| 44 | Experimentando Nuevas Sensaciones
Desde que había llegado a Rhode Island me había dado cuenta que mi familia toda la vida había estado compuesta de un grupo reducido de tres personas. Mi padre no tenía relaciones personales con su hermana, por lo que yo misma había tenido que establecer una relación con ella cuando llegue a la adolescencia y necesite una figura femenina que me orientara en la vida.
Leighton Romanov detestaba a Lara Simmons, se guardaba siempre los comentarios desagradables que tenía sobre su persona en mi presencia, pero rara vez los exponía un poco camuflados en la conversación. Solía decir que era calculadora, maliciosa y egoísta. Si bien había pasado toda mi vida con mi madre, no lo había interpretado jamás de esa forma. Para los niños pequeños sus padres son héroes, no importa como se comporten.
Lara era hija única y suponía que su falta de amor y de atención quizá podía deberse a ello. No tenía amigas verdaderas. No como la madre de Stephen, quien aún fallecida la recordaban con amor y admiración.
No quería sentir envidia por lo que el tatuado tenía en su vida y no apreciaba, tampoco me parecía amable mencionarlo ya que habíamos venido aquí solo porque yo lo necesitaba. Aunque algo de mi me decía que él también necesitaba estar cerca de los suyos.
Y como para que no... todos era demasiado agradables.
Observe a Stephen, quien me guiaba de la mano hacia el interior de una especie de deposito en la parte trasera de la casa. No pude evitar sonreír, era muy guapo, sus ojos era cálidos y profundos, ni hablar de su cuerpo. Si fuese que Howard Stark realmente hubiese existido, estaría segura que uno de los sueros del capitán America había sido experimentado en Stephen.
Era jodidamente Perfecto.
La alegría se notaba en su rostro. Me guío hasta un sector donde una lona cubría una enorme montaña de lo que fuese que hubiera allí debajo. Cuando la quito, una motocicleta apareció. Aunque eso no era una motocicleta común, era un maldito monstruo gigante en color negro.
—Te presentó a mi bebe —dijo orgulloso, mientras buscaba algo para sacudir el polvo que cubría al imponente aparato.
—Creía que el Aston Martin era tu bebé.
—También lo es —explicó, concentrado en el trabajo de hacerla funcionar —. Ambos son mis bebes.
Cuando termino de acicalarla, la motocicleta brillaba, tanto que parecía sacada de las películas de Vin Diésel. Era negra, reluciente y muy atractiva, casi tan atractiva como su dueño. Por mi cabeza se pasó la leve sospecha que en algún momento de mi corta vida había visto una igual.
—Vaya, es muy hermosa. —dije, tocando el asiento de cuero casi impoluto —. ¿Qué modelo es? Me parece haber visto una similar alguna vez.
Negó con la cabeza.
—Imposible. Es una Bajaj Rouser de colección. Un modelo exclusivo de edición limitada. Cameron me la regalo cuando cumplí dieciocho.
—Entonces me habré confundido.
—Seguramente... —expreso colocando gasolina en ella. Luego se subió y la encendió, aturdiendo todo el lugar con el rugido de la motocicleta —. ¿Damos una vuelta?
Sonreí. No podía decirle que no a un hombre tan atractivo en una motocicleta tan sexy, pero mi vestido corto, los zapatos de tacón y la falta de ropa interior seguía siendo un impedimento.
—Me encantaría, pero... no llevo bragas y el que las tiene aún no me las ha devuelto. —reclame. El se volvió hacia mi, cayendo en cuenta que aún poseía algo mío —. Además, no es que tenga una vestimenta adecuada para andar en motocicleta en pleno invierno.
—Tienes razón, mejor vamos a buscarte vestimenta adecuada —escarbó en su bolsillo, sacó la pequeña tela de mis bragas y estiró las manos para dármelas —. Aquí tienes, pervertida.
Se la quite de las manos y me la coloqué frente a su mirada expectante. Luego, me guío por la habitación hacia el exterior y nuevamente el frío hizo tanto estragos en mi cuerpo que el sweater enorme de Annie no lo pudo amortiguar. Corrí prácticamente al automóvil y me refugié en la calefacción de su interior.
Stephen condujo su Aston Martin por la ciudad, ganándose las miradas de varios transeúntes que observaban con admiración el hermoso y costoso vehículo. Se detuvo en un pequeño centro comercial en la calle principal que para mí sorpresa se encontraba abierto incluso siendo día festivo.
