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Capítulo 16. Verio.

Joder, menudo calentón llevaba y encima quería estar abrazados. Abrazados. Yo que estaba más caliente que el palo de un churrero. Yo que estaba que no sabía cómo no me habían explotado los pantalones. Yo que estaba con unas ganas increíble de arrancarle la ropa y ver cómo era ese pecho al desnudo. Quería estar abrazados. ¡Abrazados! Encima, apoyando su pecho contra mi costado, que hacía que estuviera aún más caliente. Sé que mi madre me había enseñado a ser caballeroso, pero estaba siendo muy difícil. Ella no había probado el sexo, yo sí. Eso era cómo darle a un drogadicto un poco pero para oler nada más. Dios mío, estaba a punto de colapsar.

-Tengo un poco de sed, ¿tú no?-le dije, intentando hacer que cambiáramos de posición al menos

-No, estoy bien-me contestó con media sonrisa

¿Estoy bien? ¿Bien? Me cago en todo me cago. ¿Cómo salía de ahí? Es cierto que se había agobiado y tenía que ser respetuoso. Su bienestar era prioridad. Sin embargo, mis necesidades biológicas estaban haciendo que mi racionalidad estuviera algo borrosa.

-Pues... yo voy a por un vaso de agua

Me separé lo más rápido que pude, dejándola tumbada en la cama. Extrañada. Cuando al fin me levanté, me quedé mirándola ahí, tumbada en la cama. Una cantidad impresionante de pensamientos obscenos vieron a mi cabeza. No, Verio, había que esperar. Todavía no tocaba. Todavía no. Había que aguantar, Verio. Aguantar.

Salí directo a la cocina, tanto, que casi me caigo. Estaba claro, mi racionalidad no funcionaba en ese momento. Rápidamente, abrí el armario de la cocina y agarré el vaso más grande que había. Abrí el grifo y lo llené de agua. Me lo bebí casi entero de una. Necesitaba hidratarme. Realmente necesitaba hidratarme.

Poco después de hacerlo, Matilde entró a la cocina con curiosidad sobre qué estaba pasando. Yo me giré al darme cuenta de ello. Mis ojos sólo iban a sus pechos. Cochino. Era un maldito cochino. Necesitaba un buen castigo por ser tan cochino...

No. Verio. No. Por ahí no. No. Ni de broma. No.

Aparté la mirada lo antes posible y bebí lo que quedaba del vaso. Tenía que quitarme ese calentón de encima. Volví a llenarme el vaso de agua. No era suficiente. No se me iba ni de broma.

En ese momento, mi querida Matilde tuvo la gran idea de abrazarme por la espalda. Apoyó todo su cuerpo por detrás mía. Todo, su, cuerpo. Así no se me iba a quitar el calentón nunca.

-¿Estás bien?- me preguntó preocupada

No, mujer, obviamente no estoy bien. Estoy a punto de romperme el pantalón y llevarme el mueble del fregadero conmigo. Obviamente no estoy bien. Así que suelta, mujer. ¡Suéltame!

Obviamente no le dije eso. Tragué saliva e intenté disimular lo máximo que pude.

-Estoy bien- mentí tan mal que me tembló la voz al hacerlo

Ella, como respuesta, movió sus manos para abrazarme mejor. Ella lo hacía para consolarme al estar preocupada, seguramente no fuera consciente de mi situación, o al menos quería pensar eso. Era una completa tortura. Sin embargo, no ayudaba. De hecho, en ese momento, su mano estaba aún más cerca de mi entre pierna. Se me estaba pasando muy seriamente por la cabeza bajarle un poco más la mano. No. Cochino. No. Para.

No sabía cómo salir de esa. Necesitaba una distracción. Algo. Espera. Claro. Podía crear una.

-¡Duquesa! - grité a la que más corría. Necesitaba al más veloz de ello. Necesitaba que llegase cuanto antes.

Poco después, Duquesa llegó corriendo como alma que llevaba el diablo. Sabía que podía confiar en ella. Matilde se separó al fin de mí y fue a acariciarla emocionada.

-¡Pero mira que perra más guapa!- empezó a decir mientras la acariciaba y jugaba con ella

Menos mal. Salvado por los pelos. 

