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Capítulo 33. Matilde.

"Mi verso es como un puñal,

que por el puño echa flor.

Mi verso es un surtidor,

que da un agua de coral"

Sonaban los versos de José Martí mediante la música de Pablo Milanés por los altavoces del coche. Caridad susurraba la letra de la canción mientras no quitaba los ojos de la A4. Ya estaba mucho mejor que cuando me la encontré el día anterior. Nerea se había quedado con los perros y estaba decidida en disfrutar de su amiga, aunque fuera el poco tiempo que le quedaba. Tenía pensado ir todos los fines de semana hasta que su luz acabara por apagarse. Ese era el primero de muchos, pero no suficientes. 

Miré por la ventana, recordando cuando viajaba en coche con esta canción. Tenía unos tres o cuatros años y mi padre conducía con una sonrisa mientras decía emocionado los versos de José Martí, mi hermano dormía y mi madre miraba por la ventana desde el sitio del copiloto, al igual que yo estaba haciendo en ese momento. 

Una de esas veces, me quedé observando a mi padre y a la letra de lo que decía. Aunque era muy pequeña, había parte de lo que decía que entendía bastante bien. En una de esas, me quedé asombrada y exclamé extrañada:

-Papá, entonces, ¿los españoles somos malos?

Mi padre se quedó sorprendido ante esto, se coló las gafas, preparado para un gran discurso. 

-No exactamente-contestó mi padre-José Martí era hijo de españoles, después de todos, así que no odiaba a los españoles en sí. Odiaba al gobierno colonizador español, que hacía que su Cuba querida no fuese libre. De hecho, murió luchando por ello. 

-¡Vaya, pobrecito! ¿Y al final, consiguió ser Cuba libre?- le pregunté con curiosidad por lo que me comentaba

-Esa respuesta... es complicada. Vayamos por partes...-empezó a decir

-No hables a la niña de política e historia con tres años, cariño-dijo mi madre, medio dormida, con media sonrisa

-Pero... Saber un mínimo es esencial para todo ser humano-reprochó mi padre

Mi madre asomó la cabeza entre su asiento y la ventana hacia mi dirección. Yo estaba sentada detrás suya. Puso una mueca de persona que estaba sumamente aburrida y yo empecé a reírme por lo tonterías que hacía. Mi padre se giraba poco tiempo, ya que no quería perder vista de la carretera, así que lo hizo numerosas veces para descubrir que estaba pasando. 

-¿Qué le has hecho a la niña?-le preguntó a mi madre, con una leve sonrisa

-Nada-dijo mi madre riendo a carcajada

-¿Cómo que nada?-sonrió mi padre al verla así

Eran felices, éramos felices. Esa canción, que era de todo menos feliz, irónicamente, me llevaba a esos momentos llenos de alegría. Sonreí al recordarlo. 

Me giré y observé como cantaba Caridad en voz baja esa canción. Ya no tenía tres años. Ya tenía edad para votar, aunque no tenía muy claro a qué. Ya tenía suficiente edad para entender aquella letra y a cantarla, incluso. Por eso, decidí unirme a ella y cantar también. 

"Penas.

¿Quién osa decir que tengo yo penas?. Luego,

después del rayo, y del fuego,

tendré tiempo de sufrir"

Ella se dio cuenta que estaba cantando también. Se giró hacia mí y sonrió. Empezó a cantar más alto y yo me uní. Obviamente, ella cantaba mucho mejor que yo, pero eso no hacía que el momento fuese menos mágico, sino todo lo contrario. 

"Yo sé de un pesar profundo,

entre las penas sin nombres.

La esclavitud de los hombres,

es la gran pena del mundo.

Hay montes y hay que subir.

Los montes altos, después.

Veremos, alma, quién es,

quién te me ha puesto al morir."


Ella rio cuando terminamos de cantar juntas, al igual que rio mi madre aquel día. Su risa me contagió y reí con ella. Sentaba bien verla así después de haber visto las grandes tristezas que realmente arrastraba. La vida había sido dura con ella, sí, pero eso no era motivo suficiente para dejar de reír. 

-Mija, ya veo que no conquistaste a Verio por tu cantar-dijo entre carcajadas

-¡Oye!-exclamé sintiéndome algo insultada

Esto hizo que se riera aún más. Cuando al fin su risa fue cesando, continuó la conversación:

-¿Cómo es que sabe esta canción?

