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El traslado al pueblo terminó al llegar el medio día. Siempre que podían iban ahí una vez al año, o raras veces más de una; sitio asegurado para ganar dinero en tiempos de crisis. Un pequeño lugar con poca seguridad, alejado de las civilizaciones con más protección, donde los recuerdos se esclarecen en la mente de Gon.
La única forma de entrar estaba libre para todo extranjero; siempre ha sido así. Cruzaron el único camino que había para entrar y se dirigieron tranquilamente a una cantina pequeña al centro del pueblo. Siempre pasaban desapercibidos haciendo creer que la jaula era una carreta más que transportaba productos a los negocios, debido a su gran parecido con otros transportes. El problema era que este "negocio" era repulsivo.
Gon ya se imaginaba con rabia a todas las niñas usando prendas cortas y expositivas para atender a los clientes como meseras, mientras él y otros niños, por más pequeños que fueran, tenían que servir de asistentes de servicio para: limpiar los baños, servir alcohol y comida a la clientela y otros atendiendo de forma coqueta a hombres y mujeres, entre ellos él.
Solo gente que frecuenta más a ese local sabe que solo traen a niños una vez al año con ese tipo de motivos, todo por ganar dinero y satisfacer a aquellos que no tienen sus neuronas bien desarrolladas.
Para que la gente no sospechará de la carroza en la que iban transportados se apilaban uno sobre otro, si es que era necesario, como si fueran sacos de arroz. No importaba si estaban incómodos; si se atrevían a rechistar, con todo gusto por parte del jefe, recibirían un disparó en la cabeza. La carreta tenía techo para evitar ser vistos, de cualquier forma, pero de todos modos estaban obligados a taparse y a no moverse hasta llegar a su destino. Ese era el pan de cada día; además del coraje que tenían sus secuestradores para sonreír con naturalidad a la gente que los saludaba como si fueran unos santos.
La carreta se detuvo al mismo tiempo que el sol les alumbraba entre las rejas, por la parte superior que dividía el techo y las paredes del vehículo, cayendo sobre las mantas que usaron todos para cubrirse.
En silencio, escucharon dos puertas metálicas abriéndose, solo para sentir un pequeño ajetreó de la carreta, volviendo a moverse. Las pezuñas de los caballos empezaron a frenar poco a poco y la luz del sol fue obstruida por un techo de cemento; "Entramos.", pensó Gon, seguido del choque de las puertas de metal cerrándose. El sol ya no los iluminaba, dejando ver con facilidad la ubicación de las luces tenues del garaje del local, aún debajo de las mantas, gracias a las rejas de su medio de transporte.
Gon, curioso y temeroso de que alguien lo viera, levantó un poco la manta para dar un pequeño vistazo, viendo con claridad como le quitaban la cerradura a la carreta para dejarlos salir.
— Todos salgan de una vez. Apúrense —. Ordenó alto uno de los señores que los vigilaban—. El tiempo es dinero, anden.
Todos se destaparon y bajaron para entrar al local en fila, preparándose para lo que seria un duro día de "trabajo".
— Gon —. Llamó Machi lo más bajo posible—. No me gusta aquí.
Ella recibió una mirada de comprensión por parte de Gon para intentar tranquilizarla, haciendo lo primero que se le vino a la cabeza; tomar su mano para ir a los vestidores, que estaban mucho más al fondo del establecimiento.
— A mí tampoco me gusta, pero eso a ellos no les importa. Solo entremos y hagamos esto —. Pausó, y se agachó a su altura sin parar de caminar a los vestidores—. Todo será diferente un día, lo prometo. —dijo en un pequeño susurro, tratando de que los vigilantes no los escuchen.
— ¿Tú crees? —preguntó, mirándolo con sus bellos ojos azules.
— Si, si lo creo. Así que por favor, ten mucho cuidado con lo que hagas.
— Esta bien, Gon.
— ¿Lo mismo va para mí? —preguntó alguien por detrás, asustando un poco a Gon.
"¿Me oyeron?", se cuestionó, con su corazón latiendo rápido, hasta que analizó la voz y la pregunta. Miró de reojo por detrás y, por la altura de la persona, alcanzó a notar esa corta cabellera negra que destacaba siempre en Shizuku.
Suspiró aliviado.
— Si, igual va para ti —le afirmó, sonriéndole y acariciando su cabeza sin despeinarla.
— ¡Gon!
Lo llamó un chico, acercándose, era Zushi. Gon lo miró de pies a cabeza de inmediato, dándose cuenta de que no se ha puesto su vestimenta correspondiente todavía, o quizás todavía no se la han dado por estar atendiendo primero a las chicas. Su ropa consiste en pantalones y zapatos negros; camisa blanca, y una peluca, por tener el cabello marrón muy corto, que lastimosamente fue usado para crear una peluca y venderlo a alguien con cáncer. Él es dos años menor que Gon, pero siempre ha estado de su parte y comprende toda la situación a su alrededor. Cada que puede intenta apoyar a los demás para proteger a los menores como una familia, aunque en el fondo tenga miedo. Era muy evidente por su piel oliva temblando y por sus pupilas marrones achicándose por los nervios.
