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90M

Supe que todo era un juego para Graham seis meses después de regresar. Me tomó mucho, pero entre la velada de la NBA, la sesión fotográfica y la campaña de Golden Female, nuestros encuentros se postergaron debido a la cantidad de gente que nos rodeaba. Se terminaron los momentos donde me tomaba de la mano con dulzura y comenzaron los reclamos. Al principio fue por cosas simples como que una sesión de fotos llevó más de lo normal o que salí por la puerta equivocada durante un desfile. Cosas que para mí no tenían importancia alguna, pero que para él reforzaban su poder.

Graham siempre debía tener el control de mi día a día y le molestaba cada ocasión que debía apegarse a protocolos de seguridad impuestos por Golden Female o por Angie. Solía recriminármelo a mí.

— Si de verdad me amarás, no los dejarías pasar sobre mí —decía y su tono no era el más amigable, pero yo creía estar enamorada, así que me lastimaba.

Me dormía llorando y después a mitad de la madrugada él se colaba en mi habitación, se metía a mi cama, me abrazaba y me pedía perdón. Juraba que no volvería a pasar, que comprendía mi situación, que me amaba tanto que odiaba tener que dejar mi seguridad en otras manos que no fuesen las suyas porque ninguno de ellos me cuidaría como él hacía. Después se iba porque tenía que mantener su puesto.

Irisa no parecía fijarse en mis ojeras ni mi tristeza. A ella sólo le importaba que los contratos no dejaran de llegar. Me hacía filmar cualquier comercial de maquillaje que pusieran al frente siempre y cuando pagasen la cantidad adecuada. También me obligaba a asistir a todas las fiestas que se daban en el mundo de la moda.

— Debes mantenerte presente o terminarán por ignorarte —aseguraba cada mañana en que me obligaba a salir de la cama para ponerme el vestido más elegante y sexy que tuviera con la ilusión de que algún famoso diseñador me convirtiera en su próxima musa.

Para ella era mi obligación mantenerme vigente en un mundo donde cada día surgían nuevas diosas de belleza. Me obligaba a teñirme el cabello cada mes, incluso cuando el peluquero nos sugería darle un descanso a mi cuero cabelludo. Siempre tenía que estar delgada, así que las rutinas de ejercicio eran obligatorias y si no quería hacerlas, me dejaba sin comer para evitar que tuviera un gramo más del peso que ella consideraba ideal.

Poco a poco sentí una presión que no consideré cuando acepté convertirme en Silver Blake. Yo pensaba que ser bonita no requería de esfuerzo, que esos cuerpos delgados se conseguían por regalo de la naturaleza y que las operaciones lo arreglaban todo. Sin embargo, en palabras de Irisa, no podía estar perdiendo tiempo post operatorio sólo porque me negaba a hacer ejercicio y comer lo estrictamente necesario.

Con todo eso encima y con el acoso constante que recibía, comencé a quedarme en mi habitación. No quería salir a ningún lugar. No quería contestar las llamadas de Todd ni escuchar los regaños de Angie, menos los de Irisa. Sólo quería que Graham me abrazara con fuerza, me dijera que todo estaría bien y que en cualquier momento haríamos las maletas para escaparnos y ser feliz juntos.

Pensé que él quería lo mismo.

Me equivoqué.

Cuando le conté que podíamos huir, se rio en mi cara.

— No cabe duda, sólo eres guapa —dijo entre risas—. Bajo esa cabellera sedosa, no hay ninguna neurona. El tinte debió averiarlas todas.

El color natural de mi cabello es castaño oscuro, como la tierra mojada mezclada con hojas secas. Conseguir el tono que uso, conlleva horas, comezón y una dosis increíble de ansiedad. Ansiedad porque el decolorante no consiga hacer el rubio uniforme. Ansiedad porque ni siquiera es un color que yo escogí. Ansiedad porque sin importar el resultado seré criticada. Así que cuando Graham me dijo eso, me eché a llorar ahí mismo. Delante de él.

¿Quieren saber qué hizo?

Me tomó del cabello, me arrastró hacia el interior del baño, sujetó mi mentón con fuerza y me obligó a mirarme en el espejo mientras repetía hasta el cansancio que lo único que yo poseía era mi cara.

— A nadie le importa lo que pienses —aseguró—, ni lo que digas. Eso que ves ahí, este rostro delicado, es lo que te ha dado todo.

Obviamente se disculpó horas más tarde. Trajo consigo un ramo enorme de rosas rojas y una botella de vino. No tuve que abrir la puerta porque él mismo lo hizo y cuando alegué sentirme mal, insistió en que tenía que perdonarlo, que estaba fuera de sus cabales, que temía perderme porque escuchaba a los hombres del exterior decir que me deseaban. Habló sobre la inseguridad que le provocaba que en cualquier momento yo decidiera abandonarlo. Lo escuché a medias porque me dolía la cabeza y porque una voz fantasmal se coló en mi interior.

— ¿Tú qué piensas? —decía en mis recuerdos ya olvidados una voz que no escuchaba en años.

Esa noche fue la primera que Graham Phill no consiguió su objetivo.

Él se negó a abandonar mi habitación, así que fui yo quien se marchó. Al ser un cambio tan repentino en el itinerario, no tenía en su poder las llaves del lugar ni cámaras para grabar. Sin embargo, el rechazo que sufrió existe, aunque no tenga pruebas para defenderme.

Una semana después, mientras estaba desayunando con Todd previo a su entrevista para el canal de la NBA, la primera plana del periódico llamó mi atención. Allí salían retratados un puñado de políticos, pero lo que yo vi fue al muchacho de lentes en el fondo.

Una hora más tarde tenía el número del coordinador de campaña de Thompson en mis manos. Hice la llamada y acordamos una cena privada con todo su gabinete. Kenny estaba ahí. Llevaba las carpetas de todos, sostenía los sacos y pedía las bebidas. ¿Cómo iba a cambiar el mundo así? ¿Cómo iba a traer de regreso a todos los padres que peleaban guerras?

— Con una disculpa de antemano, pero, ¿qué tanto puede saber una persona como usted sobre la guerra en Medio Oriente? —Inquirió, acomodándose tímidamente los lentes cuando me acerqué a él antes de tomar mi asiento en la mesa.

Yo no sabía nada, pero él podía enseñarme. Podíamos volver al ferri para ver la Estatua de la Libertad y yo lo escucharía hablarme de los conflictos nucleares y los tenientes que mueren. Yo quería que me tomara de la mano y me diera un abrazo, que se percatara de la infelicidad que ocultaba tras esa sonrisa incontenida que solté a verlo.

Pero no se dio cuenta y ambos tomamos nuestro lugar alrededor de Thompson. Graham no se encontraba. Al lado del candidato a senador, él no poseía autoridad alguna, así que tuvo que quedarse a esperarme en otro sitio diferente.

Sé que la política es un juego sucio, que nunca es benigna con quienes confían en ella y que siempre se vende al mejor postor. Sin embargo, fue mi refugio durante un tiempo y eso la vuelve un poco menos mala para mí. Eso sí, si no votaron por Thompson, hicieron lo correcto.


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