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13

No lo entendía. Su mente estaba abrumada con todas las ideas que tenía. Debía pensar en algo que hacer al regresar, o si no solo se sentiría incómodo al estar enfrente de ese chico con sus amigos. Ellos solo lo veían como el asesino de sus amigos, como alguien sin corazón que los condenó a estar en un lugar peligroso del que no saben la salida.

"¿Qué puedo hacer para complacerlo?", se preguntaba. No tenía idea de como complacer a ese chico para tener su perdón. Aunque era de esperarse de los humanos. Antes lo había visto de lejos; ahora lo había visto con sus propios ojos.

"Era de esperarse de los humanos, siempre son tan insatisfechos."

"Diablos, hasta a las hembras de mi especie son fáciles de complacer.", sabía perfectamente que se lo había buscado por su cuenta. 

Las cosas no le habían salido como se lo esperaba. Lo había elegido por un motivo y todo se le salió de control. Pero querer un lazo con los humanos ha sido un gran reto desde hace milenios. 

"Matar a esta cosa solo empeoró todo.", necesitaba con desesperación un consejo, estaba perdido, "Esto no es como lo planeé, en lo absoluto. Pero no sé como resolver esto."

"Perdonar la muerte de alguien no es fácil, sobre todo para mi hembra. Sin duda es un testarudo."

Ideas, Ideas. Que vengan las ideas a iluminar su cabeza. Lo había echado todo a perder, y no se le ocurría una forma para resolver todo ese embrolló. Era difícil al tener presente el característico aroma efímero que desprendía la sangre de su ropa, sintiéndose miserable. Tuvo suerte, por alguna extraña razón, en que su especie no se percatará del aroma de la criatura, es gracias a eso que pudo lograr encontrarla para matarla. Mientras se encargaba de enterrar el cadáver, obviando lo sucio que se encontraba, no pudo evitar sentirse mal. Le dio pena haber matado a esa criatura, que su hembra y sus amigos tacharon por monstruo, pero pensó que así obtendría su perdón. Ahora comprende lo estúpido que sonaba. Era uno de sus animales favoritos. Además de ser uno de los más mansos, adoraba sus colores llamativos y lo tranquilos que podían ser en sus vidas. Pocos animales lo han cautivado en su vida, y según su perspectiva, sin duda se merecía una tumba. Esa criatura era un joven a punto de entrar a la edad adulta, y le había arrebatado esa oportunidad; era eso o que la situación se repita más adelante, perjudicándolo a él aún más.

No podía negar que estaba arrepentido, decaído, y se repetía lo culpable que era cada vez que miraba sus garras y su ropa, bañadas en sangre. Su ropa empezaba a secarse y endurecerse por el calor. Se encontraba todo sucio y fue a bañarse un rato en la playa de la Isla, donde intento relajarse, aspirando el intenso olor a sal que desprendía.

Pensando, se dio cuenta de que a pesar de haber observado a las personas por seis años, no conocía todo. Al parecer había más cosas de las que pensaba que ya existían en su mundo. 

Durante esos seis años vio a los humanos peleándose por algo todo el tiempo... Mataban por dinero... Amor... Odio... Demencia... Venganza... Por cualquier cosa que les disguste, con intención de obtener lo que quieren. No eran tan diferentes a ellos como esperaba.

Pensó que eso era normal, eso era el día a día en su mundo. Eso era lo que había aprendido desde que tiene memoria. 

Hubo una vez en que llegó a comparar el estilo de vida humana con el estilo de vida de los demonios, y para serse sincero agradece mucho vivir en la Isla. No todo era pacífico, claro estaba, pero era mucho mejor. Su estilo de vida era muy... Solitario, pero prefiere eso que vivir de esa forma deshonesta y ser libre de toda mácula. En su mundo las mentiras o las apuñaladas por la espalda pueden ser condenables; los nobles lo había declarado así. Al menos había límites, porque sabían perfectamente de lo que eran capaces si no se sometían a las reglas, por lo que no había mucha libertad. No era suficiente para ellos entenderlo con solo estar en esa Isla. Aparte de lo acostumbrados que estaban a las reglas estrictas

"Un día lo conseguiremos", prometían ellos, y la gran mayoría estaba de acuerdo debido a la longevidad de sus vidas. Además de aprovechar el tiempo que les quedaba o que habrá para conseguir la meta que deseen para cuando llegué el momento definitivo de su liberación. "El humano no era tan diferente del demonio...", pensó, recordando las metas y las ambiciones de la los demonios que llegó a conocer. Al parecer cualquiera podía tener ambiciones o deseos, por más impuros que llegasen a ser. Fueron esos mismos deseos lo que lo perjudicó mucho en su vida, en especial la amorosa. 

Cuando era niño no le importaba tener pareja, común en cualquier pequeño. Era lo último en lo que pensaba desde que se quedó solo, pero todos los que conocía ya crecieron y tenían obligaciones que cumplir. Al comprenderlo, decidió sentar cabeza, pero ninguna era fiel a él, siempre tenían el aroma de otro encima. Y era de esperarse. No tenía nada serio que ofrecer. Así eran las cosas en la Isla. Lo máximo que cualquier demonio podía aspirar era tener: familia, tierras y poder. Él solo era el ermitaño y el fracasado, los murmullos que escuchaba de él explicaba todo. Para las mujeres estar con Killua sería no ser nada; no tener nada. En total, no había nada en ese pueblo que fuera importante para él; además de la comida y su único amigo, que también tenía sus cosas personales. 

