PDSDV Halloween 🎃
Conocemos miles de personas en nuestra vida, de las cuales, solo recordamos los rostros que de alguna forma nos marcaron. Otros, simplemente los dejamos pasar, viviendo en nuestro subconsciente y apareciendo en sueños, donde nos preguntamos; ¿por qué me eres tan familiar? Es algo que muchas veces me he preguntado, pero en el fondo, ni siquiera salgo de mi habitación como para recordar algo más que las caras de la televisión.
Llegó Halloween, uno de los días del año que más amo. Adoro poder ponerme un manto y salir al mundo exterior, es el único día que me siento una más del montón. Miro, a través de los orificios de mi máscara de "Scream", las decoraciones del barrio; las calabazas, los fantasmas de tela y como en los árboles marchitos cuelgan murciélagos de papel maché. De alguna forma, se me hace hermoso ver a los pequeños corretear por el barrio, vestidos de vampiros o brujitas sin perversión en sus atuendos. Siento, que ellos se esfuerzan en asustar, mientras los adultos en conquistar con atuendos ceñidos, olvidando el sentido de este día.
Sonrío, observando el panorama, jugando con las mangas largas de mi abrigo y rascando por encima de este, la lana causa picazón en mi piel, pero no es suficiente para arruinarme el día.
—¡Nzo! —alguien grita mi nombre, una voz masculina, con un dejado dulce en el tono. No la conozco, aun así, de igual forma volteo con la confianza de la máscara qué solo hoy cubre mi rostro, para atender a su llamado.
Las hojas marchitas caen como una cortina a mis ojos ocultos, sintiendo como mi corazón se acelera. Sale de su casa con una taza humeante en manos, la cual sopla con una sonrisa y empaña sus grandes espejuelos grises. Su cabello, largo azabache, baila con el viento en mi dirección, haciéndome temblar los huesos con el aire húmedo. Mis manos se descontrolan entre temblores, pero no por el frío, desgraciadamente, conozco a este nuevo vecino, al cual, nunca había visto antes por aquí.
Él solo me espera, buscando una respuesta desde los metros que nos separan en nuestros portales, y yo, como un cachorro asustado, me escondo, agachándome y usando los bajos muros de escudo. Dejo solo mi desconcierto al descubierto, cuando gateo hasta la entrada de mi casa y la anciana Babá sale a saludarlo como si le conociera de toda la vida. Dandelion Hallow, ese es su nombre y quizás sí le conozco.
Babá, con el mal carácter que le caracteriza, jala mi oreja a través de la ropa, forzándome a levantarme del suelo y mirar a los ojos azules de ese extraño. Levanto mis dedos con temblor, siguiendo la corriente del mundo y ella me golpea con su bastón de carabelas en las pantorrillas.
—Nzo, espero que haya dormido bien —me contesta el extraño, volteando hacia su casa para mirar la oscuridad abrasadora que sale desde la puerta. Podría jurarlo, voces, susurros a modo de súplica se escurren desde la paredes como si me llamasen a entrar. Ni siquiera los muros son normales, pero a nadie más le desconcierta. Parecen ladrillos con brillos extraños, ventanas como si fuesen pixeladas y sacadas de otra realidad, incluso, la puerta está dividida en pequeños cuadros de madera superpuestos. Las plantas de su alrededor parecen de papel, de esas que solo tienen dos dimensiones y no trabajaron bien los programadores.
—Recuerda nuestra cita para esta noche, tienes mi invitación para cenar —alega Dandelion.
¿Invitación? Una invitación, es la segunda vez que la recibo y también lo es sobre haber escuchado esa línea antes, aunque más bien la leí, en un videojuego.
Salgo corriendo, sintiendo la mirada de la anciana en mi espalda, para que me mantenga a su lado y no sea mal educada. Mas, no me importa, solo busco llegar a mi habitación y encender la computadora, buscando abrir mi perfil en mi juego favorito; Simulación de Vida, también conocido como SV.
Al encenderla, veo la aplicación estropeada, justo como la dejé anoche, con la mitad de la pantalla en negro.
Doy doble click en el juego y se abre, dejándome ver el cartel de su última actualización, una expansión sobre Halloween muy llamativa con personajes celebrando la festividad en una cena. A la cabeza de la mesa, se encuentra Dandelion Hollow, con una sonrisa y celebrando con sus invitados.
La CPU comienza a soltar humo, como si algo estuviese fallando, haciendo flashear la pantalla y colocando un cartel en grande que indica error.
"Invitación aceptada, intento ciento veintitrés. Tiene 24 horas para ganar el juego, o será penalizada otra vez."
"Tiempo restante: 18 horas"
No quería ir, pero siento que algo dentro me llama, pero Babá, la anciana que me adoptó, me ha estado incitando. Tampoco entiendo cómo es que sabe de la cena a esa casa tan extraña que apareció de la nada, pero parece que ha estado esperándola todo el año.
Me insta a cambiar mi atuendo, ese que oculta todo mi cuerpo e incluso mi cara. No es que lo logre, no se lo voy a permitir, no me atrevo a salir de estas paredes con el rostro al descubierto. Por lo que consigo al menos mi cometido.
