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| 35 | Chantaje Emocional




Desperté con el escozor de un buen golpe en mi mejilla izquierda. Abrí los ojos desorientado y allí estaba ella... despeinada, somnolienta y con intenciones de seguir golpeándome.

— ¡¿Te volviste completamente loca?! —grite al reincorporarme —. ¡No se despierta así a las personas!

— ¡Lo mereces, imbécil! Te dije que quería espacio, no sé en qué momento me has pasado de habitación.

Podía sentir el mal humor desprenderse de sus poros. Con brusquedad se quitó las sábanas de encima y camino hacia su maleta, la cual yo mismo había traído hasta aquí, dejando ver el hermoso cuerpo de diosa que poseía cubierto únicamente por ropa interior de encaje negro.

La noche anterior fue toda una travesía el haberla obligado a asistir a mi casa y solo lo había conseguido gracias a su mejor amiga, quien con la excusa del estudio me facilito la tarea. Sabía que no iba a ser algo simple el salirme con la mía ya que al pisar el suelo de mi sala exigió dormir en una habitación lo mal lejos de mi posible y ni siquiera tuvo deseos de cenar.

Tenía un carácter autoritario que lograba sacarme de mis casillas pero que a la vez me encantaba, por lo que no puse ningún tipo de objeción y la guie hacia una de las habitaciones de huéspedes al final del pasillo. No podía pegar un ojo de solo pensar que estaba a unos metros de mí, necesitaba el calor de su cuerpo a mi lado, entonces espere a que se durmiera profundamente para ir a buscarla.

Había notado que Jessica solía sufrir de insomnio, le costaba demasiado dormir pero cuando lo hacía ni una manada de rinocerontes marchando a su lado lograba despertarla.

—Te veías incomoda —dije desperezándome —. ¡No vuelvas a hacerme eso, un día vas a matarme de un paro cardiaco!

— ¿Tienes problemas del corazón? —preguntó con arrogancia y negué con la cabeza —. Hay muy pocas probabilidades entonces que mueras de eso, Stephen.

Iba a comentarle que en un mes se harían doce años desde que mi madre había fallecido por esa razón, pero no quería ver esa expresión que suele poner el resto cuando hablo de ella.

— ¿No deberíamos irnos temprano? ¿Cuál es el horario de la primera reunión?

—Creo que a las tres —me levante de la cama sintiendo su mirada clavada en mi torso desnudo —. Pediré que tengan listo el jet.

Frunció el ceño y apretó los labios.

—Eres tan niño rico que das ira —recriminó.

—No soy yo quien tiene una maleta Louis Voutton de cinco mil dólares, cariño. —respondí con sorna.

Puso los ojos en blanco y emitió un sonido de fastidio. Así eran las mañanas con Jessica, su humor fluctuaba de la misma forma que lo hacía el clima en otoño.

— ¡Ha sido un regalo!

— ¿De quién? —pregunté curioso.

—No te incumbe —espetó y mi rostro perdió la sonrisa —. ¡Deja ya tus escenitas de controlador que no eres mi padre!

❤︎❤︎❤︎

Fingió estar dormida todo el viaje desde que salimos de Nueva York hasta llegar a destino con tal de no entablar conversaciones conmigo. Al pisar la tierra Miamense el aire cálido nos dio la bienvenida y pude ver como el mal humor de Jessica se había disipado por completo.

No era de mis lugares favoritos pero sin dudas estaba repleto de buena energía y personas amables. La rubia tenía una sonrisa que iluminaba aún más su bello rostro y no pude evitar observarla como un tonto mientras nos dirigíamos hacia el lujoso apartamento que había rentado para nosotros.

—Deberías darme los itinerarios de las reuniones que tendremos hoy y mañana —ordenó al bajar del automóvil mientras el chofer sacaba su maleta del portaequipaje —. Tu secretaria no me ha enviado nada. Deberías despedirla, siempre tiene algún problema.

—Está pasando por problemas personales, Jessica. Tiene un hijo luchando por salir de las adicciones y un ex marido que no le da ni un solo centavo, es comprensible —, su mirada adquirió un semblante diferente, como si se sintiese culpable —. Además, no hay ningún itinerario esta vez.

Caminé tranquilamente como si nada, aunque sabía que ni bien dijera una palabra de los planes que tenía se libraría la tercera guerra mundial.

—El golpe que te he dado sí que te hizo mal, Stephen. No es posible que no hayas hecho un cronograma con las reuniones que tendremos.

