Capítulo 6
-Nunca había visto nada igual. Es como si lloviesen pétalos. –Vio a Tais extender el brazo para sentir como caían contra su piel. –Hacen cosquillas –rió.
-Son crisoles, una planta autóctona que solo crece a esta altitud. Dicen que es muy buena para combatir los mareos y las malas digestiones.
Cidonia se había erigido en plena montaña, todo eran cuestas y cada casa era un pulso ganado a la geografía, se aprovechaba cualquier desnivel, cueva o ladera para edificar o mantener como zona de recreo. El escalamiento a la región era de tal dificultad que pocos lo intentaban, de hecho, si no fuese por los puentes que se habían hecho construir nadie acudiría a la fiesta del Amor.
-¿Dicen...? ¿Es qué no lo sabes?
-Los angélicos no padecemos de vértigo y es sumamente raro contraer una indigestión. Pero siempre hay quien lo venga a buscar para comercializar con él.
-Huele muy bien.
Las corrientes de aire decapitaban cabezas enteras de flores, las empujaban desde la cima del monte Cidonte para engullirlas en sus gargantas de aire, era fácil seguir su estela punteada en el suelo, parecía nieve aunque su tacto era muy cálido.
-Al festival no acuden solo solteros, también vienen familias enteras o parejas que quieren presenciar este espectáculo de la naturaleza. De hoy en un mes, cada vez que salgamos a la calle lloverán pétalos.
Húndero se acercó un palmo a Tais para repeler los crisoles con sus alas, únicamente los que pudieran caer en sus ojos. Le resultaba incómodo tener que prestar atención a su entorno, por si surgían nuevas disputas, a no chocar con los demás y a protegerse, pero cuando observaba la carita de felicidad de su acompañante, cuando se le iluminaba el rostro con cada puesto de comida o artesanía que iban dejando atrás, sentía que valía la pena cada minuto.
Se sentía protector en lo que a ella refería. Probablemente no debiera, todo apuntaba a que era una cuentista, el motivo lo ignoraba pero aunque Tais no daba evasivas, algunos comentarios hechos le restaban credibilidad. ¿Era por miedo, porque no se fiaba de él o porque huía de algo? Esperaba hallar con el tiempo respuesta a cada pregunta.
Si no lo veo no lo creo.
Cada vez se sentía más sumida en este cuento. Los olores, los colores... ¡hasta el ambiente mismo parecía crepitar con emociones nuevas y maravillosas! Había escuchado a músicos callejeros tocar instrumentos inimaginables, fusiones perfectas de viento y percusión que hasta entonces nunca hubiera creído; había probado fotografías comestibles cuyo sabor asociaba al de los cereales y la humedad, llovían pétalos y no llevaba paraguas; era como una niña en Disneyland.
Húndero se portaba muy bien con ella, caminaba más despacio si la notaba cansada y la llevaba volando en brazos si veía que la cuesta se le tornaba demasiado complicada. Le dio cislotes para comprar lo que quisiera en los puestos, puede que porque se sintiera culpable cada vez que la hacía esperar cuando debía revisar el perímetro.
A lo largo de la mañana lo había visto escoltar a tres angélicos notablemente perjudicados hasta sus residencias, poner orden en dos peleas y regañar a un desconocido por Dios sabe qué. Procuraba no asaltarlo con infinidad de preguntas, aunque las tenía. La caminata al menos le sirvió para saber detectar o distinguir las distintas formas de un tomavista, su archienemigo. Casi todas las casas tenían uno, bien en los tejados o anclados a las paredes verticales que hacían las veces de jardín. No entendía la fijación de esta gente por ese ser horrendo, veloz y...
-Tais –rió Húndero. –Por mucho que te agaches para esquivarlos te van a ver igual.
-Los odio. –Se acercó a él, poniendo sus alas por escudo.-Son tan...cíclopes.
Algunos transeúntes los observaban, reparando por primera vez en la atmósfera de parejita que debían de estar proyectando, extrañamente el hecho no la incomodaba y cuando lo observó de refilón vio que a él tampoco. La invadió una pizca de culpabilidad, para un angélico era primordial encontrar novia, y ella estaba aquí, acaparándolo.
-Húndero, si quieres puedes llevarme con Lisbet, a la atalaya o a casa. Sabes que no tienes por qué estar conmigo.
Lo vio fruncir el ceño.
-¿No te lo estás pasando bien?
-Sí, pero no quiero que los demás lo malinterpreten.
-¿Te avergüenza que te vean conmigo?
-No. Tzhs...Es que...-Lo miró a los ojos y sintió toda la intensidad de sus orbes verdes en los suyos, parecía herido. – Yo me iré pero tú...-Hizo un aspaviento con el brazo izquierdo. –Esta es tu tierra, tu gente. He testado lo que dijiste, apenas hay mujeres, ¿qué pensarán si te ven conmigo?
