Capítulo 9
La Arena de Cida* era impresionante vista de lejos, pero de cerca...no había palabras. La plaza al aire libre en la que se desarrollaban los románticos juegos no tenía nada que envidiarle al Coliseo. La tierra resplandecía como oro en polvo, una superficie ovalada que podía abarcar tranquilamente el medio kilómetro. Diez colosos de más de veinte metros la custodiaban, representaban a alados en distintas escenas de la vida cotidiana, enormes bloques de piedra con las manos en alto que sostenían los seis pisos de gradas arqueadas de cristal y meteorito fundido que darían cabida a miles de personas, un milagro de la ingeniería.
Como Húndero estaba aún de servicio no podíamos entrar, estaba estrictamente prohibido volar dentro del recinto con la salvedad de quienes participaban en la arena. Si se produjera un nuevo incidente y les tocase un asiento lejano a cualquier salida sería un problema, por suerte el festival no se iba a ir a ninguna parte. Tais podría haber hecho cola y esperar a entrar ella sola, pero había algo tranquilizador en su compañía. La apaciguaba la falsa sensación de conocerlo, en este lugar de apariencia extraña.
Alrededor del reciento en sí y anclados a las aceras de las calles como si de señales de tráfico se tratasen, llamaban la atención pancartas escritas en ruso y árabe con la explicación sobre la historia de la ciudad y los monumentos de interés, servían para entretener a los viajeros y a los que hacían cola. Por suerte ella contaba con su traductor personal.
- ¿Qué pone aquí? –señaló el texto bajo la imagen de los colosos, fue un esfuerzo no ponerse a juguetear con la escena tridimensional.
- Dice que solo cuatro conservan el rostro y acabado original, al parecer las demás se agrietaron con una de las sacudidas del volcán y tuvo que repararlas Omar Buza, un geoarquitecto muy famoso por aquel entonces. Verás más obas suyas por toda Cidonia, la Atalaya por ejemplo es un trabajo suyo.
- Un hombre ocupado.
- Sí, aunque esas estatuas encierran una leyenda. –La vio entusiasmada y se echó a reír.- Cuenta la historia que el hijo del profeta Ne Yen era un ávido inventor, fue parte de la primera tanda de tripulación que se envió a Marte y su puesto consistía en mejorar y supervisar las colonias ya existentes. Era el mejor experto en nanotecnología y programación que tenía la Tierra, por lo que se esperaba mucho de él. Sus últimos años de vida los dedicó a desarrollar la Inteligencia Artificial perfecta pero murió antes de concluir la obra.
- ¿Los archivos no se conservan?
- No, y aquí es donde empieza el mito, algunos creen que Omar Buza llegó a encontrarlos y sabio como era, concluyó lo que el otro empezó. "Tres colosos nacerán. Todos dormidos. Uno caerá del cielo, otro temerá al río y el más niño, tendrá un corazón de piedra". Todos los cuentos empiezan igual, aunque entre una región u otra el final puede variar.
Tais tenía sentimientos encontrados, acababa de descubrir que estaba en Marte y ni se inmutaba, suponía que el shok vendría luego.
Media hora de recorrido por las calles con Húndero le había aportado más información que la que ella pudiese lograr nunca por su cuenta.
Creyó que cuanto más averiguara mejor se sentiría pero no era así. Vivía estresada con un nudo constante en la boca del estómago, la incertidumbre era horrorosa. Una sensación similar a caminar por el desierto, por muy bonitas que fuesen las vistas no podías relajarte ante ese miedo constante a lo desconocido, Cidonia era su oasis, ¿si la dejaba atrás moriría de sed o de hambre? Tal vez tolerase ver de lejos un tomavista, ¿pero era posible que existieran cachivaches más terroríficos ahí fuera? La gente mala y los animales salvajes estaba segura de que no se habían extinto. Si todo esto no era producto de un sueño, ¿qué iba a conseguir con marcharse? Por otra parte, ¿y si había más personas como ella desperdigadas por ahí? ¿Y si alguien sabía cómo volver a casa?
Mentalmente iba trazando un plan de acción, como mujer podía estar atenta a Húndero y a sus miserias al mismo tiempo. Hasta el momento la idea que iba ganando peso era quedarse en la ciudad hasta tener un croquis mental del mundo que pisaba y de cómo funcionaba. Probablemente la siguiera. En la atalaya no se dormiría tan mal...y tendría más personas con las que relacionarse.
-La leyenda afirma que uno de los colosos de la Arena de Cira aguarda silencioso a cobrar vida. Personalmente creo que son especulaciones infundadas, han venido historiadores y arqueólogos de todo el mundo para hallar alguna pista, llave o polea oculta que lo activen, a la vista está que sin éxito.