—No habrá reuniones. Fue una excusa para sacarte de la ciudad y que pudieses tomarte unos días. —exprese y pude ver como su rostro volvía al estado inicial de esta mañana: el del mismísimo Lucifer —.Sabía que si te lo proponía pondrías esa expresión y dirías que no, no me quedo otra alternativa que mentir.

— ¿Vittorio está enterado de esto? —preguntó, ahogándose en su propio fastidio.

Después de lo que sucedió con su secretaria, el presidente de Sky Corporation no objetaba ninguna de mis indicaciones o recomendaciones, suponía que el miedo y la incertidumbre le carcomían la conciencia. Debía tener miedo, solo esperaba que Sienna se decidiera a denunciarlo y lo aplastaría como una maldita cucaracha.

— ¡Claro que lo sabe! —respondí —. No puso ningún tipo de objeción mientras nos mantengamos perfil bajo.

—Sacar a una persona de un estado a otro a base de engaños ¡es delito! —cruzó los brazos y tuve que reprimir una sonrisa para no enfadarla aún más. Cuando hacía eso parecía una niña pequeña y caprichosa en cuerpo de mujer —. ¡Has perdido completamente la razón! ¡Te daré el número de mi loquero para que acomode tus ideas urgentemente!

—Solo deseaba pasar un momento contigo sin interrupciones. Sin Nicolae Maximoff, ni amantes lesbianas, sin tensión... solo nosotros dos —la tomé de la cintura, acercándola a mí —. ¿Puede ser posible eso?

Entendía que lo que había hecho no estaba bien, pero cuando se trataba de Jessica era capaz de hacer hasta lo imposible por retenerla al menos unos minutos más a mi lado.
Su mirada se dulcifico de a poco y supe que estaba cediendo, pero una voz gruesa llamo su atención obligándome a mirar en su dirección y el rostro de mi acompañante se iluminó de repente.

El hombre rubio, alto y corpulento, de vestimenta elegante que se encontraba frente a nosotros emitió una sonrisa al cruzar miradas con la única mujer que lograba ponerme loco de celos.

— ¿Jessica?

—Oh, por el amor de Dior... ¡Ethan!

Y cuando pensaba que mi maldita suerte podía cambiar... Ethan Hamilton apareció en escena. Quizá la rubia tenía razón y la suerte no existía, no era posible tanta desgracia.

A su lado y con su mano entrelazada a la de él, lo acompañaba una morena de largo cabello castaño con un exuberante vestido en color crema que no dejaba nada a la imaginación. Cuando la mujer me observo me pareció reconocerla pero no podía descifrar de qué lugar.

— ¿Por qué no me has dicho que vendrías? —se soltó del agarre de la morena y la abrazó con fuerza.

—Salió de imprevisto —dijo ella aún con una sonrisa en el rostro. Quería asesinar al hombre que la observaba con algo similar a la devoción pero me contuve para no hacerles pasar un mal rato a causa de mi actitud cavernícola.

— ¿Tú qué haces aquí? —exclamó Jess sin dejar de sonreírle —. ¿Te has mudado?

—No, lo siento, he sido descortés —Ethan Hamilton se alejó y señaló a su acompañante —. Ella es Alessia, mi... —le hecho una mirada de soslayo. La morena frunció el ceño y el suspiro—. Mi amiga. Justamente vive en el edificio.

Le sucedía lo mismo que a mi, una mujer hermosa que no quería etiquetas ni relaciones formales. Por un segundo sentí empatía, pero eso se me acabó al recordar que sus manos estuvieron en algún momento sobre la rubia.

—Mucho gusto, Alessia —exclamó Jessica con amabilidad, entrecerrando los ojos —.Tu rostro me resulta familiar... ¿eres modelo o algo similar?

—No, no soy modelo... soy escort profesional —explicó con total soltura ganándose la mirada de sorpresa de todos los presentes —. Te resultó familiar porque estuve en tu noche de bodas en el Bellagio de las Vegas.

Los ojos de Ethan  se abrieron casi como si fuesen a salirse de sus órbitas y no pude evitar sentir algo de satisfacción ante la declaración de la tal Alessia, porque aquello significaba que tendría bien en claro cuál era mi posición en esta historia.

— ¿Noche de bodas? —pregunto casi atragantándose con su propia saliva —. Jessica, ¿te has casado?

— ¿Qué? ¡No! —gritó casi por inercia. Estuve a punto de interrumpir pero corrigió aquello —. Bueno, sí, pero es complicado —busco las palabras en su cabeza para explicar semejante exposición pero al no encontrarlas, al fin me presento —. Él es Stephen...

