Capítulo 14. ¿Cómo...?
— ¿...qué te beso? —preguntó Loreley poniendo la voz fina. Mi expresión se llenó de mortificación, y le tapé la boca.
— Shhh... —le dije, y miré a todos lados.
Habían pasado tres días y aún no podía borrar la sensación de sus labios sobre los míos, y las de sus manos. ¡Por dios! Y decírselo a Loreley no parecía la mejor idea tras su reacción. Sus ojos no daban abasto para mirarme, y con mi mano la obligué a cerrar la boca.
— Así como te conté. Fue para que me callara la boca y decirme que venía un taxi —reiteré, y ella meneó la cabeza inaudita.
Movió sus manos y su rostro como queriendo decir algo pero las palabras simplemente no le salían. Y yo... aún seguía confundida por todo eso, aunque no quería darle verdadera importancia.
— ¿Estás segura que solo fue para callarte? —Preguntó y yo asentí pero ella negó con la cabeza—. Muchas veces me he hartado de escucharte y nunca te he besado —comentó. Mis ojos se cernieron sobre ella con silenciosa amenaza.
Loreley puso los ojos en blanco, y me obligó a moverse del sitio en el que estaba. Caminó hacia la puerta e hizo ingresar a un paciente y a su madre, que se veía bastante joven.
— En serio, ¿Crees que te besó solo para callarte? —preguntó aún asombrada Loreley, mirándome fijamente mientras revisaba al niño sobre la camilla.
Mi expresión se volvió sombría para indicarle que no era el momento de hablar sobre el tema, pero ella hizo caso omiso a mi expresión y miró a la mamá del nene.
— ¿Cuándo empezó con la tos? —le preguntó.
— Eh... hace dos días, al principio era seca pero ahora no —respondió ella, y Loreley asintió volviendo a oír los pulmones del niño. Tras unos minutos de auscultarlo, me volvió a mirar con desacierto.
— ¿En serio? —me preguntó. Parpadeé sin lograr comprender la pregunta, pero ella miró a la mujer junto al niño—. Un chico que conoces desde siempre, a veces se burla y a veces te ayuda, ¿puede besarte para callarte solamente? ¿Tú qué opinas? —le preguntó a la mujer.
Boquiabierta y horrorizada sentí mi cara arder de la vergüenza. Tapé mi cara con mis manos mientras la madre del niño nos miraba como dos locas dignas del psiquiátrico de máxima seguridad del país.
— Yo creo que en verdad usó lo de callarla como excusa —respondió la mujer, y ahogué un grito de frustración.
— ¡Gracias! —exclamó Loreley con una dramática reverencia, alejándose del nene que la miraba con curiosidad.
Separé mis manos para verla sonreír como una tonta mientras recetaba y completaba la historia clínica. Deseé que la tierra me tragara, y también deseé matar a Loreley.
— ¿Estás loca? —le pregunté cuando estuvimos nuevamente a solas. Ella suspiró mientras sus ojos grises me miraban con ironía.
— Deja el drama para las series y películas —comentó cerrando la carpeta y yendo hacia la puerta del pasillo interno—. Vamos que muero de hambre —agregó haciendo señas para que la siguiera.
A paso lento caminábamos a través de los pasillos, y a diferencia de otras veces me sentía paranoica de ver a Aiden en las cercanías, así que desde que había ingresado al hospital me encontraba mirando sigilosamente mi alrededor como un búho, solo que mi cabeza no daba vueltas.
Desde el viernes solo intentaba comprender un poco lo sucedido pero lo único que lograba era confundirme, como siempre me sucedía con Aiden. Él generaba confusión en mí y esa era la causa principal de porque lo detestaba. Lo que sabía con seguridad era que debía hacer catarsis de alguna forma, y no quería contárselo a Logan.
— ¿Y me dijiste que también estuvo con ustedes el doctor "tan caliente que es peligro ambiental"? —preguntó y reí ante el apodo.
