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120M

Después de aquel beso, Kenny jamás volvió a acercarse a mí. Se ausentó de los almuerzos, convenciones, cenas y galas. Y yo volví a encerrarme en mi habitación a llorar. Ni siquiera me importaba escuchar a Graham, solo me hacía un ovillo en la cama, me cubría hasta la cabeza y lloraba deseando volver a tener diecisiete, estar escondida en la habitación de Kenny para que Theodosia no me descubriera y esperar a que él volviera de la escuela.

Creo que Graham dejó mostrar interés en mí, al menos por un tiempo, ya que profirió algunas amenazas, robó algunas de mis joyas y después me enteré que empezó a acostarse con Irisa. En su mente debió ser el plan perfecto. Ya saben, acorralar a madre e hija.

A pesar de todo eso, cada ocasión que llegaba la invitación de Thompson para que acudiera a algún evento, yo brincaba de emoción. Sin embargo, Kenny siguió sin aparecer. Y no lo vi hasta transcurrido exactamente un mes de aquel beso. En ese momento habría preferido no volver a verlo nunca.

Fue durante la noche previa a la Gran Recaudación, el evento máximo de Thompson, donde lo que llevabas puesto valía más de lo que podrías ganar siendo cocinero en Nueva York. Esa noche mi vestido tenía incrustaciones de oro y mis zapatos me calaban como el demonio, pero estaban valuados en más de cien mil dólares. Fui con Todd, evidentemente, y Graham se quedó en alguna parte de los seis estacionamientos. Yo estaba resignada a no ver a Kenny durante esa noche, así que traté de no aburrir a Todd y todo iba bien hasta que él apareció.

Kenny, mi Kenny, estaba enfundado en su mejor traje, se había quitado las gafas y cortado el cabello, pero los rizos aún tenían su forma. Sin embargo, alguien sostenía su brazo. No sabía quién era ella hasta veinte minutos después que se lo pregunté directamente al coordinador de campaña.

— Es hija del Congresista Madison. Pronto se graduará de Yale.

Yale. Odio a Yale. Creo que eso ha quedado claro.

El corazón se me rompió y pasé el resto del evento sola, únicamente me preocupaba por complacer a Todd, pero él llevaba todo muy bien, así que acabé refugiada en la cocina, ahí donde los meseros iban y venían. Nadie me molestaba y los que querían hacerlo, lo hacían en su propio idioma, así que no pude entenderlos. Además, el equipo de seguridad de Thompson también vigilaba la cocina para evitar que se colara la prensa o manifestantes, por lo que era un sitio relativamente aislado y tranquilo.

No sé cuánto tiempo estuve ahí, jugueteando con un postre que ni siquiera probé hasta que escuché su voz nuevamente.

— Eso que hace no es correcto —murmuró y señaló mi postre destruido—, hay personas que viven en la calle y no tienen comida y usted está desperdiciándola.

— ¿Qué sabes tú sobre vivir en la calle y no tener comida?

— Más de lo que puede saber alguien como usted.

— Ah, ¿sí? —No sé bien por qué lo encaré. No sé si estaba molesta o celosa. Tal vez las dos—. Supongo entonces que conoces bien Hell's Kitchen y su famosa manera de hacer justicia. O quizá podamos hablar un poco sobre las falsas instituciones que pretenden proteger a la niñez, pero solo son un engaño y pertenecen a redes delincuenciales que los usan para su beneficio.

El rostro de Kenny abandonó cualquier tono de seriedad que hubiera portado hasta entonces y me vio de otra manera. O, mejor dicho, me vio por primera vez de verdad como algo más que una modelo en busca de publicidad.

— Eres de Nueva York.

— De alguna parte de Nueva York, la menos llamativa, claro está.

— ¿Puedo? —cuestionó con su habitual timidez, señalándome la silla junto a mí, y yo me apresuré a decir que sí—. Silver Blake —murmuró, como si deseara desentrañar algún misterio en torno a ese falso nombre—. No sabía que estaba interesada en ciertas causas políticas. Tenía un concepto erróneo sobre usted. Me parece que le debo una disculpa...

— También yo debería disculparme —me apresuré a interrumpirlo porque no quería que se fuera, no quería perderlo—. No debí hacer lo que hice aquel día en la carpa.

— ¿Lo hace muy seguido?

— Tal vez debería. —Kenny se sonrojó y apartó la mirada. Y yo tuve el atrevimiento de tocar su brazo—. ¿Thompson los traerá a casa? —cambié de tema para no incomodarlo más, aunque él no entendió a lo que me refería—. A los soldados en Medio Oriente, ¿los traerá a casa?

— Lo intentará.

— Tú lo conseguirás, ¿verdad? —No sé por qué lo dije ni tampoco sé por qué él me miró de aquella manera extraña—. Tú harás que vuelvan a casa. Es lo único que quieres, ¿verdad?

— ¿Por qué siento que me conoces más de lo que me conozco a mí mismo?

Porque te amaba, Kenny.

En el fondo, sé que te sigo amando.

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