Capítulo 6. Verio.
"Quimbara, quimbara, quma, quimbaba"
Se escuchaba a Celia Cruz desde el exterior. Mi madre estaba motivada cocinando con la ventana abierta. Esto ya se sentía a hogar. Abrí el portal del piso lo antes posible y fue corriendo a abrir. Lo bueno de vivir en un bajo, era que no tenía que subir escaleras para llegar a casa. Nada más abrir, me recibieron mis tres perros con besos y saltos. Era maravilloso, pero que un perro del tamaño de Goku lo hiciese, hacía que te cayeras con demasiada frecuenta. Gracias a Dios que no me había tirado en esa vez.
Me acerqué a la cocina y observé como mi madre cocinaba. Estaba preparando ropa vieja mientras bailoteaba Celia Cruz, haciendo que sus cerrados rizos se balanceasen mientras lo hacía. Era más oscura de piel que yo, aunque los dos éramos claramente negros. Llevaba una bata que le regaló su amiga Patricia cuando llegamos a España, siendo su gran apoyo cuando nos encontramos un país muy distinto al nuestro. También, unas zapatillas de ortopedia y un moño que no podía hacer frente a tanto rizo. Estaba feliz, disfrutando del momento. Mi madre era un auténtico ejemplo a seguir. Había luchado mucho desde que llegamos. Empezó realizando los primeros trabajos que pilló en el campo, de hecho, la campaña de la aceituna fue lo que nos hizo quedarnos en Jaén. A partir de ahí, realizaba lo que iba encontrando de trabajo hasta que encontró cursos subvencionados. Después de eso, consiguió formarse como electricista y nunca más volvió a buscar empleo. Siempre teníamos lo necesario para vivir. Gracias a ella, podíamos tener este piso con nuestros tres perros y yo podía estar estudiando una carrera. Era una mujer bastante admirable.
Se giró y pegó un gran grito. Se había asustado, no me esperaba ahí.
-Hola, mamá - le saludé
Cuando me quise dar cuenta, mi madre se había quitado la chancla y me había dado en la cabeza. Menos mal que mi pelo sumamente rizado, pero no muy largo, había amortiguado el golpe.
-¿Pero qué he hecho? - le pregunté extrañado
-Me asustaste, mijo - contestó mientras intentaba que se le pasara el susto
-Pero si me han saludado los perros y todo. ¿Cómo no me has oído? - le reproché
Ella me miró con cara de pocos amigos. Yo tragué saliva y asentí con la cabeza.
-Perdón, mamá. No volverá a repetirse - dije sin pensar, bueno, pensando en el golpe con la chancla que me iba a dar si no lo decía
-Eso, que yo te eduqué bien - me respondió satisfecha mientras volvía a fijarse en la comida que estaba preparando y se ponía la chancha. Su cuerpo volvió a moverse al son de Celia Cruz y el cabreo se le pasó rápido.
Miré a mi alrededor, todo estaba patas arriba, algo típico cuando cocinaba mi madre. Lo único que siempre estaba en perfecto estado era el cuadro de la Virgen de la Caridad del Cobre, colgado encima de las encimeras. Mi madre siempre intentaba estar conectada con Cuba, aunque había perdido parte de su esencia cubana de estar tanto tiempo lejos. Aun así, intentaba que nuestra cultura siguiera lo más viva posible en nuestro hogar, como si fuese nuestra pequeña Cuba.
-¿Y bien? ¿Se lo pasó bien con Miguel? Ya casi se ha hecho de noche. - me preguntó mi madre mientras daba vueltas a la ropa vieja
-Sí, bueno. Lo malo es que lo ha dejado con su novio - le empecé a contar
-De todas maneras, no te caía bien el novio. Mejor, entonces - contestó, no quitando ojo a la comida
-Sí, eso es verdad. Era un... tonto - hui de la palabrota como pude - y lo bueno es que, he conocido a una muchacha estupenda. Seguramente no la vuelva a ver, pero, ha sido un placer conocerla. Es bellísima y tiene un gran corazón. Además, es una gran artista. Realmente increíble.