Cuando bajamos, varias personas me saludaron, deseándome un feliz comienzo de año como si realmente me conocieran. Todo era tan diferente a Manhattan, las personas iban caminando tranquilas, con sonrisas en sus rostros y buenos deseos para todo el que cruzaban a su paso.
A comparación de ellos, yo era como un grinch rubio que vestía Prada perdido en North Providence.
— ¿No se supone que es día festivo?
—Si, pero por la tarde la mayoría de los lugares permanecen abiertos. Es economía local, cariño.
Tomo mi mano y caminó conmigo, mirando curioso el lugar. Apostaba mi vida a qué la ciudad había cambiado bastante a la última vez que él la había visitado.
El centro comercial era bastante reducido en tamaño, solo tenía dos niveles por lo cual parecía estar abarrotado de personas. Caminamos unos metros hasta encontrar lo que habíamos venido a buscar.
La pequeña tienda de Louisa estaba surtida de variados modelos de prendas. Era muy moderna a comparación de las otras tiendas que había visto en el complejo, los colores claros predominaban en la decoración y el exceso de luces casi te cegaba.
En los abarrotados percheros podías encontrar desde vestidos de fiesta hasta sacos y pantalones de mezclilla. En uno de los rincones, había un sector de zapatos, carteras, ropa interior y bisutería. Era como una especie de Bloomingsdale's pero de la cuarta parte de su tamaño.
La empleada del lugar se acercó y lo primero que hizo fue repasar al tatuado con la vista. Sus mejillas se sonrojaron cuando noto que yo estaba junto a él.
— ¿Puedo ayudarlos en algo? —dijo, recuperando la compostura con una sonrisa cautivadora dedicada especialmente a Stephen.
—Mi novia necesita ropa de abrigo. —espeto él con seriedad. A esta altura ya no me molestaba en aclarar que no era su novia.
—Oh, sí. Claro... por aquí.
La expresión de la morena que atendía la tienda cambió, ya no era tan coqueta. Su esperanza de poder follarse a Stephen en uno de los cambiadores se había esfumado desde el momento que mencionó la palabra «novia». Me llevo hacia un sector donde encontré variedad de prendas de mi talle y mi rostro demostró una sorpresa inédita cuando tomé la etiqueta y divisé el costo del pantalón.
— ¿Que sucede? —preguntó Stephen, alarmado por mi reacción.
— ¿Cinco dólares? —exclame, ahogándome con mi propia saliva —. ¿Cinco dólares un jean?
El tatuado sonrió de manera seductora.
—Es Rhode Island. En Nueva York los precios están inflados.
—Este vestido me costó mil quinientos y no te dire cuanto me costaron los zapatos, pero podría comprar casi toda la tienda —exclamé.
Tomé una chaqueta que seguramente en mi vida usaría, pero que la circunstancia ameritaba comprar ya que solo costaba solo cinco dólares. Cinco jodidos dólares. Stephen me observo y puso los ojos en blanco.
—Jess, solo lleva lo necesario.
— ¡Cállate! —respondí —. ¡Todo es necesario si vale cinco dólares!
Comencé a llenarme de pantalones y camisetas mientras Stephen se reía de mis expresiones de sorpresa y tecleaba en su celular, negando con la cabeza. El no lo comprendía, y yo me sentía un niño en dulcería. Mientras le mostraba algunas de las prendas que había elegido, una mujer nos irrumpió.
— ¿Stephen?
La castaña de piel blanca, lindas facciones y enormes ojos negros lo observaba con admiración. Prácticamente se lo estaba comiendo con la mirada. Siempre lo tomaba bien, me gustaba tener el control y sentir que podía hacer lo que quisiera con el cuerpo del tatuado y ellas no podrían evitarlo. Me gustaba provocarlas, darles la esperanzas de poder tenerlo y después arrebatárselas en tan solo un segundo, pero esta vez era diferente. Ella no me agradaba.
Llamémoslo sexto sentido, cuestión de piel o como jodido sea... algo no me gustaba.
Sostenía varias prendas en su mano y pude darle una repasada a su anatomía mientras se babeaba por Stephen. Era atractiva, aun cuando vistiera de forma algo ridícula. Se acercó y saludó al tatuado con un beso en la mejilla. El mantuvo la expresión seria que tenía desde que habíamos ingresado al local.
— ¿Cómo has estado, Terry? —preguntó el tatuado casi por obligación.
¿Terry? ¿En serio?
El diminuto chihuahua de la hermana de Mackenzie se llamaba Terry. Nadie en esta jodida vida se podía tomar en serio si su nombre era el mismo que el de un chihuahua.