Más que miedo, me lleva la curiosidad, una que me consume por saber qué demonios es esto. ¿Qué es esa mansión tan extraña que se asoma por mi ventana? La observo desde aquí, busco sus ventanas, pero la oscuridad de su interior no me deja ver nada más que los cristales cerrados. Creo que es mi imaginación, pero desde lo oscuro de sus vidrios, veo como mi reflejo me llama, algo que no debería verse desde aquí, debe ser solo mi imaginación.
—¡Nzo, es la hora! —grita Babá desde la sala de nuestra pequeña casa. Bajo con cuidado las escaleras, sintiendo el gran tacón de mis botas negras bajo el manto que me viste. Son cómodas, alejadas de la etiqueta, pero muy prácticas. Ni siquiera veo mis manos, las cubro con guantes, pues la abuela siempre me ha dicho que no deje que nadie me vea.
Llego a mi pequeña sala, observándola abrir una calabaza y tomando una pausa para empinarse de su botella de whisky. No le culpo, sobre esta fecha murió su hija y en su lugar, yo llegué a su vida. Tampoco se acercan a nuestra casa, dicen que está embrujada y que Babá es una bruja, solo porque es espiritista, de la religión yoruba, una de Cuba, su país natal.
—Trataré de volver temprano —le susurro, sintiendo con dificultad la voz salir de mi garganta. No me gusta hablar, de hecho, sé que en el fondo, ella espera esta época con ansias, rezando por que salga de mi habitación.
—Antes de las doce te quiero en casa —me comenta, observando el gran reloj de la pared, mostrándome qué son las seis menos cuarto de la tarde—. El señor Dandelion es bueno, me alegra que se hayan acercado más este tiempo.
—¿Acercarse? —susurro a duras penas, pero ni me escucha. Sigue en su trabajo, lanzándome una mirada de desaprobación sobre mi atuendo tan informal. Es Halloween, no voy a ir vestida de otra forma, no en mi día favorito.
—En esa casa, puedes quitarte los mantos sin miedo, mi niña —me dice Babá, desviando la mirada a la foto de su hija muerta, con una vela que descansa en la repisa de la escalera.
Niego con la cabeza, pensando en esa respuesta tan fuera de lugar por su parte. ¿Babá estará delirando? Estos atuendos fueron su petición desde que tengo memoria ¿Quién es ese hombre de al lado? Necesito saber, también sobre su casa, la curiosidad me mata, aunque también los nervios.
Mis pasos me llevan sin dilación hasta la puerta de su casa, donde veo a varios de mis vecinos, los cuales no deben ya acordarse de mi rostro. Son cinco, cinco de los que solo sé por las conversaciones que tienen a veces en estas fechas. Puedo decir todos sus disfraces, pero quizás no sus nombres.
Uno es un señor regordete, el año pasado iba vestido de hombre lobo, algo sencillo, pero adoro los clásicos, mas, no tenía que repetirlo este año. Otra es una mujer rubia, ella es alta y muy delgada, ahora mismo lleva un atuendo de enfermera con mini falda, recalcando lo que digo sobre los adultos. También hay un niño, se nota que no pasa los diez años, su ropa es sencilla y linda, va vestido de Chucky.
No puedo evitar reír al verlo con su calabaza sin dulces, quizás espere ganar algunos. Lo que me preocupa es que sus padres lo dejen venir solo, lo cual no es así, pues un señor rápidamente le toma la mano y regaña por quedárseme mirando. Este no lleva disfraz y su cabello es canoso, parece su abuelo. Por último, hay una mujer con un atuendo victoriano manchado de sangre, sus cabellos caen como rulos sobre sus hombros y es sumamente atractiva, sus ojos verdes sobresalen por debajo de la máscara de plumas y el lunar sobre su boca grita una pasión presuntamente atribuida a estos. Lo más llamativo de ella es el puñal que tiene clavado en el cuello, parece muy real.
En cambio, estoy yo, una joven que ni siquiera pasa de los veinte, creo que tengo veinte, no sé con qué edad llegué a casa de Babá. Ella solo me dijo que estaba completamente quemada y parecía que había salido de un incendio.
—Deberíamos entrar —dice la rubia enfermera llevando su mano al timbre—. Ya llegó la penúltima invitada de la lista.
Sus palabras me resultan curiosas, pero no por mucho tiempo, pues al lado de la puerta hay una pizarra con varios nombres. Son siete y uno se tacha en rojo sin que nadie lo toque, justo cuando siento la campana del pueblo anunciando que son las seis de la tarde.
"Primer eliminado, no respetó el tiempo", susurra el viento, dejando un escalofrío en mi nuca, pero nadie más parece escucharlo.
—¡Wao, abue, se movió solo! —grita el niño, lleno de energía. Es tan tierno, mucho, la verdad.
Le sonrío y saco de mi bolsillo un caramelo para echarlo en su pequeña calabaza. Ante esto, él me da las gracias, sin esperar un solo segundo para devorarlo.
