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Amar es combatir

Era un día hermoso en la ciudad de Dublith, el sol brillaba, los pájaros cantaban y una joven hechicera, despertaba en un incómodo sillón de hospital. Se sentía adolorida, despeinada y sucia. Por esa razón, se despertó temprano para partir a su casa, asearse e ir a trabajar. Salió de la habitación de su hermana en silencio y se sorprendió, al ver a dos hombres dormidos en la puerta de esta.

-¿Eh? Chicos, ya es de día- los sacudió a ambos de sus hombros para despertarlos -Si que tienen el sueño pesado- los miró pensativa, hasta que chasqueó sus dedos -¡GAIA! ¡NO! ¡BAJATE DE ESA CORNISA!-

El cazador, despertó, como si nunca hubiera estado dormido.

-¿¡DÓNDE!? ¿¡DÓNDE ESTÁ!?- tomó a su cuñada de los brazos -¿Otra vez escapó Calep?- Habló perdido. Ella río por su desesperación y él, la miró ofendido -No es gracioso, Dea. Casi me da un infarto-

Tocó su pecho y soltó todo el aire de sus pulmones.

-Tranquilo, Keilot. Sólo quería despertarte para que te quedes con ella. Yo tengo que ir a trabajar- volteó para seguir su caminó, pero observó al vidente, todavía dormido -¿Qué extraño? ¿Pensé que Lai también despertaría?- su cuñado sonrió malévolo.

-Déjamelo a mi...- se acercó lentamente hacia él con la misma expresión que antes, humedeciendo sus labios -¿Qué vas a salir con quién, Dea? ¡Oh! ¡Vaya! ¿Con Dylan? ¡No lo puedo creer!-

Habló sorprendido y él, abrió sus ojos de golpe.

-¿¡QUÉ!? ¡SOBRE MI CADÁVER!- despertó exaltado mirando a su alrededor, buscándola. Encontrándola junto a su amigo que reían -¡Qué divertidos! ¿Verdad?- exclamó, apuntándolos -Vamos...sigan riéndose del vidente- les reclamó a ambos, ceñudo.

-No aguantas nada, Lai- lo palmeó fuerte en la espalda, causando un gesto de dolor en él -Bien, voy a ver a las dos hermosas damas que hay en la habitación y luego, iré a trabajar...Nos vemos- se despidió de ellos.

-Adiós, Keilot. Nos vemos, Lai-

Volteó para seguir su camino, pero él, la detuvo.

-Espera, voy contigo, mi posada queda a sólo unas calles de aquí-

- Está bien- contestó sin emoción -Dimé, Lai ¿Cómo fue que terminaron durmiendo en el pasillo del hospital?-

Cuestionó sonriendo y con su mirada al frente.

-Aunque no lo creas, no era mi intensión pasar la noche aquí- explicó saliendo del hospital -Keilot estuvo en un bar, anoche conmigo y en vez de regresar a casa, decidió venir aquí. Yo lo seguí para evitar que se metiera en problema-

Sonrió, al recordar lo pasado de copas que estaba su amigo anoche.

-Entiendo, Gaia estaba muy mal anoche, espero que se reconcilien. Mi hermana no es una mujer fácil. Ambas no lo somos- declaró, apresurando el paso -Estamos acostumbradas a hacer todo solas y sin consultarle a nadie. Sinceramente, somos un dolor de cabeza para cualquier hombre- explicó, rápidamente. Se le hacia tarde.

-No tienes que decirme. Lo viví en primera persona- contestó irónico y ella lo miró de reojo -Bien, tengo que doblar aquí. Pero antes de que te vayas, ¿Puedo ir a ver a Eyra esta tarde?-

-Si, claro. Ella estará con mis padres hasta que yo llegue de la escuela, puedes ir a verla si quieres o esperar a que yo regrese. Como tú desees-

Indicó, intentando que la conversación se terminara rápido. Odiaba llegar tarde a su trabajo.

-Mejor paso a recogerte por la escuela y vamos juntos a lo de tus padres-

-Bien, adiós Lai-

Volteó y corrió rápidamente en dirección a su casa.

-Adiós-

La observó alejarse, levantando la mano en su dirección.

En el hospital, una alquimista despertaba por los quejidos de hambre de su bebé. Los pechos de ella, todavía no producían leche, así que, la pequeña tenía que tomar biberón por el momento.