—Bien, ¿A qué se debe este milagro? —indagó la mujer con una sonrisa que mostraba todos esos dientes que en unos instantes perdería si le seguía coqueteando de esa manera.
—He venido a visitar a mis tíos. —explicó el tatuado. Se giro hacia mi para señalarme —. Ella es...
—Tu novia, lo sé —interrumpió, observándome detalladamente, perdiendo su vista en mis tacones —. Los he visto en internet... —tendió su mano hacia mí —. Terry Carlson, una vieja amiga de Stephen.
¿Vieja amiga? ¡Si, claro!
—Jessica Romanov, su nueva amiga —me mofé apretando con fuerza.
La joven ladeó la cabeza. Sus ojos negros brillantes me escrutaron con curiosidad.
—Tengo una duda... ¿Por qué es Romanov? —preguntó. ¿De verdad me estaba preguntando por qué mi apellido familiar era... mi apellido? —. Digo, pertenece a un legado de la Rusia imperial y ellos suelen agregar la A al final cuando tienen hijas mujeres —comentó con seriedad, queriendo parecer más lista de lo que era.
Tuve que reprimir las ganas de poner los ojos en blanco y la expresión de fastidio que amenazaba con salir. Quizá creía que era la típica rubia neoyorquina ignorante y tonta, que no salía de Chanel y Louis Vuitton. Aunque mi apariencia lo secundara y mis zapatos valieran más que su vida en este momento, de tonta no tenía un pelo, y de ignorante menos.
—Estas en lo cierto con tu pequeña lección de historia, cariño —le dediqué una sonrisa, una falsa sonrisa que haría sentir orgullosa a mi madre por aprender sus tácticas —. No soy rusa, soy de aquí. Esa regla solo aplica a ellos, en Estados Unidos no, a no ser que tus padres lo prefieran.
—Oh, claro. No lo pensé así.
— ¿Escuchaste? —dije, golpeando al tatuado suavemente en el abdomen —. ¡No lo pensó así!
Stephen observo mi comportamiento algo contrariado. Pude deducir que mi comentario la ofendió, porque su expresión cambió, sus mejillas enrojecieron y la seriedad inundó su rostro. Hizo un movimiento con la cabeza.
—Me alegro haberte conocido, Jessica. —exclamo, con intenciones de terminar la conversación y volver con su amiga, quien había quedado plantada en un rincón —. Espero volver a verte, Stephen.
«Sobre mi cadaver» pensé.
Odiaba ese sentimiento que estaba transitando. No podían ser celos, ¡claro que no!
Un montón de preguntas me invadieron.
¿Será que solo eran amigos? ¿Había tenido sexo con ella? ¿Sabía lo salvaje y experimentado que era en la cama?
Cuando se retiró hacia otro sector, todavía podía sentir su mirada clavada en mi.
—Parece que el acosador tiene su propia acosadora personal —dije, señalando con la cabeza en dirección a la joven con nombre de mascota.
— ¿Celosa? —Se agachó un poco para mirarme a los ojos y sonrió con malicia. Mi estómago se contrajo de golpe.
— ¿De tu «vieja amiga»? —me volví hacia él de mala gana —. No, claro que no. Es atractiva, pero tiene nombre de perro.
¿Quien le colocaba Terry a su hija? Únicamente alguien que la odiaba desde que estaba en el útero de su madre. Ni siquiera Lara se hubiese atrevido a tanto, y eso que se había acostado con mi ex novio.
—Y ahí están los celos... —volvió a decir.
Inspire profundo, intentando acallar las voces en mi cabeza que me decían: ¡golpéalo!
Ingrese al vestidor molesta, colocándome con desagrado los jeans de cinco dólares y una camiseta de mangas largas en color azul. Cuando salí su mirada repaso mi anatomía y me sonroje, sabiendo exactamente lo que estaba pasando por su cabeza. No tenía que ver con tener ropa puesta.
Elegí unos zapatos del aparador y casi grité al descubrir el valor. ¡Era ilógico! ¡Me habían estafado la mayor parte de mi vida!
La "vieja amiga" de Stephen, quien seguía merodeando en la tienda, pago lo que había comprado y salió por la puerta, no sin antes saludar con la mano al tatuado. Este solo hizo un movimiento con la cabeza, y luego se volteó a ver mi expresión. Estaba disfrutándolo.
—Cambia esa cara, celosa.
— ¿Por qué insistes en creer que estoy celosa? —replique entre dientes —. ¡Solo he hecho una observación y tú sabes bien que Terry es nombre de perro!