-No tienes que preocuparte por eso porque yo...
-Pero lo hago. ¿No quieres formar una familia, abrazarte a alguien por las noches y que te diga que todo irá bien? –Había puesto mucho énfasis en su tono, no era su intención pero al final era lo que ella también quería. Deseaba poder reencontrarse con su familia y que alguien la abrazase, que le susurrara que todo iba a salir bien, que todo esto había sido un sueño. Con sus partes buenas y malas, pero un sueño. -¿No te gustaría ser importante para alguien más?
Húndero acunó su rostro para apartarle un par de díscolas lágrimas, no le sorprendía llorar aunque no recordase haberlo hecho, siempre fue la hermana débil y la hija más sentimental.
-Ya lo hago, hoy me necesitas. –Sus labios se aproximaron despacio, dándole tiempo a evitar el contacto si así lo deseaba. Pero no lo hizo. Aquel fue un beso amargo, con sabor a lágrimas. – Seré tuyo si me lo pides
No habían parado en toda la noche, pese a sus respectivas cojeras y al evidente cansancio, sus mentes no albergaron idea alguna de dormir. ¿Y si aquellas bestias les salían al paso? ¿Y si las descuartizaban mientras pernoctaban? Inaceptable.
Habían atravesado el laberinto de desfiladeros sin mayor problema pero ahora que se encontraban de nuevo en campo abierto, no podía deshacerse de la sensación de estar siendo observadas. Rezaba para que fuera mera paranoia, aunque con la luna como única iluminación era difícil saberlo.
-Shhh...Shhhh. Aji majite naijash. –la pequeña señaló un arbusto. Mica asintió y se dio la vuelta. La primera vez que la vio encorvarse culo en pompa recitando dicha frase se quedó a cuadros. Creyó que había perdido algo y se agachó a su lado a buscarlo, hasta que vio salir un chorro de pis que por poco le salpica en la cara. La niña no tenía vergüenza. Fue todo un espectáculo. Desde entonces y dado que fue evidente desde un principio que no hablaban el mismo idioma, se comunicaban por señas y frases cortas cuyo significado más o menos podía descifrar. –Aji mash. –La escuchó tirarse un pedo. -Chu chu aji mash.
-Increíble. –Se acercó al árbol cercano cuyas hojas parecían más suaves y arrancó un fardo. -Ten, límpiate bien. Aún no puedo creer que te salvara de la muerte para esto.
La joven dio buena cuenta de ellas y recitó una sarta de palabras en ese lenguaje suyo que recordaba al árabe, probablemente un agradecimiento.
-Toma. –Le pasó la bara que empleaba como muleta. Debía reconocer su resistencia, desde el incidente no había vuelto a llorar o quejarse. Le sonrió como si fuese del todo normal sus circunstancias, porque seguía siendo una niña y necesitaba que alguien le diese tranquilidad.
Habían mantenido la costa como punto de referencia, tarde o temprano darían con la desembocadura de un río y donde hay agua dulce hay gente. Personas que pudieran ocuparse de Aji (como ella llamaba a la cría, por esa costumbre de la pequeña de decir aji para todo.), tal vez incluso hubiesen escuchado chismes de una familia que tuviera una hija desaparecida y los cabos se atarían solos.
-¡Ma su maji mash! –Aji señalaba una cornisa, unos cuatro metros sobre sus cabezas. De la que sobresalía un árbol con pequeños frutos rosas.
-¿Quieres subir? ¿Tienes hambre?
Aji trotó hasta la base de la pared de roca, escarlar hasta allí no era difícil pero ambas estaban cojas.
-Espera. –Suspiró. –Espera que te ayude.
Ya en la cima debía de reconocer que era un buen lugar en el que descansar, solo podrían alcanzarlas otros seres humanos, parte de la tensión acumulada abandonó su cuerpo.
Vio a Aji recoger algunos frutos y machacarlos con la bara como un rodillo. Aplicó la pasta resultante sobre sus heridas y cuando terminó se ofreció a hacerle lo mismo. Le sorprendió el efecto calmante.
-No gi kia jim salà. –dijo apuntando a su mochila. Mica se la pasó y la niña extrajo la cantimplora. Añadió las bayas al agua y la incitó a beber. –Jim aja salà.
-De acuerdo. –Dio un par de sorbos y le devolvió el frasco. Olía bien pero dejaba en su boca cierto regusto a pimienta. –Ahora bebe tú.
Aji negó.
Se recostó porque empezaba a adormilarse y hasta a ver doble. Tosió y vio a la joven sonreír.
Lo último que pensó antes de caer en la inconsciencia fue si no habría topado con una clase distinta de monstruo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro