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Capítulo 8. Se Busca

Un corazón, porque el mío ya no sé dónde está...

¿Qué se puede sentir cuando ya no sientes?

La oscuridad de mi conciencia es vertiginosa, y percibo caerme en un pozo del que quizás no pueda llegar a escapar. Los latidos de un corazón que quizás haya perdido para siempre son tenues, y cada imagen o voz que recorre mi mente prolonga mi agonía.

Me siento estúpida por haber pensado, por tanto tiempo, que podía haber vuelta atrás. Una vez oí que no todo está perdido, pero era tarde para eso. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Acaso fui yo la razón? Eran las preguntas que hacían eco en mi mente.

— Piper —oí mi nombre a la lejanía. No, no quería despertar porque así la realidad me golpearía una vez más— Piper, despierta —oí de nuevo aquella voz que no lograba identificar.

Y una vez más, me pregunté si se podía vivir con un corazón roto.

— Cariño, despierta —otra voz se unió, y abrí los ojos. Las luces de los focos me cegaron y mi primer impulso fue tapar mis ojos con mis manos.

— Piper respóndeme: ¿cómo te encuentras? —me preguntaron, e hice un esfuerzo para mirar a quien me hablaba.

Desorientada, vi a Aiden y Loreley a mí alrededor. No sé cómo, pero me encontraba en uno de los consultorios de emergencia, y en ningún lado estaba Dylan.

Recordarlo fue una gran punzada en mi pecho, la angustia se acumuló y solo pude llorar.

— Cariño, ¿Qué te sucedió? —preguntó Loreley preocupada, abalanzándose sobre mí para abrazarme. ¿Qué podía decir si apenas yo lo entendía? Además, no tenía palabras ni voz.

Rodeé mis brazos alrededor de su cuello y la abracé con todas las fuerzas que poseía. Ella era una de las pocas personas que podía ayudarme a encontrar un punto de sostén en aquella caída, la otra era Logan pero él no estaba allí. Loreley intentaba tranquilizarme, peinando mi pelo y rogándome que dejara de llorar. Pude sentir que en un momento habló con Aiden pero no logré identificar sus palabras, solo podía oír mi llanto desenfrenado y la voz de Dylan diciéndome que era gay.

— Shh... tranquila cielo. Respira, intenta respirar —me ordenó e intenté hacerle caso aunque me costara.

—Él... él no me quiere más —gimoteé con la poca fuerza que tenía.

—No, no digas eso —me susurró para tranquilizarme, pero sabía que era cierto. El ataque de llanto se intensificó y sentí mi débil cuerpo temblar.

No había palabras ni hechos que pudiesen ayudarme a controlarme, pero solo bastó unos minutos de silencio en brazos de Loreley para que lentamente el llanto cesara. Ella se alejó, en busca de pañuelos, y vi que Aiden había desaparecido de la habitación.

Loreley me cedió papel para secar mis agrias lágrimas que seguían saliendo sin parar. El aire a mi alrededor no bastaba para mis pulmones. Ella se tomó unos segundos para servir un vaso con agua y me lo cedió. Tomé agua como si fuese agua de la fuente de la vida, con rapidez y torpeza.

Devolviéndole el vaso intenté sentarme en la camilla y secando las lágrimas, miré a mí alrededor.

— ¿Cómo llegué acá? —pregunté con voz entrecortada.

— Dylan te trajo y se quedó afuera, esperando —me dijo, y yo comencé a negar con la cabeza. No podía verlo, no quería verlo.

— Dile que se vaya, que no estoy bien. No sé, inventa cualquier excusa —dije tartamudeando intentando sentarme en la camilla. La expresión de Loreley se llenó de confusión al no entender mi reacción. Ella quedó de pie frente a mí, como si esperara algo más de mí. Respiré hondo y sacudí mi pelo frustrada— Acaba de decirme que no tuve sexo con él porque no me desea, él es gay Loreley. Él es gay —exclamé ahogadamente volviendo a llorar.

Loreley me abrazó de nuevo, con fuerza, pero no había nada en el mundo que pudiese ayudarme a deshacerme de esa sensación de vacío y malestar que me invadía. No podía dejar de preguntarme si lo que estaba viviendo eran realidad o una pesadilla, y cómo podía ser que alguien que creía conocer ahora me parecía un completo desconocido.

— Sh...intenta tranquilizarte, yo ahora vuelvo —insistió Loreley secándome las lágrimas y dándome el aliento necesario para que me tranquilizara. Asentí con pesar y la vi alejarse hasta que salió por la puerta trasera que comunicaba con los pasillos internos.

Respiré profunda y cortadamente, deseando tranquilizarme. Una marea de emociones entró en ebullición en mi interior y no sé cómo luchar contra ellos. De pronto, la puerta se abre y me sobresalto.

Los ojos de Aiden se posaron en mí con curiosa preocupación e inmediatamente corrí mi cara para que no me viera hecha un desastre por culpa de mis emociones. El sonido suave de la puerta cerrarse fue seguido de sus pisadas acercándose a mí, y yo continué secando las lágrimas que seguían saliendo sin parar. Intenté refrenar mi ataque de llanto cuando se detuvo frente a mí y me obligó a mirarlo, levantando mi rostro con su mano.

— ¿Estás bien? —me preguntó. Y lo miré con toda la furia contenida; gran parte de ella le correspondía a Dylan.

— ¿En serio? ¿Tú me ves bien? —gruñí alejando mi cara de sus manos. El brillo de sus ojos se volvió opaco y sus gestos se volvieron indescifrables.

— No voy a responder esa pregunta por miedo que tenga doble sentido —murmuró, al mismo tiempo que revisaba mi cabeza en busca de daño. Volví a gruñir y él esbozó una débil sonrisa— ¿Te duele algo? —preguntó.

— El corazón —susurré suavemente. Él suspiró y me miró inquietantemente.

— ¿Te hago un electrocardiograma? —preguntó. Mi miraba se volvió sombría sobre él y si tuviese un bisturí a mano se lo clavaria en el corazón a él para que sintiera lo mismo que yo.

Aiden volvió a resoplar, pasó su mano por su pelo desordenándolo más y luego la posó en la camilla a un lado mío. Estaba tan cerca de mí que podía sentir su perfume, fuerte y dulzón que me recordaba a Dylan y me daban nuevamente ganas de llorar.

— ¿Qué es lo que te sucede realmente? —me volvió a preguntar fuera de aquella actitud pedante y llena de confianza que suele tener. Volví a respirar hondo porque cada vez que lo pensaba volvía a llorar. Me sequé las nuevas lágrimas.

— Es gay —lloriqueé. Él enarcó sus cejas y se agachó para poder ver mis ojos.

— Sé que mi hermano es gay desde que tengo 19 años, y no creo que te hayas enterado ahora de eso... —comentó. Y yo frustrada y emocionalmente inestable le golpeé el brazo.

— No estoy hablando de Logan, sino de él... —señalé a la nada, queriendo que me entendiera, porque decirlo en voz alta me hacía sentir peor. Los rasgos de Aiden se arrugaron, lleno de confusión y resoplé molesta— Yo había planeado toda mi vida con él, incluso había llegado a pensar en dejar la carrera por seguirlo a donde fuese para estar con él y tener sus hijos si es que algún día se daba —me ahogué en llanto.

Me movía casi convulsionando con el corazón destrozado. Aiden no dijo nada y eso era lo que necesitaba, solo silencio. Unos minutos más tarde, sentí el calor de su mano sobre mi hombro y su pulgar se movía sobre mi piel enviando escalofríos a mi todo mi cuerpo.

