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Capítulo nueve


Domingo, 9:30pm

El cielo estaba despejado, dejando a la vista la inmensidad de estrellas que brillaban en el firmamento. La noche helada y las fuertes ráfagas de viento obligó al grupo a ponerse gruesos abrigos de lana.

—Nadie andará rondando por aquí excepto los guías. Hacen recorridos en la noche, así que debemos tener cuidado —dijo Ingrid titiritando.

Todos avanzaban despacio, guiándose de las pocas farolas de la zona. Llevaban linternas en mano, pero no podían encenderlas para evitar ser descubiertos.

Atravesaron la zona de cabañas. Las luces de algunas seguían encendidas y de ellas provenían risas y murmullos. El grupo avanzó precavidamente escondiéndose tras las pequeñas edificaciones de madera.

—¿En serio haremos esto? —se quejó Erik por enésima vez. Soltó un suspiro de frustración —. Hace demasiado frio, joder.

—Ya te lo había dicho. Te podías quedar en la cabaña y dejarnos tranquilos —manifestó Thomas irritado.

—Puedes devolverte si quieres, pero nosotros continuaremos —repuso Ingrid.

Comenzaron a discutir. Annika miró a su alrededor y alarmada los mandó a callar. Estaba segura de haber visto el haz de una linterna.

—¡Todos abajo! —exclamó por lo bajo. El grupo reaccionó rápidamente y se ocultaron tras unos arbustos. Segundos después, un guía pasó iluminando la zona lentamente mientras silbaba con total serenidad.

—El que se mueva es un huevo podrido —bromeó Thomas en un murmullo. Pero nadie se rio.

Ingrid le dio un codazo.

—Si nos pillan estamos fritos.

El guía continuó su camino. Esperaron a que anduviera mucho más lejos para poder continuar con su huida.

—Ya —indicó Annika. Se puso de pie y todos la siguieron. Esta vez aceleraron el paso hasta dejar atrás la zona de cabañas —. Ingrid, dinos hacia donde.

Ingrid había participado en el campamento hacía dos años, por lo tanto, conocía muy bien la zona. Ella tomó la delantera y los llevó a un lugar más apartado del resto. Pasaron por los alrededores de la cabaña principal y luego se introdujeron en el bosque siguiendo un pequeño sendero destartalado. Solo se detuvieron cuando llegaron a un portón de madera con un letrero colgado en la parte superior:

Zona restringida

Solo cruzar en compañía de personal autorizado

—¿Qué hay al otro lado? —preguntó Andrus.

Ingrid forzó la cerradura que ya se encontraba desgastada, pero a pesar de sus varios intentos, la puerta no cedió.

—Solo bosque. Por este camino se realizan las excursiones, pero solo se puede en compañía de los guías. ¿Cómo abrimos esto?

—Déjame intentarlo —anunció Erik para sorpresa de todos y dio un paso al frente. En lugar de abrirla, tomó impulso y pegó una patada. La madera crujió y se sacudió. De nuevo otra patada y esta vez, la cerradura se despegó de la madera y cayó en la tierra.

—¡Bien hecho! —exclamó Thomas y cruzó rápidamente.

El sendero continuaba abriéndose paso entre los árboles. A medida que avanzaban, el camino se volvía más inclinado.

—Chicos, ¿y si nos descubren? Pueden sancionarnos —expuso Andrus, preocupado. Tenía una expresión de angustia y jadeaba por la caminata —. O peor aún, ¿qué hay de los animales salvajes?

¡Chist! —expresó Annika —. No te pongas nervioso.

—Además, el grandulón de Erik nos protegerá —bufoneó Ingrid y Thomas rió.

Annika vio que Erik sonreía, y eso la alegró, quizás porque no le gustaba verlo de mal humor.

Las siluetas de los árboles, iluminadas por el haz de sus linternas, reflejaban un ambiente fantasmagórico. El silencio era total, salvo el ulular de una lechuza y el sonido que provocaban las hojas secas al ser pisadas.

Minutos después, se desviaron del sendero y continuaron guiándose del mapa. Tuvieron que introducirse en la maleza y andar con cuidado esquivando los gruesos troncos de los pinos. En ese momento, Annika decidió disminuir la marcha y se acercó lentamente a Erik, quien iba mucho más despacio y se tomaba su tiempo para iluminar el alrededor.

—Oye, ¿cómo va todo?

—De maravilla —dijo, pero su expresión mostraba todo lo contrario —. No quería venir, ¿pero qué otra opción tenía? No quiero quedarme en ese campamento.