Me apoyé en la ventana. Entraba algo de fresco, a lo mejor eso hacía que al menos bajara mi temperatura corporal. Una vez ahí, observé como Matilde jugaba con Duquesa. Había conectado a la perfección con ellos. Ellos se estaban portando muy bien y ella estaba encantada. Era un ser dulce que había sufrido. Tan sólo eso. Ellos lo sentían, de alguna manera. Se comportaban tan bien como ella merecía. 

Me quedé mirándola. Era realmente maravillosa. Valía la pena. Valía mucho la pena. Tanto, que pasarlo así de mal valía la pena. Había que esperar, sí, pero lo bueno se hace esperar, después de todo. En ese momento, empecé a cantar una canción en mi cabeza, la cual decía exactamente lo que quería decirle en ese momento. La canción de El Kanka, Vengas cuando vengas:

"Tengas lo que tengas

Dame lo que quieras

A plazos o entera

Como veas tú

Hagas lo que hagas

Hazlo porque quieres

No pongo deberes

Y no paso lista

Vistas como vistas

Falda o pantalón

No te me disfraces

Para la ocasión

No te quiero retener

Si te da el punto, te vas

Y aunque me veas mirar

Baila como tú quieras bailar"


¿Lo estaba pasando mal? Sí, pero quería que ella estuviera preparada y segura. Esperaría hasta que eso pasase. Después de todo, quería que viniese cuando quisiese. Quería hacerla feliz, quería que fuese feliz. Realmente me gustaba de verdad. Luego me haría una paja. 

Bobi entró a la cocina, la pobre había intentado ser veloz, pero ya era una pitbull viejita. Vino a mí, sabiendo que me pasaba algo. Empezó a olisquearme y obviamente, acabó metiendo el hocico en mi entrepierna estimulada. Sabía que pasaba algo ahí. La aparté rápidamente con el cariño que podía en esa situación. Perra cochina y curiosa de más. Lo bueno es que sirvió para que se me bajara de momento. 

-Ahí no-le susurré mientras la apartaba

Ella empezó a mover la cola e intentó jugar conmigo con la poca habilidad que tenía ya. Yo me reí, recordando cuando empezamos a vivir juntos. Esa perra había sido clave en mi vida. Gracias a ella, había llegado a donde estaba. Era mayor, sí, pero era mi perra del alma. Ni toda la artrosis hacía que la viese una perra sumamente maravillosa. 

-¡Ay! ¡Qué mona!-exclamó Matilde al verla así

Se acercó a nosotros y acarició la cabeza de Bobi. Esta estaba emocionada con sus caricias. Matilde rio dulcemente al verla así. Yo sólo podía pensar en la suerte que tenía de poder disfrutar ese momento. 

-¿Qué quieres que hagamos?-le pregunté, intentando huir de aquella situación tan caliente de la que veníamos

-No sé-se quedó pensativa, mientras seguía acariciando a Bobi-¿Y si cocinamos algo ya que estamos en la cocina?

Yo me quedé pensativo. No era mala idea. Miré a mi alrededor y ubiqué todos los utensilios que tenía mi madre. Podíamos hacer algo guay incluso. El único problema, es que si dejábamos la cocina sucia, tendría que enfrentarme a una madre latina enfadada. No quería eso. Nadie quiere eso. Espero que diese tiempo a limpiar todo. 

-¡Estaría bien! Pero... ¿El qué?-pregunté interesado

Matilde me miró con una sonrisa dulce y emocionada al mismo tiempo. Dejó de acariciar a Bobi, se levantó y puso sus manos en mis mejillas con una total cara de felicidad. Tenía miedo, pero me gustaba verla así. 

-¡Tortitas!

-¿Tortitas?

Ella se separó y abrió los brazos de par en par, súper contenta y emocionada. Empezó a agitar los brazos, como si así añadiese emoción al asunto. Era curioso que en tan poco tiempo pasase de ser la chica traumada de la cafetería a la chica feliz que hacía el payaso en mi cocina. 

-¡Tortitas!

Yo reí al verla así, no pude evitarlo. Bobi y Duquesa empezaron a saltar emocionadas mientras Matilde se comportaba así. 

-Me parece bien, hagamos tortitas-contesté con una tierna sonrisa

Ella paró de hacer el payaso y sonrió llena de ilusión al escuchar mi respuesta. Se aproximó a mí y me beso, pero no como antes, si no de una forma tierna. Realmente, sólo rozaron levemente nuestros labios, pero fue suficiente para derretirme por dentro. 