—Con quien contrajo matrimonio en las Vegas —, agregué para que lo tuviese presente, ganándome la mirada de odio de la rubia.

Le di un apretón de manos con la suficiente fuerza como para que quedara advertido. Jessica era mía y ese niño bonito no podría arrebatármela. El solo sonrió, mostrando todos los dientes y se alejó colocando una mano en la cintura de la morena. Había captado la indirecta.

—Te felicito, ¡has logrado un milagro! —exclamó dedicándome una media sonrisa. Parecía amable, si no estuviese al tanto de la relación que han tenido en el pasado quizá hasta podría caerme en gracia.

— ¡Oye! —gruñó Jessica.

—Me alegra que hayas sentado cabeza, cariño. Deberíamos quedar para cenar. —aclare mi garganta dejando entrever que seguía allí —. Los cuatro, claro.

Podía soportar que la llamara «cariño» y eso que me estaba hirviendo la sangre en las venas de solo oírlo, pero que estuviese a solas con ella... ¡No! no había forma que cediera en eso.

El hijastro de Cheryl se despidió, no sin antes darle un abrazo que me pareció una eternidad y hacerle prometer a Jessica que al menos tomaríamos una copa con él,  y digo tomaríamos porque literalmente me impuse; mientras la morena de profesión tan peculiar observaba indiferente a los transeúntes pasar.

¿No le daban celos? El novio intentaba quedar con una ex novia y ella estaba allí parada, como si nada. Quizá el hecho de que fuese trabajadora sexual le restaba la capacidad de poder reclamarle alguna cosa.

Cuando desaparecieron al fin, subimos hasta el apartamento. Lo había pedido espacioso y moderno y por suerte para mi esta vez, Susan no se había equivocado. De colores neutros, bastante lujoso, las paredes decoradas con exclusivas obras de arte italianas y una amplia cocina completamente equipada que por obvias razones se mantendría en las mismas condiciones que se encontraba ya que no pasaba por mi mente prender las estufas ni siquiera para hacer café.

Caminé hacia la habitación, donde la cama colosal ocupaba gran parte del espacio e intenté acomodar mi maleta en el vestidor. Jessica me siguió con una sonrisa.

— ¿Hemos tenido prostitutas en nuestra noche de bodas? —preguntó para luego depositar sus seductores labios en la botella de agua con algo de lascivia en su mirada.

—No lo recuerdo, estaba demasiado ebrio —confesé —. Conociéndote lo más probable es que tú hayas llamado algunas.

—Pienso igual que tú, seguramente haya sido yo —se arrojó a la cama lanzando un suspiro —. Pierdo la cabeza cuando estoy ebria y me vuelvo una sexópata sin control.

No pude evitar sonreír.

—No solo cuando estas ebria. —me posicione delante de la cama, observándola detalladamente mientras su mirada estaba puesta en el techo de la habitación, pensativa —. ¿Qué es lo primero que quieres hacer? —pregunte.

— ¿Tienes algo en mente?

Se reincorporo hasta quedar sentada a la altura justa como para que todos mis sentidos se viesen vulnerados y el cerebro me proyectara imágenes no aptas para menores de lo que podría hacer con ella.

—Tengo muchas cosas en mente pero tú elegirás lo que haremos esta noche —concedí.

—Podríamos ir a un bar de strippers, ¿qué te parece? —propuso.

Entrecerré los ojos. No había manera de que eso pase mientras estuviese conmigo. No iba a compartirla.

— ¿¡Pero que...!? —masculle con rabia —. ¡Claro que no!

—Deja de fruncir el ceño de esa manera, te arrugarás más rápido —aseguró con tranquilidad. Esa tranquilidad que a mi me faltaba cuando hacía ese tipo de declaraciones —. No seas tan cuadrado, Stephen.

—A este paso y con todo lo que logras enloquecerme, tendré rostro de anciano en unos meses —espete con molestia —. La idea de traerte era que pudieras divertirte conmigo. Ni con Ethan Hamilton ni con strippers, solo conmigo.

La mirada desafiante a la que estaba acostumbrado volvió, pude vislumbrar como sus iris se volvieron de un verde más oscuro y una sonrisa perversa apareció en su bello rostro. Se quitó la chaqueta, tomo el celular y una canción comenzó a sonar por el altavoz de este.

—Bien, Stephen —dijo, cruzándose de brazos y ladeando la cabeza —. Comienza a divertirme.

