Capítulo 19
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«Mi padre fue todo para mí. Él tuvo que morir para que yo naciera». (Rhona Greer: autobiografía,17/8/2034).
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Eresunputoasesinonosoyunputoasesino.
Sirhan agradeció que su teléfono sonara con fuerza y saturara sus tímpanos. Estaba harto de escuchar los mismos pensamientos una y otra vez. Había tenido una noche atroz, solo comparable con los días posteriores a la muerte de Daren, y necesitaba inyectarse una dosis de realidad. Salir de esa mierda de una vez por todas.
Dejó que el celular sonara e intentó levantarse. Estaba empapado de sudor y la cabeza le dolía de a partes, como si alguien le diera punzadas con una aguja caliente en varios lugares diferentes. Su rostro estaba ojeroso y caído; su nariz, enrojecida de tanto moco; y sus ojos, rígidos como persianas de acero. Hizo un esfuerzo hercúleo y apagó el velador que estaba bajo la cama. Con quince años, había vuelto a temer a la oscuridad.
Si no has cometido ningún crimen, no tienes por qué tener miedo.
Cuando por fin alcanzó el teléfono, el que estaba del otro lado iba por el quinto intento. Sirhan leyó el número y sonrió con perversidad.
+4428-2073-0633
Lo conocía de memoria. Lo había repasado una y mil veces desde que Boyd se lo había dicho y sabía recitarlo en todas direcciones. +2484-0732-3600. +8442-7302-3060.
La llamada murió, y el que estaba del otro lado volvió a insistir. Sirhan dejó que el teléfono se cansara de vibrar y sonrió. Disfrutaba de hacerse rogar de vez en cuando, de invertir la jerarquía por un momento. Una vez más, vibración y más vibración. Atendió.
—Diga.
—¿Sirhan Bay?
—Soy yo
—Ya está todo listo.
Sirhan volvió a sonreír; a veces, la concisión resulta mucho más eficaz. Le agradeció al encargado y cortó. Prendió los datos móviles y comprobó que la transacción se había realizado con éxito. La Comisión de Apostadores había cumplido, y una cifra astronómica aparecía en su cuenta.
«Después de todo, quince días de tortura tuvieron su recompensa», pensó, aun sin poder creer aquella sucesión de unos y ceros. «Ya no más», se prometió y marcó el número de su jefe.
—Hable.
—Soy Sirhan.
—Espera un segundo —le indicó Fagler. Una breve interferencia y un escupitajo después, el teléfono cambió de mano—. ¡Hola, campeón!
—Hola.
—¿Qué necesitas?
—Me acaban de llegar los reportes. Me llamaron de un número desconocido y quería saber si…
—¿Termina en 0633? —lo interrumpió Boyd, ansioso por ganar tiempo.
—Sí —respondió Sirhan, enfadado por su falta de decoro.
—Disculpa, no estoy en casa y debo ser cuidadoso. Nunca se sabe quién puede escucharte. Y con respecto a eso, no tienes nada que temer. Si quieres, envíame los reportes y los compararé con los míos.
—Está bien. Gracias.
—Ahora relájate, ¿quieres? Búscate a alguien para pasar el día o ve a dar un paseo por el parque. El viento suele ayudarme a aclarar las ideas.
Boyd tenía razón. La caminata le había servido para cansar el cuerpo y la mente de tanto pensar. Sin embargo, exhausto tras dos horas y media de andar ininterrumpido, la escena en donde Ezra tropezaba con el aerosol y se partía el cuello se repetía en su cabeza hasta el hartazgo.
—¡¿Hasta cuándo?! —preguntó y elevó los brazos al cielo.
Encendió la radio para tapar sus pensamientos. Sabía lo que encontraría: marchas patrias, música reivindicadora y casi nada de electro-pop nacional. Puras canciones gaélicas, para deleite de la Emperatriz. «Al menos, algo es algo», se dijo, mientras abría la ducha y se sumergía en el agua caliente al son de un «O Fhlùir na h-Alba, cuin a chì sinn / an seòrsa laoich a sheas gu bàs 'son»
—Es la una de la tarde y es el momento de informarte —dijo el locutor—. Tenemos… ¡Noticias importantes!