Annika se tomó un momento antes de responder. Debía escoger bien sus palabras.

—Uhm... lo entiendo. Yo quería disculparme por lo de hace unas horas, cuando evadí tú pregunta —comenzó y se mordió la lengua. Odiaba disculparse, ya que eso significaba tragarse un poco de su orgullo.

—No hay problema, Annika. Estaba irritado y por eso reaccioné así. De todas formas creo que me necesitan, parezco ser el único capaz de enfrentar a un animal salvaje en caso de que aparezca, ¿no es así?

Annika soltó una risita.

—No estás muy equivocado.

—¿Planean encontrar esa roca? —preguntó él. Annika se sorprendió por el inesperado giro de la conversación.

—Quizás sí. Pero, realmente, necesitamos verificar algo. Eso es todo. No puedo ahondar en detalles porque ahí sí que pensarías que esto es una completa locura —Annika decidió cambiar de tema —. En fin, lo explicaremos después. ¿De dónde vienes?

—Vivo en las afueras de Sadala. No muy cerca realmente. ¿Y tú?

—De Carcov. Es un pueblo muy pequeño que queda cerca de aquí. ¿Vas a la universidad?

Erik se mordió el labio y negó con la cabeza.

—No. Soy deportista.

—Ah ¿En serio? —Annika se sorprendió —. ¿Qué deporte practicas? ¿Fútbol?

—No. Tennis —contestó Erik. Parecía mucho más animado —. No solo juego. Heredaré el negocio de mi padre y me dedicaré a vender zapatos deportivos de marca.

Un toque de emoción se reflejaba en su mirada. Sin duda ansiaba dicho negocio.

—Eso está muy bien —lo felicitó ella y le dio unas palmadas en el hombro.

Andrus se acercó a ellos. Ahora caminaban los tres uno junto al otro, con Annika en medio.

—Anna, estaba pensado... —musitó y antes de continuar se quedó pensativo.

—¿Pensando en Katherina? —bromeó ella. Andrus le dio un codazo y se rio.

—¿Quién es ella? —quiso saber Erik con una sonrisa burlesca en el rostro.

—Es la chica que le gusta —respondió y se echó a reír.

Andrus estaba rojo de la vergüenza pero también se rió y le dio un pequeño empujón.

—En fin, como iba diciendo antes de que hicieras esa broma tan tonta —dijo y se acomodó los lentes —. Es sobre el meteorito. Me puse a pensar, ¿y si el gobierno ya lo halló y lo mantuvo en secreto?

—¿Por qué ocultarían un meteorito? No tiene sentido—cuestionó Erik.

—¡No lo sé! Quizás esa roca tenía algo raro o yo qué carajos voy a saber —exclamó Andrus a la defensiva y continuó —. Solo digo... ¿Cómo hallaremos algo que ni el mismísimo gobierno pudo encontrar?

—Porque quizás no lo buscaron bien —replicó Erik. Parecía disfrutar de la frustración de Andrus.

—¡Silencio! Hablo con Anna, no contigo.

—Chicos, basta —intervino Annika. La tensión entre ambos la ponía incómoda —. Puede ser, es de hecho muy probable, pero no lo sabremos hasta que...

—Entiendo —Andrus la interrumpió —. ¿Y qué me dices de los hombres? Quizás no desaparecieron misteriosamente, quizás el gobierno los eliminó.

—Si, pudo haber sido eso. Pero si el gobierno se tomó el tiempo de hacerlo, entonces es porque algo muy grande están ocultando, ¿eso no te hace sentir más curiosidad? A mí sí. Además, quiero dejar en claro algo: esto no es solo para hallar la roca.

Annika aceleró el paso y los dejó atrás. Prefirió conversar con Ingrid y con Thomas que ser hostigada con cuestionamientos sobre la investigación.


~✧~❂~✧~

Annika consultó su reloj táctil, el cual marcaba las 11:08pm. Eso quería decir que llevaban casi dos horas andando por el bosque y, según Ingrid, aún faltaba mucho más para llegar a la zona señalada en el mapa.

—¡Ya no aguanto más! —chilló Thomas y se arrodilló en el suelo. Se quitó la enorme mochila de los hombros y descansó sobre la tierra y hojas secas —. Estoy agotado.

Annika resopló.

—Hemos descansado dos veces en el camino, Thomas. Si seguimos deteniéndonos cada vez que te sientes agotado entonces esto no servirá de nada. Por favor, intenta seguir caminando ¿si?

