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—Te ves fatal, ¿No has dormido bien? —preguntó Kurapika, viendo como todos los niños se iban a jugar al salón de juegos por la orden que les dio Kanzai.

—No muy bien —dijo Killua, bostezando.

Kurapika y Deyanira se mostraron preocupados.

—¿Por qué? —preguntó Deyanira.

—Porque ya nos contaron del Evraroko —espetó Gon.

Kurapika abrió los ojos con cierta sorpresa y volteó a verlo. 

—Sí —reafirmó Killua, y Kurapika se volvió a verlo—. La verdad, digamos que recordé por pura fortuna. Han pasado miles de años desde el último, y tú nunca te habías puesto tan preocupado por ninguna otra cosa, más que de tu biblioteca. ¿Por qué no me lo hiciste acordar?

Todos, expectantes a la respuesta de Kurapika, se mantuvieron en silencio. Él suspiró y dijo:

—Lo siento, Killua, no quería preocuparte. De todas maneras, ya te veías muy centrado en una cosa como para preocuparte por otra; además, sería más natural de tu parte actuar como si no supieras nada —explicó.

Killua meditó un poco sus palabras, cruzó por un instante su mirada con la de Gon, tensando al contrario, y suspiró rendido.

—Mejor olvídalo.

Kurapika se mostró gratamente sorprendido por la respuesta de Killua, al igual que Deyanira. Él normalmente, al pasar por discusiones similares o parecidas, era de los que refutaban los motivos del por qué no debieron haber hecho o dicho tal cosa, pero está vez no fue así, por lo cual descolocó a sus dos amigos de la infancia.

—¿Cómo te fue?, ¿Obtuviste votos?

Con esa pregunta, los mayores del grupo de los humanos se volvieron atentos al heredero del clan Kurta. Kurapika parpadeó, despertando de su ensoñación, y dijo:

—Sí, pero hubo en empate en ambas propuestas.

—¿Qué? —preguntó Killua, algo sorprendido—. Pero, normalmente tu familia tiene como cuatro votos a favor.

—Lastimosamente, está vez las cosas no fueron así.

—¿Y... cuántos votos necesitabas para ganar? —preguntó Gon, curioso. Él en realidad no entendía nada del tipo de política que ellos manejaban, pero no estaba mal informarse más del asunto.

Kurapika lo vio de soslayo. Al principio dudó, pero está vez no era bueno ocultar detalles, no frente a Killua, al menos por ahora.

—Si todo hubiera sido unánime, no habría necesidad de consultar con el pueblo, esa es una regla. 

—¿Es en serio? —preguntó Kanzai, incrédulo.

—Sí, pero como no hemos llegado a la cantidad de seis votos, no nos queda de otra que hacer que el pueblo opine.

—¿Y eso significa...? —empezó a decir Gon.

—Que debemos esperar a presentar nuestras propuestas para el desarrollo del pueblo a futuro y que se organicen las votaciones correspondientes para ver a quién elige el pueblo —finalizó Kurapika, cruzándose de brazos.

—¿Eso tardaría mucho? —preguntó Piyon.

—Tardaría meses —espetó Killua, inconforme.

—No si todo se planea bien —intervino Deyanira—. Ya hemos estado organizándonos desde antes, y por suerte tenemos a una de las familias más influyentes de los clanes de nuestro lado, así que si todo sale bien, podemos empezar el mes que viene a relatar las propuestas de los Kurta a los ciudadanos.

—¿Y te alcanzará tiempo para enseñarles Nen? —preguntó Killua.

Los humanos le prestaron con más atención a Kurapika con esa interrogante, tanto que Kurapika se sintió un poco incómodo por sus miradas esperanzadoras.

—No te preocupes por eso, ya me fui organizando las últimas dos semanas que estuve en el castillo con ayuda de Deyanira —contestó Kurapika—. Entrenaremos entre las tardes y las noches por un lapso de tiempo de tres horas como máximo, no puedo ir más allá de ese tiempo.

—Pero, si el Nen era algo muy difícil de manejar, ¿Será tiempo suficiente? —preguntó Cluck.

—Será suficiente si tantas ganas tienes de abandonar está Isla —dijo Kurapika, un poco serio.

<<Que grosero... >>, pensó Piyon, indiferente.

—¿Les parece bien? —preguntó Kurapika, dirigiéndose a Gon.

Gon lo miró determinado.

—¿Estás seguro que solo bastará con que algunos de nosotros aprenda el Nen para que todos podamos irnos?

Kurapika lo miró fijamente.

—En el libro de Pairo —empezó a decir Kurapika, llamando la atención de Gon—, decía que solo se bastó un humano con Nen para encerrarnos aquí.

Gon lo miró con impresión. Kurapika solo le había contado lo esencial, la versión corta de la historia, pero nunca pensó que estaría omitiendo detalles muy importantes. ¿En serio un solo humano... pudo contener a todo un mundo en una Isla?, ¿Cómo era eso posible?

