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Epílogo

Todo comenzó con la noticia de que un bebé luminiscente había nacido. A partir de ese momento, en muchos lugares se descubrió "lo paranormal". El tiempo pasó sin que se aclarara la causa, y sin que nadie se diera cuenta, "lo paranormal" se convirtió en "cotidiano".

Casi el 80% de la población mundial ahora tiene algún tipo de "constitución singular". El trabajo con el que todo el mundo soñaba y se admiraba... ¡Se convirtió en el centro de la atención pública!

Pero a inicios de esa etapa de singularidades apareció un hombre que fue ganando seguidores y, con ello, llevó a Japón a su era de oscuridad. Tras tantos esfuerzos, intentó que su hermano se uniera a su lado, pero no sucedió, por lo que lo encerró sin antes darle una singularidad, creyendo que no tenía ninguna.

Lo que no sabía es que, si tenía una singularidad, la singularidad capaz de heredar otras singularidades, se fusionó con la que le fue dada por su cruel hermano, creando así la One for All, aquella singularidad con el único objetivo de derrotar a la All for One.

Ocho personas heredaron dicho poder para que así pudiera darle cara a la representación del mal en el mundo. Ninguno de ellos fue elegido, solo recibieron ese poder con la esperanza de que algún día ese mal pudiera ser detenido.

Y así sucedió, gracias al chasquido de un solo dedo.

Después del sacrificio de All Might, Japón entró en una era de paz. Durante ese tiempo, el héroe Deku tomó el manto y siguió el legado de su mentor. Sin embargo, la paz no duró para siempre. A lo largo de su vida, Deku tuvo que enfrentar grandes desafíos, luchas que lo empujaron al límite de sus capacidades y más allá. Pero no lo hizo solo. A medida que crecía, su familia también creció, y nuevos integrantes se unieron a su vida, llenándola de amor y propósito.

Sin embargo, con las victorias también vinieron las pérdidas. Deku tuvo que despedirse de algunos seres queridos a lo largo del camino, y esas ausencias dejaron cicatrices en su corazón. Pero él siguió adelante, luchando por aquellos que ya no estaban y protegiendo a los que todavía vivían.

Finalmente, después de librar una última gran batalla contra el mal que había amenazado con consumir todo lo que amaba, llegó el momento de que el héroe número uno de Japón colgara su capa. Su misión había terminado. Deku había cumplido su propósito, y ahora la responsabilidad recaía en la siguiente generación.

En ese instante, la décima portadora del One for All estaba lista para comenzar su propia carrera, con un nuevo camino por delante, lleno de desafíos, pero también de esperanza.

Con el sol del nuevo amanecer iluminando Japón, un nuevo capítulo en la historia de los héroes estaba a punto de comenzar.

En una hermosa iglesia, decorada con flores blancas y luces suaves, el aire estaba lleno de emoción y alegría. La ceremonia de la boda estaba en pleno apogeo, con todos los amigos y familiares reunidos para celebrar la unión de dos almas. Las bancas estaban llenas de rostros sonrientes, reflejando la felicidad que irradiaba del lugar.

En el altar, Nana Midoriya estaba radiante con su vestido de novia. A su lado, de pie con el porte de un héroe, Kasui Bakugo esperaba ansioso el momento en que unirían sus vidas para siempre. La pareja se miraba con amor, compartiendo sonrisas que contenían promesas de un futuro lleno de aventuras y desafíos, pero también de un amor inquebrantable.

Entre los asistentes, las emociones estaban a flor de piel. Izuku miraba a su hija con orgullo y felicidad. Este momento representaba no solo un nuevo capítulo en la vida de Nana, sino también la continuación de un legado heroico que había sido transmitido de generación en generación.

Al otro lado del pasillo, Bakugo observaba la escena con una mezcla de emociones. Aunque estaba orgulloso de su hijo Kasui, la idea de que ahora sería oficialmente familia de Izuku lo tenía un tanto inquieto. A lo largo de los años, la rivalidad entre ellos había evolucionado en una amistad llena de respeto mutuo, pero el destino tenía un sentido del humor extraño al unirlos como suegros.

Bakugo cruzó los brazos y dejó escapar un gruñido bajo, aunque una leve sonrisa luchaba por asomarse en sus labios.

Bakugo: ¿En serio? Esto tiene que ser una puta broma...

Nejire, que estaba sentada cerca de Bakugo, se inclinó y le susurró con una sonrisa divertida,

Nejire: Vamos, Bakugo, sabes que en el fondo te alegra verlos felices.

Bakugo rodó los ojos, pero no pudo evitar mirar de nuevo a la pareja en el altar, su expresión suavizándose mientras observaba a su hijo.

Bakugo: Tch, maldita sea, sí... Pero no le digas al nerd de tu marido que lo admití.

La ceremonia continuó, llena de palabras emotivas, risas y miradas cómplices. Al final, cuando Nana y Kasui intercambiaron sus votos, no hubo un ojo seco en la iglesia. Con la bendición de sus familias y amigos, se convirtieron en marido y mujer.

Mientras los recién casados se besaban bajo una lluvia de pétalos de flores, Izuku y Bakugo compartieron una mirada. Ninguno dijo una palabra, pero en ese instante, ambos sabían que habían dejado atrás viejas rivalidades, aceptando su nueva relación con resignación y, en el fondo, una creciente aceptación. Aunque el camino que los había llevado hasta aquí había sido largo y lleno de desafíos, ahora estaban unidos por algo más profundo que sus diferencias: el amor y la felicidad de sus hijos.