— ¿Eh?

—No quieres ir a cenar con Ethan, tampoco llevarme a un bar de strippers... tendrás que hacerme un baile y quitarte tú la ropa por dinero —la voz le salió imperativa, como si hablara en serio. Hizo un ademán con la mano—. ¡Vamos, haz que valga la pena cada centavo!

Tenía que ser una puta broma.
¿Un baile? Dios me había creado con habilidad para realizar muchas cosas, pero el baile no era una de ellas. Un robot tenía más movimiento.

—Me conoces desnudo de memoria, Jessica —dije poniendo los ojos en blanco —. Lo único que hare con eso es el ridículo porque sabes bien que soy un bailarín horrible.

— ¡Pues entonces empieza a hacer el ridículo por dinero! —exclamó con una sonrisa traicionera.

— No lo hare —respondí tajante. Hizo una mueca, tomo su celular para apagar esa música de antro de bajo mundo y marco un numero dejándome desconcertado —. ¿Qué haces?

—Le marco a Ethan, quizá el si quiera complacerme —la malicia se reflejaba en sus palabras.

Jugaba con mis celos de la manera más vil.

— ¡Dame eso, maldita sea! —le quite el móvil con brusquedad y note que no estaba llamando, la pantalla aún seguía bloqueada —. ¡Eres una mentirosa!

Hizo una mueca divertida.

—No, pero es lo que tengo en mente. Yo que tu empezaría a desnudarme o la próxima sí le marcaré.

—¿A quién has salido tan manipuladora? —pregunté.

—Soy la combinación perfecta entre Lara Simmons y Vittorio Romanov... hubiese sido un milagro que no lo fuera —esbozó una sonrisa —. Basta de charla, ¡a bailar!

Exhale todo el aire de mis pulmones. No podía creer que estaba siendo chantajeado por esta rubia demonio malvada y perversa.
Me acerque quitándome la camiseta y arrojándosela en el rostro. Me desprendí de los pantalones, desechándolos lo más lejos posible de ella; no confiaba en el demonio rubio, era capaz de extorsionarme y darme azotes con mi propio cinturón de cuero.

Mi semblante se volvió pálido cuando note que iba en busca de ellos, pero solo reviso el bolsillo de estos y saco mi cartera. De ella obtuvo algunos billetes los que al volverse a mí, coloco en el elástico de mis bóxers.

— ¿Me pagaras con mi propio dinero? —pregunté asombrado —. ¡Esto es una estafa!

—Shhh... no tengo cambio —dijo sentándose nuevamente en la cama —. Continúa.

Tome sus manos, rozando con ellas mi torso desnudo hasta llegar a la ropa interior, la cual baje lentamente con ayuda de sus dedos mientras notaba como su respiración se volvía algo errática. La tomé de la cintura para elevarla a mi altura y sus piernas se enrollaron en mis caderas.

Jessica amaba tener el control, pero sucumbía rápidamente al mío.

— ¿Qué haces? —pregunto pasando las manos por mis hombros y tomándose fuerte para no terminar en el piso —. ¡Esto no era parte del trato, Stephen!

—Gratificación por gratificación, cariño. —me senté en el borde de la cama con ella a horcajadas analizándome confundida —. Te toca quitarte la ropa.

Emitió la sonrisa más sensual que pudieron haber visto mis ojos. Paulatinamente, fue desabrochando uno a uno los botones de su blusa, y el brasier de encaje en color blanco quedo a la vista.
No podía evitarlo, la mujer era fuego puro, ardiente y apasionada; despertaba los más pecaminosos deseos dentro de mí. Puse las manos en su cuello y acerque esos labios apetitosos hacia los míos para fundirnos en un beso posesivo.

Mientras sus manos tomaban mi cabello para atraerme más hacia ella, las mías bajaron hasta su trasero y apretaron con fuerza. Un gemido se le escapó de la garganta y eso fue suficiente para hacerme perder completamente la razón.

Arroje su cuerpo sobre la cama, le quite los jeans y las bragas con rapidez, mientras me observaba sorprendida. Ansiaba poseerla, demostrarle que no necesitaba un stripper o a Ethan Hamilton, que todo lo que le haría falta, yo se lo daría.

Tire las copas de su sujetador hacia abajo y contemplé su cuerpo desnudo. Sin dudas podría follarmela hasta perder la cabeza.

Era completamente adicto a ella.