—Si ese humano pudo, ustedes también. Así que empecemos de una vez, mientras más rápido acabemos será mejor —dijo Kurapika—. ¿Quiénes de ustedes van a aprender el Nen? —preguntó serio—. Si vamos a hacer esto, quiero hacerlo fijamente con los que estén dispuesto a hacerlo. Piénsenlo bien, porque no planeo entrenar de última instancia a alguien más después de haber avanzado con los demás.

—¿Y con cuántos bastaría? —preguntó Kanzai.

—Bastará con tres o cuatro de ustedes, si mis cálculos no fallan. Así podrán irse los seis con los niños de la Isla —respondió Kurapika—. ¿Y bien?, ¿Qué me dicen?

Los seis: Kanzai, Zushi, Geru, Piyon, Cluck y Gon, se vieron entre sí, y solo les bastó un instante para estar seguros de lo que dirían.

—Aceptamos —dijo Gon—. Y creo que hablo en nombre de todos de que seremos cuatro los que aprendan Nen, solo para estar seguros. 

—Sí, yo también estoy de acuerdo —dijo Cluck, seguida por los demás.

—¿Y esos cuatro serán...? —empezó a decir Kurapika.

—Yo lo haré —dijo Kanzai—. Si el entrenamiento será intensivo, creo poder soportarlo.

Gon sonrió.

—Yo también lo haré —dijo Gon, y Killua lo miró disimuladamente preocupado.

—¿Quién más? —preguntó Kurapika.

—Zushi, tú también únete —propuso Gon, viéndolo.

—¿Qué? 

Zushi se mostró sorprendido.

—Estoy seguro que podrás, vamos. Este es el momento que estábamos esperando después de tantos meses aquí, ¿No lo harías si todo estuviera en tus manos? —dijo Gon, intentando animarlo, pero, pese a que trató de sonar animoso, Killua se mostró un poco dolido.

Sin embargo, eso fue suficiente para que Piyon se motivará justo cuando Geru iba a hablar.

—Yo también lo haré —espetó atropelladamente, segura de su decisión mientras levantaba la mano, golpeándole la mejilla a Kanzai en el proceso.

Kanzai ahogó una queja luego del golpe.

—Bien, pero no exageres —dijo Kanzai, bajando la mano de Piyon con cierto remordimiento.

Piyon lo vio confundida. Zushi pensó un poco las cosas y, aunque no estaba tan seguro, no pudo evitar pensar en los niños, los cuales estaban observando en secreto desde el túnel. Ni bien sus ojos vieron sus caritas estos salieron huyendo despavoridos.

—¡Oigan! —gritó Kanzai, riñéndolos—. ¿¡Qué les he dicho!?, ¡Les dije que se fueran a jugar!

—Ya déjalos, de todas maneras es imposible que no se acabarán enterando de todo —dijo Cluck.

Kanzai gruñó por lo bajo; por otro lado, Zushi suspiró rendido.

—Está bien, empecemos —dijo Zushi.

—Así se habla, amigo —dijo Gon, sonriéndole.

—Bueno, si solo van a ser ustedes, entonces salgan de la cueva. Ahora mismo empezaremos con el entrenamiento —dijo Kurapika.

Los cuatro elegidos asintieron y no lo pensaron dos veces al salir de la cueva junto con Kurapika, Deyanira y Killua. Sin embargo, a Gon todavía le rondaba una gran curiosidad.

—Ehm, oye kurapika.

El mencionado volteó a verlo.

—De casualidad, ¿Sabes quién era el hombre que los encerró en la Isla? —preguntó Gon—. Solo... tengo curiosidad es todo.

—Bueno... si no recuerdo mal, el hombre que nos derrotó y encerró en está Isla se llamaba... —dijo, y meditó un poco su respuesta—. Isaac Netero, creo.

—Ooh, ya veo. Isaac Netero, ¿eh? —repitió, meditabundo—. Debió ser alguien muy fuerte.

—Pues para ser muy fuerte ese nombre suena de viejo, y pensar que creció con ese nombre toda su vida —opinó  Piyon y, al ver la mirada seria de Kanzai, tragó en seco, ya no sintiéndose tan segura de lo que dijo—. Sin ofender, claro.

—Viejo o no, creo que tiene mis respetos por haber vencido a unas criaturas como Killua por sí mismo —dijo Kanzai.

<<¿Criaturas?>>, pensó Kurapika, sintiéndose ofendido. Para él era como si le dijeran animal o bestia, y eso lo hizo sentir que se le empezaban a zafar los tornillos por ese comentario. Por fortuna, Deyanira lo notó y posó su mano sobre su hombro para calmarlo. Kurapika volteó a verla, pero no solo se encontró con ella, sino también con la mirada fija de Killua. Sus ojos expresaban claramente lo que ellos querían. Debía tomar las cosas con calma.

Kurapika suspiró para relajarse.

—Sí, lo que digas. Ahora prepárense —dijo Kurapika, tronando sus dedos—. Porque les advierto, no seré nada amable con ustedes. En toda está Isla, yo soy uno de los demonios más fuertes que existen. Así que si pueden sobrevivir a mi mando y a mi fuerza, podrán saber si son capaces de salir de aquí. ¿Están listos?

Los cuatro sin pensarlo dos veces, respondieron al unísono:

—¡SÍ!






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