7
Desperté el domingo con una llamada que partió mi alma y confirmó mis peores temores.
Camila no había vuelto ese viernes y tampoco al día siguiente. No había estado bajo su farola cuando salí de trabajar y tampoco había contestado mis mensajes. Todo mi ser me había indicado que algo andaba mal pero había acallado mis temores acusándome de paranoico.
Y esa llamada telefónica con la voz de una madre rota por el llanto, había terminado de cerrar un ciclo de dolor.
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