-¿Y no tenía traumas? - preguntó mi madre, esperando que la respuesta fuera sí
-Sí, tenía traumas - le sonreí
-Ay, Verio, sólo te gustan los perros abandonados. Ya tenemos tres perros, no me traigas más muchachas con más problemas que los perros. Al menos, a ellos los puedo educar - reprochó mi madre. Es cierto que mis últimos ligues compartían esa cualidad en común. Sin quererlo, me había creado una fama.
-¡Mamá! Pues, tengo un tipo. ¿Qué hago? - le contesté, intentando defenderme
-Buscarte otro, mira que sencillo - comentó mi madre con total tranquilidad
-¡Oye! Si la hubieses visto, me entenderías, mamá. - le respondí - Era una preciosa pelirroja de ojos marrones y pequitas adorables. Además, tenía una elegancia innata que hacía que no pudieras dejar de mirarla. Además, es hermana de un actor e hija de un escritor famoso. De hecho, hemos merendados con ella y su hermano.
-¿Quién es el hermano? - preguntó mi madre, la cual adoraba el cotilleo, sacando su móvil.
-Juan Galilea Rey, seguramente no sepas quién es... - empecé a decir. Sin embargo, eso fue más que suficiente para que mi madre hubiese buscado en su teléfono y pusiese, en frente de mí, una foto de Matilde, Juan y su padre hace unos años. ¿Cómo lo había hecho?
-¿Es esta? Es verdad que es bonita, pero no quiero más locas en la casa. - contestó mi madre con franqueza
-No está loca, solo tiene sida - reproché
-¿Sida? - saltó asombrada - ¿Qué somos? ¿Una ONG? ¿Un hospital?
-Ay, mamá, si Patricia tiene sida y Manolito también, y me he criado prácticamente con ellos. ¿Qué más da?
-No me compares a Patricia con cualquier ser vivo. Patricia es sagrada. - contestó tajante mi madre. Era su mejor amiga y su gran apoyo, había sido culpa mía por compararlas.
-¿Y quién te dice que ella no es sagrada también? ¡Mira cómo es de hermosa! - señalé la foto
-Es cierto que es hermosa, y seguramente tenga dinero. Si nos saca de pobres, le aguanto la locura. - meditó mi madre mientras miraba la cocina
-¡Interesada! - le bromeé
-¡Sobreviviente de tanta novia loca! Anda, ponte cómodo que vamos a comer prontito - meneó la mano, quitándole así importancia
Mientras me aguantaba la risa, me dirigí a mi habitación. En cuanto abrí la puerta, Bobi se coló y se tumbó en la cama. Seguramente, llevaba muchas horas queriendo hacer eso. La observé fijamente cuando me di cuenta. ¿Su respuesta? Tumbarse boca arriba con una sonrisa. Maldita perra vieja que se sabía todos los trucos. Resoplé y entré, cerrando la puerta y dejándola dentro. Finalmente, Bobi consiguió lo que quería: que le acariciase la barriguita.
-Lo hago porque estás viejita, pero tienes mucho morro
Ella sonrió aún más y yo no pude evitar hacerlo. En fin, yo también disfrutaba de tenerla conmigo, no iba a ponerme estricto. Abrí el armario y busqué el pijama más adecuado para la ocasión. Tras encontrarlo, me dispuse a cambiarme. Me quité la camiseta y seguidamente, me quité el garfio.
Observé por un momento mi muñón, una vez quitado el que llevaba siendo mi escudo durante muchos años. Cuando nos fuimos de Cuba, en el vuelo camino a España, pusieron una película en el avión. Esa película fue Peter Pan. Ahí vi a mi gran ídolo, el capitán garfio. No tenía mano, pero eso no hacía que no fuera el gran villano de la película. Era la motivación que necesitaba en ese momento.
Me miré al espejo y suspiré al mirarme el brazo izquierdo. Ya me había acostumbrado a verme el muñón, ya no me acordaba de cómo era tener dos manos. Había sacado el tema de su origen a aquella preciosa chica. Hacía mucho que no sacaba el tema. Sobre todo, porque no era algo de lo que solía hablar, al no acordarme realmente de ello.
