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Disclaimer: Owari no Seraph no es una obra de mi autoría. El presente One Shot es ficcionario y no pretende modificar la historia original, tampoco tiene fines de lucro.

Pairing: Guren Ichinose y Shinya Hīragi.

Advertencia: 4155 palabras de puro dolor y agonía. (?)

N/A: No está editado, so, lamento cualquier error (y me harían un favor si los señalan).

...

Sin nombre.

No existe nombre para esto. El dolor, la ausencia, la nostalgia que parece nunca querer irse; que se resume en algo tan simple, pero a su vez complejo, como lo es el vacío en el pecho.

...

-Guren, es tarde... -murmuró, estirando ambos brazos hacia adelante.

Al querer empujar a su esposo, sus manos no tocaron nada. O quizás, realmente era algo peor que la nada misma. Sus manos alcanzaron el lado desocupado de su cama, frío, señal de que hacía tiempo que nadie estaba ahí.

«¿Cómo llegué hasta este punto?», se preguntó Shinya, como cada mañana.

Sus ojos recorrieron vagamente el panorama de su habitación desordenada.

La ropa que solía mantener ordenada y lavar siempre, estaba amontonada sobre la silla que estaba frente a su escritorio; el mismo que tenía una gran pila de papeles encima. Cajas de cartón que no se atrevía abrir, descansaban en un rincón de su cuarto, junto algunos libros, cd's y revistas. Las largas y oscuras cortinas azules, cubrían casi por completo la luz que buscaba colarse por la ventana, las cuales estaban cerradas y aseguradas.

El viento no corría, los rayos del sol no penetraban, sus ojos permanecían abiertos; sus brazos tiesos, al igual que su cuerpo. El timbre de la alarma resonaba en la habitación, las agujas del reloj seguían avanzando... Pero el tiempo no parecía correr.

No cuando miraba el estado en el que se encontraba todo a su alrededor, y en su interior.

¿Hace cuánto todo se había detenido ahí? ¿Hace cuánto todos los días eran iguales? ¿Hace cuánto se sentía así?

Finalmente, la alarma se apagó. Y de esa forma, empezaba su rutina.

Eludiendo cualquier clase de pensamiento que lo perjudicara, trataba de recuperar -aunque sea un poco- el ánimo que perdió en los últimos años. El justo y necesario para poder levantarse de la cama... y sonreír.

Así lo hizo.

Lavó sus dientes, se colocó algo de ropa limpia, acomodó lo mejor posible su cabello.

Bajó por las escaleras, al mismo tiempo que escuchaba un ringtone irritante provenir de la habitación de Yūichirō. Eso daba pie a su nueva tarea: preparar el desayuno.

Tostó pan, preparó un tazón de cereal para Yuu, y dos tazas calientes de café. La segunda fue desechada al momento, puesto que no había nadie que la tomara. Shinya maldijo a sí mismo por no poder deshacerse de esa maldita costumbre.

-¡Yuu, cariño, baja! ¡El desayuno está listo! -gritó, mirando al interior de la heladera, para buscar su amado frasco de mermelada de frambuesa.

-¡Ya voy! -Fue lo que recibió como respuesta, y nuevamente la madera de las escaleras crujió, cuando el azabache bajaba los escalones, casi corriendo-. Buen día.

-No corras por las escaleras, cielo. Te puedes lastimar -le regañó con dulzura, sin ser capaz de hacerlo de otra forma. Tras dejar la mermelada a un lado de las tostadas, plantó un beso sobre la frente del chico-. Buen día, Yuu.

Ambos se sentaron en la barra que dividía la cocina y el comedor, donde el desayuno estaba servido.

Comieron entre charlas sobre trivialidades como las notas de Yuu, las materias que tendría en el día, sus próximos exámenes y el nuevo juego que quería adquirir. También sobre el trabajo de Shinya como maestro de kínder, algunas anécdotas de sus pequeños alumnos y de que pronto deberían visitar al tío cejotas -como le llamaba Yuu a Kureto-.

-Papá -le llamó el joven a su padre, con ese tono de voz que Shinya reconocía como un "voy a pedirte algo, prepárate". La atención del albino se dirigió a Yuu-. ¿Por qué Narumi ya no viene?

Vaya, eso sí que le sorprendió a Shinya. No esperaba que su hijo se fijara en esas cosas, puesto que solía ser muy despistado. Al parecer, lo subestimó.

Guardó silencio por un momento, buscando la respuesta correcta. No sólo para responderle a Yuu, sino para convencerse a sí mismo de ello.

Odiaba mentirle a su pequeño, pero no encontraba la manera de explicarse. Aunque lo que tuviera que decir fuera tan simple.

Tampoco buscaba mentirle a Narumi, no se lo merecía, en lo absoluto. Él era alguien muy bueno, siempre estuvo ahí para apoyarlo. Y se lo agradecería toda la vida.

Le tenía un gran afecto, lo quería, le deseaba lo mejor. Llegaba a gustarle, era atractivo en muchos aspectos. Pero eso no era amor, Shinya no lo amaba. Y jamás podría hacerlo, ni aunque quisiera con todas sus fuerzas enamorarse de él.

No podía.

No podía sentir esa necesidad de mirarlo por las noches, mientras dormía. A veces, tampoco soportaba estar mucho tiempo con él. Había ciertas cosas que no le gustaba hacer en su compañía, y muchas otras le provocaban rechazo.

Cuando el castaño lo miraba a los ojos, se sentía intranquilo. En algunas ocasiones, sus abrazos lo ponían incómodo. Sus besos eran dulces, sin embargo, no se sentían como se debería sentir.

Hace dos semanas, intentaron ir más allá de un roce de labios. Pero, para Shinya, estaba mal. Sus caricias no lo hacían temblar, las mordidas en el cuello lo hacían sentir sucio.

"No puedo estar contigo." Fue lo que le dijo a su, ahora, expareja.

Recogió la ropa que llegaron a quitarse, y se marchó de ahí. Makoto lo dejó ir, pensando en que quizás fue muy apresurado.

Pero esa no era la verdadera razón del albino.

Él no era Guren.

-Peleamos -dijo con naturalidad, tomando un leve respiro-. Supongo que lo nuestro no iba a funcionar.

-Entiendo... -comprendió Yuu, terminando con su desayuno-. ¿Y tú estás bien con eso?

-Estoy bien con eso -respondió. Ahora sabía que no le mentía, pero le estaba ocultando el hecho de que existían muchas cosas más por las cuales no estaba bien-. No te preocupes.

Y ahí estaba de nuevo, su falsa sonrisa. La misma que llevaba adornando su rostro desde hace tiempo, en su vano intento de convencer a todos de que estaba bien.

Yūichirō, por su parte, creía que su padre lo había superado. Pero no era tan tonto, no tanto como para no darse cuenta de que Shinya cada vez brillaba menos.

La mayoría de sus sonrisas eran falsas, ya no reía escandalosamente como lo hacía antes, sus ojos estaban apagados y cansados.

No obstante, ¿qué podría hacer un mocoso como él? Jamás podría reparar a alguien tan roto como Shinya.

-De acuerdo, ya debo ir a la parada. Mika debe estar esperándome.

Dicho eso, se colgó la mochila al hombro y se despidió rápidamente de su padre con un estruendoso beso en la mejilla.

El desayuno en sí, pasó muy rápido. Shinya no tuvo el tiempo suficiente para apreciar la dulce compañía del azabache.

Entonces, volvía a sentir que vivía en cámara lenta.

Emprendió su camino al kínder donde trabajaba que, para su buena suerte, no quedaba tan lejos. Podía ir a pie.

Poco después, ya estaba en la entrada del establecimiento, con su delantal celeste puesto. Los mismos infantes lo saludaban, algunos se colgaban de sus piernas, otros querían un abrazo, otros un beso. Las mismas madres preguntaban por el rendimiento de sus hijos, algunas se sonrojaban por su presencia, otras sólo lo saludaban. Y él les sonreía a todos por cortesía.

El día pasó con suma lentitud, a tal punto en que se volvió eterno para él. Tan monótono e insignificante como los demás.

Su siguiente actividad fue hacer las compras, para abastecer el refrigerador que Yūichirō -y sus amigos, que solían visitarlo- dejaban vacío con rapidez, al igual que las alacenas.

De esa forma, llegó a casa cargando unas cuatro bolsas de plástico en sus manos, las cuales se apresuró en dejar sobre la mesada de la cocina.

La casa estaría vacía hasta que Yuu llegara de la escuela, lo cual significaba que iba a sumergirse en sus pensamientos hasta ese entonces. Eso no era nada bueno.

Trató de evitarlo, pensando en algo más. Pensó en Goshi y en Mito, en sus palabras y consejos.

"Tú eres fuerte, Shinya. Podrás con esto." Le había dicho la pelirroja, tres años atrás.