—¡Abre la puerta ya! —dice el hombre lobo, sintiendo el rugir de su estómago como si viniese de su alma—. Venga ya, nos hacen esperar mucho.
Cuando lo miro más a detalle, no es realmente un atuendo como el que pensaba, pues el hedor comienza a llegar a mí. Parece más bien alguien que duerme en las calles, quizás por eso se atrevió a venir.
Sin más dilaciones, la puerta se abre ante nosotros, dejando ver la oscuridad de esta mañana del pasillo. Ni siquiera tarda unos segundos, las voces vuelven a mi cabeza mientras trato de mantener la calma. Quiero averiguar esto, si es un evento de mi videojuego favorito, quiero superarlo.
"Vaya, que gente más rara, espero que le hagan feliz", susurran las paredes.
Las luces se encienden de la nada, una serie de antorchas con fuegos de papel, que contra toda lógica, emiten luz, nos despejan las tinieblas. Mi máscara, no deja ver mi asombro, pero el grito de la rubia se hace notar, pues, como si siempre hubiese estado allí, una persona se alza ante nosotros. Contrario a todo, no siento miedo, me siento... una más por primera vez, aunque distante.
Es un anciano, uno con el cabello blanco y monóculo en su ojo izquierdo. Su atuendo señala todo lo que tiene que ver con clase, es como esas películas antiguas de familias ricas que contrataban servidumbre.
—Bienvenidos a la mansión Hollow, si se han presentado, es que aceptaron la invitación a participar en nuestro juego anual —dice el señor, con un tono tan recto como una escoba. Una sonrisa se dibuja en mis labios por la excitación, pero nada se expresa. Amo mi máscara.
›› Lo primero, será que conozcan tres reglas inviolables que deben mantenerse hasta las campanadas de media noche.
La mujer de aspecto victoriano saca su agenda para tomar nota, parece que se toma esto bastante en serio, ni siquiera ha interactuado con los demás.
›› La primera regla, nunca miren atrás si alguien los llama —dice con toda la seriedad del mundo el anciano recto. Lo cual, causa curiosidad, pues a simple vista, parece sencillo—. Tampoco aunque sientan pasos.
—Más rápido, viejo —dice el regordete.
—La segunda regla, no abran ninguna puerta. Todo lugar al que puedan ir, se abrirá solo, sin necesidad de ser tocado —continúa con el conteo—. Y tercera y última, pero no por ello menos importante. El papel que les dé el conde Hollow debe ser respetado, si alguien anuncia que esto es un juego...
Sus palabras son cortadas por una fría brisa, una que sale de forma sobrenatural desde dentro de la casa. Incluso, se apagan varias de las antorchas de papel. Pero eso no es lo más extraño, la cara del mayordomo dibuja una enorme sonrisa, muy antinatural con su aspecto deformando sus comisuras.
››pierden todos —concluye antes de volver a su estado habitual—. Ahora, ¿son tan amables de seguirme?
El anciano, al darse la vuelta, tiene en su espalda una manivela de esas que se usan para dar cuerda a los juguetes. Parece un muy buen disfraz, pues su traje en la parte de los hombros parece como si los brazos pudiesen separarse del cuerpo justo como las muñecas.
—Qué raro es este lugar —susurra la enfermera, siendo la que avanza a la cabeza de todos nosotros—. ¿Ustedes también llegaron por el sorteo del parque? Me choca un poco con mi trabajo, pero por suerte hoy conseguí que me cubriesen el turno en el hospital.
—No, a mi nieto en la escuela le ofrecieron esta actividad por sus notas —dice el anciano, tomando la mano del niño y caminando a mi lado—. Podía traer un acompañante, y aquí estoy. Vaya, entonces usted realmente es una enfermera.
Todos parecen venir de sitios diferentes, ¿habré sido la única que vino por el juego? Lo que todavía me extraña es que hasta Babá haya aceptado esta broma.
—En el parque habían panfletos, de comida gratis aquí hoy —dice el vagabundo u hombre lobo, prefiero pensar que está disfrazado—. Solo vengo a comer.
La plática sigue, y nosotros también continuamos nuestros pasos. El mayordomo ni siquiera se voltea y yo me mantengo a un costado del grupo, evitando socializar lo más que puedo. Esto también parece hacerlo la mujer victoriana, no creo que tenga intenciones de interactuar con los demás invitados.
De esta forma, todos somos llevados a una sala, es hermosa, mucho más que mi casa. Creo que el sitio por dentro se ve mucho más grande que por fuera. Los muebles son violetas en su mayoría, y los adornos en plateado, pero no pierde ese extraño pixelado.
Mi atención es robada por las luces encendidas, sin entender cómo es que de afuera solo se comprende oscuridad.
—El conde Hollow vendrá en un minuto, pueden servirse de los aperitivos —comenta el mayordomo que parece de juguete, chasqueando los dedos y apareciendo sobre la mesa central una bandeja llena de comida.
Los observo, pero no puedo comer nada, no deseo quitarme mi máscara. El grupo sigue conversando muy alegremente mientras el lobo devora los dulces. Parecen estarla pasando bien.
