- CAPITULO EXTRA -
"Una noche de amor en Las Vegas"
(PARTE II)
Ingrese al hall del casino entre alguno que otro tropiezo de parte de la rubia extraña de largas piernas. En un momento de aquel largo tramo, decidió que sus tacones fastidiaban y que se los quito.
—No deberías andar descalza por aquí. No sabes lo que puede sucederte, el suelo está sucio y si te cortas con algo tendremos que correr al hospi... —su mano tapo mi boca.
— ¿Todo el tiempo eres tan molesto? —Pregunto.
No respondí. ¿Quién se creía? Debería dejarla sola por ser tan desagradable cuando lo único que buscaba era su seguridad.¿Y por qué yo estaba buscando su seguridad? No se lo merecía. Cambio dinero por fichas y camino hacia mí con emoción en el rostro.
—Toma. —me dio un puñado y señalo uno de los sectores —. Iremos a apostar a la ruleta.
Camino como si se comiera al mundo de un bocado hasta que un enorme escolta la intercepto a medio camino. El hombre moreno que debía medir unos dos metros como mínimo la observo de pies a cabeza y señalo los tacones que colgaban de sus manos.
—Señorita... no puede andar descalza por aquí —reclamo —. Debe ponerse los zapatos.
—Te lo dije. —susurre. Como supuse, a la Barbie le agradaba romper las reglas y no se iba a quedar con los brazos cruzados sin pelear. Se acercó a él y le dedico una sonrisa más que seductora, la cual seguramente tuviese a su miembro reaccionando en sus pantalones.
—Tengo un acuerdo para ti, grandulón. —elevo los tacones en dos dedos —. Si soportas solo diez minutos en estos tacones, te daré mil dólares.
El hombre de seguridad parecía imperturbable.
—Póngase los zapatos. —sentencio.
—Por favor... —La rubia lloriqueo, haciendo un mohín —. Tuve un día terrible y me duelen los pies. Mi perro murió ayer, solo quiero divertirme con el esposo de mi hermana quien está buscando embriagarme para poder acostarse conmigo. —me señalo y mi rostro se volvió de mil colores —. ¿Puedes ser indulgente solo por esta vez?
El enorme moreno me clavo la mirada, creyéndose todos y cada uno de los dichos de la mujer psicótica que me acompañaba. Volvió su vista hacia ella, y quería reírme en su rostro. Ella realmente lo estaba convenciendo.
—Bien, pero si alguien viene aquí con quejas, se los pone. —gruño.
—Lo que ordene, sargento. —le respondió ella, llevándose la mano a la frente como un soldado.
Caminamos a las mesas y no pude evitar observarla detenidamente. Comenzaba a creer que era una mentirosa psicopática, de esas personas que no podían estar un solo minuto sin mentir en tonterías; pero también era tan alocada que lo más probable era que lo hiciese solo para burlarse de los demás.
— ¿Tu perro murió?
—No tengo perro... —dijo sin mirarme. Se reclino sobre la mesa y coloco sus fichas —. Apostare cien al negro.
—Entonces yo al rojo.
—Siempre llevando la contraria, ¿eh? —reclamo, enarcando su ceja perfectamente maquillada.
Sonreí.
—Si gano, debes invitar el champagne. —propuse.
—Y si pierdes, quiero uno de reserva. —replico.
Sonreí ante su desfachatez, era una maldita provocadora. Esa vocecita que cualquier persona tenía en su conciencia, la que te recomendaba que decir o no, ella la tenía anulada. Soltaba lo que venía a su cabeza cuando y como quería. El crupier lanzo la bola sobre la ruleta en movimiento. Esta giro varias veces hasta posicionarse en una de las casillas.
Negro, trece.
—Has tenido suerte de principiante.
—La suerte no existe, Stephen —exclamo haciéndole una seña al camarero para que trajera el Champagne que había perdido.
—Muy bien... Señorita atea, ¿qué apostaras ahora?
—A las dos columnas —dijo, dejando sus fichas en el lugar.
La mujer sabía jugar, no podía subestimarla. Incluso podría decir que tenía pinta de ser esas viudas negras que se colocaban a un lado de los apostadores y los seducían con sus atributos para después robar sus ganancias.
—Apostaré transversal— Dije, mirando al crupier. La bola giro y se posiciono en el número que estaba esperando.
Colorado, tres.
Hice un festejo, ganándome su expresión de fastidio, pero como buena perdedora que era, pidió el champagne que me correspondía y me lo entrego. Me encontraba en un dilema si beberlo o no cuando mi acompañante abrió la botella como si fuese una profesional, y bebió el líquido que desbordaba de esta. Me quede allí parado, hipnotizado por sus movimientos. Era seductora, de esas mujeres que tenían muy claro lo que deseaban e iban por ello. Me agradaba verla apoyarse sobre la mesa, dejando que el excedido escote embrujara a todo el público masculino y causara envidia al femenino. Sus piernas largas, la piel suave de su cuello, todo en ella era como un embrujo a mis sentidos.
Necesitaba tener sexo, y en mi interior sabía bien que esa necesidad solo se aplacaría si tenía la suerte de ver esos ojos verdes intensos mientras me la follaba muy duro. Quería oír sus gemidos, sentir su cuerpo retorciéndose, llegando al clímax, tirar de ese cabello rubio y darle unas buenas nalgadas a ese culo caprichoso. Mi entrepierna respondió.
Tenía que salir de aquí.
— ¿Y si nos vamos? —dije, acercándome para acomodar su cabello detrás de la oreja. Ella me inspecciono y sus ojos brillaron por un segundo. Podía ser excitación o también por el alcohol.