—Insisto en decirlo porque tú insistes en negarlo.
—Cállate. ¿Y bien...? —pregunte, esperando que me dijera quien era ella, pero en vez de eso lanzo una molesta carcajada que logro ofuscarme más de la cuenta —. ¿Qué te causa gracia? —masculle.
—No deberías sentir celos, ella no me intereso ni me interesara nunca.
Me aparte irritada.
— ¡Que no estoy celosa, maldición!
— ¿Y por qué tantas preguntas? —su voz ronca y seductora erizo todos los vellos de mi piel.
—Quizá ella me atrae. Podríamos repetir lo de Cheryl Hamilton, pero esta vez me asegurare de hacerte comprender lo que es un ménage à trois —replique. Su expresión cambio drásticamente, como si quisiera asesinarme lenta y dolorosamente. Esta vez fui yo quien lanzo una carcajada —. ¿Quién es el celoso ahora?
Arrugo un poco el ceño, tomando lo que tenía en las manos para llevarlo al mostrador y abonar las prendas. En el juego de los celos era algo con lo que siempre ganaría, Stephen era tan primitivo en ese sentido que nunca podría ocultar los celos.
❤︎❤︎❤︎
Annie estaba muy contenta de tenernos en su hogar, tanto que no se limitaba cuando le apetecía abrazarnos. No estaba acostumbrada a tantas demostraciones de afecto, mi padre nunca había sido muy amoroso y mi madre... bueno, sin palabras para ella. Markus Simmons y Agatha Summers eran las únicas personas que siempre habían intentado demostrarme su amor con pequeños detalles... pero uno había fallecido y la otra cuidaba a su hijo, al que yo había dejado en coma.
— ¿Acaso han comprado todo el mercado? —preguntó Annie cuando nos vio llegar con la exagerada cantidad de bolsas —. ¡El señor Hank habrá hecho la venta del año con ustedes!
— ¡Deberías enseñarle a tu sobrino a hacer las compras! —reclame, sopesando —. ¡Tomo todo lo del estante sin mirar!
— ¡No es mi culpa no tener tiempo para ir al mercado porque soy un empresario muy prestigioso de Nueva York!
Mordí mi labio inferior y negué con la cabeza. Cuando quería el ego se le iba por las nubes.
— ¡Eres todo un mimado!
— ¡Lo dice la rubia caprichosa que se emociona por jeans de cinco dólares! —dijo, enarcando una ceja.
— ¡Está rubia caprichosa va a patearte el culo, así que camina! —amenacé.
Annie lanzó una carcajada y se acercó para ayudarme con las bolsas de las compras. Cuando coloco todo sobre la isla de la cocina, volvió a abrazarme gustosa. Ya estaba mal acostumbrándome a aquello.
—Les prepararé una cena especial —dijo, emocionada.
—No, Annie. Hoy nos toca a nosotros preparar la cena —repliqué. El rostro de Stephen se deformo, no tenía intensiones de tocar un solo cucharón. Me giré hacia él —. Cálmate, cariño. Lo haré yo porque si cocinas tú, moriremos intoxicados. —suspiró relajado y se sentó en el taburete —. No te acomodes tanto, deberías ayudar a Annie a acomodar las compras mientras yo me doy una ducha y luego me ayudarás a cocinar.
— ¿Que soy ahora... un ayudante? —preguntó y ambas asentimos y suspiró —. Debí haberme quedado en Manhattan...
Stephen me llevo hacia una de las habitaciones de la planta superior y sonreí al ingresar a ella. Era la típica habitación de un adolescente. Posters de motocicletas en las pareces, fotografías adornando el lugar, una portátil antigua sobre el escritorio. Todo estaba intacto, como si nunca se hubiese ido de aquí.
Un dolor profundo en el pecho me atravesó. Cuando me fui de casa, Lara había convertido mi habitación en su gimnasio personal, y el gimnasio que ya poseía, en un sauna. No había esperado siquiera a que me adaptara a mi nuevo hogar.
Dejó las bolsas de ropa sobre la cama y atendió el llamado de Annie, no sin antes señalarme el cuarto de baño. Necesitaba darme un buen baño, de esos que te pasas más de media hora en inmersión, pero no quería tardar tanto ya que había propuesto que haría la cena.
Me relajé debajo del chorro de agua caliente, disfrutando del momento e intentando no pensar en las razones por las que me encontraba aquí, realmente estaba pasándola bien después de aquel incidente en la estúpida fiesta. Mi mente por un largo rato se quedó en blanco, gozando el agua caliente recorrer mi piel.