— Soy un desastre —murmuré entre sollozos—, y tu hermano tiene razón, soy horrible para elegir hombres en mi vida —no podía dejar de quejarme, y no quería porque necesitaba sacar toda esa energía que me estaba matando por dentro.

— No eres un desastre... solo lo normal —comentó él, y pese al humor de perros que tenía, comencé a reír a carcajadas.

— ¿Por qué eres tan malo conmigo? —pregunté mirándolo. Él se encogió de hombros con actitud despreocupada y cierta animosidad en su rostro.

— Solo estoy intentando que vuelvas a ser la misma de siempre, y sabes que no hay nadie mejor que yo para sacar tu lado chispeante y vengativo —dijo con humor. Era imposible no reír, y por un instante, él me ayudó a olvidar todo lo que me estaba sucediendo.

La puerta se abrió dando retornó a Loreley. Aiden se alejó de mí como si hubiese hecho algo malo y volvió a su postura de siempre. Lo miré enojada, y me giré hacia mi amiga que se veía abrumada. Ella posó sus ojos curiosamente sobre ambos pero no dijo nada, y lo agradecí.

— ¿Se fue? —pregunté.

— Sí, acaba de irse. No quería pero lo hizo y me dijo que cuando quieras hablar con él que lo llames —respondió acercándose a mí. Torcí el gesto en desacuerdo sin saber si algún día podría estar preparada para hacer frente a él, una vez más.

Me encogí de hombros como una niña decepcionada y me crucé de brazos. Aiden me miró analítico y suspiró mirando a Loreley.

— ¿Tienes tiempo para acompañarla hasta su casa? —le preguntó, y ella asintió rápidamente.

— Pero aún no he terminado —me quejé aunque era más bien para llevar la contraria, porque en realidad no tenía ganas de trabajar. Aiden me dedicó una mirada precavida y se acercó más a mí.

— Necesitas tranquilizarte y descansar, ve a tu casa. Acá está todo tranquilo y ante cualquier cosa, yo te cubro —me dijo. Dudé ante aquella oferta tan tentadora frente a la insistente mirada de él—. Deja de pensar tanto y ve —insistió y yo resoplé poniéndome de pie en un salto que me desestabilizó, obligándome a sostenerme de él.

— Te debo un favor —dije en voz débil. Él sonrió de tal manera que su rostro se iluminó y sus ojos flamearon con oscura diversión.

— Voy a contar los días para que me lo pagues —me guiñó un ojo sacándome una sonrisa. Le golpeé el brazo con suavidad y me alejé de él. Vi a Loreley contener una sonrisa y girarse para salir junto a mí del consultorio.

La puerta se cerró y una vez estuvimos lo suficientemente lejos para que Aiden no nos escuché Loreley gritó como una adolescente. Suspiré, meneando la cabeza para intentar desalojar cualquier tipo de ideas locas de su cabeza.

— ¿Qué fue eso? —Exclamó— ¡Dios! Él está bueno en muchos niveles posibles, y todos ellos son peligrosos.

— ¿Puedes tranquilizarte? No creo estar de humor para este tipo de conversaciones —comenté. Ella rió y me abrazó con fuerza mientras seguíamos caminando.

— Olvídate del idiota de Dylan, ¿cuántas veces te he dicho que no vale la pena? Abre tus ojos, tienes a Aiden a tu completa disposición —dijo ella con animosidad. Odio y al mismo tiempo amo la forma en que todo parece tan sencillo con ella.

— ¡Loreley! ¿Te has vuelto loca? —le dije sonriendo aunque internamente estaba molesta. «¡Mira las preguntas que hago!» pensé inmediatamente. Su risa hizo eco en el pasillo.

— Solo necesitas un clavo para sacar a otro, y ya lo tienes —me guiñó un ojo. Negué con la cabeza rotundamente y como sabía que dijese lo que fuera ella iba a seguir hablando la dejé, porque solo ella podía distraerme de mi patética vida romántica.

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