—Hare mi última apuesta. —dijo, sonriendo. Tomo todas sus fichas y las puso en un casillero —. Cuatro mil dólares al veintidós.
Todos los apostadores le clavaron la mirada, sorprendidos.
—Eso se llama suicidio, preciosa. —exclamo un hombre octogenario a su lado, observándole los pechos obscenamente. Le dedique una mirada demasiado asesina, y no le quedó otra alternativa que mirar nerviosamente las fichas en su mano.
—En realidad se llama... "El que no arriesga, no gana" —expreso ella.
Negué con la cabeza.
—... O el que lo arriesga, lo pierde todo.
Lanzo una carcajada sonora.
—Hay que salir de la zona de confort, Stephen. Vive la vida, se aventurero. Rompe tus paradigmas.
Hablaba como si fuese una de esas frases que las ancianas compartían en sus redes sociales. No sabía si era producto del alcohol, pero cada vez me resultaba más atractiva. La observaba como si no pudiese obtener más de ella. La manera en la que acomodaba su cabello hacia un costado, liberando la piel cremosa de su cuello.
—Vas a perder tu dinero. —susurre.
—Siempre puedo conseguir más... —la expresión seductora que me dedico me erizo todos los vellos del cuerpo —, además, el veintidós es mi número de la suerte.
Fruncí el ceño.
—Pero has dicho que... —no pude continuar, porque al parecer, se le habia transformado en habito tapar mi boca con la palma. Ese simple toque logro que todo mi cuerpo se pusiese en alerta.
—Shh, cállate un poco. Tu negatividad inunda mi espacio.
—No lo lograras, nena. —asegure —. Son todos los números contra uno.
Ella se giró para mirarme desafiante.
— ¿Que apuestas? —pregunto.
—No te daré más alcohol, estas hipando otra vez. —sentencie, señalando como su cuerpo reaccionaba a las contracciones internas. Sus ojos, como dos piedras preciosas en color verde, brillaron.
—Se mas aventurero... apuesta algo grande.
Algo dentro de mí se alarmo. Quizá si era una caza fortunas y estaba cayendo como todo un imbécil por culpa de esas piernas kilométricas y ese cuerpo de ensueño.
—No te daré mi dinero.
Se tocó la barbilla, pensativa. No había manera que yo pudiese ceder algo de dinero de mi cuenta bancaria para pagar por sexo. No me hice rico regalándole billetes a mi libido.
—Si pierdo, nos iremos a tu habitación y tendremos tanto sexo que después de eso le tendrás tanta repulsión a las mujeres que te volverás gay. —dijo.
Un brillo de sudor frio cubrió mi frente por culpa de esa propuesta y la alternativa de, al fin, poner mis manos sobre ella. Me sentía un animal enjaulado, saboreando a mi víctima y a punto para liberarme y atacar. Esa mujer sacaba mi instinto más salvaje.
— ¿Y si ganas? —indague.
—Viviremos toda la experiencia de las vegas. —remarco —. Strippers, prostitutas, sexo casual, matrimonio.
Abrí los ojos, estupefacto.
— ¿Matrimonio? —mi sorpresa fue tan visible que no pudo evitar reírse a costa mía.
—Tranquilo, cariño. —palmeo mi mejilla tres veces —. Es falso, más como un ritual.
Me quede un segundo pensando si lo que decía era cierto. Estaba seguro que uno podía validar un matrimonio en Las Vegas, por lo que su información era falsa. Por otro lado, también estaba seguro que perdería los cuatro mil dólares de una sentada y seria yo quien sacaría provecho a esta noche, deleitándome con su cuerpo.
—Es una propuesta muy interesante. —levante mi mano y ella la apretó con la suya, sellando el trato —. Acepto.
—A mí también me gustaría participar en la apuesta. —comento una voz ronca.
Nos volteamos y un hombre bastante anciano observaba a la rubia de manera tan lasciva que me provoco ira. Parecía como si quisiera comérsela de un bocado. No, no. Ese bocadito es mío.
— ¿Tienes seguro de vida, imbécil? Porque cuando te asesine por coquetear con mi chica, espero que tu familia reciba algo de dinero.
El idiota levanto las manos.
—Oh, no sabía que la hermosa chica estaba contigo.
—Es mi hermano. —Respondió ella, dándole un sorbo a su bebida —. Tenemos una relación incestuosa. Como Cersei y Jamie Lannister, pero en este caso tomamos conciencia del uso de condón. —aclaro, mientras el rostro del hombre se deformaba por el desagrado —. No queremos hijos con déficit de cromosomas.
A esta altura, ya me había acostumbrado a sus fabulas con respecto a lo que le decía a las personas de nuestra relación. La supuesta hija de Pablo Escobar, líder de un cartel narco, había pasado de ser mi ebria y sexy cuñada a una hermana atractiva con la cual pecaba hasta irme al infierno. Y todo eso sin haber tocado un cabello de su cabeza; en el momento que me la follara no sabía que podía llegar a inventar de mí.
Porque me la iba a follar con tantas ganas que le costaría una semana recuperarse.
—Te agrada espantar a las personas, ¿cierto? —pregunte.
Sus labios se curvaron en una sonrisa.
— ¿Se nota mucho?
Juliet posiciono todas sus fichas en su "numero de la suerte" y el croupier giro la ruleta. Mi corazón se desboco cuando la pequeña esfera se detuvo y todos se voltearon a mirar a la rubia que me acompañaba.
Negro, veintidós.
— ¡oh, por Dios! ¡Gane!— exclamo sorprendida.
Oh, por dios... gano.
Mi mandíbula se desencajo. De todos los números posibles... ¿tenía que salir ese? El corazón me latió acelerado.
Debía pagar la maldita apuesta.
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Continuará...
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