Capítulo diez
Lunes, 1:30am
—Dices que el aparato mostró signos de alerta, eso solo significa que detectó una enorme tasa de radiación. Pero, ¿acaso tiene sentido? ¿En un bosque protegido como este? —cuestionó Andrus, irritado, y apartó de un manotazo las ramas que estorbaban en el camino.
—Erik, hermano, ¿estás seguro de que el aparato se encendió? ¿Viste qué porcentaje mostró en la pantalla? —esta vez fue Thomas el que habló. Y a diferencia de Andrus, mantenía la calma.
Erik soltó un ruido dejando en claro lo irritado que estaba.
—Estoy seguro, maldita sea. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo, eh? Esa cosa se encendió de repente, no toqué nada.
La mayoría continuó caminando, incrédulos. Seguían a Erik y a Andrus. Este último no apartaba la mirada del aparato, a la espera de que se encendiera o reaccionara a algo. El grupo había dejado las mochilas atrás, ya que tenían mucho peso sobre sus hombros y estaban agotados.
—¿Y si de verdad hay radiación? —preguntó Thomas. Él llevaba una cámara en mano, estaba decidido a registrar todo.
—Puede ser peligroso, dependiendo de la cantidad que se detecte —contestó Annika, y rodó los ojos —. Pero en un bosque no es posible dichos niveles, así que no se preocupen.
—¿Podríamos morir? —insistió. Annika estaba hartándose de tantas preguntas.
—La radiación es silenciosa —dijo Andrus.
—Eso significa que... ¿No es mortal? —Erik volteó a ver a Annika a la espera de una respuesta. A duras penas lograba ver su rostro.
—¿Sabes que todo lo que sale de tu boca es una estupidez, cierto? —soltó Ingrid con una risita. Erik la ignoró.
—A lo que se refieren con radiación silenciosa es que no te mata de inmediato. Causa una serie de mutaciones que provocan enfermedades como cáncer, leucemia y otros. Pero si ese aparato se enciende, nos alejaremos de inmediato. No estaremos expuestos y no nos hará daño. Además, estoy segura de que los niveles de radioactividad no serán tan elevados —explicó Annika y suspiró —. Ahora, si no les molesta, sigamos caminando y resolvamos este asunto cuanto antes.
No sabía si era el frío, el hambre o el sentimiento de que estaban perdiendo el tiempo lo que la tenía tan susceptible a molestarse. Aun así, mantuvo la calma. Por suerte, todos se habían quedado callados.
Erik pidió que se detuvieran. Iluminaron la zona en silencio; había pinos rodeando una pequeña área circular despejada, en la que se hallaban unos cuantos troncos caídos que estaban cubiertos de maleza.
—Es aquí —anunció Erik.
Andrus comenzó a moverse y levantó el aparato.
—¿Lo ven? No es posible, este aparato está roto —soltó un bufido.
—Bueno, ¿y ahora qué? Mejor regresemos y continuemos con la búsqueda, estamos lejos de la zona señalada en el mapa —dijo Ingrid y se dio la vuelta.
De repente, el detector soltó un pitido aturdidor que los sobresaltó a todos
—¿Qué ocurre? —preguntó Thomas y miró hacia todas las direcciones, como si esperara encontrar algo a simple vista.
En la pantalla se reflejaba una tenue luz roja que parpadeaba. El pitido se volvía cada vez más agudo.
—¡Maldición! ¡Apaga eso! —exclamó Ingrid mientras se cubría las orejas.
Andrus golpeó el aparato una y otra vez. Petrificado, se dio la vuelta hacia ellos.
—Aquí hay radiactividad —concluyó con los ojos más abiertos de lo normal —. Hay un nivel muy elevado. Es peligroso.
—¿Ahora me creen? ¡Yo les dije, no estaba mintiendo! —Erik miró a Annika como esperando una respuesta de su parte. Pero ella no sabía qué decir, o hacer.
Las linternas comenzaron a parpadear simultáneamente. El grupo intentó apagarlas pero no daba resultado. Los aparatos se estaban volviendo locos.
—¡¿Qué está pasando?! —chilló Ingrid y lanzó la linterna al suelo.
La tierra bajo sus pies comenzó a sacudirse.
—¡Es un temblor, no se preocupen! —intervino Andrus.
Pero Annika sabía que no se trataba de eso. Cuando miró el cielo lo notó despejado, no obstante, debía estar alucinando puesto que las estrellas titilaban frenéticamente.
—¡Los niveles de radioactividad siguen subiendo! —avisó Thomas y se echó a llorar.
—¡Vámonos de aquí! —gritó Annika.