-Mi padre la ponía mucho en el coche

-¡Anda! Bueno, es una persona culta, no debería sorprenderme. José Martí es uno de los precursores del modernismo literario hispanoamericano, después de todo. Por cierto, ayer me recordó a su padre con su discurso, mija. Supongo que es la genética. 

-Eso es un poco imposible. Aunque sea mi padre, no nos une la genética

Caridad se quedó extrañada ante estas palabras. Parpadeó varias veces antes de preguntar:

-¿Cómo así?

-Soy adoptada

-¡Ah! ¡Vale!-exclamó aliviada, a saber lo que se le había pasado por la cabeza-Por curiosidad, ¿sabe algo de tu familia biológica?

-Sí, desgraciadamente-respondí tajante

-¿Desgraciadamente? Es de donde viene...

-Pero no de donde me siento.-contesté-Además, ellos no me quisieron como hija. En cuanto se enteró del embarazo de mi madre, mi padre biológico huyó. Mi madre biológica cuidó de mí en el embarazo, sí, le debo la vida, sí. Sin embargo, ahí sólo quería la idea que tenía de mí. Cuando nací y descubrió que era ser madre, ya no le interesaba, le resultó bastante decepcionante. Me odiaba y me culpaba de todo. Me dejó de lado y se metió de lleno a las drogas para hacer frente a aquella situación, tanto, que en poco tiempo vinieron los servicios sociales. La metieron cinco años en prisión por lo metida que estaba en las drogas, no sé exactamente qué hizo, pero sé que era por este tema. Todo ese tiempo, estuvo cultivando el odio por mí y, en cuanto salió, decidió poner fin a mi vida. Sin embargo, lo que hizo fue poner fin a la vida de la mujer que realmente siempre consideraré mi verdadera madre con un arma contagiada de VIH. 

-¿Por eso tiene sida? ¿Le rajó el arma?-me preguntó horrorizada por lo que le contaba

Yo asentí con la cabeza como respuesta y ella se llevó la mano a la boca, de lo asombrada y horrorizada que estaba. Después, esa mano se la llevó al corazón, como si sintiera el dolor de aquella historia. Era entrañable que lo hiciese, pero dudaba mucho que alguien pudiera sentir el dolor que llevaba tanto tiempo arrastrado. 

-Mija, lo siento mucho...

-No es tu culpa-le contesté

-Ni suya tampoco. Por eso, no tiene que demostrar, en todo momento, que es merecedora de todo el amor que reciba, siendo lo más perfecta posible. No tiene culpa de que sus padres biológicos no fueran unos verdaderos padres. 

Yo me quedé perpleja antes estas palabras. Me dieron alivio y a la vez, tocaron una vieja herida que llevaba sangrando desde que tenía uso de memoria. Me emocioné al escucharlas e incluso mis ojos empezaron a escocer, preparándose para llorar. Sonreí, sonreí mucho. 

-Gracias

Ella posó su mano sobre mi muslo y esbozó una sonrisa bondadosa. 

-Nada, mija

Después de esa conversación, el viaje continuó. Cantamos alguna canción más de Pablo Milanés, Celia Cruz y La Lupe. Escuchar todo eso con mi madre me había servido para algo. Finalmente, llegamos al pueblo de Verio, el cual se llamaba Andújar. Llegamos bastante justas, así que fuimos directamente al hospital, para ir directamente a ver a Patricia y aprovechar la hora que podíamos verla por la mañana. Caridad aparcó cerca de la puerta y cuando lo hizo, respiró hondo, preparándose para lo que se venía. Sin embargo, creo que nunca se está preparado para cosas así. 

Cuando llegamos a la sala de espera, nos encontramos a Verio y a Manolito. 

Cuando vi a Verio, sentía que mi corazón iba a estallar. Fui directa a abrazarlo, él me abrazó de vuelta, con fuerza. Yo apoyé mi cabeza en su hombro y él, acurrucó su cráneo en el mío. Al fin estaba entre sus brazos. Al fin, eso que me hacía tanto bien y me daba tanta paz. 

-¿Estás bien?-me preguntó preocupado

-¿Estás bien tú?-le insistí preocupada

-¿Estás bien tú?-me rebatió

-¿Estás bien tú?-le rebatí

-Vale, entonces, veo que Verio no es el único tonto de la relación-concluyó Manolito mientras nos observaba. Caridad empezó a reír, aunque intentase aguantarse la risa. 