— ¿Si, Zushi?, ¿Qué pasa?
— Uno de los encargados me dijo que los más pequeños se quedarán limpiando los baños y los platos. Que deberían ir a vestirse de una vez para ir a trabajar. —dijo, mostrando un poco de alivio.
A ambos no les agradaba que los pequeños fueran a lavar platos; podrían romperlos sin querer, pero eso era mejor que llevarlas con los clientes.
— Entiendo.
— ¿No te fastidia? —preguntó confuso.
— Claro que me molesta, pero prefiero eso a dejar a los niños con los clientes. Ya sabes como son algunos —explicó.
Zushi lo captó.
— Bueno, es cierto, pero igual me preocupa un poco. Por ejemplo: si rompen un plato el jefe se enojará por tener que pagarlo, y luego se desquitará —supuso, esa podría ser una posibilidad. Y a Gon le vinieron más preocupaciones al instante.
— Yo no soy torpe —rechistó Machi, frunciendo un poco el ceño.
— No se tienen que preocupar —intervino una voz un poco más segura.
Zushi y Gon salieron de sus pensamientos, y se toparon con dos de las chicas más grandes del grupo: Cluck y Geru.
Cluck era una joven de dieciséis años. Y los secuestradores, aprovechándose de su belleza, le hicieron ponerse un hermoso vestido celeste de lentejuelas, que se moldeaba a su pálida figura y mostraba sus piernas; una corona de plumas en su cabello celeste oscuro, hecho un moño; y un velo, hecho del mismo material que la corona, descendiendo desde su cintura hasta el suelo.
— Nosotras también nos haremos cargo. No se pongan todo el peso encima —dijo Geru, queriendo calmarlos.
Geru tenía la misma edad que Cluck, la diferencia es que ella era morena y tenía el cabello negro y lacio. Antes lo tenía de un color marrón oscuro, por lo que ella les contó una vez, pero después de que la secuestrarán le tiñeron el cabello de negro. Según el jefe, se vería como una "morena natural". Y para él, "las morenas naturales", necesitan un sensual vestido negro de mangas largas con un escote demasiado pronunciado y ajustado a su cuerpo; "Le quedaría bien.", dijo. A ellos les importaba la apariencia, y era normal a su perspectiva teñirles el cabello a la fuerza. Aparte de pervertido; racista.
Gon y los demás no saben mucho de ella. Solo saben que la secuestraron cuando tenía doce años y que no es de muchas palabras; cualquiera lo sería en una situación así, lo que es triste. Su mayor atractivo son sus ojos; tan brillantes como el dorado mismo, que lastimosamente se ven cada día más opacos. Sus esperanzas descendían; razón de su seriedad, pero sorprende mucho como trata de hacer algo mejor por los niños más pequeños y por ella misma.
— No deberían preocuparse tanto. Nosotras ya vigilaremos a los pequeños para que no hagan ningún desastre —avisó Geru, porque todos de ese grupo conocen bien a Gon.
— Ustedes solo concéntrense en sus trabajos. Lo mejor que pueden hacer es cumplir con las "obligaciones" y no pensar en nada más —Cluck, estando alerta, miró a Gon con seriedad cruzando sus miradas color miel, dándole escalofríos por la espalda—. ¿Me entiendes verdad, Gon? —aseveró su voz.
Se puso nervioso; en definitiva lo conocían bien.
— Ay vamos, chicas. No sean así con él, yo creo que no tiene nada de malo que se preocupe.—soltó una voz jovial, intentando sonar positiva y amable.
Piyon era prácticamente todo lo contrario a Cluck y Geru. Ella tenía un poco más de motivación que los demás, ya que era recién secuestrada, y a pesar de que sea raro que tenga ese comportamiento tan amigable; lo hace pensando que un día tendrían esperanza para librarse de sus secuestradores. En especial, porque quiere mantener calmados y felices a los niños.
Ella tiene la misma edad que Cluck y es cercana a los diecisiete. Su cabello naranja estaba la altura de la nuca; sus bellos ojos rosa, que hasta a ella misma le parecen extraños, brillaban como acostumbraban hacerlo; y su piel nívea estaba ligeramente expuesta por su traje fucsia de conejita de playboy. Piyon, sin lugar a dudas, tiene todos los fetiches que esperan los clientes.
— Si, porque Gon es bueno —contribuyó Machi, aferrándose a la camiseta de Gon.
— Bueno, bueno, como sea. Pero eso si, si sales del puesto que te indicaron no me contendré a decírselo a Kanzai —amenazó Cluck con sus brazos cruzados—. ¿Entendido?
Ese nombre lo hizo estremecer. Kanzai a veces puede ser algo gritón y una persona regañona si le faltas el respeto o desobedeces algunas de sus órdenes. A Gon le intimidaba un poco, aunque no lo haga con esa intención.
— Está bien, lo haré —cedió, pero no prometió nada.
No se iba a meter en problemas con Kanzai. Pero si la situación ameritada la desobediencia, valdría la pena aguantar sus regaños.
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