— Si, él preguntó por ti —respondí y ella dejó de caminar para mirarme asombrada. Eran pocas las veces que podía mantenerse callada, y la causa de la mayoría tenía que ver con chicos—. Preguntó si eras soltera, y le dije que si —agregué, pero se mantuvo en blanco por unos minutos hasta que chilló como una niña y empezó a saltar.
— ¡Oh si señor bendito que envía ángeles calientes para alegrarnos la vida! —exclamó levantando los brazos hacia arriba.
— Y después dices que me deje de dramas, ¿por qué no te miras tú? —pregunté, pero ella tenía demasiado buen humor para contraatacarme.
Loreley me dedicó su más brillante y extensa sonrisa, para arrastrarme con más rapidez a través de los pasillos mientras le contaba aquella conversación con lujo de detalle.
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Loreley de mal humor puede llegar a ser un tanto difícil de tratar, pero de buen humor... directamente es insoportable. Es una bola humana de dulzura, optimismo y pasión. Es una mezcla de un teletubbie con una adolescente hormonal, y un viejo borracho y pervertido.
— Aléjate de mí, ¡no te soporto! ¿Dime, qué has hecho con mi amiga? Devuélvemela —le grité mientras nos alejábamos del buffet. Ella solo sonrió y meneó la cabeza, mientras Fred, que estaba en medio de ambas, nos observaba con diversión.
— No te enojes conmigo, sino con él que fue el que te presentó al zángano infradotado —respondió, y ahí recordé acerca de mi venganza.
— Tú —dije con furia, apuntándolo y apretándole la mejilla. Él sonrió culpable y levantó las manos en estado de rendición.
— Perdón, pero creí que podía llegar a funcionar. No sabía que se iba a comportar como un idiota —respondió.
Gruñí para mis adentros y lo observé con furia cuando choqué contra algo. ¡Mierda! Abrí mis ojos y vi que no era algo, sino alguien. Ojos celestes verdosos como las agua del Caribe me miraron con curiosidad, y había una suave sonrisa en sus labios que se extendió cuando se posaron en Loreley.
— Buenas tardes —dijo Matt saludando a todos pero solo mirando a Loreley. Ella intentó verse seria y madura, pero si no fuese por el brillo demencial de sus ojos y esa expresión de estar babeando por él quizás lo hubiese creído. Aunque quizás él si lo cree... no sé.
— Buenas tardes, Doc —saludó Fred, pero ante la nula respuesta me miró con confusión. Yo negué con mi cabeza para hacerle saber que era mejor ni hablar porque no íbamos a ser escuchados.
Ambos nos alejamos apenas de ellos que empezaron a hablar vaya a saber sobre qué. Finalmente, Fred decidió irse para seguir con su trabajo y se despidió dándome un beso en la mejilla.
Me quedé unos segundos contemplando a Matt y Loreley. Se los veía bien a los dos juntos, como si hubiese un tipo de energía que los rodeaba que los volvía más vivaces y juveniles. El rostro de Loreley era radiante, y el brillo de sus ojos era sin igual, con una tonta sonrisa que tantas veces había visto en ella y que me hacía alegrar.
— Una expresión similar a la de ella, es a lo que yo me refería —oí decir en mi oído, y salté asustada.
Con mi mano en mi pecho como si quisiera impedir que mi corazón saliese de mi tórax, me volteé para ver a Aiden a mi lado. Tan cerca que podía oler su perfume, dulce y refrescante.
— ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo llegaste? ¿Por qué me asustas? —pregunté tropezando con mis palabras, queriendo que mis latidos se normalizaran. Una fugaz sonrisa atravesó sus labios, hasta que su expresión se volvió incierta y sus ojos opacos.
— Llegué hace unos minutos, solo que parece que ya no me prestas la suficiente atención como para darte cuenta —respondió irguiéndose, contemplando a Matt y Loreley—. ¿Estás celosa de tu amiga? —preguntó. La ira se acumuló en mi puño pero me dije a mi misma que no valía enojarme, mucho menos por él.
