Capítulo VII. Kung fu.
El despacho vacío donde Padre debería haber estado esperándolo olía a tabaco, tal como la última vez, aunque ahora el aroma le sabía especialmente amargo por la falta de costumbre. Un mundo demasiado grande, junto a los buenos tratos de Sebastián Hernández, lo habían vuelto poco tolerante a los gustos ordinarios del comisario.
Observó el tapizado azul oscuro con detalles dorados buscando evocar algún dejo de nostalgia, pero no logró sentir nada. Podía notar algo en las ventanas, quizás habían talado el viejo árbol de paraíso y ahora la luz invadía todos los recovecos, o quizás era él quien guardaba una emoción lúgubre asociada al despacho. Su superior entró carraspeando.
—El viaje te ha hecho bien, pareces un hombre. Me informaron de tus actividades, no hace falta que me las cuentes. Odio los relatos de los jóvenes.
Se sentó en su roída butaca de cuero marrón, tomó una lapicera y comenzó a garabatear a toda velocidad, tal como lo había hecho desde el día que se conocieron.
—Ten —dijo, extendiendo la hoja que había estado escribiendo. Drew la escudriñó con la mirada buscando un nombre, una dirección o algo con respecto a su próximo objetivo; pero lo que encontró, en lugar de eso, fue una especie de cronograma, hecho que lo dejó perplejo—. ¿No habrás creído que tu entrenamiento había terminado, o sí? Eso que tienes son los horarios de diferentes efectivos de La Manada a quienes quiero que visites. Necesito que aprendas mecánica con Lince, venenos con Cobra, pericias forenses con Zorro, explosivos con Panda, y todo lo que ves ahí.
—Pero la mayoría de estas habilidades ya las aprendí de Hernández.
—El viejo sabe lo básico. Los chicos te van a actualizar y especializar para los casos que podrías encontrar en Buenos Aires. Además, tu objetivo no es solo aprender, sino saber delegar. Yo no quiero que seas el mejor en todo, quiero que manejes un grupo de excelentes asesinos y sepas cómo usarlos, así que lo más importante para ti es hacer buenas migas con ellos y entender cómo trabajan, porque van a ser tu responsabilidad en unos días.
—¿Entonces yo no voy a tener que volver a matar a nadie?
El comisario se mostró disgustado por aquella pregunta, pero su voz permaneció neutra al responder:
—El día que tú dejes de matar será el día en que mueras. Grábate eso, niño.
Guardó algunas hojas en su cajonera y se dispuso a retirarse, pero Drew lo interrumpió justo antes de que abandonara la habitación.
—¿Dónde voy a dormir? Jabalí me dijo que ya no estaría con los novatos.
—Hace unos meses puse a Líen a construir una choza para ti en una zona residencial. Un oficial te llevará.
—¡¿Vamos a vivir lejos de La Manada?!
—No lo digas en plural, irás tú solo. Todos los líderes de escuadrón lo hacen. Si tus subordinados te ven caminar entre ellos, se creen que son iguales a ti, y se sublevan.
—¿Y mi hermano?
—¿Quieres que viva contigo?
El adolescente lo pensó un momento.
—No. No necesito que me vea como un igual.
—Me alegra que lo hayas entendido.
Siguió al comisario unos metros por el pasillo, luego se dirigió a la puerta donde el policía asignado lo esperaba junto a sus pertenencias para llevarlo a su nuevo hogar. No se trataba de una casa grande, era apenas una cabaña de cemento y láminas en una zona casi rural, donde podría gritar con todas sus fuerzas sin llamar la atención de sus vecinos. Tenía una habitación con una cocina eléctrica, un lavamanos, una alacena grande y un lavarropas. La habitación y el baño estaban separadas, y encontró una mesa de madera, una cama de dos plazas y algo de decoración hecha con origamis, un claro regalo de su hermano, lo cual, aunque no fuera muy elegante, le pareció bastante bonito. Su patio era inmenso, y había un tinglado con un juego de pesas y bolsas de entrenamiento hechas con cemento, barras de metal, arena y cuero.
Le hubiera encantado comenzar a idear dónde plantaría su nueva huerta, pero era consciente de que si se tardaba en comenzar con sus actividades lo castigarían, de modo que acomodó sus pertenencias y regresó a la cárcel a buscar al primero de su nuevo grupo de subordinados para entender mejor sus habilidades y particularidades.