Todo se volvió tan aburrido que empezó a explorar fuera de la Isla, aventurarse al mundo humano pesé a las advertencias de peligro que todo demonio recibía, como una forma de olvidar el dolor de las relaciones rotas y de conocer más. Nadie quería arriesgar su vida o incluso sus poderes por solo un corto tiempo de libertad; a Killua eso ya no le importaba, después de todo no tenía nada, y dudaba de las promesas de los nobles. Eso ya lo vería más adelante, pero por el momento desea que si esa propuesta se llega a cumplir, que no sea cuando él esté vivo. Él antes vivía en el pequeño pueblo donde toda su especie residía, pero se alejó al ver que no encajaba con ellos por más que trataba de adaptarse, tomando la decisión de irse a vivir a la cueva en la que vivía, distanciándose del pueblo; prefería estar solo que mal acompañado. No fue muy feliz, pero sentía que era mejor que estar presente en ESE maldito pueblo cada año en ESE horrible día, donde el pueblo parece un coro de cantantes con desafinación gutural, entregándose el uno al otro, declarando la procreación de un nuevo individuo en la Isla. 

— Podría hablar con Kurapika y pedirle un consejo al respecto, pero quizás este ocupado. Además, la sangre llamaría demasiado la atención —intuyó.

Ahora lo importante era encontrar una forma de complacer a Gon en algo que le gustase o que lo haga perdonarlo. No sabía de él, solo lo vio una vez.

La forma de complacer a la hembra en la Isla era... Darle alimento u ofrecerle algo de su interés. Pero no cree que le pueda gustar la comida de la Isla o la que ellos consumen. No era tóxica para el ser humano, pero... No estaría mal consentirlo un poco.

Le pidió respeto y a él se lo puede dar; a su banda de jóvenes promiscuos no estaba seguro. Eran niños y no se sentía tan familiarizado con ellos desde hace años; peor si eran humanos. Vio a niños, humanos y demonios, quejarse por algo y hacer berrinches solo para pasarlos por alto por el hecho de ser inconscientes de todo lo que los rodea, y era entendible, pero molesto. No sabe como soportar todo, pero no tenía de otra. Solo se le ocurrió una cosa para hacer.

Su ropa ya se había secado después de haberla lavado con agua de mar, y salió luego de refrescarse un poco para vestirse. Camino por la arena junto al mar, y se dirigió a una cueva dentro de una montaña pequeña. La Isla era libre y la vida de uno no es tomada tanto en cuenta a no ser que seas una hembra, por lo que no había nadie vigilando la cueva. Solo se le daba mantenimiento. Varios animales se ocultan cuando amanece, pero no pueden salir de la Isla porque no saben hacer el pacto que lo conduciría al mundo humano.

El túnel se iluminó por unos faroles, que se apagaban y prendían a su paso, como los que tenía en su casa. Los faroles lo acompañaron hasta llegar a una habitación con más iluminación, que entraba por el aguajero que había sobre su cabeza, dejando entrar los rayos solares. Se coló bajo el sol y con calma centró sus sentidos en la frescura del impasible viento que removía su cabello.

Concentrado, sintió un manto espectral cubrirlo de pies a cabeza. Su cuerpo estaba siendo envuelto por una energía que emanaba cada poro de su piel, expandiéndose cada vez más a su alrededor. A pesar de tener los ojos cerrados podía sentir un destelló enfrente de él. En toda esa habitación con las paredes perfiladas uniformemente había una honda desigualdad. Abrió los ojos, preparado, apreciando un espiral monocromático del color azul; un portal, que explosionó una ventisca contra las corrientes de aire que entraban y salían del techo. Se cubrió las pupilas con el antebrazo, defendiéndolas de la luz y del aire, escuchando un dulce susurro haciéndole una pregunta: ¿Cuál es tu trato? 

— No comeré y no mataré humanos en ningún momento de mi estancia en la civilización humana.

La voz le hizo otra pregunta, una que tenía que aceptar sí o sí para obtener el permiso. 

— Sí, sí sé las condiciones, y las acepto —afirmó con convicción.

No había más que decir. El portal lanzó un rayo de luz a todo su cuerpo. Era tal la potencia del brillo que tuvo que cubrir su cara. La luz desapareció después de oprimir toda su energía liberada en su interior, logrando ver con claridad como su cuerpo estaba envuelto en un azul transparente que desapareció. El pacto estaba hecho, y se aseguraría de que cumpliera su promesa.

Killua, sin perder el tiempo, atravesó el portal. Al cruzarlo, se encontró en otra cueva, miró adelante y admiró las olas desvaneciéndose en la orilla bajo el sol. Salió de la cueva y se dejó llevar por el canto de los pelicanos. Estaba en otra Isla. 

Admirando el horizonte, con tierra firma a la vista en la lejanía, se deleitó con el sonido de las olas y del viento golpeando su rostro. No esperó más y se zambulló al agua, decidido a cazar peces. Sabía que no sería sencillo, esas cosas están muy pero muy lejos de la orilla, pero estaba dispuesto a ello. No podía usar sus poderes para hacer todo con rapidez.

Para su suerte había un barco pesquero que le facilito la pesca. Les robó una red pequeña que tenían aparte y pescó una gran cantidad de peces.

Pescando, vio unos peces enormes y uno pequeño, regresando la nostalgia a su cabeza. Los ignoró y tomó otros para dejarlos en paz. No sabía si eran una familia, pero se veía tierno, porque no podía arrebatarles algo que él quería. Esa fue una de las razones por las cuales escogió a ese chico, porque entendía el valor que quería aprender y poder tenerlo un día. 

Por el momento, lo veía complicado, pero no planeaba dar todo por perdido, no aún. Primero muerto.

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