Yo separé la cabeza del hombro de Verio y le fulminé con la mirada. Estaba tan cargada de odio, que se echó levemente para atrás cuando me vio. 

-¿Se puede saber a quién llamas tonto? ¡Porque a Verio nadie le llama tonto!-le exclamé a la defensiva

Manolito abrió los ojos de par en par, no sabiendo por donde le iban a seguir cayendo. Caridad se rio aún más. 

-Matilde, amor, no lo dice por ofenderme. Tranquila, amor-susurró Verio, buscando calmarme, mientras ponía su mano sobre mi cogote y me apretaba sobre hombro. Se sentía bien, tan bien, que se me fue la mala leche de una. Estaba con mi amor y eso era lo que realmente importaba. Ya pondría en su sitio a la gente en otro momento. Sonreí feliz, al estar abrazada a Verio.  

-Dios, que loca está...-concluyó Manolito al ver la escena

En ese momento, Verio separó su cabeza de mí para defenderme ante su amigo del alma:

-¡Manolito! ¡Te quieres callar!

Después de eso, volvió a apoyarse contra mí. Manolito acabó más asustado que antes y se echó aún más hacia atrás, sorprendido por cómo le había hablado su amigo. Caridad puso su mano en el hombro de Manolito, haciendo lo imposible por aguantarse la risa:

-Ay, papito, cuide bien sus palabras antes de hablar a estos dos enamorados...

-Lo tendré, ya que quiero seguir vivo mañana-concluyó Manolito y Caridad empezó a reír de nuevo. 

Eso estaba bien. ¡Qué aprendiese dónde estaba su sitio!

Caridad y Manolito empezaron a hablar entre ellos. No les presté atención, estaba demasiado ocupada disfrutando de estar junto a Verio. Tan sólo nos miramos, sonreímos, nos acurrucamos el uno al otro y él, de vez en cuando, me daba besos en la frente. Se sentía verle. Se sentía bien verle sabiendo que, dentro de lo que cabía, todo había salido bien y que estaría bien. Era feliz estando junto a él. Éramos felices estando el uno con el otro. 

-¡Patricia, mami! ¡Está demasiado débil para pegarle por no avisarme antes!-exclamó Caridad algo decepcionada

-Me alegro de que estar así me haya servido de algo-sonrió lo máximo que pudo a su gran amiga

Todos nos giramos y vimos como entraban a Patricia. Verio y yo nos separamos para acercarnos a ella, pero yo no pude moverme. Me quedé de piedra al verla. No sabía cómo había sido antes, pero ahora era una mujer sumamente escuálida, con los pómulos muy marcados y unos ojos azules hundidos. Tenía un pelo castaño claro destrozado, intentaba aferrarse a lo poco que le quedaba de vida y sonreía con lo poco que podía. Sin embargo, estaba claro que no le quedaba mucho en este mundo y que lo único que podían conseguir era alargar su sufrimiento. Tragué saliva. El sida la había llevado a ese punto. Mi enfermedad la había llevado a ese punto. Esa podía yo ser un día de estos. Me imaginé yo en el mismo estado que ella y me horroricé. No quería que los míos me viesen así. 

Inconscientemente, abracé el brazo de Verio, como si así fuese a encontrar consuelo, como si así, no me fuese a dejar sola con el futuro que me esperaba. No sé cómo me miró Verio, no podía quitar los ojos de aquella mujer. Ella se percató y me miró directamente. Sonrió de forma triste y miró a los suyos de una forma tierna. 

-Luego hablamos bien, ahora dejarme con la novia de Verio. Me gustaría hablar con ella a solas-dijo mientras me sonreía de forma dulce

Yo me quedé perpleja al escuchar esto. ¿Se había dado cuenta de lo que estaba pensando? ¿Con qué cara la estaría mirando? ¿Qué actitud estaría teniendo?

-Vale, pero no tarde, que tenemos que hablar-dijo Caridad mientras se dirigía a la puerta

-Eso, mamá. ¡Los demás también queremos disfrutarte!-exclamó su hijo mientras acompañaba a Caridad a la puerta

Solté el brazo de Verio, pero él no se movió. Al darme cuenta de ello, lo miré. Él me observaba triste, preocupado. Buscaba una manera de ayudarme, pero no la encontraba. 

