugido exagerado que le robó una sonrisa a Kate.

Se detuvieron frente a un bar de época que prometía las mejores galletas con chispas de chocolate, pidieron dos cafés fuertes y una docena de galletas y esperaron la comida en silencio.

Los demás conversaban en voz alta, animados, y no faltaba la parejita que intentaba recrear la escena de La dama y el vagabundo ni la que se daba codazos cómplices de vez en cuando. «Y pensar que ellos tampoco se vieron durante meses», pensó Sirhan, apenado.

—¿Sabes una cosa? Hubiera jurado que elegirías el ejército desde el principio.

—¿Por qué lo dices?

—No lo sé. Eres tan…

—¿Estructurada? —lo interrumpió ella, divertida.

—Iba a decir estudiosa —mintió—. Tenías grandes ideas en mente, un proyecto de vida. Y, sin embargo, te condenaste a vivir aquí.

—A veces ni siquiera sabes por qué haces ciertas cosas, ¿no crees? 

—En eso tienes razón —reconoció Sirhan, aunque sabía que no era cierto: nadie se arroja a la boca del lobo sin un buen motivo.

—Además, no deberías ser tan fatalista, hombre.

—Como usted diga, señorita Optimista.

—El orfanato me enseñó a ver el lado bueno de la vida y, en especial, a ser paciente. Créeme, cuando te acostumbras, este lugar hasta puede parecerte lindo.

El mozo entró en escena y les dijo que ya no quedaba café. Sirhan aceptó el jugo de naranja y Kate se decidió por el agua mineral. El joven dejó el pedido sobre la mesa, les deseó buen provecho y regresó al mostrador para atender a una nueva pareja. Sirhan probó las galletas y comprobó que estaban excelentes. Kate lo imitó y repitió el veredicto.

—¿Extrañas a tus padres? —le preguntó Sirhan de pronto.

Hacía años que Kate había sido adoptada por Scarlet Wolf y Herre Blekker y, para ella, eran sus únicos padres. Ellos la habían alimentado, educado, cuidado y cobijado gran parte de su vida y le habían mostrado decenas de países que Kate jamás había esperado conocer. No tenía intenciones de encontrar a su familia biológica, pese a que Scarlet y Herre insistían. «Ustedes son mi familia», les contestaba siempre, emocionada hasta las lágrimas.

—Imagínate: los tenía encima mío todo el día y de golpe me los arrebataron —confesó, dolorida—. Muchas chicas sufrieron lo mismo que yo. A veces escucho a mi vecina llorar en voz baja, como si no quisiera molestarnos. Ya la echaron de tres edificios por eso.

—Varias chicas trabajan aquí. —Sirhan dio un largo sorbo a su jugo.

—Lo sé. Las veo atravesar la frontera todos los días y vender su cuerpo a cambio de dinero. Suelen trabajar para los grandes apostadores. Supongo que te topaste con un par anoche.

—Sí, pero jamás me acosté con ninguna —insistió Sirhan—. Cuando Boyd me ofreció la habitación, la joven ya se había ido.

Kate suspiró y, por el modo en que lo hizo, Sirhan notó que no le creía. Al menos, esta vez, no hizo ninguna mueca extraña ni alzó las cejas más de la cuenta. «Respeta mi mentira y busca al Sirhan que conocía de toda la vida. Pero jamás lo encontrará», pensó, apenado. «La gente cambia. Para bien o para mal, pero cambia».

Kate atravesó la frontera luego de una larga hora de cola y los saludó desde el otro lado con los ojos llorosos. Sirhan y Wyatt —quien había insistido en conocer a la candidata antes de que se fuera— le regresaron el saludo y le desearon buena suerte.

—¡Nos vemos pronto! —dijo Kate.

—¡Nos vemos pronto!

Ella sonrió y se perdió en el aluvión de jóvenes que regresaba a su hogar. A los pocos minutos, cruzaba la frontera y agitaba el brazo detrás las rejas. Sirhan le regresó el saludo, preocupado, y suspiró de alivio.

—No te veo demasiado emocionado por la visita —le dijo Wyatt—. ¿Pasó algo malo?

—Me sentí un farsante. Le di a Kate el viejo Sirhan, pero ya no soy así. Me aterra descubrir cuánto he cambiado en tan poco tiempo.

—El dilema de la doble identidad.

—Dos, tres, cuatro o cinco. Ya perdí la cuenta.

¡Bienvenida a la locura, Kate Wyman! ¿Qué les parece este nuevo personaje?

Por otra parte, decirles que ahora ya empiezan los nuevos capítulos (también editados) para que puedan seguir leyendo la novela. :) ¿Qué les parece hasta ahora?

Les dejo el chiste del día:

"Le dice la mamá al hijo:

—Me ha dicho un pajarito que te drogas.

—La que se droga sos vos, que hablás con pajaritos".

Es brutal😂. Espero que no lo usen nunca, ehhh.

Hoy no traigo dato curioso sino chisme. ¿Qué les parecieron los nuevos actores de ATDMV? En lo personal, me encantaron🔥

¡Buen finde! ¡Nos leemos!

xxxoxxx

Gonza

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