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Desde ese entonces, Isaac Netero, para no pensar en la tristeza, frustración y aflicción que le daba su miserable postura, comenzó a aprender artes marciales por su cuenta, como un desahogo. Solo le bastó casi dos meses para recuperar sus ánimos y regresar a los días en los que la biblioteca era como su segundo hogar. Volver a pisar ese pequeño cuarto en el que se sentía honrado, y lleno de privilegio por poder aprender muchas cosas sin restricciones, le hizo sentir ese bello sentimiento familiar y anhelo. Había pasado tanto tiempo en los que no volvía a sentir ese hermoso fervor que le daba el hambre del conocimiento. Sin embargo, no todo se quedó ahí.

Él persistió durante meses, pasando sus mañanas y noches practicando artes marciales y en la tarde ayudando a Kaito como antes lo hacía, y así lo hizo hasta que pasaron dos años. Él ya se sentía mejor; no obstante, las cosas seguían igual. Con constantes altibajos que tanteaban en determinados lapsos de tiempo, que solo ocurrían cuando iban a rescatar a más personas para tenerlas de aliadas, todo era estresante, y eso no era bueno.

Estás cosas son normales, pero no aceptables para nadie; sin embargo, el temor a la muerte que los acechaba a todos por unirse a la resistencia era más fuerte que sus deseos de libertad. Y, a veces, Netero se preguntaba, ¿Qué pasará cuando ya no quede nadie en la resistencia? Por el tiempo que a podido vivir en ("lo que podría considerarse") libertad, no cree que eso ocurra pronto, pero... la duda seguía ahí, sin respuesta, y eso lo angustiaba.

Y cada vez que venían en los camiones con más o menos gente, él solo era un espectador inquieto por tener en mente en todo momento esa pregunta.

"¿De verdad, las cosas acabarán?", se preguntó, viendo a algunas nuevas personas siendo orientadas por su nuevo hogar.

La noche llegó y Netero había perdido el apetito, pero no las ganas de practicar artes marciales. A la espalda del edificio donde dormía, ahí seguía persistiendo, arremetiendo golpe tras golpe contra el tronco del mismo árbol que lo acompañó durante tantos meses, como si fuera un rival a vencer. En el fondo, estaba temiendo de volverse loco por eso, por imaginar una cara inventada pegada a aquel gruesor del tronco, pero luego de sentir los punzones ardiendo en sus nudillos cuando golpeaba, volvía a conectar sus cables a tierra. 

En un sitio como ese, que ahora llama hogar, era un milagro seguir con cordura. El dolor de la muerte de Dalzollene ya no le afectaba como antes, pero sí le hacía sentirse impotente. Tenía una nueva pasión, y sus brazos ya se estaban comenzando a remarcar por el fruto de tantos meses de trabajo y de dolor en los músculos, pero, a pesar de eso, seguía sintiéndose incompleto. 

Ya no era ese niño que quería reducirse a solo ser un maestro hasta su muerte, pero, aun así, todo le parecía que seguía igual. Que nada había cambiado. Que todo volvió a ser rutinario, y que su amor por la biblioteca solo se reducía a la poca información que tenían que había logrado sobrevivir. 

Tantas cosas pérdidas. Tantas bellezas de la historia olvidadas y destruidas. Relaciones limitantes por el beneficio de otros. Vidas que ni siquiera tuvieron la oportunidad de discernir en lo que era correcto y lo que no. Ese remordimiento seguía latente en él.

Netero antes hacía oídos sordos de esos problemas por seguir adelante con una esperanza cegadora, que no le permitía ver la realidad en la que estaba. Esa sensación era impotencia. Quería tantas cosas, quería que tantos problemas se acabarán, quería que todo fuera pacífico. 

Sonaba idílico para él, pero en serio era algo que anhelaba. Lo quería de una vez al alcance de sus manos. Por eso existía la resistencia. Todo lo que quería solo podía ser conseguido si se unía a ellos, pero, ¿en serio podía?

Ya estaba reconsiderando varias veces lo que le había dicho Uvogin. Sin embargo, había algo que lo detenía, y eran las mismas oportunidades que tenían los demás. Todos los demás acaban muertos luego de tomar esa oportunidad, ¿Qué haría él de diferencia?

Los mismos altibajos que la resistencia tenía con su cantidad de aliados, eran los mismos que él sentía con el frenesí de sus emociones.

Eso le daba rabia, y luego volvía al mismo ciclo rutinario e hipnotizante de siempre. Esa corriente de pensamiento de Netero lo mantenía estancado, sin darle un minuto para respirar.

Netero gruñó, apoyando su cabeza en el árbol, y, sin que se diera cuenta, perdido en el hipnótico movimiento desenfrenado de sus puños, partió el tronco del árbol con su último golpe, ahogando sus gritos eufóricos por la sorpresa. Impresionado, todo lo que pudo hacer fue ver como el árbol se rendía frente a él. Una pequeña lluvia de hojas diluvió delante de su rostro luego de que su "oponente" y "amigo", de tantos años,  se rindiera.

Netero, aún asimilando lo que pasó, pensando que tal vez estaba soñando, despertó de su trance al sentir la frescura del viento en su rostro, el cual se llevó las hojas que se habían desprendido de las ramas del árbol.

El estruendo llamó la atención de todos hasta atrás del edificio y, entre ellos, toda la resistencia, su hermana Tamara y su sobrino, miraron con impresión de lo que fue capaz de hacer la nueva esperanza de la humanidad. 


- ¿Unirme a la resistencia? -inquirió, incrédulo-. Pero ese árbol... llevó años golpeándolo, ¡Eso no significa nada!

- ¿Estás bromeando, no muchacho? -dijo Genthru, indignado.

- No, yo...