Me acerco a la ventana, tratando de ver hacia afuera y colocando mi mano en el cristal. Para mi sorpresa, la superficie se siente cálida, llegando a ser acogedora. Logro entender por qué no se veía nada desde fuera, es que desde dentro hay pegadas cartulinas negras en los cristales.
"Nzo, así te llamaré", susurra alguien en mi oído, una voz que no había escuchado antes. También siento como algo roza mi hombro, haciéndome erizar el brazo correspondiente y tentándome a voltear. Lo voy a hacer, sin embargo, la mujer victoriana hace presencia a mi lado, evitando el movimiento.
—Está delirando —comenta para luego sonreír—. Pobre niño.
—Una voz... —comentó a duras penas, sintiendo el dolor de mi garganta ante mis palabras—. Me llamó...
—No voltear, no importa lo que pase, muy curioso su juego, no importa que te haga la mansión Hollow —dice la señorita, pero parece estar hablando con ella misma y tomando apuntes en su libreta.
Incapaz de seguir hablando por mis dañadas cuerdas vocales, asiento, y le sonrío por debajo de mi máscara. No entiendo esto, pero parece que si escucho algo, no debo mirar atrás. ¿De dónde saldrán esas voces?
Giro hacia la puerta de entrada, al sentir como esta se abre. Justo ahí lo veo, es el anfitrión, Dandelion Hollow, protagonista de la expansión nueva del juego SV. Viste un traje negro y con bordados en violeta, justo como su mansión. Su rostro tan dulce y pasivo, también, ese cabello largo y perfecto amarrado con una cinta de forma holgada, le dan un aire de paz. No puedo sentir que sería alguien capaz de dañar, lo que me preocupa, es la historia que le daban en el anuncio del evento...
—Un placer tenerlos en mi morada esta noche, damas y caballeros —dice él, con una suave sonrisa. Se adentra en la sala, manteniendo sus ojos en la mujer victoriana, como si le tuviese algo de miedo, para luego llevarlos a donde están los demás—. ¿Les parece conversar en lo que está la cena?
—Hombre, yo me estoy muriendo de hambre —dice el lobo, dejando rugir su estómago y con la boca embarrada del merengue de los dulces—. Pero con esto aguanto.
Dandelion se ríe ante su sentencia, una risa de diversión, como la de un niño pequeño. Incluso, puedo ver como sus ojos se arrugan en las patas de gallina tras los cristales de sus gafas.
—Siempre tan gracioso, tío Jhon —dice él, parece que ese es el nombre del vagabundo. Luego, llama la atención hacia donde estamos la mujer victoriana y yo—. Vanela, Nzo, vengan con todos, quiero presentarles a mi familia, verán que son buenas personas.
La cena de la familia Hollow, ese es el nombre de la expansión. Parece que cada cual interpreta un papel específico, quizás a eso se refiere la tercera regla. No debemos romper nuestro papel en esta casa.
—Yo no soy el tío tuyo, hombre —dice el lobo y el niño le da una patada en la pierna, haciéndolo callar y mandándose a correr por la habitación. Esto provoca que el lobo lo persiga molesto mientras el abuelo pide perdón por el pequeño, alegando que solo tiene 8 años.
—Siempre has tenido ese humor tan raro —dice Dandelion, buscando por la habitación a alguien, como si faltase una persona, pero guarda silencio y trata de alegrarse. ¿Será el que se tachó de la lista?—. ¿Cómo van los negocios de la fábrica de juguetes, tío Jhon?
—Qué carajos... Yo voy al baño —dice el hombre lobo, ante la súplica del pequeño niño por continuar el juego. Parece que no sabe qué contestar, o huye de las preguntas raras, seguro no quiere perder antes de llenar su panzona.
Él camina hacia la puerta, y esta se abre cuando se para al frente. Logrando en él, una sorpresa por esto, pero ya parece algo normal. Yo, en cambio, corro a su lado para aprovechar el bug y llegar al pasillo. También necesito usar el baño, ¡algo que me fuerza a juntar las piernas y pensar en un desierto!
Paso a su lado, y él me observa como si viese a un bicho raro. A penas le llego por el hombro, pero es muy alto y gordito. Este tonto pensamiento me hace reír por lo bajo y andar a su lado.
El suelo tiene varios desniveles en cada loza, según avanzamos y pisamos, estas se hunden un poco como si se acomodasen.
—Y tú, ¿cómo llegaste aquí? —dice el hombre lobo, caminando con dificultad por el piso.
—Juego —logro decir, saltando sobre cada loza como si fuese justamente eso, un juego—. Me gusta.
—Al menos tu voz suena femenina, debes ser feísima para no enseñar ni el rostro ni la piel —dice el hombre, logrando detener mi alegría en una sola frase.
Me balanceo sobre un pie, para luego agachar mi cabeza y sentir el ánimo decaer en mi cuerpo. Él sigue caminando, alejándose varios metros de mí mientras yo me pierdo en mis recuerdos, en esa fría sensación que me invade.
Llevo la mano a mi rostro, sintiendo como este arde. Podría gritar, pero no lo hago, solo dejo que los recuerdos se vayan, pues ya me ha pasado antes, aquí no hay fuego.
