Cuarenta
Fred iba caminando por el bosque, en busca de alguna víctima, tenía hambre y no le importaba que le prohibieran comer almas jóvenes.
Lo haría de todos modos.
Vio a un niño, cerca de la orilla del bosque jugando con un perro, lanzando una pelota una y otra vez.
— Vamos por él... — susurro Gam.
Fred se acercó al chico, sus dientes se volvieron afilados y su lengua era puntiaguda como la de un reptil.
— ¿Tienes hambre, no?
Una voz, una dulce voz lo llamaba desde detrás, y al volverse estaba él.
El ángel moreno y alado, con esa sonrisa angelical que te hacía amarlo.
Fred sin poder apartar su vista de él regresó a ser "normal" sus dientes ya nos eran puntiagudos, sus ojos tenían algo se color.
— ¿Qué carajos quieres? — preguntó el azabache dándose cuenta de que no lo había dejado de ver, y él no había dicho nada más.
— Quiero que entiendas lo que estás haciendo, Fred. Quiero que sepas que no estas sólo, nunca éste dejare sol...
Y despertó.
Alguien tocaba la puerta, y gritaba su nombre. Sonaba igual que Freddy.
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