-Shhh...Shhh...- La acercó a ella con los ojos cerrados. Ambas estaban durmiendo en la cama -Ya voy, hija. Deja que mamá se despierte un poco para ir a buscar tu comida-

-Yo iré- dijo la voz de su esposo en algún lugar de la habitación, mientras ella seguía es la misma posición anterior. No quería verlo -¿Tú quieres algo?- abrió los ojos de golpe. Tenía hambre.

-¿Cómo qué?-

Habló cortante, sentándose en la cama con su hija en brazos.

-No lo sé, ¿Qué quieres?-

Él le habló sonriente, todas las mañanas se veía graciosa al despertar. Ella pensó un momento, tenía hambre. Por esa razón, había amanecido de mal humor.

-Quiero...Un café y galletas de chocolate- habló hambrienta -Y muchas- sonrió por el entusiasmo de comer. Pero su sonrisa, desapareció -Cierto, no puedo tomar café por la lactancia-

-¿Un té? - preguntó él.

-¡Por dios! ¡No! ¡Es agua sucia!- mencionó asqueada. Odiaba el té, últimamente.

-¿Leche?- mencionó esperanzado, hasta que recordó algo cuando observó la cara más que asqueada de su esposa -Intolerancia, ¿Y ahora qué?-

Preguntó, acercándose, para tomar a su hija de los brazos de su madre.

Ella en los dos últimos años, había desarrollado intolerancia a los lácteos. Aunque no había dejado los helados, eran su perdición. Prefería morir antes que dejarlos.

-No lo sé, tengo mucha hambre- tocó, su ahora, diminuto abdomen -Me muero de hambre, Keilot- hizo un mohín con sus labios.

Así eran las peleas entre ellos, peleaban a muerte y a las horas, estaban hablando de comida o de cualquier otra cosa, sin disculparse. Ellos eran así, siempre estaban juntos, haciendo las pases sin decirlo.

-Bien...Voy a ver que puedo hacer por ustedes...- salió de la habitación con su hija en brazos.

Al cabo de quince o diez minutos, volvió con su hija tomando biberón y una enfermera detrás suyo con una charola en sus manos, con un vaso de jugo y una porción de pastel.

-¡QUE RICO!- exclamó emocionada, aplaudiendo en la cama -Gracias, Keilot. Pensar que Dea no puede comer esto-

Comentó con la boca llena de pastel y bebiendo su jugo. Su hermana, a diferencia de ella, tenía intolerancia a las harinas. Si comía demasiado, le hacían daño. Él se acercó a ella, sentándose en el borde de la cama.

-De nada, lamento haberte gritado y además, arrojarte a la cama de esa forma- expresó, culpable.

- Está bien. Acepto tus disculpas- él la miraba en silencio, esperando algo. Ella le devolvió la mirada -¿Qué?- preguntó perdida.

-Nada, creí que ibas a disculparte-

-Yo no me disculpo, Keilot. Nunca lo hago y lo sabés-

Esas palabras, lo perturbaron. Ella había gritado que lo odiaba y no pensaba disculparse.

-Lo sé, no necesitas decírmelo-

Habló dolido, evitando mirarla. No podía ser tan orgullosa. Ante la mirada pérdida de él, su esposa, habló.

-Keilot, no te odio. Sólo estaba molesta contigo- él volteó a verla.

-Estoy al tanto de eso, es sólo que, me molesta que seas tan orgullosa-

-No empieces- suplicó -Hoy me darán de alta y quiero irme de buen humor de este lugar-

- Está bien, lo siento-

Se disculpó, evitando pelear de nuevo con ella.

En otra parte de la ciudad, una apresurada maestra, corría por las calles de Dublith hacia su trabajo. Iba retrasada y eso no era bueno, su directora no toleraba retrasos.

-¡Cielos! ¡Llego tarde! ¡Muchas gracias Lai!-

Lo culpó por su retraso, el cual, no tenía nada que ver con eso.

Ingresó rápidamente a la institución, saludando a sus colegas, mientras se dirigía a su salón de clases. La miraban extrañados por su marcha tan apresurada. Iba tan concentrada en su objetivo, que no pudo evitar chocar con otra persona, cayendo ambos al suelo.

-¿Toda la vida va a pasarme esto?-

Se quejó ante el mundo por su torpeza habitual. Una voz de hombre río delante de ella.

-Seguro que si, cariño- habló dulcemente, el maestro de musica, poniéndose de pie -Ven. Levántate, linda-

Le tendió la mano, levantándola de un tirón.