»Un policía local confirmó los rumores que circularon por todo Moy en estas horas: esta mañana se encontró un cadáver en el Parque de Bute, rodeado de plantas silvestres. Algunos testigos afirmaron que escucharon tiros a las tres de la madrugada, aunque los Ases no hicieron comentarios al respecto. —El locutor hizo una pausa para cambiar de página.
»La identidad de la víctima sigue sin conocerse, pero expertos calculan que podría tener diecinueve años y que murió alrededor de las cinco de la madrugada. Destacaron que el joven estaba con el pecho desnudo y que solo tenía ocho dedos sanos. ¿Qué pasó con los demás? Eso aún es un misterio. Cuatro de nuestros reporteros aún permanecen en el lugar de los hechos, a la espera de novedades.
De pronto, se escuchó una interferencia del otro lado y el locutor se interrumpió. Alguien abrió un segundo micrófono y dijo unas palabras ininteligibles.
—¿Cómo dices, Marcus? —le preguntó el locutor.
—Digo, Scat, que la solución del misterio es más sencilla de lo que parece —respondió el tal Marcus, con un acento inglés muy marcado—. El asesino fue quien se llevó una buena pasta esta mañana y la víctima no es otra que…
—¡No digas que no te avisamos! —lo interrumpió el locutor y la música comenzó a sonar.
Sirhan salió del baño desnudo, empapado de pies a cabeza, y avanzó hacia la radio con el brazo extendido. La alcanzó cuando sonaban los primeros acordes de una canción de Garbage y giró la perilla.
Por fin, silencio. Las venas parecían salirse de su cuerpo y el dolor bajo las cejas era insoportable. Sirhan temblaba. Las gotas recorrieron su cuerpo y le provocaron un escalofrío. Un pequeño charco que se formó bajo sus pies comenzó a dañar el parqué. Pero nada de eso le importó.
—¡La puta madre! ¡Ahora todo el mundo sabe que hay un cadáver de mierda oculto en el parque! —estalló Sirhan—. ¡Puto Marcus, puto Marcus, puto Marcus!
Los Ases, los médicos y los falsos forenses habían hecho lo imposible para ocultar su identidad y la de Ezra, y el puto de Marcus iba y dejaba en evidencia la lista negra. Sus palabras atraerían a los curiosos y la escena del crimen no tardaría en plagarse de entrometidos. ¿Y si alguno descubría el nombre de Sirhan en el galpón?
Puto Marcus, puto Marcus, puto Marcus.
Sirhan rogó que la Comisión controlara la situación que el puto de Marcus sufriera las consecuencias. Que le cortaran los huevos con un hacha, que lo colgaran de un cable eléctrico, que le metieran un palo por el culo, que lo hicieran arder en una cortina de fuego. «Selomereceporhijodeputaselomereceporhijodeputa», se dijo Sirhan mientras tomaba su teléfono y llamaba a Boyd. Su jefe atendió de inmediato.
—¿Boyd?
—No te preocupes, campeón, no hay nada que temer. Los Ases ya se encargaron de él y el cadáver de Ezra está camino a la morgue. El único testigo está hecho cenizas, al igual que todos sus conocidos —dijo, despreocupado—. Tú encárgate de borrar cualquier pista que pueda conducir a ti esta noche.
—¿Esta noche?
—El sitio está cercado y no habrá nadie en los alrededores.
—De acuerdo.
—Recoge tus balas, oculta tus pisadas y tapa cualquier mancha que pueda delatarte.
—¿Incluso mi nombre? —preguntó Sirhan, consciente de que los Ases podrían ahorrarle el trabajo.
—Incluso tu nombre.
PutoMarcusputoMarcusputoMarcus.
Tenía prisa, pero iba con calma. Llevaba un balde de pintura blanca oculto en la mochila y la pistola en la mano derecha. Sirhan intentó no mirar hacia los lados, pero se le hizo imposible. Repetir la experiencia de la noche anterior le provocaba escalofríos.
Recordaba cada detalle a la perfección: el trazo convincente de Ezra, Newton con su acción y reacción opuesta, el intenso olor a pólvora y el cuchillo perdido en la nada. Había intentado olvidar, pero el puto de Marcus lo obligaba a regresar al sitio en donde todo había comenzado. El puto de Marcus lo obligaba a recordar.