«Cuan equivocada estabas», pensó.

Shinya no se consideraba alguien fuerte, en lo más mínimo. Si lo fuera, sería capaz de enfrentar sus problemas y aceptarlos.

Si fuera así, no estaría mirando con añoro su vieja habitación. No estaría lamentándose en silencio, mientras abrazaba con fuerza la almohada favorita de Guren.

También era consciente de que Yuu había crecido, madurado. Encontró un chico que lo ama, al cual ama. No lo necesitaba para nada. Pero Shinya sí lo necesitaba, sus sonrisitas inocentes le brindaban un poco de esa sensación de vida que tanto ansiaba recuperar.

Era su capricho hacerle almuerzos para la escuela, prepararle una cena elaborada y exprimir naranjas para que el zumo tuviera verdaderas vitaminas. Mimar a Yuu lo llenaba un poco.

Pero, él se iría algún día también. No faltaba mucho para eso, y seguía aferrándose a la idea de vivir así siempre. ¿Qué haría cuando tuviera que irse a la universidad, el año entrante? ¿Cómo seguiría adelante?

Ya no podía permanecer de esa forma, lo único que lograría sería caer aún más bajo. Debía deshacerse de las ataduras, que no lo dejaban avanzar.

Con eso en mente, abrió las cortinas y ventanas de su cuarto. Era extraño que de repente se viera iluminado, cuando lo único que había ahí era la pesadez de la soledad.

El viento no podía llevarse tantos recuerdos, que seguían atrapados entre las cuatro paredes, en el desorden y objetos acumulados.

Ese era el primer paso, desechar todo aquello que le recordaba a él.

Al abrir los cajones del armario, se encontró con todas las playeras que solían ser de Guren. Algunas todavía conservaban la fragancia su perfume, ese en el que se embriagaba con frecuencia, cada vez que lo abrazaba.

Aventó todas las prendas al piso. Sus viejas camisas, sus remeras, sus pantalones, suéteres, todo lo que antes le perteneció a su amado. Entre sollozos que ahogaban sus labios sellados, pero que su corazón y alma querían dejar salir.

Y encontró el bonito traje negro que usó en su boda. Se aferró a él, apretando los ojos para no llorar. Era casi idéntico al atuendo que Guren llevaba puesto en su funeral.

Por impulso, también echó todo el contenido de las cajas en el suelo. Los cd's de jazz que el azabache tanto amaba, las revistas hogareñas que leían juntos en las noches, cuando hacían planes para decorar la casa; los libros que redactaban cuando Yuu era pequeño, porque no podía dormirse.

Las fotografías quedaron regadas por el suelo, al igual que todas sus memorias. De tantos besos, aniversarios, ramos de flores en San Valentín, peleas, celos, reconciliaciones... Cosas que no volverían a pasar jamás, muy lamentablemente para su salud mental y emocional que no hacía más que degradarse.

Cuando se agachó para juntar todo y guardarlo en una caja, intentó suprimir las ganas de ver las fotos. Lo intentó, lo intentó, lo intentó... Con todas sus fuerzas. Pero las memorias eran más fuertes, y terminó por quebrar en llanto; podrido en desesperanza.

Al final, no pudo hacer más que amontonar todo en un rincón del cuarto y volver a cerrar las ventanas y cortinas. Todo volvió a sumirse en oscuridad, las sombras volvieron a cubrir cualquier vano intento del sol por salir y el paso que Shinya pretendía dar hacia adelante, fue uno más hacia lo hondo de su tortura.

...

Y ahí estaba de nuevo.

Ese pesar en la boca del estómago, que se acumula con lentitud en su vientre y sube pacientemente hasta su pecho; y se instala ahí, pero se endurece en todos los puntos anteriormente mencionados. La culpa, la asquerosa culpa. Pero, su pregunta era, ¿por qué la sentía? No estaba haciendo nada malo.

Guren ya no estaba. Sin importar cuantas veces llorara, gritara y rogara por tener a su amor de vuelta... Él no volvería nunca, la vida se lo impedía; porque Guren ya no tenía eso.


Entonces, ¿estaba mal querer buscar consuelo en otros brazos, en otros labios, en otro cuerpo? ¿Estaba mal avanzar y alcanzar por fin la superación?

Para Shinya estaba mal, muy mal. Nada de lo que hacía podría estar bien.