Tomé posesión de su boca mientras me introducía en su interior, absorbiendo cada jadeo, cada vibración que salía de su garganta sin tener la voluntad de poder controlarlo.
Su piel tomaba temperatura con cada fricción de nuestros cuerpos en combustión, nos quemábamos mutuamente pero aún así, nos desesperábamos por consumirnos.

— ¡Más rápido! —pidió con voz ahogada y fue un detonante.

Envolví su cabello en mi puño y tire con fuerza mientras las embestidas se volvían más frenéticas.
Miles de sensaciones me recorrieron el cuerpo al escucharla gemir producto de un orgasmo arrollador que la hizo temblar y fue el detonante perfecto para dejarme alcanzar el climax que tanto anhelaba.

—Casi me dejas sin cabello. Iba a quedar como esas Barbies de segunda marca.

—Me encanta tu cabello —tomé un mechón entre mis dedos y sentí la suavidad de este.

—Mientras no me lo cortes y lo hagas perfume como Jean Baptiste Grenouille...

—¿De que hablas?

—El perfume —dijo y la observé sin entender a lo qué se refería—. Un clásico de la literatura. Deberías leer más, Stephen.

Exprese mi fastidio. Había leído lo suficiente en la universidad, quemándome las pestañas intentando ser el mejor de mi clase, ya estaba cansado de ello. No quería más libros, mucho menos de los que le gustaban a esta mujer tan desquiciada.

—No entiendo que tiene que ver cortar el cabello con hacer perfume. ¿Acaso los perfumes se hacen del cabello? —pregunté desconcertado.

No podía ser posible, eso era horrible. Jessica emitió una risita relajada.

— ¡Te regalaré el libro para que entiendas de que se trata!

—¿Vas a hacerme un regalo? —sonreí.

—Siéntete afortunado —expresó aparatándome para levantarse de la cama y caminar hacia el tocador —. ¡Te regalaré uno de mis favoritos!

—¿Puedo saber hacia dónde vas?

—Me daré una ducha. Me llevarás a cenar y después a tomar —aseguró.


Suspire. Mis planes esta noche eran una cena tranquila y reservada seguido por un paseo por la playa con las manos entrelazadas mientras el viento renovaba nuestras energías, no un lugar cerrado con música estruendosa lleno de personas sudadas y olorosas.

No me quedo otra que aceptar ir a una de las discotecas más exclusivas de South Beach, ya que ante mis negativas rotundas amenazo con dejarme en el apartamento e ir sin compañía.

Acomode el cuello de mi camisa mientras repasaba mi vestimenta en el espejo. Mi alma casi se cayo al piso cuando por detrás en el reflejo apareció Jessica, con un vestido que apenas cubría la piel de su cuerpo. Llevaba el cabello suelto con ondas, un maquillaje sutil y las mismas botas que tenía puestas el día de mi cumpleaños.

—¿No te alcanzo el dinero? —masculle, intentando no comportarme como un hombre posesivo sin éxito.

—¿Eh?

—¡A ese vestido le falta bastante tela! —asegure mientras intentaba bajárselo un poco más pero era imposible; si lo hacía se le verían todos los pechos —. ¡Maldición, Jessica! ¿No te alcanzo para el resto?

Me dio un golpe en el torso, apartándome para observarse mientras acomodaba su escote. A ese vestido le faltaban al menos cuarenta centímetros.

—Es así, idiota.

Negué con la cabeza, cruzando los brazos.

—No iras así —asegure —. ¡De ninguna manera!

Lanzó una carcajada fuerte, dejándome aún más cabreado de lo que ya estaba.

—Creo que me perdí la parte en la que debía pedirte permiso... —se colocó un brillo que resaltó aún más esos labios carnosos que no me cansaba de devorar —. ¡No seas machista, Stephen!

No quería serlo. Juro que no quería, pero era demasiado difícil y mucho más cuando no tenía la certeza que tuviese al menos la intención de solo quedarse conmigo. Con ella no había certezas, era todo al azar.

—No soy machista, intento prevenir una noche desastrosa. Terminaré en prision ante cualquier idiota que quiera tocarte siquiera un cabello.

—Exagerado. Relájate un poco, cariño — replicó con voz tranquilizadora, acercándose a mi y depositando un beso pegajoso en mis labios.

Como si pudiese relajarme...

Jessica no comprendía el poder que tenía en sus manos. Tenía un maldito cuerpo de diosa, con esa vestimenta que llevaba los hombres estarán observándola como hienas, esperando el momento que me descuide para comérsela de un bocado.

Esta noche la iba a pasar muy mal.

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