Tal como Boyd le había anticipado, los Ases habían trazado una perimetral alrededor del parque, y las cintas de peligro se extendían de una cuadra a la otra, siempre tensas. Sirhan miró hacia los lados y comprobó que no había nadie en los alrededores: ni periodistas de segunda, ni Ases, ni curiosos. «Ni siquiera alguno tan puto como Marcus», pensó, divertido. Mejor así.
Avanzó por la vereda del frente y alcanzó la calle Greer, la única que no estaba cercada por completo. Pasó entremedio de dos árboles añejos y volvió a sentir la hierba asesina con la misma adrenalina que la primera vez.
—Aquí estamos de nuevo, vieja amiga —le dijo.
El parque estaba en penumbras y las sombras eran su única guía. Sirhan avanzó por un sendero que conocía de memoria, con los dedos tensos alrededor de la pistola, alerta a cualquier peligro. Pero nada pasó. Alcanzó el galpón a los pocos minutos, se quitó la mochila y la colocó en un sitio apartado. Regresó con un pote de pintura y un rodillo empapado y se dispuso a comenzar.
Buscó el mensaje a tientas y no tardó en encontrarlo. Grotesco, discontinuado, salvaje, pasional, como Ezra siempre había sido. Sirhan tomó el rodillo y comenzó a borrar las letras una por una. Las palabras de Ezra se esfumaron de a poco hasta convertirse en una mancha ilegible.
Al llegar a la S, el rodillo tropezó con la bala que estaba incrustada en la pared. Sirhan tiró de ella con todas sus fuerzas y logró quitarla. La observó: tenía una coloración negruzca, un leve aroma a pólvora quemada y una leve deformidad en la punta. Sirhan la guardó en su mano izquierda y comenzó a buscar el resto.
Había repasado la escena miles de veces y sabía adónde encontrarlas: cuatro hundidas en los muros del galpón, dos detrás de las matas y otras dos en el sendero del entrometido. Las recogió una por una, siempre en el puño izquierdo. Las colocó sobre sus nudillos y jugó a la payana con ellas, un curioso juego mercosuriano que su amiga le había enseñado tras su viaje al antiguo Perú. «Para descontracturar la situación», se dijo, mientras observaba los proyectiles volar en el aire e intentaba agarrarlos sin que se le escaparan.
—Bueno, basta —se ordenó y dejó que las balas cayeran en el bolsillo.
Escrutó el galpón una vez más, seguro de que algo se le pasaba por alto. Y entonces lo vio. Uno de los aerosoles de Ezra, el mismo con el que había tropezado, descansaba detrás de unos arbustos. Algún curioso debió encontrarlo y, por temor a que lo involucraran en el caso, lo había ocultado. El envase aún tenía la huella del zapato de Ezra, la marca de la muerte. Sirhan encontró el otro aerosol a unos pocos metros y también lo guardó en la mochila.
Sirhan suspiró y se armó de valor. Hasta ahora, había sido una simple tarea de limpieza. Pero había llegado el momento de enfrentar su mayor miedo.
Avanzó hacia el jardín de vicias cracca con recelo y comprobó que había restos de presencia humana: la hierba estaba aplastada de a tramos y se había armado un pequeño sendero. Sirhan estiró el cuello y comprobó que el cadáver no estaba. Los Ases se lo habían llevado.
Puso un pie en el yuyal y dio un nuevo vistazo. Nada, nadie. Esta vez, el suspiro fue más largo. Estaba claro que el destino le sonreía aquella noche. «Sabe que no volveré a intentarlo», se dijo mientras se ponía la mochila.
Caminó un par de cuadras y se volteó. Miró hacia atrás, a la pequeña mancha en la que se había convertido el parque, y se prometió que no regresaría. Pero el destino tenía otros planes para él.
¡Holaaaaaaa! Acá Gonza reportándose😊
Ya estamos muy cerca del final de la primera parte y aún quedan muchos misterios que resolver. ¿Tienen algún presentimiento de lo que va a pasar? Los leo🍿
El dato curioso de hoy es que el nombre de Marcus ya apareció en otra de mis historias. ¿Ya saben cuál es?
Como ya estamos cerca del tráiler de ATDMV, les dejo este meme que resume mi situación actual:
Nos leemos,
xxxoxxx,
Gonza.
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