-¿Y qué se supone que hace? ¿Cuál es su cometido? –Era interesante constatar que su voz no delataba la culpa emergente por no prestarle la debida atención.
-La teoría más extendida dice que la intención del creador original fue la de forjar un sistema autosuficiente que administrase las necesidades diarias de una urbe, un generador gigante de fuente inagotable que nunca se estropease y perdurase en el tiempo. Un gobernante eterno y perfecto que no interfiriese con la vida humana.
-¡Vaya, muy ambicioso! –se habían ido desplazando hasta llegar al siguiente cartel. Un rostro hermoso les dibujaba una sonrisa de bienvenida.- Y si uno está en la ciudad, ¿dónde estarían los otros dos?
-Nadie lo sabe, no creo ni que existan. Y si por algún milagro Omar creó uno, tampoco hay garantía de que se mantuviese el plano original. El no saber cómo pueden actuar o su programación, hacen que exista una corriente que quiera demoler el edificio. En los últimos años se han vuelto más agresivos y ha sido necesaria redoblar la seguridad. Por eso en la calle hay tantos uniformados.
Agradeció saberlo, era una cuestión que llevaba un rato queriendo preguntar pero no sabía cómo sacar el tema.
-Y esta es Magnetia, nuestra actual Reina. –señaló la pantalla con la punta de una de sus alas. Daba igual cuantas veces viera ese pequeño gesto, seguía distrayéndola. Era como si le prohibieran mirar un escaparate con la última línea de Manolo Blahnik, sencillamente imposible. Las plumas eran del blanco más puro y extremadamente suaves, juntas se antojaban esponjosas y llevaba un rato resistiéndose a la tentación de tocarlas. – Cidonia es el nombre de la ciudad en la que estamos pero al mismo tiempo lo es del país. Magnetia gobierna el reino de Cidonia a través de un sistema monárquico.
Reparó en que en las imágenes en miniatura del lateral sobre dirigentes anteriores no había un solo hombre.
- ¿Por qué solo hay mujeres?
- La ciudad fue fundada por una, el peso cayó después en su hija y en la hija después de ésta. Fue fruto de la casualidad pero con el tiempo tener líderes femeninos se consideraba un signo de buena suerte. El problema demográfico con inferioridad de nacimientos hembras ya existía por aquel entonces, aunque no tan acusado. Por algún motivo la familia real fue la única de la que se tenga constancia que ha aportado mujeres en cada generación, los cistitas tememos que si se rompe el ciclo y gobierna un varón, cesen esos nacimientos de niñas. Que se pierda el milagro.
-Me parece curioso que creas en esto y no en la leyenda de los gigantes dormidos.
-Los colosos no los he visto, pero de esos nacimientos existen pruebas.
Llegaron al final de la calle, cruzaron la acera y rehicieron el camino en dirección opuesta. La mayoría de las casas aprovechaban sus techos planos para vender artículos, especialmente artesanía. Pero las que contaban con más clientes eran aquellas que empleaban sus balcones a modo de food trucks, pensadas para clientes no alados. Algunas incluso disponían de mesas debajo en las que servir refrigerios. Dieron con una libre y recolocaron los asientos para que quedasen a la sombra. Tais desconocía si Húndero estaba tan cansado como ella de dar vueltas o lo hacía por consideración a su persona, pero lo agradecía.
La conversación fluyó a temas más banales para despejar la mente de tanta información nueva. Si obviaba los sonidos de fondo de aleteo constante o el trino de las sonaradas podía fingir que estaba en una verbena cualquiera, tenía todo lo imprescindible: comida, bebida, una orquesta de fondo y grata compañía. Aunque el rubio no tenía pinta de que fuese de los que bailaban...
Mientras él estudiaba la carta lo observó a través de la sombra de sus pestañas. Lo envolvía cierto magnetismo. Era bello, y por la forma en que lo miraban las mujeres, también entre los suyos. Sin embargo nunca lo vio jactarse de ello o utilizarlo en su contra. En la Tierra un hombre con tales dotes sería terriblemente narcisista o vanidoso, pero no Húndero. Estaba allí sentado, atento y educado como si estar en su compañía fuese lo mejor que le hubiese podido pasar en todo el día. Tenía pequeños detalles con ella que en sus circunstancias eran un mundo. Le aterraba el encariñarse demasiado, el no saber cuándo desprenderse y seguir su camino.
El no querer volver a casa.
Continuará.....
*La Arena de Cida: nombre del monumento.
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