—Yo llevaré esa mochila. Ahora levanta ese trasero tuyo y andando —dijo Erik y agarró la mochila. Se la colocó sobre los hombros y ayudó a su hermano a ponerse de pie.

De nuevo, retomaron la marcha.

Andrus iba al lado de Annika, de vez en cuando sacaba un tema de conversación, pero no duraba ni cinco minutos. Si hablaban mientras caminaban se sentirían más exhaustos.

Annika llevaba consigo el largo aparato de detección de metales. Durante todo el trayecto había pitado en más de dos ocasiones, sin embargo, solo hallaron fragmentos metálicos insignificantes, junto con una bala de escopeta que, según sus propias conclusiones, pertenecía a algún cazador furtivo.

Otra hora más, y al fin, Ingrid dio la señal de detenerse.

—Bien. Creo que es aquí —dijo. Todos dejaron caer los equipajes al suelo —. Es mejor dispersarse. Busquemos por toda la zona, pero no se alejen mucho.

—Vale. Les seguiré la corriente —comentó Erik quien lentamente se alejó. Annika se sorprendió al ver que llevaba el detector de radiación, a pesar de que Andrus había insistido que no era necesario. Quizás Erik solo pretendía ayudar y eso la ponía contenta.

Ingrid y Thomas se separaron y desaparecieron entre los árboles, tomando caminos diferentes.

—Tu y yo vamos juntos, Andrus. No quiero que te quedes solo —indicó Annika y se agarró del brazo de su amigo.

—Creo que la que está asustada eres tú —consideró divertido. Andrus sustituyó el agarre de Annika y en su lugar decidió tomarla de la mano. Annika se estremeció ante el tacto de su mano fría. Comenzaron a caminar despacio mientras iluminaban el suelo, los troncos y todo lo que estuviera a su alcance. Annika llevaba el detector de metales en la mano libre y lo mantenía extendido a la espera de que reaccionara.

—Estos bosques son enormes. Sería aterrador perderse por aquí —comentó. Sus dientes castañeaban.

—Si. Da mucho miedo. Sobre todo por los fantasmas que habitan en este bosque —se burló ella. Andrus le dio un codazo.

—Ya no me asustan los fantasmas como antes ¿lo sabías? Me dan más miedo los asesinos y locos que fantasmas tontos que solo sirven para cerrar las puertas y lanzar objetos.

—Y poseer a las personas —agregó Annika.

—¿Sabes qué otra cosa me da miedo?

—¿Ah? ¿Qué cosa? —quiso saber ella y bostezó.

—Quedarse solo en un mundo desconocido.

Annika frunció el ceño. No entendía lo que acababa de decirle.

—¿A qué te refieres con eso?

Antes de que Andrus respondiera, el pitido del aparato los sobresaltó. Una pequeña bombilla que emanaba una luz tenue se encendió y alternaba su color; primero rojo y luego verde.

—¿Encontraste algo, Annie? —preguntó una voz a sus espaldas. Era Thomas.

—Creo que sí —anunció.

Ella le entregó el detector a Andrus y tomó la pala portable que llevaba colgando en su mochila. Se acuclilló, la introdujo en la tierra con fuerza y comenzó a excavar. Thomas se posicionó a su lado izquierdo y observó.

—Espero sea algo importante...

Excavó varios centímetros, hasta llegar a un metro de profundidad. No había nada pero el detector seguía chillando. Annika le pidió a Andrus que intercambiaran, y mientras ella descansaba su brazo, Andrus continuaba excavando.

Ingrid apareció entre los árboles y trotó hacia ellos.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó confundida y luego vio el detector —. ¿Encontraron algo?

—Por el momento, no —contestó Thomas.

Ingrid se agachó en el suelo, se arremangó las mangas de su abrigo y comenzó a excavar con sus manos. Thomas arremedó su acción y los tres continuaron sacando la tierra.

—Siento algo —avisó Andrus luego de unos minutos, y miró a Annika por un breve instante.

Thomas soltó una risotada de emoción, sin embargo, era el único entusiasmado. Annika no sentía tantas esperanzas de que lo que hubiera allí en el suelo fuera importante.

Andrus jaló con fuerza, sacó las manos. Todos pudieron observar que sostenía una masa de tierra húmeda en la cual asomaban lombrices que se retorcían ante la luz de las linternas. Andrus quitó la tierra y lentamente se percataron de lo que era.

—Es un radio —soltó Annika.