Y no porque, en efecto, estuviera haciendo todo aquello. Sino, porque estaba mintiendo. No sólo a Narumi, dejando que acariciara la piel de sus pómulos. También a sí mismo, tratando de hacerle creer a su cuerpo que sus caricias realmente le causaban algo agradable. Pero incrementaban ese sentir que parecía querer consumir su ser, que apretujaba su pecho, lo cerraba a tal punto que sentía densa su respiración.

Como la densidad del calor en un día de verano, que comienza por ser algo casi imperceptible por la mañana, para luego convertirse en algo más bien insoportable por la tarde y apaciguarse nuevamente en la noche. Así se sentían los besos de su actual novio.

No sabía si era por el hecho de estar comparándolos con lo de su amado, pero le sabían mal. Eran dulces como la miel, cargados del amor que aparentemente el castaño le tenía. No obstante, terminaban por dejarle un amargo sabor en la boca. O es que, en realidad, la amargura quedó impregnada en su alma.

Era capaz de percibir el cariño que Narumi le brindaba, con cada gesto, mientras lo estrechaba contra su cuerpo. Lo abrazaba con fuerza, y lo besaba con ternura.

Sin embargo, Shinya era incapaz de transmitirle algo. Sus labios no se movieron, estaba estático. El tiempo se detuvo una vez más, y nada a su alrededor tenía la claridad necesaria para entenderlo.

Él no entendía nada de lo que pasaba en su entorno. Ya no podía comprender la espontaneidad de una sonrisa, lo escandaloso de una risa. Y no podía corresponder el amor de su pareja.

No cuando su corazón no le pertenecía a Narumi, ¡ni siquiera al mismo Shinya! Hace tres años Guren se lo llevó consigo, y ya no podía recuperarlo.

No podía.

Porque su corazón estaba enterrado, junto a Guren; en su tumba.

-No va a funcionar -musitó Shinya, apartándose-. No, Narumi... No funciona.

Los lamentos acompañaron el susurro de las sábanas cuando se levantó, y el de la ropa en cuanto empezó a colocarse su abrigo.

-Lo intentamos. -Narumi suspiró. Realmente lo había intentado con Shinya, y no quería dejarlo ir... El problema, es que nunca pudo tenerlo. Y claro que dolía pensar en ello-. Ya no puedo hacer más.

-Lo siento.

Y eso fue lo último que Shinya pronunció con pena, antes de desaparecer por el marco de la puerta.

...

Cuando el Hīragi llegó a la casa, su hijo lo estaba esperando ahí, desparramado en el sofá. Ese panorama lo hizo sonreír de inmediato.

-Ya estoy en casa -saludó Shinya.

Cuando su saludo fue correspondido, no dudó en ir a sentarse junto a Yuu. Utilizó sus dedos para intentar desenredar un poco la maraña de cabellos negros, con paciencia y delicadeza.

-Pa, me gustaría comer curry, hace mucho no lo preparas... -El joven hizo un puchero, acomodando su cabeza sobre las piernas del mayor, disfrutando sus tratos-. Ni siquiera recuerdo la última vez que lo comimos.

Un golpe bajo, pues Shinya recordaba perfectamente la última vez en la que preparó curry. Fue la misma noche en la que quiso sorprender a Guren con su comida preferida, pero él jamás llegó.

En cambio, recibió una horrible llamada. Y esa fue la primera noche en la que Guren no comería su curry, en la que no le daría las buenas noches a Yuu y en que no dormiría junto a Shinya.

-Lo que mi bombón quiera.

...

-¿Qué tal estás? -indagó Mahiru, con algo de preocupación. Shinya se limitó a esbozar una sonrisa, pero fue detenido cuando entreabrió sus labios para hablar-. Sabes que no puedes mentirme, ¿no?

Un suspiro se elevó en el aire, al mismo tiempo que se sentaba frente ella. Apoyó sus codos en la mesa, y el rostro sobre sus manos. Cerró los ojos por un momento, y dijo las palabras que tanto ansiaba pronunciar.

-Estoy cansado.

Dos simples palabras, que expresaban exactamente cómo se sentía.

Cansado, muy cansado.

De no poder salir del lugar donde estaba estancado, de seguir esperando a alguien que jamás volvería, de seguir amándolo. De tener miedo de volver a enamorarse, de temerle al futuro, de querer alejarse del pasado... De no poder aceptar lo que sucedió.

Le cansaba estar destruido por dentro, no poder arreglarse y con cada día que pasaba romperse un poco más. Se caía a pedazos, y nadie podía recoger sus piezas.