Involuntariamente, cuando pasó por cierta zona de La Madriguera giró su mirada tratando de encontrar a Lagartija, pero no se permitió continuar con la búsqueda puesto que no sabía si quienes habían sido sus hermanos podrían ahora explotar cualquier debilidad suya para tomar ventaja sobre él. Después de todo, ella sería una prostituta a estas alturas. Si quería algo de la muchacha, simplemente debía visitarla en horario laboral y pagar.
El primer objetivo era Lince, un chico joven que se había vuelto una referencia a la hora de alterar equipos de motor y hacer caer a sus víctimas en accidentes de tránsito fatales. El equipo de Padre tenía un desarmadero de automóviles donde Lince trabajaba extrayendo los componentes útiles a los autos robados, y fue en ese sitio donde se encontraron.
La primera impresión que le generó fue bastante grata. El joven mecánico era demasiado alto para su edad, de rostro anguloso y cuerpo esbelto pero fornido. Sus modos eran alegres y algo bobos, y trataba a sus compañeros de un modo casi fraterno.
—Buenas tardes. Soy Drew. Padre me envió para aprender de ti.
—Qué buena onda, más manos para el taller.
—¿Manos? No se supone que me quede mucho tiempo.
—¿Y entonces?
—Estoy en el programa de formación especial. ¿No te llegó ningún comunicado?
—Ah... es que nunca los leo.
Lince rio de un modo tan tonto que Drew comprendió que no valía la pena reprocharlo. Estrecharon sus manos y caminaron hacia el taller para observar en qué estaba trabajando. La habilidad del mecánico dejó gratamente sorprendido al asesino de elite, ya que frente a él desarmó un equipo costoso en la mitad del tiempo que le hubiera tomado a una persona normal.
—Es una forma de ver la vida —aclaró Lince—; cuidar lo que haces en cada detalle hasta llevarlo a la perfección. Viene del Kung fu.
—¿Practicas artes marciales?
—Me encantan. Tú también vienes de la calle, y sabes que ahí no te tratan bien, pero saber artes marciales me ayuda a caminar sintiéndome capaz de todo. Cuando Padre me sacó de la calle, ya tenía tiempo aprendiendo de un maestro que enseñaba kung fu a la gorra en las plazas, y a sus policías les costó agarrarme. Seguí aprendiendo por gusto después de que me asignaran la mecánica.
—El kung fu es hermoso, aunque si quieres sentirte seguro, creo que alcanzaría con practicar boxeo.
—¿Por qué lo dices?
—Si tu único objetivo es ganar una pelea, con boxear mejor que el otro alcanza. Además, la mayoría de las patadas son incómodas con un pantalón que no se vea feo. No puedes vestirte bien y patear a tus anchas.
—Sí, pero yo no uso lo que aprendí solo para pelear. La disciplina que me dieron las artes marciales fue lo que me ayudó a aprender este oficio, y la obsesión del kung fu por practicar todo diez mil veces hasta volverlo perfecto me hizo ser el mejor. Yo a mi arte marcial le debo todo.
Drew miró con admiración aquella forma de ver la vida, aunque no la compartiera. Para él, las artes marciales eran un instrumento de supervivencia bélico que los profesores habían tenido que acomodar para que siguieran funcionando en una sociedad sin guerras.
—Lince, nunca me dijiste tu nombre.
—Si te sirve de algo, a mí tampoco me dijeron nunca cómo me llamo. —Los jóvenes se rieron, ya con algo de complicidad—. Dime Johan. Me gusta eso. También es como el kung fu.
—¿En qué sentido?
—Hay una verdad y una mentira. Deja, si lo quieres ver, sería mejor en un combate.
—De acuerdo.
—¿En serio?
Drew se encogió de hombros. Analizando a Lince, comprendía que no podía perder contra él porque eso haría que también perdiera su respeto, pero tampoco debía ganar porque así conseguiría que lo considerara un rival. Sin embargo, si llegaba a un empate, Johan lo tomaría como un igual mucho más rápido que con miles de conversaciones, y el muchacho no tenía ningún tipo de admiración por la autoridad, como le pasó con los policías, pero sí por los maestros. Lo mejor sería comenzar buscando ese punto medio y ganarse su respeto a partir de mostrarle un norte hacia el cual apuntar.