Después, se dispuso a abrir los armarios de arriba, curioseando lo que había. Como si fuese su cocina, sacó la harina, el azúcar y la levadura. Espera... ¿Yo tenía de eso? Pues menos mal que lo ha buscado sin preguntar, si no, hubiese estado divertido. 

Continuó buscando. Ahora iba a por el frigorífico. Sacó el cartón de los huevos y el tetrabrik de leche. Lo puso todo junto al lado del fregadero. Tras haber encontrado todos los ingredientes, se agarró pensativa la barbilla.

-¿Dónde está...?-empezó a decir. Yo estaba preparado, era mi momento para demostrar que esa cocina era mía y me la conocía. Sin embargo, no continuó, si no que fue directa a uno de los armarios que había abierto anteriormente y sacó la batidora y el vaso de la batidora. Otra cosa que no sabía que hubiese respondido si me llega a preguntar.

-Veo que estás como en casa. Eso me gusta-dije mientras la observaba

Ella sonrió mientras miró orgullosa todo lo necesario para hacer tortitas. Me miró satisfecha de su logro, colocando seguidamente sus brazos en posición de jarra. 

-Contigo siempre me siento como en casa-me contestó 

Me emocioné incluso al escuchar eso. Es cierto que el calentón había estado muy divertido, mucho. Es cierto que podía que me doliesen los huevos en ese momento después de ello, muy posiblemente. Sin embargo, eso que me dijo hizo que todo valiese la pena. Me llenó muchísimo saber que la estaba haciendo feliz. Me sentí pleno y completo, incluso. Eso hacía que todo valiese la pena. 

Ahora fui yo quien la abrazó por detrás emocionado. Ella se apoyó en mi hombro cuando lo hice. Me encantaba que hiciera eso, hacía que mi corazón se llenase mucho. 

-Bien, ¿cómo lo hacemos?-le pregunté después de darle un beso en la frente

-Pues... Si no recuerdo mal... La receta de mi madre era...

Empezó a enumerar pasos, pesos y métodos que no esperéis que me acuerde. Estaba tan ocupado observando lo feliz que estaba que ni presté atención en ese momento. Tan sólo me importaba lo feliz que ella. Nada más conocernos, casi no hablaba de su madre, era un tema demasiado doloroso que sacar. En ese momento, lo estaba sacando, recordando cuando hacía tortitas con ella, recordando momentos de felicidad a su lado. Me contó que hizo lo mismo con su padre y que estaba intentando recordar también lo bueno que tuvo. Estaba más feliz y poco a poco, hacía frente a sus problemas del pasado. Me llenaba tanto verla tan bien que... obviamente cómo hicimos las tortitas se me ha olvidado por completo. 

Finalmente, acabamos tomando tortitas y té blanco en el jardín, rodeados de mis perros. Ese día estaba soleado. Ellos estaban tumbados en el césped y de vez en cuando venían a estar cerca. Nosotros estábamos en la mesa, disfrutando del momento y del uno del otro. No sexualmente, si no mediante muestras de amor y una gran conversación, no dejando de confirmar que Matilde valía la pena. 

Después de eso, la acompañé a la parada del 20 y me quedé allí hasta que vino el bus. La verdad es que estaba bastante bien que nuestras casas tuvieran una línea directa de bus. ¿Quién lo hubiera dicho? 

Cuando volví a casa después de dejarla, desde el portón, empezó a sonar el preludio de la Suite nº1 de Bach. Sabía perfectamente quién lo estaba tocando. Esa era Nerea. Cuando tocaba el chelo sonaba por toda la calle, pero a nadie nos molestaba. Era increíble como alguien que podía llegar a ser tan basta, podía ser también elegante y tocar un instrumento de forma tan mágica. Nerea era única. Era irónico que al final, la alumna de la que más se preocupaba y más quería ayudar a ser feliz, acabase siendo feliz conmigo. 

Abrí mi teléfono para ver la hora y entonces, vi un mensaje. Lo abrí, era de Nerea. 

"Por favor, Verio, ten cuidado. Esos chicos no me dan confianza y uno de ellos está un tanto obsesionado con ella. Matilde pasa olímpicamente de él y le ha rechazado varias veces. Sin embargo, ten cuidado."

En ese momento, cuando lo leí, pensé que era normal que alguien estuviera obsesionado con alguien tan perfecto, así que no le eché cuentas. No obstante, tenía que haberme preparado para lo que venía. 


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