-Toda esta situación me está superando -continuó, meditando en sus adentros. No podía perder los estribos, por más que fuera endemoniadamente doloroso-. Es muy difícil para mí, yo... Con cada día que pasa, me siento aún peor que el anterior.

No mentía. Su ser se estaba deteriorando lentamente, el peso que debía cargar sobre sus hombros aumentaba. Y con ello la asfixia que sentía, ese dolor insoportable en su pecho, que lo arrastraba hacia abajo y lo hundía cada vez más.

-Shinya, debes ser fuerte. Tienes un hijo al cual criar, tristemente, solo. No puedes dejarlo, eres la única persona que tiene -le apoyó su hermana, comprensiva-. Yo te ayudo en lo que esté a mi alcance, pero tú eres su familia...

-Lo sé.

-No puedes estar mal por siempre, Shinya. -La mujer no sabía muy bien qué decir, sólo intentaba ser de ayuda para su hermano-. Comprendo tu dolor, pero debes aceptar que Guren ya no está con nosotros. Debes... seguir mirando hacia adelante.

La realidad lo golpeó nuevamente, como una fuerte bofetada en la cara. Su labio inferior tembló, y su razón caía en picada sin poder detenerla. Ahogó un sollozo, y escondió la expresión adolorida de su rostro entre las palmas de sus manos.

Mahiru entendió que tal vez había sido demasiado dura, y no tardó en cerrar una de sus manos sobre el hombro del ojizarco, quien apretaba los ojos para retener las lágrimas.

Y ya no sabía si eran lágrimas de dolor, de tristeza o de enojo. Eran tantos los sentimientos que tenía acumulados en su interior, almacenados para detonar en cualquier instante.

Deseaba con todas sus fuerzas hacer lo que sus amigos le aconsejaban, porque era lo correcto. Recordar los momentos bonitos, llevarlos consigo como algo bueno y poder seguir adelante, criar a su lindo hijo y hablarle sobre el gran padre que tuvo.

Pero no podía. Cada vez que pronunciaba su nombre, su garganta se cerraba. Las memorias que tenía guardadas en lo más profundo de su corazón, podía palparlas con la yema de sus dedos; era demasiado reciente, una herida que se hacía más grande conforme los segundos pasaban. El tiempo corría, las manillas del reloj giraban y él no podía dejar de sentirse afligido. Sangraba y no sabía cómo detener la hemorragia.

Y estaba resentido, con el terrible destino que desencadenó su historia con el amor de su vida. Pero, sin embargo, estaba seguro de que si hubiese sabido que eso pasaría, no lo habría dejado, porque no se arrepentía de absolutamente nada. Eso no quitaba el hecho de que dolía, saber que su historia había finalizado sin previo aviso, sin ninguna advertencia.

No, simplemente un día le llegó una llamada que informaba el accidente automovilístico que Guren sufrió. El mismo que marcó un antes y un después en su vida.

"No permitas que se duerma, Shinya. Estoy llamando a una ambulancia", había dicho Sayuri.

Y recordó de nuevo.

"Guren, Guren... No me dejes, por favor. Tienes, no... Debes vivir. Por mí, por Yuu, por nosotros. Te necesitamos. Debes permanecer con vida por él también, por nuestro futuro."

Y lloró por la rabia.

"Shinya..."

"Shh, no hables. Déjame hablar a mí. Te juro que dejaré de derrochar tanto dinero en pan y en mermelada, o en dulces. Pero, a cambio, no cierres tus ojos."

Y lloró por la frustración.

"Shin..."

Otra vez le interrumpió, pero él no quería escuchar.

"Preparé curry para ti esta noche, y no querrás que se enfríe, ¿cierto? Por eso debes mantenerte despierto."

Y lloró por la impotencia.

"Demonios, escúchame."

Shinya se resignó, y las lágrimas se deslizaron silenciosamente por sus mejillas, sabiendo lo que se aproximaba.

"Te amo, Shinya, en verdad te amo. Te pertenezco, y voy a ser tuyo por la eternidad, lo mismo que durará mi amor hacia ti."

Y lloró por la tristeza. ¿Por qué las eternidades eran tan cortas?

Ahora era Guren quien lloraba, y luchaba por su vida. Shinya sólo pudo abrazarlo con más fuerza contra su pecho, sin importarle manchar de sangre su ropa.

