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CAPÍTULO OCHO
Atrevido
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Aegon traga un poco de su vino, el líquido le hace hacer una mueca.

Le duele el costado de haber sido golpeado por su abuelo. Sólo consigue ver a Helaena y Cirilla en el suelo con los ojos entreabiertos. Sabe tan bien como ellas que la ocasión es solemne y que si Daemon llegara a enterarse de que todos ellos estaban jugando a las cartas en la noche del funeral de su esposa, los pasaría a todos por la espada.

Helaena saca tres cartas del centro de la alfombra y las pone delante. Un bufón, un Rey y un Sol. Cada una de ellas está bellamente pintada, con destellos dorados en los bordes. Cirilla gime y presenta sus propias cartas: un corazón, un dragón y una torre. Aegon se ríe de su desgracia, mezclando el sonido con el de la chimenea crepitando.

Su tía lo fulmina con la mirada, pero por lo demás permanece en silencio, mientras Helaena también suelta una risita. Ambas barajan una nueva baraja mientras él se desliza por la cama y aterriza en la alfombra con un golpe sordo. Elige su propia baraja y la gira sobre sus manos. Helaena le mira y señala sus cartas.

—Ten cuidado con esa torre —le dice.

Él frunce el ceño y mira sus cartas, viendo una torre pintada en una de ellas. Aegon se las acerca al pecho y entrecierra los ojos mirando a su hermana, sospechando juego sucio. Pequeña cosa rara que es ella.

—¿Qué quieres decir, Helaena? —pregunta, tratando de mantener su voz casual.

Helaena se encoge de hombros, con la mirada distante y enigmática de siempre. —Sólo un presentimiento—murmura, con los dedos bailando sobre sus propias cartas.

Se da cuenta de que Cirilla está intentando echar un vistazo a sus cartas y eso le hace sonreír. Siempre se le han dado fatal este tipo de juegos, su tía es más apta para jugar con cyvasse o algo más tramposo. Ella y Aemond se parecen en eso, aunque su hermano nunca lo sabrá. Se pregunta brevemente dónde está, pero lo deja pasar para elegir sus cartas ganadoras.

Sus dedos sacan una manzana dorada de la baraja y se deleita con las reacciones de su tía y su hermana. Los ojos de Cirilla se abren de sorpresa y la tímida sonrisa de Helaena se ensancha.

—Mira eso—dice Cirilla, acercándose para examinar la carta. —Una manzana de oro. Tienes mucha suerte esta noche, Aegon.

Aegon sonríe, sintiendo una oleada de triunfo. —La suerte no tiene nada que ver con esto—se jacta, aunque sabe que el juego es en gran parte de azar. —Todo es cuestión de estrategia.

Cirilla pone los ojos en blanco, pero sonríe y olvida su enfado anterior. —A ver si tienes suerte—dice, y saca su siguiente carta.

Juegan hasta que les duele el estómago de reírse.

Unos pasos les avisan de que alguien se acerca a la habitación y los tres dejan sus cartas y se levantan. Alicent abre la puerta con un fuerte ruido y Aegon sólo puede mirarla boquiabierto. Su rostro está enrojecido y las huellas de lágrimas evidencian que ha estado llorando.

—Ha cerrado un ojo. —La voz de Helaena rompe el silencio.

Aegon no se molesta en mirarla. —¿Qué ha pasado?

Su madre no responde, sino que los arrastra a todos con ella, aferrándolos a sus cuerpos como pequeñas gemas. Lo que Aegon encuentra al final no es nada que vaya a recordar con cariño en el futuro. Aemond está sentado en una silla con cojín con la cara inclinada hacia arriba, sostenido por las manos de un maestre que intenta suturar una herida.

Aegon casi vomita al ver la sangre y los coágulos, pero la mano de Cirilla lo mantiene firme.

Lo único que oye a continuación son gritos y acusaciones, pero nada tiene sentido. Un zarcillo rojo se escurre por el rostro redondo de Aemond, gotas oscuras manchan su jubón verde.

El mundo vuelve a enfocarse cuando una bofetada corta su ensoñación. Suelta un pequeño grito ahogado y los demás en la habitación también, por la forma en que su madre ha abofeteado a Cirilla en lugar de a él. Su tía se agarra la mejilla con la espalda doblada y Aegon sólo puede ver el horror que se forma en sus ojos, la sombría comprensión de que su hermana la ha abofeteado.