—¡Cállate, niña, yo no la maté, soy inocente! ¡Ese recuerdo no es mío! —grita de la nada el hombre lobo, Jhon, volteándose hacia mí con el rostro deformado en una expresión de terror. Mientras me mira, no, no me mira, observa algo detrás de mí. Siento el sonido del suelo, ese que hacen las losas pixeladas mientras yo avanzaba. Ahora, suenan con un fuerte estruendo, como si algo enorme caminase por ahí.
Lo veo, veo a este mismo señor con un aspecto más delgado y en este pasillo con un cuchillo en su mano, sus atuendos en ese extraño marco, son los que lleva Dandelion hoy. La mujer victoriana está en el suelo, muerta, con el arma clavada en su cuello y las manos del vagabundo llenas de sangre. Sus cuerpos, en lugar de los reales, parecen muñecos siguiendo una obra, recreando algo.
›› ¡Aléjate, aléjate! —grita el hombre, caminando hacia detrás hasta caer de espaldas por el desnivel y las ilusiones desaparecen.
Siento como si algo cayese en mi hombro, es húmedo. Lo recojo con mis dedos para sentirlo, es baba, algo la dejó gotear sobre mí. Su aliento me recorre la nuca y su voz me susurra en el oído que me voltee a verlo, sigue así hasta que siento como unas garras recorren mi cabeza y erizan mi piel.
"Fue el causante de las llamas, por eso quedaste arruinada, lo sabes, estarías mejor muerta, como siempre estuviste antes de ese día", susurra una voz de ultratumba a mi oído y yo cierro los ojos, transportándome a ese momento mientras mi cuerpo tiembla ante el hecho de que alguien lo sepa. Como me quemaba hasta las cenizas.
La presencia se aleja de mí, corriendo hacia el hombre, lo sé por las marcas del suelo.
Solo puedo observar, no logro moverme por los gritos de dolor que emite. Su cuerpo comienza a ser devorado a mordidas, dejando ver como su brazo es arrancado desde el hombro y se exponen los ligamentos y el hueso. Todo, todo en esa zona se llena de sangre y yo solo puedo tratar de controlar mi respiración para no gritar.
El suelo bajo el hombre lobo se hunde, cayendo como una cascada y desapareciendo todo rastro de su muerte, dejando solo las manchas de sangre de las paredes que también son cambiadas por mosaicos nuevos. Parece un puzle cambiando sus piezas, no hay madera, no hay ladrillos, son bloques de plástico como un juego para niños.
Toda presencia del mal se borra, absolutamente todo y solo se queda en mi memoria. Ni siquiera me puedo mover. Muchos piensan en situaciones de terror que van a gritar y correr por su vida, pero yo, yo ahora mismo... no logro terminar de procesar lo que vi. Incluso, llego a pensar que solo fue una alucinación.
Una mano se posa en mi hombro y es cuando logro moverme. Me alejo y grito, dispuesta a golpear a lo que haya, pero solo es el mayordomo.
—Señorita, ¿le guío al baño? —me comenta él.
—¿Qué fue... eso? —cuestiono a costa del dolor de mi garganta.
—Rompió la regla número uno, se volteó ante la llamada de la casa y de su pasado. No deberíamos mirar tanto atrás, podría costarnos el futuro, señorita Nzo —me dice el mayordomo—. Más si somos nosotros.
—¿Qué lugar es... este? ¿Qué fue eso? —balbuceo.
—La mansión Hollow, lo he dicho antes. Todos ustedes son invitados del conde, y vienen todos los años. Usted, de entre todos los invitados, ya debería saber cómo funciona, ya ha estado aquí antes —me dice el mayordomo todo serio—. Ahora, si desea llegar al baño, sígame.
El mayordomo no me deja hacer ningún movimiento para explorar, ni tampoco se aparta de mi lado hasta llegar a la sala donde las visitas mantienen una plática casual que se cuela a través de los muros. Me detengo frente a la puerta, llegando a colocar la mano en el picaporte, pero no me atrevo a abrirla, tengo miedo de ser devorada por la casa.
Miedo, siento miedo de lo que pueda pasar en caso de despejar el camino sin que este quiera, pero para mi suerte, se abre sola, dejándome ver a los demás y entendiendo que es el momento de entrar.
Dandelion mira hacia donde estoy, sus ojos azules parecen juzgarme con recelo hasta que borra cualquier mal con su sonrisa.
—Parece que el tío Jhon se marchó, tuvo un problema en casa —comenta y se levanta de la silla para llegar hasta mí con una mirada triste. Lleva su mano a mi cara, pasando su pulgar por encima de la máscara antes de dejarme ver lo que retiró. Es sangre, una mancha de sangre—. Ten cuidado, Nzo.
Sus labios van hacia mi mejilla, dejando un beso sin sentido sobre el plástico. No sin antes buscar mi mano por debajo de la capa negra y llevarme hacia los demás.
››Tenemos que anunciar algo importante —comenta Dandelion, mirando a todos y luego a mí—. Nos vamos a casar, le pedí matrimonio y aceptó.