"Te amo con todo lo que tengo y lo que soy, por eso... Por eso, por favor, no me dejes. No te despidas de mí, quédate conmigo. Nos quedan muchos momentos que vivir, muchas cosas que hacer juntos. Si tú te vas, ¿yo qué haré? No soy nada sin ti, eres mi vida, mi razón de ser. No puedes abandonarme, no puedes, no puedes..."

Y lloró un poco más por lo quebrado que estaba. Se sentía derrotado por la vida.

"Shinya" Lo llamó por última vez. Sus palabras salieron como un suspiro, señal de que no podría decir mucho más. "Yuu... Vive por él. Sé feliz por él. Promételo."

"Guren", sollozó Shinya. "Te prometo que... Prometo que voy a cuidar de Yuu cuando tú no estés... Lo prometo, lo prometo..."

"Gracias, Shinya..."

Sus párpados cayeron lentamente, y sus ojos terminaron por cerrarse.

Y por más que el sonido de las sirenas de la ambulancia se escuchara cerca, sabía que no servía de nada. Su pulso había bajado drásticamente, para ser inexistente.

No pudo hacer nada más que llorar. Llorar por el amor que había perdido, por la vida que se desvaneció entre sus manos. Por el hijo que perdió a su padre. Por la injusticia del mundo, de la vida. ¿Es que Guren era tan magnífico que debía llevárselo?

Pero por más que suplicara, no volvería. Su otra mitad no volvería a su lugar, y permanecería vacía por el tiempo que le restaba sin Guren.

Tres años pasaron desde aquel día, treinta y seis meses en los que no hizo más que lamentarse en silencio.

Siempre se mostró fuerte y sonriente. Su hijo Yuu pensaba que era un héroe, que había pasado tiempo desde que estaba bien y que el mal pasó. Lo entendía, él pudo recuperarse y seguir adelante. Pero ese no era el caso de Shinya.

-¿Realmente me comprendes? ¿De verdad crees que lo haces? -interrogó, furioso. Siquiera sabía cuál de tantas razones era la que lo llevó a decir eso, y lo motivó a pronunciar más palabras siguientes-. ¿Cómo podrías hacerlo? Tu esposo está a tu lado, todos los días. No tienes que despertar con el lado de tu cama desocupado, no te levantas cada mañana con el cuerpo aún más pesado, no tienes la costumbre de preparar un desayuno para tres, aunque sepas que las en la casa sólo hay dos. No tienes que sonreírle a tu hijo para que no se preocupe, no tienes que soportar un dolor constante en tu pecho, no tienes que esforzarte para vivir.

Ya no podía medir lo que decía, simplemente quería descargarse. Mahiru lo sabía, por lo que guardó silencio y dejó que liberara todas sus penas. O al menos una pequeña parte de ellas.

-Deseo con todo mi ser poder seguir adelante, hacer lo que todo el mundo me dice. Pero no puedo superar algo así, no puedo olvidar, no puedo deshacerme de este desgarrador sentimiento -Su voz temblaba, al igual que sus manos y su alma-. Lo extraño, lo extraño demasiado. Quiero que esté aquí conmigo, lo necesito, y haría cualquier cosa por traerlo de nuevo. Y ese es el problema, ¡No puedo hacer absolutamente nada! Ni con este dolor que siento, ni con todo el amor que me quedó justo aquí para él -Al decir aquello, arrugó con fuerza la tela del suéter que cubría su pecho-. Y estoy harto. De que me digan qué debería hacer, y cómo debería hacerlo. ¿Crees que si fuera tan fácil como "ser fuerte y aceptar lo que ocurrió", no lo habría hecho antes? ¿No te parece que hace mucho tiempo estaría mejor?

-Shinya, sabes que sólo quiero ayudarte...

-¿Tú sabes lo que es sentir que tienes un vacío dentro tuyo, que nada puede llenar y que cada día se vacía más? ¿Y lo que es seguir amando a alguien que sabes que jamás volverá? ¿Lo sabes? Si lo sabes, dime por favor cómo hacer que pare -dijo en un hilo de voz, sintiéndose morir por dentro; como en todos esos años. Despedazado, tal y como se sentía, como estaba-. Por favor, dime...

Fue entonces cuando Mahiru lo supo: La persona que se llevó la vida de Guren en aquel accidente, estaba llevándose muy lentamente la de Shinya también.

...

Este es el resultado de cuando uno escribe estando triste.

Tengo el OS escrito hace mil ochocientos años, pero no me gustaba. Le agregué algunas cositas y decidí publicarlo para sacármelo de encima.

Gracias por leer. <3

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