Aegon le coge la otra mano y aprieta con fuerza. Por la mirada que les dirige su madre, deduce que la bofetada era para él y no para Cirilla, pero incluso por esto su madre le culpa. Un miedo hirviente se despierta en él, un calor humeante lo estrangula cuando Rhaenyra se presenta y miente una y otra vez. Por eso, porque es su hermano y su carne, Aegon también miente. Protege a su madre de la caída en desgracia. Todo el mundo lo sabe, basta con mirarlos.

No puede soportar mirar a Aemond sin sentir arcadas, así que sólo le palmea el hombro.

—Lo has hecho bien—le dice, despacio, deliberadamente sin mirarle a la cara.

—Lo siento, Aemond—ofrece Cirilla a su lado. Ella no se esconde de la sangre.

Aemond sonríe, dolorido y hambriento y orgulloso.

Se le revuelve el estómago.

En su habitación, empuja a su tía a la cama, cubre su cuerpo con el suyo más largo, siente sus dedos recorriendo su cara, gime al sentir su nariz en su cuello. El cuerpo de Cirilla se arquea contra él, sus brazos le abrazan por la cintura y presionan hasta que él cede. Un beso descuidado en su mejilla, una mano hambrienta en sus suaves pechos.

—Aegon—le susurra al oído.

Él destroza su vestido verde y se quita el jubón, dubitativo y repentinamente tímido. Aegon agacha la cabeza hasta ocultarla en el pliegue del cuello de su tía, con las manos aferradas a su esbelta cintura, los dedos apretados e hirientes hasta que ella grita ahogadamente. Su boca de capullo de rosa está abierta y él le mete la lengua, saboreando las cerezas y las manzanas de su boca.

El cuerpo de Cirilla se hunde contra el suyo.

Su boca se separa de la de él.

—Sabes a vino—comenta y él sonríe.

Cirilla le besa el interior de la muñeca y Aegon se siente desquiciado, probablemente también lo parezca si nos atenemos al estado de su tía. Le hace sentirse validado en cierto modo, con sus ojos grises muy abiertos y oscurecidos.

—Recibiste una bofetada por mí—le dice y se arrodilla. Le mete la nariz por las piernas, empujando y tanteando a cada paso, observando cómo se retuerce. Le levanta el camisón y lame una tira de piel cremosa. Ella se levanta para mirarle y él le dedica una sonrisa sombría.

Se pregunta brevemente si ella sabe de esto más que él, pero Cirilla no se queja cuando él le lame la entrada, la lengua rosada y palpadora hasta que ella maúlla y le tira de las raíces del pelo plateado.

—Apuesto a que ese tonto Lannister nunca te complacerá así—se regodea, con la boca llena de miel y los ojos a punto de estallar en lágrimas. —¿Qué te parece?

Cirilla le araña los brazos. —No hables de él.

—¿Por qué? —Le muerde el capullo sonrosado y chupa, fuerte.

Las uñas de su tía le hacen sangrar, pero no le importa, no con el calor que le llena la boca. Ella intenta apartarlo, débilmente cuando él vuelve a cubrirla con su cuerpo, pero ya no es un niño al que pueda apartar sin más. Sus brazos la sujetan por la cintura y no hay patada que lo aparte. Él se asegura de que ella le oiga gemir lascivamente en su oído cuando se hunde en ella.

—Bésame, bésame. —Cirilla le suplica, pero él aparta la cabeza.

—¿Me amas? —pregunta Aegon, delirante y borracho en su calor.

Ella lucha por responder y él se ríe, no cruelmente, pero no se detiene. Las manos de ella están en el pelo de él y las suyas bajan por el montículo de ella. Cuando se desata, es trágico, doloroso y hermoso. Sus ojos brillan con lágrimas no derramadas y sus mejillas están rojas, igual que su pelo. Él muerde la unión entre su hombro y su cuello y se corre con menos refinamiento que ella. Él gime y suspira y se aparta de ella.

Sus ojos semicerrados la miran y descubre una pequeña sonrisa en sus labios.

BREN'S NOTE: ¡hola! ¿cómo ven el calentón? disfruté mucho de escribirlo.

canal de difusión en mi perfil, mamis. 🙂‍↕️

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