Con la ceremonia concluida, las puertas de la iglesia se abrieron, dejando entrar la luz del sol que bañó a todos con un resplandor cálido y dorado. Era un nuevo día, un nuevo comienzo, y con él, una nueva unión que fortalecería los lazos entre dos familias que alguna vez fueron rivales, pero que ahora estaban unidas por el amor.

En la tranquila y pintoresca localidad de Green Hills, el cielo estaba despejado y el sol brillaba sobre las colinas verdes, creando un ambiente de paz y serenidad. Era un lugar donde la naturaleza se encontraba en perfecta armonía, con ríos que fluían suavemente y árboles que se mecían con la brisa.

En este entorno idílico, Sonic, el icónico héroe, se movía con la misma velocidad y energía que siempre lo había caracterizado. A pesar de que los tiempos de grandes batallas parecían haber quedado atrás, Sonic nunca dejó de patrullar y proteger su hogar. Esta vez, no estaba solo; a su lado, su hijo Spike corría emocionado, sus ojos brillando con la misma chispa de aventura que su padre siempre había tenido.

Spike: ¡Vamos, papá, más rápido!

A pesar de su juventud, el pequeño erizo ya mostraba el mismo potencial y velocidad que su padre, y estar junto a él en esas patrullas lo llenaba de emoción.

Sonic rió, reduciendo ligeramente su velocidad para dejar que Spike se adelantara un poco.

Sonic: ¡Cuidado, que si sigues así, me vas a dejar atrás!

Los dos erizos zigzagueaban entre los árboles, atravesando campos y colinas con una facilidad que solo ellos podían experimentar. Green Hills era su hogar, un lugar lleno de recuerdos y, para Sonic, un recordatorio constante de por qué luchaba: para proteger lo que amaba.

A medida que avanzaban, Sonic echó un vistazo a Spike, quien no dejaba de sonreír y disfrutar del momento. Era evidente que, aunque el mundo había cambiado y muchas batallas habían terminado, las nuevas generaciones estaban listas para asumir la responsabilidad y continuar el legado.

Sonic: ¿Sabes, Spike? Patrullar Green Hills me recuerda por qué hago lo que hago. No solo es por proteger este lugar, sino también por asegurarme de que tú y los que vienen después puedan disfrutar de la misma libertad que yo.

Spike: Y yo te ayudaré a protegerlo, papá. Siempre estaré a tu lado.

Sonic: Lo sé, hijo. Y eso me hace sentir que todo va a estar bien.

Mientras el sol comenzaba a descender en el cielo, teñiendo el paisaje con tonos dorados, padre e hijo continuaron su patrulla, sabiendo que, aunque los desafíos nunca desaparecerían por completo, mientras estuvieran juntos, Green Hills siempre estaría a salvo.

El día había llegado. El cielo sobre la U.A. estaba despejado, un reflejo de la esperanza renovada que se respiraba en todo el campus. La academia, que había sido un símbolo de fuerza y determinación durante las épocas más oscuras, ahora se erguía con renovado vigor, sus puertas abiertas de par en par para recibir a la nueva generación de héroes. Después de la guerra, la U.A. había vuelto a ser un faro de esperanza, un lugar donde los sueños se forjaban en realidad.

En el centro del campo, una gran multitud se había reunido. Los asientos estaban llenos de padres, amigos y profesores que habían sido testigos del crecimiento y las dificultades que estos jóvenes héroes habían superado. Entre ellos, destacaba una figura que irradiaba energía y entusiasmo: Izumi Midoriya.

Izumi estaba en la primera fila, junto a sus compañeros de clase, todos vestidos con sus trajes de héroe personalizados, reflejando sus propias identidades únicas. Ella no podía contener la emoción que burbujeaba dentro de ella. Después de todo lo que había vivido, después de tantas batallas y sacrificios, estaba a punto de cumplir su sueño más preciado: convertirse en una heroína profesional.

Mientras el director Aizawa pronunciaba su discurso de apertura, resaltando la importancia de la perseverancia y el espíritu heroico, Izumi se encontró mirando a la multitud, buscando rostros familiares. Y ahí estaban, justo en el centro, su familia. Su padre, Izuku, con su brazo en cabestrillo y su rostro marcado por cicatrices, sonreía orgulloso a pesar del dolor evidente. A su lado, Nejire le daba un apretón en el hombro, visiblemente emocionada. Sus hermanos estaban también allí, animando a su hermana con entusiasmo. Todos compartían la alegría y el orgullo de ver a Izumi alcanzar este hito.

El corazón de Izumi latía con fuerza mientras escuchaba su nombre ser llamado. "Izumi Midoriya," anunció el presentador, y ella dio un paso adelante, subiendo al escenario para recibir su diploma. El aplauso que resonó a su alrededor fue ensordecedor, pero para Izumi, solo el sonido de su propia respiración y el latido de su corazón eran lo suficientemente claros.

Con el diploma en la mano, Izumi levantó la vista hacia la multitud, buscando los ojos de su padre. Izuku la miraba con una mezcla de orgullo y emoción, sus ojos brillando con lágrimas que no pudo contener. A pesar de todo lo que habían pasado, este era el momento que habían estado esperando.

Izumi sostuvo su diploma en alto, su sonrisa tan brillante como el sol que iluminaba el escenario. Este no era solo un pedazo de papel; era el símbolo de todo su esfuerzo, de cada sacrificio, de cada caída y de cada vez que se había levantado. Ahora, finalmente, era una heroína de pleno derecho.

Después de la ceremonia, la familia Midoriya se reunió alrededor de Izumi, abrazándola y felicitándola.

Izuku: Estoy tan orgulloso de ti, Izumi, has trabajado tan duro para llegar hasta aquí.

Izumi: Gracias, papá. Lo logré gracias a ti, a mamá, y a todos ustedes.

Nejire: Eres nuestra heroína, Izumi. Nunca lo olvides.

Rodeada por el amor y el apoyo de su familia, Izumi sintió que su corazón estallaba de felicidad. Este era solo el comienzo de su vida como heroína, pero con su familia a su lado, sabía que podía enfrentar cualquier desafío que se presentara. El futuro estaba lleno de promesas, y ella estaba lista para enfrentarlo con todo su poder.

Los años pasaron y, con ellos, las heridas del pasado comenzaron a sanar. Japón, una vez devastado por el caos y la destrucción, había entrado en una era de paz y prosperidad. El número de villanos disminuyó considerablemente, gracias en parte a la formación constante de nuevos héroes, jóvenes que, inspirados por las generaciones anteriores, habían decidido dedicar sus vidas a proteger a la sociedad.

La U.A. continuó siendo un baluarte en la formación de héroes, y cada año veía graduarse a estudiantes con corazones decididos y convicciones firmes. La sociedad había encontrado su equilibrio, y las ciudades prosperaban bajo la vigilancia atenta de estos nuevos protectores. En este mundo renovado, una figura se destacaba por encima del resto, una joven heroína que había asumido el manto de la nueva Símbolo de la Paz.

Era un día soleado, con el cielo despejado y el aire lleno de vida. La heroína, vestida con su traje impecable, caminaba por las calles de la ciudad. Los ciudadanos la saludaban con sonrisas y palabras de gratitud, reconociendo en ella a la persona que representaba la esperanza y la seguridad. Dondequiera que iba, las miradas se posaban en ella con admiración.

Izumi Midoriya, la décima portadora del One for All, se había convertido en la imagen misma de lo que significaba ser un héroe. Su figura, siempre erguida y con una sonrisa confiada, era un recordatorio constante de que, incluso en los momentos más oscuros, la luz siempre prevalece.

Mientras patrullaba las calles, su mente viajaba por los recuerdos de su infancia, de su familia y de todos los sacrificios que habían hecho para que este momento fuera posible. Sus pasos eran firmes, y cada uno de ellos resonaba con la promesa de proteger a los inocentes, de seguir adelante sin importar las adversidades.

A medida que recorría la ciudad, Izumi se detenía de vez en cuando para hablar con los niños que se le acercaban tímidamente. Sus ojos brillaban con la misma chispa de esperanza que ella había visto en su propio padre cuando era una niña. Ellos la miraban con admiración, soñando con un día convertirse en héroes tan grandes como ella.

Izumi sonreía y les daba palabras de aliento, sabiendo que en esos pequeños corazones latía el futuro de la sociedad. Para ella, no había mayor honor que ser la inspiración para la próxima generación de héroes, tal como su padre y sus mentores habían sido para ella.

A lo largo de los años, la sociedad había encontrado en Izumi una líder natural, alguien que no solo era fuerte y valiente, sino que también poseía la sabiduría y la compasión necesarias para guiar a los demás. Su presencia era un recordatorio constante de que, aunque los tiempos oscuros habían pasado, la vigilancia y el compromiso eran eternos.

La paz que ahora disfrutaba Japón era el fruto de generaciones de héroes que habían dado todo por un futuro mejor. Y bajo la guía de Izumi, ese futuro se veía más brillante que nunca. Ella sabía que aún habría desafíos por delante, pero con cada día que pasaba, se fortalecía en la certeza de que estaba lista para enfrentarlos.

El viento soplaba suavemente, llevando consigo los murmullos de la ciudad en paz. Izumi se detuvo un momento, observando el horizonte con una sonrisa tranquila en su rostro. Este era el mundo que había soñado, un mundo donde los héroes eran un símbolo de esperanza, y donde la paz no era solo una palabra, sino una realidad vivida por todos.

Con un suspiro de satisfacción, Izumi continuó su patrullaje, sabiendo que cada paso que daba no solo protegía a los presentes, sino que también construía un legado para el futuro. La era de paz continuaba, y con ella, la certeza de que la próxima generación estaría lista para tomar el manto cuando llegara el momento.

Con el paso de los años, el tiempo parecía transcurrir en un abrir y cerrar de ojos, y la historia de la familia Midoriya continuaba tejiéndose en los pasillos de la U.A., la academia que había formado a tantos héroes legendarios. Ahora, una nueva generación estaba lista para comenzar su viaje, un viaje que llevaría el legado de los héroes de antaño hacia un futuro prometedor.

En la entrada de la academia, el sol brillaba intensamente sobre las cabezas de los nuevos estudiantes. Entre ellos se encontraban Izaya y Ryuko, quienes, a pesar de su inusual parentesco, preferían tratarse como primos en lugar de reconocer la extraña relación de tío y sobrina. Ambos habían crecido juntos, entrenado juntos, y compartían un vínculo tan fuerte que esa formalidad quedaba en segundo plano.

La ceremonia de ingreso a la U.A. era un momento solemne y emocionante, y los dos jóvenes no podían evitar sentirse abrumados por la mezcla de nervios y anticipación. Izaya, con una sonrisa confiada, observaba el enorme edificio frente a él, sabiendo que este era el primer paso hacia su futuro como héroe. Ryuko, a su lado, compartía la misma emoción, sus ojos brillando con determinación.

En el público, Eri y Katsuma se encontraban entre los orgullosos padres que habían venido a acompañar a sus hijos en este momento tan especial. Aunque sus propios caminos habían sido diferentes, ambos sabían lo que significaba estar en esa posición, en el umbral de una vida dedicada a proteger a los demás. Eri, que había pasado de ser una niña traumatizada a una heroína que sanaba a otros, sonreía con orgullo al ver a su hija dar este importante paso.

Junto a ellos, Izuku y Nejire estaban allí para apoyar a su hijo. Para Izuku, este era un momento lleno de alegría; ver a su hijo ingresar a la U.A. le recordaba su propio pasado, lleno de desafíos y crecimiento. Ahora, la próxima generación de la familia Midoriya estaba lista para enfrentar sus propios retos.

Nejire, con su habitual energía y calidez, estrechaba la mano de Izuku, compartiendo una sonrisa que reflejaba tanto orgullo como amor. Habían recorrido un largo camino juntos, y ver a su hijo prepararse para seguir los pasos de su padre era un momento de gran significado para ambos.

La ceremonia comenzó, y las palabras del director resonaron por todo el auditorio. Izaya y Ryuko estaban atentos, absorbiendo cada palabra como si fuera un mantra para los años que se avecinaban. En ese instante, no eran solo dos jóvenes; eran el futuro, herederos de un legado de heroísmo y sacrificio.

Cuando el acto concluyó, los nuevos estudiantes fueron invitados a recorrer los pasillos de la U.A., aquellos mismos pasillos que habían visto transitar a tantos héroes antes que ellos. Izaya y Ryuko, caminando lado a lado, sabían que ese era el comienzo de su propia historia.

Mientras la familia se reunía para felicitarlos, los rostros de Eri, Katsuma, Izuku, y Nejire reflejaban el orgullo y la esperanza que sentían por estos jóvenes. Los desafíos que enfrentaría la nueva generación serían distintos, pero la misión seguía siendo la misma: proteger, inspirar y mantener la paz.

Con una última mirada hacia sus padres y mentores, Izaya y Ryuko se adentraron en la U.A., listos para escribir el siguiente capítulo de sus vidas, con la certeza de que llevaban en sus corazones la fuerza y el legado de aquellos que vinieron antes.

La casa de los Midoriya estaba llena de risas y alegría. Era un día especial, el cumpleaños número cincuenta de Izuku, un hito que marcaba la mitad de un siglo lleno de aventuras, sacrificios, y logros. Rodeado de su familia y amigos, Izuku se sentía abrumado por la calidez y el amor que emanaba de todos los presentes.

Había algo especial en este cumpleaños, algo que resonaba profundamente en su corazón. Cincuenta años. Era difícil de creer que había llegado a la misma edad que All Might tenía cuando lo conoció. Un pensamiento que le traía recuerdos tanto nostálgicos como melancólicos, pero que también le recordaba el increíble viaje que había vivido.

La fiesta fue un éxito. Todos estaban allí para celebrar, desde su familia más cercana hasta los viejos amigos y compañeros de batalla. Bakugo y Shoto habían venido con sus familias, Eri y Katsuma compartían anécdotas con Toshinori y Nana, mientras Izumi, Izaya, y Ryuko disfrutaban de la comida y la compañía. Incluso Sonic y Spike habían hecho acto de presencia, añadiendo su energía vibrante al ambiente.

A medida que la noche avanzaba y las risas se calmaban, los invitados comenzaron a despedirse, dejando la casa en un silencio acogedor. Izuku decidió tomarse un momento para sí mismo y subió al tejado de la casa, un lugar que siempre había considerado un refugio personal. Allí, bajo el vasto cielo estrellado, se sentó en silencio, contemplando las estrellas que brillaban en lo alto.

El aire fresco de la noche acariciaba su rostro, y en ese instante, Izuku se permitió reflexionar sobre su vida. Había recorrido un largo camino desde aquel chico que soñaba con ser un héroe. Había cumplido con su misión, había protegido a su familia y había dejado un legado para las futuras generaciones. Pero ahora, a los cincuenta años, sentía una paz interior que nunca antes había experimentado.

Mientras se sumergía en sus pensamientos, escuchó unos pasos ligeros acercándose. Al voltear la cabeza, vio a Nejire caminando hacia él, su cabello azul ondeando suavemente con la brisa nocturna. Con una sonrisa tierna, ella se sentó a su lado, apoyando su cabeza en su hombro mientras ambos miraban el cielo estrellado.

Nejire: ¿Qué haces aquí, viejo?

Izuku: ¿Viejo?

Nejire: Perdón, quería ver tu reacción, ¿por qué estás aquí?

Izuku: Solo pensaba... Cincuenta años... Es difícil de creer, ¿verdad?

Nejire asintió, su mirada enfocada en las estrellas.

Nejire: Sí, es sorprendente. Pero también es hermoso, ¿no crees? Hemos vivido tanto, hemos pasado por tanto... Y aquí estamos, juntos, disfrutando de lo que construimos.

Izuku giró su cabeza para mirarla, sintiendo una calidez en su pecho al ver el brillo en los ojos de Nejire.

Izuku: No podría haberlo hecho sin ti, Nejire. Has sido mi roca, mi luz en los momentos más oscuros.

Nejire sonrió y, con una ternura infinita, le tomó la mano.

Nejire: Y tú has sido mi héroe, Izuku. Siempre lo serás, sin importar los años que pasen.

En ese momento, el silencio que los rodeaba se llenó de una paz profunda. La conexión entre ellos, forjada a través de años de luchas y victorias, era más fuerte que nunca. Mientras contemplaban las estrellas, sabían que, aunque el tiempo seguiría avanzando, siempre tendrían esos momentos para compartir, momentos que les recordaban todo lo que habían logrado juntos.

La noche continuó, y allí, en el tejado de su hogar, Izuku y Nejire disfrutaron de la serenidad que les ofrecía la vida, sabiendo que, aunque el tiempo pasara, siempre tendrían el uno al otro para enfrentar lo que viniera.

En el salón de eventos, decorado con luces suaves y flores elegantes, Izuku y Nejire celebraban un hito significativo: su trigésimo aniversario de bodas. Tres décadas habían pasado desde que se unieron en matrimonio, y al mirar a su alrededor, rodeados de amigos y familiares, no podían evitar sentirse asombrados por todo lo que habían vivido juntos.

Izuku sostenía la mano de Nejire, sus dedos entrelazados con la misma calidez de siempre. Habían enfrentado innumerables desafíos, desde batallas que pusieron en peligro sus vidas hasta los altibajos de criar a una familia. Pero también habían compartido momentos de pura felicidad, construyendo un hogar lleno de amor y risas.

Nejire: Treinta años, ¿quién lo diría?

Izuku la miró con ternura, asintiendo.

Izuku: Hemos recorrido un largo camino juntos, Nejire. Y no cambiaría ni un solo momento.

El evento estaba lleno de alegría. Toshinori y Nana estaban allí, compartiendo historias de su infancia con los demás invitados. Izumi y Izaya conversaban animadamente con sus primos y amigos. La familia Midoriya había crecido con el tiempo, y ahora, nuevos miembros comenzaban a formar parte de su legado.

Poco después de su aniversario, el hogar de los Midoriya se llenó de nuevas alegrías. Toshi y Mirari dieron la bienvenida a su primer hijo, un niño que heredó la energía y el espíritu inquebrantable de sus padres. Los abuelos, Izuku y Nejire, estaban encantados con la llegada del pequeño, que rápidamente se convirtió en el centro de atención de toda la familia.

Años después, Nana y Kasui tuvieron una hija, una niña con una personalidad fuerte y una sonrisa encantadora. Al igual que sus padres, la pequeña demostró desde temprano una valentía y determinación que recordaban mucho a las generaciones anteriores de su familia.

El tiempo siguió avanzando, y los eventos felices continuaron. Izumi, la hija mayor de Izuku y Nejire, se casó con Yokawa, un viejo compañero de clases de la U.A.

(Lean el capítulo 153, ahí aparece)

Su boda fue un evento lleno de emociones, donde todos los presentes celebraron la unión de dos héroes que, desde jóvenes, habían trabajado juntos para construir un futuro mejor.

La familia también se reunió para celebrar la graduación de Izaya y Ryuko, quienes, a pesar de su relación familiar, decidieron ingresar juntos a la U.A. y completar su formación como héroes. Izuku y Nejire estaban profundamente orgullosos de ver a su hijo y a su sobrina alcanzar este importante logro, listos para seguir sus propios caminos en el mundo de los héroes.

Mientras tanto, Spike, el hijo de Sonic, continuó su ascenso como el vigilante de Green Hills. Con el tiempo, se había ganado la confianza y el respeto de los ciudadanos, manteniendo su hogar seguro y demostrando que los héroes no siempre necesitan llevar una capa. Spike, con su increíble velocidad y su fuerte sentido de justicia, había encontrado su lugar en el mundo, siguiendo los pasos de su padre de una manera única.

Los años continuaban pasando, pero la familia Midoriya siempre encontraba nuevas razones para celebrar. Con cada nuevo miembro que nacía, con cada logro alcanzado, se recordaban que, aunque el tiempo no se detuviera, el amor y el legado que habían construido juntos eran eternos.

¿Y ahora?

Izuku estaba postrado en su cama, su cuerpo agotado por los años de servicio, las incontables batallas y las heridas que, con el tiempo, se habían acumulado. A sus ochenta años, era evidente que el peso de su vida como héroe había dejado cicatrices profundas, tanto físicas como emocionales. Sin embargo, su espíritu seguía siendo fuerte, y su mirada, aunque cansada, aún brillaba con la determinación que lo había caracterizado durante toda su vida.

Alrededor de su cama estaban sus seres queridos. Eri, su primera hija, se encontraba a su lado, sosteniendo su mano con suavidad. Nana, Toshi, Izumi, Izaya, y hasta Sonic estaban presentes, todos con el rostro marcado por la tristeza, pero también por el amor que sentían hacia su padre.

Eri fue la primera en acercarse, con lágrimas en los ojos.

Eri: Papá, has sido mi héroe desde que tengo memoria. Gracias por todo lo que me enseñaste, por todo lo que hiciste por mí y por todos.

Izuku sonrió con ternura, apretando suavemente la mano de Eri.

Izuku: Eri, mi niña, tú has sido mi luz, mi esperanza. Estoy tan orgulloso de la mujer en la que te has convertido. Sigue adelante, cuida de todos... y nunca olvides cuánto te amo.

Nana se acercó después, su habitual fuerza ahora empañada por el dolor.

Nana: Papá, no sé cómo será la vida sin ti. Siempre fuiste mi inspiración, mi guía.

Izuku sonrió con ternura, levantando una mano temblorosa para acariciar la mejilla de Nana.

Izuku: Nana, mi guerrera, tienes la fuerza para superar cualquier obstáculo. Confía en ti misma, y sigue luchando por lo que es correcto. Estaré contigo siempre, en tu corazón.

Toshi fue el siguiente en despedirse, su habitual confianza desaparecida mientras se inclinaba hacia su padre.

Toshi: Papá, no sé cómo seguir sin ti. Siempre fuiste el que me mantuvo en el camino correcto.

Izuku le sonrió con amor, reconociendo la sensibilidad de su hijo.

Izuku: Toshi, tú eres fuerte, más fuerte de lo que crees. Confía en tu corazón, y nunca olvides que siempre estaré orgulloso de ti. Sigue adelante, hijo mío.

Después siguió Sonic, que no sabía que decir con respecto a esa situación.

Sonic: Bueno, solo puedo decir que gracias, sin ti no tendría esta vida que tengo ahora. Gracias por hacerme parte de sus vidas.

Izuku: Gracias a ti por aceptar ser parte de nuestra familia, ahora ve y disfruta de la tuya.

Izumi se acercó después, su rostro reflejando la mezcla de emociones mientras miraba a su padre.

Izumi: Papá, has sido mi modelo a seguir, mi héroe. No sé cómo seré capaz de seguir sin ti.

Izuku le dio una sonrisa reconfortante, apretando suavemente su mano.

Izuku: Izumi, tú ya eres una gran heroína. Has demostrado tu fuerza y valentía. Confía en ti misma, y recuerda que siempre estaré contigo, en tus recuerdos, en tu corazón. Estoy muy orgulloso de ti, mi niña.

Izaya fue el último de sus hijos en acercarse, sus ojos llenos de lágrimas mientras miraba a su padre.

Izaya: Papá, has sido todo para mí. No sé cómo seguir sin ti.

Izuku le sonrió con amor, acariciando su cabello con ternura.

Izuku: Izaya, tú eres mi orgullo, mi alegría. Sé que el futuro te depara grandes cosas. Confía en ti mismo, y recuerda que siempre estaré a tu lado, en cada paso que des. Mi amor por ti nunca desaparecerá.

Finalmente, Nejire se acercó, su rostro reflejando un dolor profundo pero también una aceptación tranquila. Nunca había soltado la mano de Izuku desde que supo que este momento llegaría, y ahora se inclinó sobre él, sus ojos llenos de amor.

Nejire: Izuku, hemos recorrido un largo camino juntos. Nunca pensé que este día llegaría, pero estoy agradecida por cada momento que compartimos. No sé cómo seguir sin ti, pero prometo que cuidaré de nuestra familia, como siempre lo hicimos juntos.

Izuku la miró, sus ojos llenos de amor y gratitud.

Izuku: Nejire, fuiste mi luz en los días más oscuros, mi fuerza cuando más lo necesitaba. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar. Gracias por todo, por estar a mi lado, por amarme. Ahora es momento de descansar. Nos volveremos a ver, lo sé.

Nejire asintió, inclinándose para darle un último beso en los labios, sintiendo cómo la vida de Izuku se desvanecía lentamente. Con un último suspiro, Izuku cerró los ojos, dejando este mundo rodeado por el amor de su familia.

En ese momento, el héroe que había salvado al mundo innumerables veces encontró finalmente la paz, dejando atrás un legado que viviría para siempre en los corazones de aquellos que lo amaron y en las historias de las generaciones futuras.

Después de la partida de Izuku, la familia Midoriya experimentó un profundo vacío que resonaba en cada rincón de su hogar. Los primeros años fueron especialmente difíciles, marcados por la ausencia de su risa contagiosa y su inquebrantable espíritu. Aunque cada uno intentó continuar con sus vidas, la pérdida del jefe de la familia fue un recordatorio constante de la fragilidad de la vida y del peso de los sacrificios que había hecho por ellos y por el mundo. Sin embargo, unidos por los recuerdos compartidos y por el amor que él les había dejado, encontraron consuelo en la certeza de que Izuku había vivido una vida plena y significativa, y en la promesa de seguir adelante con el mismo valor y determinación que él siempre había mostrado.

¿Y luego?

En una habitación cálida y acogedora, iluminada suavemente por la luz del atardecer que se filtraba a través de las cortinas, Nejire yacía en su cama, rodeada por su amada familia. Había alcanzado una edad muy avanzada, y aunque su cuerpo mostraba los signos del paso del tiempo, sus ojos aún brillaban con el amor y la sabiduría que había acumulado a lo largo de los años.

Alrededor de la cama, sus hijos, nietos y bisnietos se encontraban reunidos, sus rostros reflejaban la mezcla de emociones que los invadía: tristeza, gratitud y un profundo respeto por la mujer que había sido el corazón de la familia Midoriya durante tanto tiempo.

Eri, la hija mayor de Nejire, se acercó a la cama con cuidado. Aunque su cabello plateado y la madurez en su rostro indicaban que también había pasado por muchas experiencias en su vida, en ese momento, era como si volviera a ser una niña, buscando el consuelo y la fuerza de su madre.

Eri: Mamá... ¿Estás segura de que no quieres que use mi quirk en ti? Puedo devolverte algunos años, podrías quedarte con nosotros un poco más...

Nejire, con una sonrisa serena en su rostro, negó suavemente con la cabeza. Acarició la mano de Eri con la misma ternura de siempre, transmitiendo una calma que contrastaba con la tristeza que llenaba la habitación.

Nejire: No, mi amor, he vivido una vida plena y maravillosa. He visto a mis hijos crecer, he conocido a mis nietos y bisnietos. He cumplido mi misión como madre, como esposa, y como heroína. Es hora de que me reúna con tu padre. Él me está esperando.

Eri fue la primera en acercarse a su madre, sus ojos llenos de lágrimas mientras sostenía su mano con ternura.

Eri: Mamá, no sé cómo seguir sin ti. Has sido mi guía, mi fuerza. No sé si puedo hacer esto sola.

Nejire apretó la mano de Eri suavemente, sonriéndole con amor.

Nejire: Eri, mi valiente niña, tú eres más fuerte de lo que crees. He visto cómo has crecido, cómo has protegido a esta familia. Estoy tan orgullosa de ti. Siempre estaré contigo, en tu corazón. Recuerda eso.

Eri asintió, sollozando suavemente mientras le daba un beso en la frente a su madre, prometiendo en silencio continuar con su legado.

Nana se acercó después, sus ojos azules llenos de tristeza mientras intentaba mantener la compostura.

Nana: Mamá, te voy a extrañar tanto. No sé qué haré sin tus consejos, sin tu apoyo.

Nejire sonrió, reconociendo la fuerza y la vulnerabilidad de su hija.

Nejire: Nana, mi pequeña guerrera, has luchado con todo tu corazón, y has hecho que esté muy orgullosa. Sigue adelante, encuentra tu camino, y nunca olvides lo mucho que te amo. Siempre estaré en tus recuerdos, guiándote.

Nana asintió, las lágrimas finalmente cayendo mientras se inclinaba para abrazar a su madre, su último gesto de despedida lleno de amor y gratitud.

Toshi se acercó, su habitual confianza se desvanecía mientras se inclinaba hacia su madre, sus ojos llenos de emoción.

Toshi: Mamá, siempre fuiste la que me mantuvo fuerte, la que me ayudó a seguir adelante. No sé cómo llenar ese vacío.

Nejire sonrió con calidez, reconociendo la sensibilidad oculta de su hijo.

Nejire: Toshi, mi querido, tú siempre has sido fuerte. Tienes un corazón enorme, y sé que cuidarás de esta familia. No te preocupes por mí, porque estaré contigo en cada paso que des. Sigue brillando como siempre lo has hecho.

Toshi asintió, inclinándose para besar la mano de su madre antes de darle un último abrazo, permitiéndose mostrar la vulnerabilidad que solo ella veía.

Sonic fue el siguiente, su velocidad habitual disminuida por el peso del momento. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y admiración.

Sonic: Fuiste una gran amiga, una compañera increíble. Gracias por todo lo que hiciste por mí.

Nejire sonrió, un gesto lleno de cariño y aprecio.

Nejire: Cuida bien de los tuyos, y recuerda siempre que el amor y la amistad son más fuertes que cualquier enemigo.

Sonic asintió, sabiendo que esas palabras permanecerían con él, su última enseñanza de una amiga querida.

Izumi se acercó con pasos lentos, su rostro mostrando una mezcla de emociones mientras miraba a su madre.

Izumi: Mamá, has sido uno de mis modelos a seguir, mi inspiración. No sé cómo seré capaz de seguir sin ti.

Nejire le dio una sonrisa reconfortante, apretando suavemente su mano.

Nejire: Izumi, mi valiente niña, tú ya eres una gran heroína. Has demostrado tu fuerza, tu valentía. Confía en ti misma, y recuerda que siempre estaré contigo, en tus sueños, en tu corazón. Estoy muy orgullosa de ti, nunca lo olvides.

Izumi sollozó suavemente, inclinándose para darle un último abrazo, sintiendo la calidez de su madre por última vez.

Izaya fue el último en acercarse, sus ojos llenos de lágrimas mientras miraba a su madre.

Izaya: Mamá, has sido todo para mí. No sé cómo seguir sin ti. Te necesito, mamá.

Nejire le sonrió con amor, acariciando su cabello con ternura.

Nejire: Izaya, mi querido hijo, tú eres mi orgullo, mi alegría. Sé que el futuro te depara grandes cosas. Confía en ti mismo, y recuerda que siempre estaré a tu lado, en cada paso que des. Mi amor por ti nunca desaparecerá.

Izaya se inclinó para abrazarla con fuerza, sintiendo cómo se le rompía el corazón, pero encontrando consuelo en las palabras de su madre.

Nejire observó a su familia por última vez, viendo en ellos la continuación de todo lo que ella y Izuku habían construido juntos. Su legado estaba en buenas manos, y eso le daba paz.

Con una última sonrisa, cerró los ojos, dejando que la tranquilidad la envolviera. La habitación quedó en silencio, roto solo por los suspiros y sollozos suaves de sus seres queridos. Nejire, la heroína, la madre, la abuela, había encontrado finalmente su descanso, dejando atrás un mundo mejor gracias a su amor y dedicación.

En el silencio absoluto, Nejire cerró los ojos por última vez, sintiendo cómo el mundo a su alrededor se desvanecía. Pero cuando los volvió a abrir, se encontró en un vasto espacio vacío, sin nada ni nadie a la vista. El lugar era sereno, sin sombras ni luces, solo una calma indescriptible. Se sentía ligera, como si todo el peso de su vida se hubiera desvanecido. De pronto, una voz cálida y familiar rompió el silencio.

- Te he estado esperando por mucho tiempo.

Nejire se giró, y ahí, de pie frente a ella, estaba Izuku. Su rostro irradiaba la misma energía juvenil que había tenido cuando se conocieron. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia él y lo abrazó, sintiendo cómo todas las emociones reprimidas fluían en ese instante. Se besaron, y en ese momento, ambos volvieron a ser como en aquellos días en que su amor apenas comenzaba a florecer.

Nejire permaneció en el abrazo de Izuku, sintiendo el calor familiar que tanto había extrañado. Se apartó un poco para mirarlo a los ojos, esos ojos verdes que habían sido su ancla en los momentos más difíciles.

Nejire: No sabes cuánto te extrañé, cada día, cada momento, deseaba poder verte una vez más.

Izuku: Yo también, Nejire. Hubo tantas veces que quise estar a tu lado, pero sabía que aún tenías una misión que cumplir. Y lo hiciste tan bien, como siempre.

Nejire: ¿Te diste cuenta de cómo los niños crecieron? Se convirtieron en todo lo que soñamos que fueran. Y nuestros nietos, bisnietos... son maravillosos.

Izuku: Lo vi todo. Cada triunfo, cada sonrisa, incluso las lágrimas. Me aseguré de que nunca estuvieras sola, aunque no pudieras verme.

Nejire: Siempre lo sentí, Izuku. Sentí tu presencia en cada paso que di. Pero... fue difícil estar sin ti.

Izuku: Lo sé, y lamento haberte dejado antes. Pero ahora estamos juntos de nuevo. No hay más despedidas.

Nejire: No, no las habrá. Si alguna vez tenemos otra oportunidad, si hay otra vida... prometo que te encontraré.

Izuku: Entonces, es un pacto. No importa dónde o cuándo, siempre nos encontraremos.

Tomados de la mano, comenzaron a caminar hacia una luz que se formaba en la distancia, un nuevo comienzo para dos almas que, tras una vida llena de desafíos y amor, finalmente encontraban la paz juntos.

Y así en un tranquilo parque, rodeado de árboles que susurraban al viento, una niña estaba sentada en la base de una imponente estatua, completamente absorta en un libro. Las páginas amarillentas que sostenía entre sus manos eran una guía de héroes, un registro de aquellos que habían marcado la historia con su valentía y sacrificios. Sus ojos brillaban con admiración mientras leía sobre los héroes del pasado, sus hazañas y la inspiración que habían dejado para las generaciones futuras.

El sol de la tarde bañaba la escena en una cálida luz dorada cuando, de repente, un niño que corría por el sendero tropezó con la niña. Ambos cayeron al suelo, su libro volando de sus manos. Al levantar la vista, sus miradas se encontraron, llenas de sorpresa. El niño, un poco avergonzado, se apresuró a disculparse mientras recogía el libro caído.

- Lo siento, no te vi.

- No te preocupes. Estaba tan concentrada que no me di cuenta de que alguien venía.

El niño, curioso, miró el libro.

- ¿Qué lees?

- Una guía de héroes, es sobre todos los héroes que alguna vez existieron. Mi favorito es Deku.

- ¿Deku? Mi papá me ha hablado de él. Dicen que fue el mejor héroe de todos.

- Sí, lo fue. Quiero ser como él algún día.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, como si estuvieran compartiendo un pensamiento similar. Luego, sin decir una palabra, el niño extendió su mano hacia la niña. Ella la tomó con una sonrisa, y juntos se levantaron.

- ¿Vamos a jugar?

- ¡Sí, vamos!

Los dos niños comenzaron a caminar juntos, alejándose del parque mientras sus risas resonaban en el aire. Sus pequeñas manos permanecían unidas, como si ya fueran viejos amigos.

Cuando se alejaron, la cámara se enfocó en la estatua junto a la que la niña había estado sentada. Era una figura poderosa, con una expresión decidida y un brazo extendido como si señalara el camino hacia un futuro mejor. La placa al pie de la estatua tenía un solo nombre grabado en letras doradas: Izuku Midoriya, Deku: El Símbolo de la Paz.

A medida que los niños se alejaban, la estatua de Izuku parecía observarlos, un recordatorio silencioso de que su legado perduraría en cada nueva generación que se levantara, inspirada por su ejemplo.

Y así volvemos al tejado de su hogar, Izuku y Nejire se encontraban sentados, mirando hacia el cielo nocturno salpicado de estrellas. El aire fresco acariciaba sus rostros mientras compartían un momento de tranquilidad, lejos del bullicio de la celebración que se llevaba a cabo en el interior de la casa. Habían pasado tantos años juntos, enfrentando desafíos, celebrando victorias, y apoyándose mutuamente en las derrotas. Ahora, en la serenidad de la noche, sus pensamientos volvían a recorrer esos años llenos de momentos inolvidables.

Izuku: ¿Recuerdas cuando todo esto comenzó? Éramos tan jóvenes y teníamos tantas esperanzas y miedos. Pensar en todo lo que hemos pasado... es increíble.

Nejire: Sí, cada momento, cada batalla, cada risa... todas esas experiencias nos han traído hasta aquí. Hemos vivido tanto, y a veces siento que apenas ha pasado el tiempo.

Izuku: Hemos tenido una vida plena, Nejire. Con altibajos, pero siempre juntos. Y ahora, aquí estamos, disfrutando de este momento de paz. Es un privilegio poder mirar hacia atrás y saber que hicimos lo correcto, que protegimos a quienes amamos.

Nejire: Tienes razón. Pero, Izuku, no podemos quedarnos en el pasado toda la noche.

Izuku: ¿Qué quieres decir?

Nejire: Quiero decir que ya hemos recordado lo suficiente. Es hora de bajar y seguir disfrutando de lo que tenemos ahora, hemos trabajado mucho para llegar hasta aquí, y merecemos disfrutar cada momento.

Izuku: Tienes razón, como siempre. Vamos a bajar.

Se levantaron del tejado, y antes de dirigirse hacia la escotilla, Izuku se detuvo por un momento, mirando una vez más hacia el cielo.

Izuku: Gracias, Nejire, por estar siempre a mi lado.

Nejire: Siempre, Izuku. Ahora vamos, la familia nos espera.

Juntos, descendieron del tejado, dejando atrás la quietud de la noche para reunirse con sus seres queridos, listos para seguir viviendo y disfrutando cada día que les quedara.

Nejire: ¿Sucede algo?

Izuku: Nada, es solo que tienes razón.

Nejire: ¿En serio?

Izuku: Sí, ahora tengo la oportunidad de seguir disfrutando mi...

Simple Vida Familiar.

Fin.

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