Los otros miembros del equipo de desmantelamiento se llamaron entre ellos y formaron una ronda entorno a ambos combatientes, enunciando tres simples reglas para la contienda:
Tendrían 2 rounds de cinco minutos.
Todas las técnicas serían válidas y todos los puntos de contacto estarían permitidos, siempre y cuando el oponente estuviera de pie, no usaran armas y no dejaran secuelas tras la pelea.
Ganaría quien obtuviera más puntos, ya sea sacando de la ronda más veces a su oponente, derribándolo más veces, impactando más golpes que le hicieran doblarse del dolor o, en caso de que se terminara el tiempo, por decisión del público. Rendirse no era opción.
Un vitoreo alevoso, 9 metros de diámetro en los cuales moverse y un chico mucho más alto que él dieron la bienvenida a Drew a su primera pelea competitiva donde tenía estrictamente prohibido matar. Comenzó analizando la postura de Lince y la encontró estática y demasiado abierta, algo que no lo sorprendió ya que su hermanastro practicaba kung fu Shaolin, un estilo antiguo que pretendía imitar los movimientos de combate de los animales, realizando posiciones que lo hicieran ver grande y movimientos que provocaran pánico en el rival, pero que, aunque bien aplicados no fueran ineficientes, resultaban excesivos en las formas de combate modernas.
Pensó que lo mejor sería ganar el primer round y perder el segundo, por lo que decidió que el método más sencillo para conseguirlo sería derribando a Lince. Grande fue su sorpresa al notar que la manera en que el mecánico se paraba estaba diseñada para mantener un núcleo bajo, haciendo que sus pies fueran difíciles de mover, volviendo las barridas algo inútil que le permitió al muchacho más grande impactar un puñetazo limpio en la nariz del chico de rulos, haciendo que éste retrocediera y perdiera puntos.
Hacer que Lince retrocediera hasta salir del área tampoco era opción ya que su manera de pararse era sumamente sólida, y su velocidad para los contraataques le daba una ventaja inmensa debido a sus largos miembros, por lo que Drew prontamente se vio en dificultades debido a que por más que estuviera defendiendo bien, no lograba puntuar contra aquel fuerte rival, y cuando los primero cinco minutos pasaron, apenas había logrado mantenerse entero, mientras que su hermanastro le llevaba dos puntos limpios de ventaja.
En el segundo round, Lince se abalanzó sobre él soltando una catarata de golpes y resistiendo todo lo que Drew le lanzaba hasta llevarlo contra el límite de la ronda. Creyó que buscaría sacarlo, pero en lugar de eso, Johan lo derribó en el momento justo en el que intentó moverse hacia los lados.
«Conque a eso se refería con una verdad y una mentira. Me hizo creer que avanzaría, pero la verdad era que planeaba barrerme desde el primer momento. Es fuerte, rápido, resistente y tiene una inteligencia de combate muy desarrollada. Estoy feliz de ver que su adoración por el kung fu no son solo palabras, sin embargo, tengo que ganar».
Drew sabía que los puntos vitales no funcionarían contra alguien con la musculatura tan desarrollada, por lo que optó por desarrollar su estrategia del modo más simple posible: metiéndose dentro del rango de los golpes de Lince para invitarlo a golpearlo y así aprovechar todas sus fallas, valiéndose de su superioridad en velocidad de reacción. Ante cada golpe de puño, esquivaba o resistía para luego avanzar buscando estamparle los codos contra la cara; ante cada patada, sujetaba la pierna, desestabilizaba a su rival y lo barría antes de que recuperara el control.
Fueron cinco minutos de tortura para Lince, y tras una dominación total, el asesino de elite se alzó con la victoria, aunque este acabó por reconocer que se había sentido totalmente superado en el primer round, apreciando que, si fuera un combate callejero, probablemente Johan lo habría vencido porque era una persona realmente fuerte.
«Una verdad y una mentira» pensó para sus adentros. La tarde se le fue analizando motores y conversando sobre peleas y tácticas, de tal modo que no le quedaron dudas de haberse ganado la confianza de aquel sujeto. El primer objetivo había sido conquistado, la siguiente sería la experta en venenos; Cobra.
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