No entiendo nada, no sé qué papel tengo, pero parece que es este. Todavía me siento como en un trance y tengo ganas de gritar, pero también, pavor de romper las reglas de la casa. No debí haber entrado, esto no es un juego cualquiera.
—S-sí —susurro y la mujer victoriana clava su atención en Dandelion. Saca su cuaderno y hace otras anotaciones, cosa que es imposible que logre leer desde la distancia que nos separa.
En cambio, la mujer rubia rechista, esa que va vestida de enfermera.
—Una lástima, me hubiese gustado ese papel, Dandelion es muy atractivo. ¿Podría jugar a ser la amante? —dice ella con una sonrisa y deje de broma en su tono, sin embargo, no puedo catalogarlo como falso.
—No digas esas cosas, enfermera Ana, me matarás de la vergüenza —comenta Dandelion y me abraza, levantando mi mano y dejándome ver un anillo de juguete que no sé en qué momento llegó a mi dedo—. Quería decirlo luego de la cena, pero prefería que todos lo escuchasen.
La puerta abierta se hace notar, llamando la atención del mayordomo con una campanita. De esa forma anuncia que debemos reunirnos en el salón del banquete.
Primeramente, se reúsan a ir, pero el hombrecillo repite la sentencia y alega que es el momento y así lo decidió esa puerta, es hora de salir de esta sala.
No me atrevo a jugar de nuevo con los mosaicos en el camino, avanzo con el grupo. Me vuelvo a colocar al fondo, para evitar responder por error a una llamada de "lo que está detrás", hasta llegar al gran comedor.
Este está lleno de cuadros, pero el que más resalta, es uno enorme en el centro con los invitados. En ese, no portamos atuendos de Halloween, solo están sonriendo como posando para una foto familiar, con Dandelion a la cabeza, pero siendo un niño. El detalle más extraño, es que yo no me encuentro entre los pintados en el cuadro y tampoco la mujer victoriana. La enfermera parece tomar la mano del cabeza de familia y sonreírle, un extraño. A su vez, el niño del grupo, es idéntico a Dandelion, parecen gemelos.
—Algún día estarás ahí con nosotros, Nzo —dice Dandelion, quien me guía hasta la mesa y toma la cabeza, llegando a sentarnos todos a las sillas de los lados. En lugar de hacerlo a su lado, ocupo una de las sillas más alejadas de él, al lado del niño. Al lado del anfitrión se sientan la enfermera y la mujer victoriana, la cual me observa como si buscase algo en mí.
—Señor Dandelion, ¿cuál es la recompensa por ganar? —pregunta el niño, llegando a ponerme tensa.
—Mmm, caramelos, siempre nos han gustado —dice el conde con una sonrisa.
No entiendo sus palabras, no parece que se refiera a este juego en específico, parece referirse a la cena como algo que puede ser así para un niño.
—Me gusta, pero quiero una computadora para jugar —dice el niño.
—¿Computadora? —Cuestiona Dandelion—. ¿Qué es eso, Dilian?
—Un objeto para jugar, cosas de niños, no se preocupe, señor —contesta la mujer victoriana.
Las puertas se abren de golpe, tras un gran estruendo, captando la atención de todos. Unos carritos con comida entran, llevados por... la nada. Estos se mueven por la habitación y los platos flotan hasta ser puestos en la mesa, perfectamente servidos, pero con una campana cubriendo todos los platos.
—No tengo mucha hambre, iré al baño —comenta la mujer victoriana, haciendo una reverencia y caminando hacia la puerta, sin embargo, no se abre y esta se queda parada al frente sin atreverse a abrirla. Parece que todos debemos estar en esta sala.
El primero en levantar la cubierta de la comida es el niño, dejando un grito de terror ante lo que ve. Se aleja de la mesa para vomitar, mientras las lágrimas caen de sus ojos, obligando a su abuelo a ir hasta él y consolarlo.
Lo que hay en su plato, no es más que un pedazo de la cabeza del hombre lobo. Un ojo reventado y el cráneo expuesto con pelo aún en este. Varios dientes están por encima como si fuese un condimento.
No puedo dejar de verlo, solo puedo ahogarme en la escena de terror que estoy viviendo. Mis cuerdas vocales dañadas no me dejan gritar.
—¿¡Qué demonios!? —grita la enfermera al ver el corazón en su plato, sin saber de qué es.
—Son platos acordes a la celebración, están hechos de caramelo, algo que preparó Nzo —dice Dandelion al vernos reaccionar así, intentando calmarnos—. No son la verdadera comida.
No, no son de caramelo...
El hombre lobo...
Fue desmembrado...
Masacrado...
Asesinado...
—¡Eres un asqueroso enfermo y si esa loca de la mascarita anda en esto, también! —grita la rubia, quitando a la victoriana de la puerta y colocando la mano en la manivela de la puerta, pero no cede—. ¡Abre esta mierda o llamo a la policía!
El anciano saca su teléfono ante el ataque de asma que le da al pequeño. Parece tratar de llamar a la ambulancia.
—¡No hay cobertura aquí! —grita el anciano, mientras carga al pequeño y va a la puerta con los demás.
El anciano intercede y fuerza la cerradura hasta abrirla. Delante de todos, un agujero oscuro se muestra, una oscuridad inquietante donde parece no haber nada del otro lado. Viendo la asfixia de su nieto por el ataque de ansiedad, toma la iniciativa, entrando al pasillo, sin dejarnos saber más de ellos, pues la puerta se cierra con fuerza y comienza a brotar sangre desde abajo de esta, como expandiéndose un charco.
"Asesinó a otro, le hizo entender todo de nuevo", susurra la voz de la casa.
—Oh... parece que tuvieron que marcharse —dice Dandelion con una ligera sonrisa, algo triste, yendo hacia las dos damas en la puerta—. No arruinemos nuestra cena familiar, su presencia, quizás la tengamos el próximo año. Ana, no te marches tú, por favor.
La rubia mira el charco de sangre, volteándose hacia Dandelion y abofeteando su rostro.
—¡¿Qué clase de broma es esta?! —grita ella con desesperación—. Estás enfermo, todos lo están.
La mujer victoriana abre la puerta sin problemas y el pasillo se encuentra como lo dejamos, sin sangre, sin cuerpos, pero con el mayordomo al otro lado.
—Amo, ya está la cena —anuncia el señor, con su tono inerte.
—Perfecto, sírvela, solo si las damas desean seguir con nuestra reunión —dice Dandelion, mostrándose indiferente ante los hechos, pero sin perder su inocencia aparente.
Me alejo de la escena, pensando en el destino de ese niño y anciano. Posiblemente, no diste mucho de lo que le pasó al hombre lobo. No mirar atrás y no forzar las puertas qué están cerradas. No mirar el pasado y no forzar las cosas...
Levanto la cubierta de mi plato y me encuentro una lengua, la cual, cuelo por debajo de mi máscara y pruebo. Sabe a azúcar.
—Es un dulce —comento a duras penas, con la voz entrecortada y sintiendo el dolor en mi garganta—. Me gusta...
Nadie lo ve, pero las lágrimas comienzan a correr ocultas, ante la anomalía que vivimos en esta mansión.
La enfermera no aguanta más, comienza a despotricar sobre todos. A criticar cada pedazo de la casa y mostrando su inconformidad sobre el juego. Llama a Dandelion "monstruo" y acusa a su mayordomo de haberles hecho algo malo al anciano y el pequeño que salió con asma.
—¿Sabes?, si le digo la verdad, todo termina, ¿no? —dice la enfermera—. Estoy cansada de su juego.
—¿Qué verdad? —dice Dandelion, con una mirada triste, ante el desastre de su cena familiar. A diferencia de la imagen promocional del juego, esto es un desastre.
—No somos tu familia —dice la rubia, buscando terminar lo que ella cree un teatro de mal gusto.
—Ana, pero siempre dijiste que me cuidarías —comenta el anfitrión—. Solo quedas tú y si te vas, no puedo demostrarle a Vanela que eres real.
Vanela es la mujer de atuendos victorianos, la otra persona externa a los Hollow. Un apellido que curiosamente significa hueco, vacío.
—Enfermo —dice la enfermera.
Ninguna parece verlo, pero las paredes de la casa se empiezan a oscurecer, como si estas reflejasen el estado de ánimo del conde. Me levanto hasta donde están, cubriendo sus oídos ante las palabras de la rubia mientras este toma mis manos. No lo hago por aprecio a él, solo quiero sobrevivir a este teatro. Aun así, su tacto se siente familiar.
La historia de Dandelion, la recuerdo, la vi en internet, buscando información para pasar esa expansión. Solo fue alguien solitario que vivió en una mansión hasta morir. Creando personalidades que cubrían a sus familiares hasta que un día se dio cuenta que estaba completamente solo y se suicidó, un día antes de la evaluación final del psiquiatra. Lo curioso, es que solo era un niño de ocho años.
Eso recuerdo, quizás nosotros interpretamos esas personalidades, las cuales, de a poco se dieron cuenta que pertenecían a él, y fueron desapareciendo. Sin embargo, yo por ser su prometida, no soy un Hollow.
—Vete —le digo a la enfermera—. ¡SAAAAAL, VETEEEE!
Siento mi garganta desgarrarse con los gritos. La puerta se abre a su espalda y esta, en lugar de discutir, se comienza a notar asustada por los crujidos que sueltan los plásticos de la mansión de juguete. Nota la puerta abierta y aprovecha el momento para huir de esto, solo espero que el pasado la llame y sea devorada.
Tras su partida la puerta se va a cerrar, pero la mujer victoriana me mira con una ligera sonrisa.
—Parece que solo cenarás tú aquí de nuevo, Dandelion —dice ella, dejando sobre la mesa su agenda desgastada—. Mañana vendré a por ti. Al menos es un avance que entiendas que no están.
Retiro las manos de los oídos de Dandelion, sintiendo un dolor en mi pecho, uno inexplicable mientras todos se marchan.
—¿Ce-cenamos? —susurro como puedo hasta que se voltea hacia mí y me abraza como si su mundo se estuviese derrumbando. En el proceso, su cuerpo se vuelve otra vez el de un niño con los ojos llorosos.
—¿Ellos me odian? —comenta él, mientras yo asiento—. ¿Volvemos a estar tú y yo solos?
Vuelvo a asentir.
—¿Tan raro es que quiera casarme con mi propia casa? —dice él con una sonrisa mirando mis ojos tras la máscara—. Eres lo único que tengo, Nzo.
Tomo su mano, llevándolo a la mesa para cenar juntos. Esta vez, los platos que sirven son normales, la comida de una mansión con dinero, hasta que al final, solo entregan de postre una dona.
Dandelion me observa y cuenta todo lo que vivió ese año, mientras yo lo escucho, pues ya no puedo hablar más.
—Oye... a veces pienso que en el incendio todos murieron. ¿No es tonto? —me dice él, con una sonrisa inocente y viendo la soledad de la mansión de juguete—. Ya soy grande y se han ido marchando de a poco, incluso los vecinos dicen que no los han visto y que estoy loco.
Solo le observo tras mi máscara, un juego, es un juego, pero de alguna forma me duele todo lo que dice.
››Me llevan mañana, dicen que estaré mejor con el tratamiento, pero no quiero —sentencia Dandelion mientras se levanta de la mesa y camina hacia una de las antorchas de papel—. Estaría lejos de ti, mi hogar.
Tras sus palabras, abro el cuaderno para observar lo que tanto leía la dama victoriana. Son apuntes de un psiquiatra sobre el estado de salud del conde. Su amor extraño hacia su mansión y la recreación de sus familiares muertos tras el incendio.
››Todos son reales, ellos vivieron, pero se fueron en el incendio. Quizás, si me voy de la misma forma, estemos juntos algún día de nuevo, pero también quiero verte a ti. ¿Prometes volver a mi lado?
Asiento, entendiendo que perdí el juego. Ya estuve aquí antes y aun no sé como darle un final feliz a este niño que creció en mis paredes, ni después de muerto.
—Sí... Dandelion... —susurro.
—Cuando se vuelvan a abrir las puertas, ven a verme, aunque sean pocos los minutos, recreemos este escenario de nuevo.
No tarda mucho, sus palabras van acompañadas de la caída de la antorcha sobre el suelo, empezando a derretir el plástico de la mansión y a expandirse por todos lados. Solo lo observo, lo observo quemarse y morir, mientras sigo revisando la agenda.
Lo próximo es un anuncio del periódico del año 1834, donde el conde Hollow se incendió junto a su mansión en la misma calle donde está mi casa. Antes, donde estaba este extraño escenario, solo había un terreno baldío qué espantaba a los que se atrevían a ir.
Yo, no recordaba nada, no me quito mi máscara por las llamas que una vez consumieron mi rostro y voz. Llevándose mis recuerdos como un objeto, teniendo el mismo destino de estas paredes.
No entiendo por qué Babá me ordenó venir aquí, ni cómo el resto de personas piensa que este lugar que tan extrañamente llegó en Halloween siempre existió. Aun así, sé que pertenezco a este escenario, o quizás, soy el escenario.
Deberé averiguarlo el año que viene.
—Señorita Nzo —dice el mayordomo desde la puerta extendiéndome su mano—. Le acompaño a la salida.
Me levanto de mi asiento, yendo junto al anciano por los pasillos, sintiendo mi piel quemarse por el vapor del fuego. En el suelo, la mujer victoriana yace muerta por el cuchillo en su cuello, quizás alguien la haya asesinado, pero fue obra humana, y solo está en esta casa el conde Hollow.
—Ya lo sabe, ¿no? —dice el anciano—. No recordará nada, pero volverá el año que viene. Espero que esa vez logre ganar el juego y mantenga sus recuerdos. Por desgracia, esta vez será penalizada con ello.
—No importa... —susurro, quitándome la máscara y limpiando las lágrimas de mi rostro. Veo a Babá, ella está frente a mí en la salida. Sus ojos se encuentran blancos, su bastón de calavera llora sangre y en el suelo hay un círculo con palabras extrañas dibujadas
—Perdóname, Nzo —dice ella con cierto pesar, mientras la casa vuelve a quedar como un terreno baldío—. Pero que revivas esto y lo hagas bien, es la única forma de impedir que muera mi hija Vanela. Parece que debemos repetirlo otra vez, volviste a fallar.
Ni siquiera lo duda, con su bastón golpea mi cabeza haciéndome perder la consciencia.
Amo Halloween, es la época más bella del año y cuando único puedo salir al exterior. Pero lo que más me llama la atención, es esa mansión de juguete que se alza al lado de mi casa. Nadie conoce a quien vive ahí, sin embargo, todos actúan como si siempre hubiese existido.
Un hombre misterioso con una sonrisa infantil me saluda desde el portal y yo, ante los nervios y el desconcierto me escondo. Sin embargo, Babá sale y me jala la oreja para que vaya a saludarlo, parece que también está encantada.
Nzo: significa casa en Kongoles, idioma del lugar del que proviene la religión de Babá.
https://youtu.be/D9fi_12EPyg
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