— ¿Por qué no te metes en tus propios asuntos? —pregunté y me giré para seguir mi camino por el pasillo.
— Entonces, ¿Estás enojada por qué el rubio solo está interesado en ti como amiga? —preguntó alcanzándome. Confundida, intenté pensar en quien me hablaba.
— ¿Fred? —Pregunté— Él solo es mi amigo que me presentó el tonto de la otra noche.
— ¿Entonces, por qué estás enojada? —volvió a preguntar.
— ¡No estoy enojada! —grité, y su mirada estaba llena de ironía.
— ¿En serio? ¿Por qué no se lo dices a tu actitud? —preguntó con maliciosa diversión.
Miré al techo en busca de ayuda espiritual pero lo único que encontré fue más odio. Decidí no caer en la telaraña de Aiden y seguí mi camino, pero su mano agarró mi brazo y me arrastró hacia uno de los consultorios vacios.
— ¿Qué mierda haces? —grité como una loca, pero él cerró la puerta tras nosotros y me tapó la boca con su mano. Sus ojos eran glaciales y sombríos con la poca luz que había allí dentro.
— No soy los idiotas con los que te juntabas en la escuela para que me trates como cualquiera —siseó con voz calma que me hizo sentir escalofríos. Cuando quería, Aiden podía ser tan intimidante como un demonio.
Miré sus manos sobre mi boca esperando que las sacara, y así poder contestarle. Con lentitud lo hizo pero se mantuvo pegado a mí, lo que me hacía pensar en muchas cosas... las cuales ninguna era precisamente conversar.
— Ya estoy cansada que te burles de mi Aiden, harta. ¿No te cansas de tratarme como lo peor del mundo? Como si fuese un pequeño juguete con el que te puedes divertir un rato, riéndote y maniatándolo, y después lo dejas ahí tirado pudriéndose con sus sentimientos —respondí y luché contra las emociones que azotaban y se anudaban en mi garganta.
Su rostro se suavizó, y noté sus ojos volverse turbulentos. Las comisuras de sus labios se torcieron a un lado, y cerró los ojos posando su frente sobre la mía.
Paralizada por mis emociones, me mantuve en silencio y cerré los ojos para hacer frente a las inminentes lágrimas. Los últimos días no habían sido fáciles tras lo ocurrido con Dylan y aunque intentaba ser fuerte, no era fácil.
Aiden respiró hondo, manteniéndose tan cerca de mí que era difícil saber cómo sentirme; una parte de mí se estaba revolcando con horror mientras otra parecía no estar en desacuerdo. La fuerza de sus manos sobre mis brazos disminuyó, y comenzó a mover sus dedos en pequeños círculos.
— Lo siento Piper, nunca... nunca fue mi intención hacerte sentir así —susurró en voz baja, pero con el suficiente volumen para que sus palabras me sorprendieron, y quedase mirándolo estupefacta. Él nunca, en los casi veinte años en que nos conocíamos, se había disculpado conmigo... o con alguien más.
Sus ojos se abrieron en busca de alguna respuesta, y yo mantuve la conexión visual, sin poder encontrar palabras. Intentaba encontrar algo que decir, pero el sonido de un teléfono móvil resonó haciéndonos sobresaltar. Aiden se veía renuente a contestar pero finalmente, revisó su móvil. Guardó su móvil y se alejó de mí haciéndome sentir extrañamente perturbada.
— Debo irme —dijo—, pero tú y yo aún no hemos terminado —sentenció mirándome fijamente, pero la frialdad iracunda de antes se había esfumado.
Asentí con torpeza, más que nada para hacer algo. Él se acercó a mí e inesperadamente me dio un breve beso en la frente, antes de irse del consultorio dejándome a solas con mis pensamientos y sentimientos, que eran más confusos que antes.
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