Puse mi mano en mi muñón, como si así recordase mejor aquel día. Sin embargo, no lo hacía, todo estaba muy borroso. El último recuerdo que tenía de mi padre era yo escribiendo y él, observarme con un gran odio, al darse cuenta de que escribía con la izquierda. Después de eso, no recuerdo nada, absolutamente nada. Mi siguiente recuerdo era ver mi casa ardiendo desde el exterior. Bloqueado. Mi madre me hablaba y yo no escuchaba nada, tan sólo observaba como las llamas consumían el único hogar que conocía. Finalmente, mi madre me agarró la cara y la enfocó directamente a ella. Entonces, por fin la escuché: "Papito, si preguntan, estábamos fuera y te has hecho eso intentando salvar a tu padre. De ahí las quemaduras." Me fijé en mi cuerpo, el cual, estaba lleno de quemaduras y sin mano. Yo le miré, dubitativo:"¿Salvando a papá?". Ella asintió, agobiada por la situación. Estaba cargada de maletas y bolsas. En ellas llevaba todo lo que pudo salvar de valor para poder empezar de nuevo. Sólo nos dio para salir del país y llegar a España. A partir de ese momento, recuerdo todo lo demás. Sin embargo, no recordaba la mayoría de mi vida en Cuba... Mejor dejaba de pensar en ello. Eso me pasaba por sacar el tema.
Bobi se había sentado y había apoyado su cabeza en mi pierna. Había empezado a lloriquear y a mover su cabeza para que le prestase atención. Había notado que me había puesto triste y quería consolarme. La miré y me sonrió. Le acaricié la cabeza con el muñón y empezó a sonreír y a mover su colita aún más. ¿Cómo podían haber tenido a ese ser tan adorable como perra agresiva?
En fin, lo importante era que eso ya pasó. Tenía a Bobi, Goku, Duquesa, mi madre y muchos amigos, por suerte. No podía ser más afortunado. Era mejor pensar en eso que recordar momentos que debían estar borrados de mi mente por un gran motivo. Después de todo, había cosas que mejor no recordar.
Me puse el pijama y salí de la habitación, con Bobi, por supuesto. Me dirigí a la cocina para saber cuál debía ser mi próxima acción. Mi madre ya había terminado de cocinar y estaba sacando los platos.
-Mamá, voy a poner el mantel - le indiqué
-Perfecto, mijo.
En ese momento, sonó mi teléfono. Una llamada de Miguel.
-Mamá, es Miguel, le contesto mientras lo pongo - le avisé mientras me iba al salón
-Chévere. Comprueba que no escuchan antes.
Pulsé al botón verde y la voz de Miguel empezó a sonar mientras tiraba el mantel encima de la mesa y agarraba el teléfono con la cabeza. Necesitaba la mano para colocarlo.
-Verio, te he mandado el teléfono de Matilde. Háblale, ¿vale?
-¿Cómo qué háblale? ¿Qué le digo? ¿Cómo qué me lo has mandado?- le pregunté, pero ya había colgado.
En ese momento, desbloqueé el teléfono y vi los mensajes de Miguel. Me comentaba que estaba tomándose algo con Juan, el contacto de Matilde y todas las conclusiones a las que habían llegado Juan y él de por qué haríamos buena pareja. Irónicamente, uno de los motivos era que me iban traumadas. A lo mejor, mi madre tenía razón y me iban locas. Eso daba igual, tenía el teléfono de esa chica hermosa. Bien, Verio, bien. Tenía la aprobación del hermano. ¿Qué más necesitaba para ir a por su corazón?
-¿Qué hace con el móvil y por qué no pone la mesa, amor? - me preguntó mi madre, extrañada, con los dos platos de ropa vieja, uno en cada mano.
-Miguel me ha pasado el teléfono de Matilde para que le hable - le contesté emocionado - ¿Qué le digo para conquistarla? Este paso es muy importante.
-Ay, por dios, otra locaen casa.
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