Comencé a perder a Kenny en su cumpleaños 17.

Él estaba seguro de lo que tenía que hacer para cambiar el rumbo de la guerra y evitar que más padres murieran lejos de sus familias. Desconozco quién se lo dijo o cómo llegó a esa respuesta.

— ¿Serás el presidente? —cuestioné a mitad de la noche, tratando de ver su rostro a través de la poca luz que entraba en la habitación.

— Jamás podría serlo —aseguró antes de apartar la mirada—. Me basta con llegar al congreso.

— ¿Congreso?

Sigo siendo ignorante respecto a la manera en que se conforma la política, a pesar de que él se giró hacia mí, sostuvo mi rostro y sonrió antes de explicarme sobre los escalones que hay que subir antes de poder llegar a un puesto importante.

Kenny habló y yo pretendí escuchar porque solo podía verlo a él y la manera en que movía los labios al hablar, las muecas que se formaban en sus mejillas y las arrugas en su frente. Él era todo lo que yo necesitaba en el mundo y si él quería ser presidente, yo también quería lo mismo.

Pero cuando el camino comenzó a llenarse de folletos para universidades y requisitos interminables, las cosas se volvieron aburridas y tediosas. Empezamos a alejarnos progresivamente. Dejó de llegar en el autobús escolar porque pasaba la tarde en la biblioteca. Ya no íbamos en ferri porque tenía que leer los papeles federalistas. Y, aunque me sentaba a verlo pasar las páginas de libros viejos en espera de que terminara y me prestara atención, él seguía concentrado en su futuro.

Entre nosotros se interponían los muertos. Ahora lo sé y no tiene nada de malo. Creo que la tonta fui yo por querer que dejara sus planes de lado y me mirara, aunque fuese un segundo, de la manera en que solía mirarme antes.

Él hizo lo correcto. Eligió su futuro y yo no tenía cabida en él, así que traté de buscar el mío. Y prácticamente lo encontré justo después de que se fue.

Kenny intentó hacer que entendiera las cosas, pero no quise hacerlo. Quise aferrarme al recuerdo de nuestros días en los ferris y empecé a odiar los días sin él. Me enojé tanto con sus sueños y lo envidié tontamente, creyendo que eso bastaría.

No bastó y mientras vivía mi miseria por las calles del vecindario, la respuesta se me apareció. O eso creí porque la verdad es que fui TONTA con mayúsculas y en negritas.

Pasé meses enteros viendo a Kenny esforzarse a más no poder para aprobar un examen que definiría su futuro, y yo pensé que me dieron todo gratis porque de pronto a las personas les dio por ser bondadosas.

En septiembre de 2018 tomé una decisión que arruinó mi vida y no, Irisa, no fuiste tú. Fue no haber ido a despedirme de la persona más importante que tuvo mi existencia.

Yale envió la carta de aceptación. Kenny hizo su maleta y me dejó allí cuando todo lo que deseaba era ir con él.

Yo quería ir contigo.

Habría ido contigo a cualquier lugar del mundo.

¿Por qué no me llevaste contigo?