—Es de un modelo antiguo. No es de los que se usan actualmente —apuntó Andrus.

—Dámelo —Ingrid lo tomó y oprimió unos cuantos botones. La pantalla verde se encendió y se produjeron fuertes ruidos de estática —. ¿Creen que era de los hombres que desaparecieron?

Dicha pregunta los tomó a todos por sorpresa. Annika se acercó mejor y pidió sostener el aparato. Sentía una adrenalina recorrer su cuerpo, estaba tan emocionada que no pudo contener una risita.

—Creo que hay una grabación. Por lo general, este tipo de artefactos grababan las comunicaciones. Déjame mirar —pidió Andrus. Literalmente, no paraban de rotarse ese aparato. Annika se lo extendió.

Tal como lo había dicho su amigo, en la radio aguardaba una grabación de un minuto. Era la única que había. No esperaron más, se acercaron todos en torno al objeto encontrado y agudizaron el oído.

Escucharon una fuerte estática al principio, luego fue disminuyendo hasta que se apagó. Pasaron unos cuantos segundos, y ahora escuchaban algo similar a golpes, jadeos, y luego, una voz masculina se abrió paso entre los ruidos extraños.

—Ivanov, hemos llegado a la zona. Estamos —la grabación se cortaba. A veces la voz continuaba pero era inentendible. Otros segundos en silencio, los suficientes para que todo el grupo mirara a Annika con desconcierto —. Algo... no anda... estamos en el... Esto está muy mal. ¡Algo anda muy mal!

La radio se apagó de repente. Thomas lo tomó sin previo aviso, oprimió unos cuantos botones y luego le dio un golpecito, lo sacudió e hizo miles de cosas en un intento inútil de encenderlo de nuevo. Ingrid intervino y le quitó el aparato de las manos.

—¡Cálmate, mocoso! Se le ha agotado la batería, y sacudirlo no hará que se encienda de nuevo. —Quizás podamos cargarlo y retomar la grabación pero por el momento debemos quedarnos con las dudas —dijo Andrus y se cruzó de brazos permaneciendo pensativo por un momento.

—Algo no andaba bien —murmuró Annika. Un escalofrío recorrió su espalda.

Todos la miraron.

—El hombre, sea quien sea. Dijo que algo no andaba bien. me pregunto qué habrá pasado.

—¿Tú eres Annika Ivanov, verdad? Mencionaron dicho apellido, y tu abuelo participó en la expedición. Estaban intentando comunicarse con él.

—Lo sé —repuso Annika.

—Esto es un gran avance —dijo Thomas —. Pero no puede ser suficiente ¿verdad?

Annika estaba asustada. Le palpitaban las sienes y no sabía por qué. Esa frase "Algo no anda bien" se seguía repitiendo una y otra vez en su cabeza. Se le vino a la mente la imagen de su abuelo acostado en la cama, viendo esa noticia sobre la caída del meteorito. También recordó la forma en la que la había agarrado, sus gritos y la rabia acumulada en su mirada. Era como si su abuelo Edgar estuviera loco. De hecho estaba trastornado ¿Tenía que ver todo eso con lo que le había pasado a esos hombres? Estaba segura de que sí.

—¿Han visto a Erik? —soltó Thomas de repente y se puso de pie de un brinco —. No lo he visto en mucho tiempo ¿A dónde se fue?

Iluminaron con sus linternas todo el alrededor, pero salvo ellos, todo estaba desolado y en silencio.

—¡Erik! —gritó Ingrid.

—¡¿Dónde carajos estás?! —le siguió Thomas.

Annika miró a todas partes, su respiración se había acelerado. Comenzó a buscar frenéticamente hasta que finalmente, el muchacho apareció.

—¿Dónde te habías metido? ¡No puedes separarte! —le reprendió Annika y se acercó dando zancadas hacia él.

—¡Nos pegaste un susto de muerte, tonto! —soltó Ingrid.

Todos se reunieron en torno a Erik, quien en ningún momento levantó la mirada. Su atención estaba fija en el aparato de radioactividad.

—Esta cosa... ¿Cómo se llamaba?

—Detector de radiación —bufó Andrus y se cruzó de brazos —. ¿Te quedaste jugando con ese aparatito?

—Sí, eso. Detector de radiación. Esta pantalla se puso roja unos instantes, y apareció un anuncio de alerta, ¿es normal?

Dicha declaración los desconcertó.

—Por supuesto que no es normal —contestó Andrus y agarró el aparato.

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