-Cristián ¡Lo siento tanto! Venía muy apresurada. Llego muy tarde- el maestro de música, volvió a reír.

-Dea, cielo. Faltan diez minutos para ingresar al aula-

Golpeó su frente con la palma de su mano, había olvidado que adelantó su reloj.

-¡Maldita sea mi suerte!- murmuró entre dientes y su amigo, volvió a reír.

-¿Qué haremos contigo, hechicera?- preguntó, empujándola. Ella le devolvió el empujón, ofendida -Ahora, dime ¿Cómo están tu hermana y su bebé?-

Lo miró sorprendida, ¿Cómo sabía que su hermana había dado a luz?

-Antes de que preguntes, Lucio asistió el parto-

Era cierto, la pareja del maestro era enfermero.

-¡Pobre hombre! Mi hermana le dio un buen golpe cuando se le acercó con una aguja. Pero ambas están bien- el hombre frente a ella, asintió sonriendo -Por cierto, ¿Cómo se encuentra Lucio?- ambos se encaminaban al salón de clases.

-Él está bien, pero juró, nunca más acercarse a tu hermana-

Ella asintió. Habían llegado a la puerta del aula de la muchacha.

-Tengo que contarte algo- hizo señas para que se acercara -El padre de mi hija vino a Dublith este fin de semana-

Habló por lo bajo y él, abrió los ojos por la sorpresa.

-¡Vaya! Eso si que no me los esperaba ¿Ahora qué harás? Juraste que él, no sabría nada de tu hija al no contestar tus cartas-

-Lo sé... Pero ya es tarde. Le conté sobre ella el día que Ivette nació- lo miró triste por unos instantes -Antes de irnos, ven y hablamos tranquilos. Quiero contarte como pasó todo ¿Está bien?- él asintió.

-Perfecto, cariño. Que tengas un lindo día-

Besó a su compañera y se marchó hacia su clase.

-Gracias, Cristián. Igualmente-

Las clases habían transcurrido con normalidad y ya era el momento de irse. Un golpe en la puerta de la maestra hechicera, la distrajo de sus deberes.

-Pasa, Cris-

El nombrado, que era un hombre de cabellos castaño claro, ojos celestes y estatura promedio, ingresó al aula.

-Bien, estoy listo para escuchar tu versión de los hechos-

Suspiró y tomó asiento frente a él.

Así fue, como le narró a su amigo todo lo sucedido ese caótico fin de semana. Sin poder evitarlo y como ya era una costumbre en ella, lloró a mares.

-Ahora, Cris ¿Dime que haré si él cambia de opinión?-

Preguntó, poniéndose de pie y secando sus lágrimas con las mangas de su camisa. El maestro, se incorporó y le tendió un pañuelo que agradeció al tomarlo.

-No lo sé, cariño. Por lo que me has dicho, él es un buen hombre, ¿Qué te hace pensar que cambiará de opinión?- indagó frente a ella.

-Soy un desastre, siempre estoy arruinándolo todo. Podría llegar a hacer algo estúpido y provocar que me odie de una vez por todas, llevándose a mi hija con él- lloró aún más.

-¡No digas eso! No eres un desastre, eres una buena persona y él nunca te odiará- apoyó una mano en la cabeza de ella -Ahora ven, no quiero que llores más-

Le tendió los brazos a su amiga y ella lloró en él, hasta que un carraspeo, los separó. Frente a ellos, estaba un apuesto vidente mirándolos molesto e incómodo, por la situación que estaba presenciando.

-Hola, Lai- sonrió la muchacha, desarmando el abrazo.

-Hola-

Contestó cortante, mirando al hombre frente a él. Ella, para tratar de romper la tensión, los presentó.

-Lai, él es Cristián, un amigo y compañero de trabajo. Cristián, él es Lai, el padre de Eyra-

-Es un placer...-

Le tendió la mano, el cual la tomó, en un apretón un poco fuerte.

-No puedo decir lo mismo...- contestó, sin darse cuenta lo que decía y volteó hacia ella -Si estás lista, ya vámonos-

Se dirigió frío, mirándola, aún peor.

-Si, lo estoy- contestó de igual manera -Adiós Cris, muchas gracias por todo- abrazó a su amigo y besó su mejilla.

-Adiós, hermosa. Cuidate-

La tomó de sus mejillas y la besó en los labios. Siempre hacía eso para molestarla. Ella enrojeció de vergüenza y Lai, de rabia.