—¡¿Qué sucede?! —Erik se movió de un lado a otro.
Annika comenzó a correr y el resto la siguió. Se adentraron más en el bosque y corrieron despavoridos. El temblor no se detenía y los troncos de los árboles soltaban crujidos espantosos.
—¡Carajos! —soltó alguien. Dicho grito los obligó a detenerse, se dieron cuenta de que Thomas había resbalado por un agujero enorme formado en la tierra. Fue entonces cuando las linternas dejaron de parpadear y el suelo dejó de temblar —. A la mierda. Me golpeé la cabeza.
Thomas se puso de pie y con ayuda de su hermano logró regresar, estaba temblando y las lágrimas surcaban su rostro. Alumbraron el hoyo de poca profundidad frente a ellos, debía tener apenas dos metros de profundidad.
—Annika... Chicos, ahí e-está —tartamudeó Ingrid y se quedó boquiabierta.
En medio del agujero reposaba una pequeña roca con la punta afilada. Poseía unas grietas gruesas que dejaban ver una luz verde en el interior, que luego se fue haciendo más intensa hasta que se tornó azul.
—¿Ese... es el meteorito? —preguntó Andrus y se acuclilló, tomó aire una y otra vez para tranquilizarse.
—Los meteoritos no brillan. Este lleva años ahí, es imposible —contestó Thomas, estuvo a punto de volver a resbalar por el agujero pero Erik lo sostuvo.
—No tiene sentido. Este pequeño hoyo no es profundo, pero es muy ancho, sin embargo, solo hay una pequeña roca que brilla y ya. Esto no puede ser —agregó Ingrid, su voz estaba temblorosa. Era la única que no tenía su linterna, por lo que Annika decidió tomarla del brazo en caso de que tuvieran que volver a correr.
Lo que sucedió segundos después la dejó paralizada. Las linternas se apagaron y a su alrededor se formó una inmensa oscuridad. No podía ver ni un ápice de luz. Lo más extraño de todo era que ya no podía sentir el brazo de Ingrid. ¿En qué momento la había soltado? Extendió los brazos y caminó lentamente, pero no logró tocar nada. Esperaba chocar contra algún árbol, pero eso nunca sucedió.
—Oigan, esto es... —masculló. Tomó aire nerviosamente y elevó la voz —. ¿Qué está ocurriendo? ¡Oigan! ¡¿Dónde están?!
Aguardó unos segundos, pero no obtuvo respuesta alguna. No escuchaba nada salvo su respiración agitada. No había nada a su alcance, ni siquiera podía sentir la brisa helada de la noche. Era como estar en una zona completamente vacía, oscura y aislada de las sensaciones exteriores.
—Por favor, ¡respóndanme! ¡No sé queden en silencio! ¡Digan algo! —exigió alterada. El corazón le palpitaba con fuerza como si en algún momento fuera a estallar en su pecho.
No escuchó nada.
No podía ver absolutamente nada, pero a pesar de eso estaba segura de que estaba sola. Sus amigos, que en un principio estaban a su lado, se habían esfumado. Ni siquiera alcanzaba a ver la extraña roca que recién encontraron. Lo peor de todo eran las sensaciones extrañas que podía percibir y las que habían desaparecido por completo.
El suelo no se sentía igual, no había tierra ni hojas bajo sus pies. Estaba manteniéndose de pie, pero era como si estuviera suspendida en el aire.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó con la voz temblorosa. Anhelaba, ansiosa, que alguien le respondiera.
Sintió que una fuerza la atraía hacia la derecha. No pudo mantener el equilibrio y cayó al suelo de espaldas. Quedó acostada, con unas ganas enormes de vomitar. Estaba en el suelo, mirando hacia arriba, y pese a sus intentos de tocar lo que había bajo ella no pudo sentir nada. Ya no sabía distinguir si sus ojos estaban abiertos o cerrados ¿Pero qué más daba? No podía ver de todas formas.
Estaba flotando en el vacío, pero algo la sostenía. Percibía esa sensación de estar dando vueltas, pero no estaba segura de lo que estaba experimentando.
—¡Que alguien me saque de aquí! —aulló aterrada. Detectó un zumbido que fue incrementando hasta que se volvió insoportable. Le comenzaron a doler los tímpanos y pudo sentir un líquido tibio bajar por su nariz. Era sangre —. ¡ANDRUS! ¡INGRID! ¡ERIK! ¡MALDITA SEA!
Siguió gritando, pero ya no podía escuchar su voz. Ya no escuchaba su respiración ni sus palabras. Dejó de moverse.
Annika se fue desvaneciendo. Sus ojos se cerraron lentamente y sucumbió a la oscuridad.
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