-Verio, vete, anda. Te la devuelvo como nueva-dijo Patricia con una voz dulce y tierna

Verio respiró hondo y volvió su mirada a Patricia. Asintió y se dirigió él también a la puerta, no sin antes, observarme preocupado. Salió de la sala y Patricia, como pudo, movió su silla hacia mí. Yo anduve hacia ella para que no tuviera que hacerlo. Cuando ya estaba al lado suya, paró. Apoyó sus débiles codos en los brazos de aquella silla y se agarró las manos entre sí. Me miró con amabilidad, bondad y comprensión. Una mirada que no veía desde que mi madre falleció. 

-Sabes que no vas a acabar así, ¿verdad?

Yo me quedé de piedra cuando lo escuché. ¿Qué sabía? ¿Sabía lo que estaba pensando? ¿Sabía mi enfermedad? ¿Qué le habían contado?

-¿Cómo lo sabes?-le pregunté, extrañada

-Me han contado que tienes VIH pero que no se te detecta en la sangre. Te pasa lo mismo que mi hijo. Yo soy de otra época, hija. Yo pillé esta enfermedad en los noventa, cuando no se sabía todavía casi nada y la gente moría como moscas. Cuando me lo detectaron, llevaba bastantes años con ella. Lo que había hecho en mi cuerpo ya era difícil de parar. Aun así, he conseguido vivir dieciocho años más y ver a mi hijo crecer hasta convertirse en un adulto. Estoy agradecida a Dios por todo el tiempo extra que me ha dado.-sonrió feliz, con las pocas fuerzas que le quedaba- Te miro y me recuerdas a mí, cuando veía como mi marido se consumía al final. Él llevaba más tiempo con la enfermedad. Él murió cinco años después de que lo descubriéramos. Neumonía, como yo. Me agarró las manos y me pidió: "Por favor, cría a nuestro hijo por los dos. Vive y sé feliz por ambos.". Seguidamente, murió entre mis brazos. He cumplido su promesa, aunque a veces haya sido duro. No me mires así, ya que me voy feliz por haber cumplido mi cometido. 

-¿Cómo podías vivir y ser feliz, sabiendo que un día acabarías así?-le pregunté. A lo mejor era una pregunta muy fuerte para alguien que acababa de conocer, pero era la pregunta que yo me hacía día a día, desde que me había detectado la enfermedad. 

Ella rio ante mi pregunta. No supe muy bien como tomármelo, así que opté por contagiarme con su risa y sonreír mientras ella soltaba carcajadas. 

-Matilde, todos vamos a morir. De una forma o otra, todos acabaremos un día así. Da igual que se tenga sida o no. Tus defensas están mucho menos dañadas que las mías, la sociedad es bastante distinta a la que me enfrenté yo. Deja de preocuparte tanto y disfruta. Has encontrado alguien que te quiere, tendrás gente que te quiere, a parte. Tienes el poder de la juventud, Matilde. Disfrútalo. No te centres en las injusticias de tu vida, si no en las cosas que tienes que estar agradecida. Sé feliz, Matilde, porque ser feliz es lo realmente importante. Todos morimos un día, puedes pasarte la vida agobiada porque ese día llegará o disfrutar el camino hasta que eso suceda. Sé inteligente y elige ser feliz, Matilde. Sé feliz. 

Yo me llevé la mano al pecho y asentí. No sabía cuánto tiempo llevaba necesitando que me dijesen eso, pero cuando lo escuché, me sentí llena. Agradecí el momento en el que Juan insistió a llevarme a la Merendona ese día, agradecí que Verio estuviera allí, agradecí todo lo recurrido hasta haber llegado allí. Sonreí y puse mi mano sobre el antebrazo de Patricia. Ella puso su mano sobre la mía y me sonrió de vuelta. Ella era el pasado del sida. Yo, era su presente. Tiempos muy distintos, enfermedades muy distintas. Sin embargo, hay que recordar siempre el pasado, ya que, quién no recuerda su historia, está condenado a repetirla. 

Gracias a Patricia y a todos aquellos que pasaron el sida en el pasado, por enseñar al mundo qué era esta enfermedad y como poder hacerle frente.




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