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Capítulo 9 "Adaptarse"

"Adaptarse"


Entramos a la casa y me encanta a un más. La sala es amplia, la cocina es hermosa y las escaleras que dan al segundo piso tienen luces. ¡Luces!

Me encanta esta casa.

Un ruido extraño llama mi atención y giro mi cuerpo para ver de qué se trata. Un gran pitbull terrier negro entra en mi campo de visión.

– ¡Tienes un perro! – exclamo y me siento en suelo cuando el gran bebé perrito llega a mí. Me encantan los perros.

– Ten cuidado– observo a William, quién está claramente confundido.

– ¿Qué sucede? – sigo acariciando al perro.

– Pues... que Zeus no es muy sociable.

– ¿Ese es tu nombre, muñeco? – le hablo al perro con voz mimosa– Pues él sociable conmigo por qué se enamoró de mí, así como yo de él, ¿Cierto, Zeus? Es hermoso, ¿Hace cuánto lo tienes?

– Tres años. Era solo un cachorro cuando lo adopté, no podía mantenerse en pie– William se sitúa a mi lado y sonríe– No sabía que te gustaban los perros.

– Son muy lindos, ¿A quién no le gustarían? – Zeus, feliz de ver a su dueño, se escabulle entre las piernas de William.

– Hola, amigo. ¿Me extrañaste? – William lo mima y se ve tierno haciendo eso– Ve a jugar, Zeus– y como si fuera santa palabra, el pitbull sale disparado hacia alguna parte de la casa– Dominick lo trajo ayer. ¿Quieres ver el segundo piso?

Asiento y me coloco de pie, William me guía al piso superior. La casa cuenta con tres habitaciones con baños independientes y uno en el pasillo. El estudio de William está en la planta baja, cerca de la cocina. Nuestra habitación es hermosa, lo que más me gusta, es que, la casa tiene vidrio por todas partes y son polarizados.

William se acerca a mí y me rodea con sus brazos, nos quedamos así por un largo rato.


Abro los ojos sobresaltada. Mierda, ¿Dónde estoy? Vidrio, vidrio y más vidrio.

Cierto, estoy en Múnich. Quito el cabello de mi rostro y observo el otro lado de la cama. William está dormido sobre su espalda, con la sábana cubriendo su cintura, su rostro está girado en mi dirección. Se ve tan lindo así. Mi teléfono marca las cinco de la mañana, es lunes, William se levanta a las seis. Me levanto de la cama y camino al baño, me lavo los dientes y la cara. Salgo del baño y William ahora está acostado boca abajo. Bajo a la cocina y me dispongo a preparar el desayuno.

Decidí encargarme de la casa, Roxana– la antigua ama de llaves de William– solo viene dos veces a la semana para ayudarme a limpiar. Hace ya dos semanas que volvimos de la luna de miel y no

he salido mucho, mi padre me recomendó con varios amigos suyos aquí en Múnich, quiénes me dijeron que, en cuanto quisieran alguna remodelación en sus casas o empresas, me llamarían.

Las últimas dos semanas he paseado a Zeus tres veces a la semana. En cuanto a William, se sigue comportando igual, sigue atento y cariñoso. Sale de la casa a las siete y regresa a eso de las cinco de la tarde, luego cenamos juntos y hacemos cualquier cosa.

Me estoy adaptando muy rápido a esta vida y creo que William también. Lo único en lo que aún trabajo, es en acoplarme a la casa. Me he despertado casi todas las noches sin saber en dónde estoy, luego observo todo y me relajo. Creo que con el tiempo me acostumbraré.

– Huele bien– William murmura mientras me rodea con sus brazos.

– Hice huevos revueltos con pan tostado, ¿Quieres tocino también?

– Si, lo que sea que venga de ti, lo quiero– besa mi cuello repetidas veces y su barba me hace cosquillas. Río y él se aleja para sentarse en el taburete.

– ¿Cómo dormiste? – le pregunto cuando le doy su plato.

– Bien ¿Y tú? – me mira– No despertaste anoche.

– Si, dormí bien. Solo aún no me acostumbro a dormir una habitación nueva, ya sabes. Es extraño.

– ¿Segura? – asiento– Puedes decirme lo que quieres, lo sabes ¿No?

– Si, tranquilo– me acerco y beso su mejilla– Estoy bien.

Su boca busca la mía y me besa con delicadeza, envuelvo mis brazos en su cuello y los suyos van a mi cintura. Sus besos se desplazan por mi mejilla, luego por mi cuello. Siento sus manos apretar mi trasero, después subir hasta mis pechos y estrujarlos haciendo que un gemido saliera disparado de mi boca.

– Si no tuviera que ir a trabajar, te haría de todo sobre el mesón– susurra en mi oído y yo jadeo sobre su boca– ¿Te puedo tomar como desayuno?

– No– digo entrecortado por los besos de riega en cuello– Vas... a llegar... tarde.

– Entonces, mejor cuéntame qué harás hoy– me deja ir, me siento sobre la barra.

– Bueno, mi ginecólogo me recomendó un colega suyo para que sigamos con mi tratamiento y tengo que llamarlo para programar una cita, voy a bañar a Zeus y luego iré supermercado.

– Puedes decirle a Wendy que te acompañe– sugiere luego ladea el rostro– ¿Dijiste ginecólogo? – asiento– ¿Hombre?

– Si, ¿Por qué?

– Tú ginecólogo... ¿Es un hombre? – frunce el ceño.

– Si, desde que tenía catorce años. Pero puede ser mi abuelo, si es lo que te preocupa.

– Y el que te atenderá aquí, ¿También lo es?

– No, creo que es mujer– hago memoria a mi última visita a mi ginecólogo antes de la boda– Si, es mujer. ¿Por qué?, ¿Te da celos de que mi ginecólogo sea hombre?

– No– arruga el entrecejo y yo quiero reír– Es solo que no me gustaría que el ginecólogo de mi esposa sea un hombre– dice levantándose cuando termina de comer y va en dirección a la sala.

– William, No seas cavernícola ¿Sí? – rodeo su cuello con mi brazo una vez que se coloca el saco.

– ¿Tú también vas a decirme cavernícola? – me pregunta serio, mientras yo sonrío.

– No, pero a veces actúas como uno– me encojo de hombros y beso sus labios– Nos vemos esta tarde.

– Adiós, caramelo– me besa una vez más y luego sale de la casa.

Lo observo subir a su Mustang y marcharse. Cierro la puerta de la casa y observo a Zeus al otro lado de la sala.

- Solo somos tu y yo– el perro ladea la cabeza y yo suelto una risita– ¡Es hora del baño! – Exclamo y Zeus corre, claramente, huyendo de mí.


Me visto con un short de jeans azul claro y una sudadera gris, con mis Converse azules. El timbre suena y yo frunzo el ceño, el reloj de mi teléfono marcan las once de la mañana y no tengo la menor idea de quién puede ser. Bajo las escaleras trotando y abro la puerta.

– ¡No voy a casarme con él! – exclama mi cuñada sin siquiera dejarme parpadear.

– ¿Quién no se va a casar? – cuestiono después de que la dejo entrar.

– ¡Yo! ¡Yo no me voy a casar! – se deja caer en el sofá y se tapa la cara con las manos.

– No entiendo, ¿Quieres explicarme? – me siento frente a ella.

– Papá quiere que me case– dice con voz ahogada.

– ¿Él te dijo eso? – niega– ¿Entonces?

– Lo escuché hablando con la tía Evelyn.

– ¿No te dijeron que es de mala educación escuchar las conversaciones ajenas? – me burlo.

– No es una conversación ajena cuando yo soy el punto en cuestión– se incorpora y su rostro está rojo– Además, eso no es el punto.

– ¿Cuál es el punto?

– ¡Quieren que me case con Dominick! – oh, ya entiendo todo.

– ¿Y eso es malo? – pregunto.

– ¡Si! No puedo casarme con Dominick, no puedo– se cruza de brazos.

– ¿Por qué no puedes? – quiero llegar al fondo del asunto.

– ¡Por qué es Dominick!

– ¿Qué con Dominick?

– Que él es tan molesto e impertinente y... y él... ¡Dios!

– Te gusta– digo.

– ¿Qué? – frunce el ceño– No me gusta.

– Si, te gusta– Niega frenéticamente con la cabeza– Vamos acéptalo, se cómo se miran, como se tratan. A pesar de que los dos se molestan mutuamente, se nota que se gustan– se queda en silencio, como si estuviera meditando mis palabras– A Dominick le gustas, los sé. Y a ti te gusta él.

Se da en la frente con su mano, y lloriquea.

– ¡Mierda!, Me gusta Dominick– admite en un susurro, me levanto sonriendo y le tiendo la mano.

– No te tortures, ¿Sí? Por qué no mejor, vamos al supermercado y me ayudas hacer las compras– mira mi mano con recelo– Y también podemos almorzar.

Toma mi mano y se pone de pie en un salto. La clave es ofrecerle comida. Siempre es la comida.

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