Cuando baje ya cambiada, Stephen se encontraba en la cocina hablando por teléfono con su mejor amigo. Cameron, Louisa y Annie estaban en la sala conversando muy animadamente. Al verme con la ropa de su tienda puesta, Louisa sonrió.
— ¿Estas listo? —le pregunté al tatuado cuando ingrese a la cocina.
— ¿Listo para que? —su ceño se frunció —. Dios, dime que no hablabas en serio...
— ¡Claro que lo hacía!
Comencé cortando las verduras, mientras instruía al tatuado como debía hacer la mezcla para la masa que tendría la lasaña. Su expresión sería y disgustada era de película, pero aún así, respondía a lo que le decía sin chistar. Después de varios intentos, se dio por vencido fácilmente, dejándome a mi con todo el trabajo. Amaba cocinar, Agatha me había enseñado todos y cada uno de sus trucos.
Como no logró ayudarme con la cena, obligue al tatuado a preparar la mesa. Era gracioso ver los rostros de su familia cuando notaban cómo obedecía, como si no pudiesen entenderlo. Cameron había traído varías botellas de vino para acompañar mi lasaña. Se solía decir que los escritores bebían bastante y eso hacía volar su imaginación. Bueno, Cameron Brenton no era la excepción a esa regla.
—Oh dios, ¡esto está exquisito! —exclamó Annie, observándome como si fuese de otro planeta.
—Súper lista, con dinero, hermosa y que sabe cocinar... —enumeró Cameron —. Deberías aferrarte lo más que puedas, campeón. No hay muchas así.
Stephen entrecerró los ojos.
— ¡Gracias por el consejo! —ironizó, girándose para clavar sus iris azules en mi —. ¿Donde has aprendido? Siempre te veo comer cosas simples.
Evitaba cocinar a no ser que tuviese ánimos, cosa que no sucedía frecuentemente, ya que terminaba sumergida en la depresión al recordar los momentos que pasamos Scott y yo en la cocina de Agatha.
—Cualquier cosa se aprende hoy en día gracias a YouTube, Stephen —mentí.
—Deberías enseñarle a tu novio para que al menos pueda hacer un café decente —propuso su padrino —. Si no fuese por Meryl, estaría frito.
Stephen refunfuñó.
— ¡Ey! ¡Si se hacer café! —se defendió.
— ¿Nunca has estado en North Providence? —me preguntó Louisa, tomando un sorbo de su copa de vino.
—Solía usar la misma carretera para ir a Boston, pero no sabía que este lugar era tan hermoso.
Stephen frunció el ceño. No comprendía el porqué, pero parecía estar molesto por mi comentario.
—Deberías venir en verano —agregó Annie —. Se realiza el Fall Festival y es hermoso.
— ¡Amo el Fall Festival! —la voz de Louisa salió aguda y alegre.
Hacía rato una pregunta rondaba en mi cabeza. Cuando Annie se levanto para retirar la vajilla sucia de la mesa, no dude en hacerla.
— ¿Ustedes viven aquí... con Annie?
—No, vivimos en el centro de la ciudad. Venimos varios días al mes aquí para hacerle compañía. —exclamó Louisa, con esa sonrisa característica que ya debería haber patentado —. Annie es muy retraída, no le gusta alejarse de casa.
—Dímelo a mi, años intentando que vuelva a Nueva York conmigo —se quejó Stephen.
Me sorprendí. Debía ser bastante solitario vivir en una casa tan enorme teniendo a tu sobrino tan lejos.
—Quizá solo necesite una motivación —pensé en voz alta. Cameron sonrió, observándome con expresión burlona.
—La única forma que podría acompañarlos a Nueva York es que Stephen o Lucka tuviesen hijos —espetó.
Me ahogué con mi propia saliva cuando las miradas de los presentes se posaron en mi. Stephen palmeó mi espalda, con una sonrisa irónica. Sabía lo que yo pensaba de los niños pero aún así, se divertía con mi turbación y reticencia al tema.
Bien, Jessica... este es el momento de desmayarte y fingir demencia.
— ¿Postre?
Annie apareció con una gran bandeja con tazas y un plato repleto de brownies.
Genial, fui salvada por la campana.
❤︎❤︎❤︎
Menage a trois: Terminó que describe un acuerdo doméstico para mantener relaciones sexuales de a tres y formar un hogar.
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¡Nos leemos pronto!
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