-Suficiente ¡Vámonos!-

Tomó a la chica de su muñeca y la arrastró con él a la salida.

En el hospital de Dublith, una joven alquimista convertida en madre recientemente, empacaba su pequeño bolso para regresar a casa. Su esposo se había ido al trabajo, una vez que su madre había llegado al hospital para cuidar de ella.

-¿Lista, cariño?- preguntó, regresando a la habitación, después de firmar unos papeles en la recepción -Tu padre y Eyra, nos esperan en un taxi afuera-

-Si, mamá. Ya terminé con esto. Vámonos- colgó el bolso en su hombro, se dirigió a la cuna, tomó a su hija en brazos y ambas mujeres salieron de la habitación -Tengo tantas ganas que Eyra la conozca. Se parecen mucho, ¿No creés?- dijo emocionada.

-Si, mis nietas son unas niñas preciosas- respondió, amorosamente.

Algo extraño en una mujer como ella, que solo demostraba su amor a su esposo y a sus hijas, a pesar de ser adoptadas.

-Gracias, mamá-

Agradeció con la voz trémula. Algo en las palabras de su madre la había conmovido.

-¿Por qué, cielo?-

Su madre la miró al escuchar su voz quebrada.

-Por querer a nuestras hijas y a nosotras. A pesar que no nacimos de ti-

Se detuvo en seco y volteó hacia ella, para acariciar una pequeña lágrima que caía de su ojo.

-Gracias a ustedes, cariño. Al llegar a mi vida, primero tú y después Dea, hicieron de mí la mujer más feliz del mundo. Nunca imaginé que alguien podría necesitarme tanto como ustedes- habló sincera -El día que llegaste a nosotros, juré cuidarte y velar de ti, siempre. Eras tan pequeña y estabas tan perdida, que decidí hacerme cargo desde el primer momento que despertaste- sonrió a su hija que lloraba en silencio con su bebé en brazos -Luego llegó Dea. Estaba tan rota y triste, que necesitaba de una familia que curara el dolor de su alma. Así lo hicimos y no nos arrepentimos de eso- la besó en la mejilla y la acarició -Te quiero mucho, mi niña. Nunca dudes de eso y a tu hermana también. Somos una hermosa familia-

-Yo también te quiero mamá y al hombre grandote que está mirándonos con mi sobrina en su brazo, también-

Ambas rieron ante la imagen nerviosa del hombre y Eyra. Ella quería escapar de su abuelo e ir con su tía.

-Hola, papá- se puso de puntillas y besó a su padre en la mejilla -Hay alguien que quiere conocer a su abuelo- acercó a su hija al gran hombre frente a ella.

-¡Hola, mi nena hermosa!- a él se le escapó una lágrima al ver a su nueva nieta -Es preciosa como tú- besó la cabecita de la bebé.

-Gracias, papá. Ahora, mira Eyra ¿A quién tengo aquí?-

Se inclinó con cuidado hacía su sobrina para que conociera a su prima.

-Ivi-

Pronunció, apoyando su pequeño dedito en la manito de la bebé y sonrió.

-Si, ella es tu primita Ivette. Pero si tú quieres, podemos decirle Ivi- le sonrió a su sobrina que asentía.

-Shi, tía- estiró los brazos a su abuela, para que la cargara.

-Bien, ya es hora de irnos-

Sentenció con su nieta en brazos, subiendo todos al taxi.

Se encontraba muy absorto en sus pensamientos, mientras barría en piso de la tienda. No podía sacar de su mente el momento en el que su esposa, gritó que lo odiaba y después se negó a disculparse, al haberlo corrido del hospital. Él creía e incluso imaginaba, que ya no sentía por él lo mismo que antes. Un toque en su hombro lo hizo volver a la realidad, volteó y Megan lo miraba, intensamente.

-Hola, Keilot-

Él la observó, detenidamente. Ella en su rostro tenía pequeños raspones y cortes que estaban sanando.

-Hola, Megan ¿Qué te pasó en el rostro?-

Sabía, perfectamente, que le había pasad. Pero quería escuchar su versión de los hechos.

-Una estúpida hechicera, que luego me enteré que su nombre es Dea. Me atacó en una cafetería, hace unos días, cuando entre con su amante, ¿Puedes creerlo?- la miró escéptico. Era consciente que su cuñada no salía con Dylan. Es más, lo detestaba - Tú debes conocerla. Tiene cierta similitud con tu...esposa- mencionó la última palabra con despreció.

-Si, es mi cuñada- respondió sin preámbulos. Lo miró sorprendido -Es la hermana gemela de Gaia, además- el rostro de ella se deformó de disgusto.

-¿Hay dos como ella? ¡Que horror! ¡Me apiado de ti!-

Mencionó hipócrita. Él negó con la cabeza. No quería escucharla más.

-Meg, sinceramente, no quiero escucharte. Estoy cansado, mi hija nació este fin de semana y no estoy para esto. Dime a qué has venido así te vas- la despachó por la puerta.

-Me gusta ver como pierdes los estribos- pronunció seductora, mordiéndose el labio -Pero como estás corriéndome, te contaré. Los chicos y yo, vamos a ir a un bar esta noche y queríamos invitarte para recordar viejos tiempos, ¿Qué dices? ¿Vienes?- preguntó alegre.

Él lo pensó por unos instantes. No le haría mal salir de su casa por unas horas, para estar con los suyos después del trabajo.

-Esta bien, iré. Pero solo unas horas. Recuerda que tengo una recién nacida en casa- contestó sin emoción a la chica frente a él.

-Me conformó con eso, Kei- ella siempre lo llamaba así cuando estaban juntos -Nos vemos luego- volteó y se fue de allí.

-Adiós- respondió, siguiendo con su tarea anterior.

Lo que el cazador no imaginaba, es que esa noche, iniciaría un tormento difícil de detener.

En otra parte de la ciudad, un furioso vidente, arrastraba de la muñeca a una hechicera que no podía seguirle el paso, hacía la casa de sus padres.

-Lai, me estás lastimando. Suéltame por favor- él la soltó bruscamente y volteó con ojos asesinos -¿Por qué estás tan molesto?- preguntó indiferente acariciando su muñeca.

-¡No sé! Pero seguramente, es por el numerito que acabo de presenciar- replicó rabioso a su pregunta.

-¿Numerito?- no sabía de que le estaba hablando.

-No te hagas la tonta, Dea. El numerito que acaban de interpretar, tu novio y tú en la escuela- dijo cruzándose de brazos.

-¡Oohh! Eso, no te preocupes por eso, él lo hace todo el tiempo. Es algo normal entre nosotros, ¿Seguimos?-

Preguntó, rebasándolo, mientras él hervía de cólera.

-¡Me importa un bledo si lo hacen todo el tiempo!- mencionó siguiéndola -Pero no quiero volver a verlo delante de mí y mucho menos, que se acerque a mi hija, ¿Comprendes?-

Era el colmó. Ella volteó para enfrentarlo, se estaba tomando atribuciones que no le corresponden.

-Lai...Escuchame, Cristián es mi amigo y va a acercarse a Eyra todo lo que yo quiera. Él es inofensivo- respondió mirándolo sin inmutarse.

- Tú has lo que quieras, ya eres adulta. Pero tu estúpido novio, no se acercará a mi hija. No tiene nada que hacer con él-

-Lai, cuantas veces tengo que decirte que él no es mi novio, es mi amigo-

Volvió a hablar tocándose el puente de la nariz para no gritarle.

-No soy estúpido, Dea. Los amigos no se besan y mucho menos, se abrazan como él lo hizo contigo-

Dijo irritado, ante la revelación de que ella estuviera con otro hombre.

-Para que te quedes tranquilo, puedo decirte que él, está en pareja con otra persona que no soy yo-

Sonrió ante la idea de decirle la verdad sobre su amigo.

-No te creo, dimé su nombre-

La desafío, mirándola directamente a los ojos.

-Lucio- dijo sin más.

-¿Lucio? No bromees, Dea. Lucio es un nombre de...-

Sus palabras quedaron en el aire, al comprender la verdad y mirar atónito a la maestra que asentía burlona frente a él.

-Si, Lai. Cristián es de esos señores que le gustan otros señores y está feliz por eso-

Él enrojeció y rascó su nuca, avergonzado.

-Bien, una vez que está todo aclarado, creo que debemos continuar, ¿No creés?-

Preguntó nervioso, emprendiendo su marcha de nuevo.

-Si, Eyra nos espera-

Lo que ellos no pudieron ver, es que un muy golpeado mecánico de automail, se encontraba escondido entre las sombras, escuchando la pequeña discusión entre ambos.

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