- Genthru, tranquilo -espetó Uvogin, pero este no le hizo caso.

- No vengas a joderme -pidió con fastidio, empujando a Netero con el índice presionando su frente-. ¿¡Me estás diciendo que te parece algo normal partir un árbol con el puño!?, ¡Es evidente que has despertado el Nen por tu cuenta, idiota!, ¡Pude sentirlo!

Netero siguió viéndolos pasmado, y Kaito, solo se mantuvo en silencio.

- Genthru -insistió Uvogin, severo. 

- No vengas a desmeritar algo tan valioso como eso. Tú tuviste la capacidad de despertarlo por cuenta propia, ¿¡Y sigues teniendo el descaro de decirme de que no tienes el talento para unirte a la resistencia!?

Los demás miembros de la resistencia, tanto nuevos como viejos, no pudieron evitar murmurar, y eso puso a Netero más nervioso.

- Yo...

- Ya es suficiente, Genthru -dijo Uvogin, interponiéndose entre él y Netero-. No abrumes al chico. Mejor hagamos esto rápido.

- ¿Qué? 

- Netero -dijo Uvogin, volteando a verlo, y vio miedo y nerviosismo en su mirada-. Sé que no quieres unirte a la resistencia, pero, por favor, te pido que hagamos una prueba.

- ¿Una prueba? -inquirió Netero.

- ¡Ni crean que permitiré esto! -espetó Tamara, abriéndose paso entre todos con empujones.

- Tamara... -musitó Netero, algo sorprendido por su entrada improvista.

- ¡No voy a dejar que lo fuercen a hacer algo que no quiere!, ¡Dicen hablar de esperanzas pero terminan mandando a la gente al matadero!, ¡Son unos mediocres, es por eso que todos mueren!

Netero escuchó a su hermana con sorpresa y detenimiento, nunca antes la había visto tan acelerada y molesta.

- ¡La esperanza no solo se desea, se persigue!, ¡Y no voy a permitir que arrastren a mi hermano a los planes que ni siquiera les funcionan! -espetó Tamara, yendo hacia Netero para tomar su mano-. Vámonos, Netero.

- Tamara, solo cálmate, tienes que escuchar -pidió Leorio.

- No planeó escuchar nada.

Y mientras su hermana discutía infinitamente con Genthru, Leorio y Uvogin, Netero se mantuvo perdido en sus pensamientos. Su hermana tenía razón. Era algo que ya tenía contemplado, pero si verdaderamente tenía una oportunidad de ser libre, de descubrir más del mundo que lo rodea y de dejar de sentir esa horrible impotencia que lo hacía caer en un círculo vicioso, ¿Valía la pena intentarlo? Era eso o... mantenerse como ha estado... para siempre. 

Solo le bastó un segundo para reflejar su vida en la opción más segura, una en la que podía vivir tranquilo para siempre... Viejo, débil, posiblemente perdiendo la memoria por algún tipo de enfermedad debido a lo senil que se volvería, reflexionando sobre su vida y... en lo que pudo haber hecho en juventud si hubiera tomado la otra opción cuando tenía la oportunidad...

Instintivamente, Netero miró de soslayo a Kaito.

"La muerte siempre está al final de nuestro camino, y algún día dejarás atrás está vida. Ese día llegará pronto, y por eso hay que abandonarla marcando tu propia historia en el mundo. No importa si nadie se acuerda de ello, por lo menos, podrás irte en paz sabiendo lo que hiciste cuando rememores todo en tu lecho de muerte."

Al instante, Netero supo cuál era su decisión final.

- ¡Cállate, no permitiré que...!

- Lo haré -dijo Netero, interrumpiendo a su hermana.

Tamara lo vio con sorpresa, al igual que todos, incluso Kaito volteó a ver al muchacho.

- Pero, Netero...

- Lo siento, Tamara -replicó Netero, viéndola fijamente a los ojos, como si le rogará perdón-. Pero la razón de que la resistencia siga en pie, pese a las muertes, es que tienen convicción para cambiar sus historias, las vidas de todos. Porque saben que tienen las armas para hacerlo.

- Pero...

- Tamara, por favor -insistió Netero-. No quiero arrepentirme más adelante de no haberlo intentado. No quiero... pensar cuando sea viejo... que tuve la oportunidad de hacer algo mejor con mi vida... que esperar a que primero ocurra un milagro o mi muerte. Quiero morir sin remordimientos y cuando yo lo decida, para descansar en paz conmigo mismo. Que, al menos, pude hacer algo importante, que pude hacer más cosas que deseo y de las cuales no pienso arrepentirme.

Tamara lo vio incrédula.

- Por favor, compréndeme.

Tamara quiso hablar, pero al ver que Netero no parecía darse a torcer, se sintió frustrada.

- No digas disparates, idiota... -musitó, con la voz quebrada, y, sin decir nada más, salió de la sala de reuniones para tomar aire fresco.

Netero simplemente la dejó irse, disculpándose mil y un veces con ella en su mente por haberla hecho llorar, pero estaba decidido.

"Lo siento, Tamara..."

- Netero, ¿Estás seguro de esto? -preguntó Kaito, acercándose a él.

Netero le sostuvo la mirada.

- Sí -asintió-. Hablaba en serio. 

Kaito, al escrutar lo que expresaban sus ojos, asintió.

- Está bien.

- Gracias, Kaito, por todo -dijo Netero, sonriendo.

Kaito le regresó una simple sonrisa.

- ¿Estás de acuerdo, Uvogin? -preguntó Kaito.

- Creo que es muy obvio, ¿no? -dijo Genthru, tranquilo, mirando al susodicho.

Leorio sonrió y Uvogin les asintió a los tres. 

- Sí -dijo Uvogin-. Isaac Netero, bienvenido a la resistencia. 


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