10M
Creo que debo iniciar por el principio. Todas las historias empiezan por allí, incluso cuando las cuentan al revés o a medias.
Sé que quieren saber muchas cosas. No podré contarlas todas porque sólo puedo hablar de mí, de lo que conozco y he vivido. Porque esta es mi historia. Mía. No la de la famosa modelo internacional que posa para las portadas más importantes de ropa interior ni de la que sonríe espléndidamente en todas las pasarelas que me venden como la principal estrella. Tampoco hablaré de la novia del basquetbolista de la década ni nada de eso porque esa no soy del todo yo.
Una parte de mí sigue escondida en una habitación de un rincón abandonado en Hell's Kitchen en Nueva York y la otra, es la pedante rubia altanera que fue criticada durante su participación en la pasada Semana de la moda de París y no precisamente por mi desfile, sino por una discusión con mi madre. ¡Mi madre! ¡Ja!
A veces extraño muchísimo mi vida sencilla, esa en la que era una desconocida, pero no puedes ser una desconocida toda la vida, sobre todo, siendo neoyorkina. Al menos eso solía decirme una persona, una que quiero muchísimo, a pesar de que no la he visto en bastante tiempo. Así que, si por alguna razón estás aquí, sólo quiero decirte que lo lamento. Lamento no haberte escuchado cuando aún estaba a tiempo y, sobre todo, haber desperdiciado nuestro reencuentro. Debí aprovechar cada instante, en lugar de jugar con tus sentimientos. Y a ustedes, que me ven y escuchan, también les pido disculpas por perpetuar este desagradable circo.
Ser Silver Blake me catapultó a un mundo que jamás había conocido. Nunca aspiré a ser modelo ni nada de eso. Apenas y conocía el significado de soñar, así que tener "aspiraciones" era algo demasiado grande para mí.
Hex solía decir que los únicos que no tienen sueños son los muertos.
Su verdadero nombre era Héctor, pero todos los llamábamos Hex. Venía de algún lugar al sur de México, persiguiendo un sueño que supuestamente venden aquí. Trabajaba como lavaplatos cerca de Central Park. De él tampoco he sabido nada.
Cuando el mundo habla de Nueva York sólo pueden ver el glamour, Broadway, la Quinta Avenida, el Empire States, etcétera, etcétera. Lo curioso de esto, es que jamás me habían visto a mí. Caminaba entre ustedes todos los días. Iba al metro, rodeaba algunas manzanas y pasaban a mi lado como si nada. Hoy en día se masturban con mis fotografías. ¡Qué jodido, ¿no?!
Como sea, ese no es el punto.
Antes de ser Silver Blake, yo tuve un sueño. Uno muy estúpido, pero no me culpen, tenía diecisiete y el corazón roto. Era una analfabeta y pobretona. Fácil de manipular, supongo, y con un gran fervor por hacer realidad aquella ilusión.
Se estarán preguntando cómo. No se preocupen, les contaré todo. A su tiempo, claro está.
Primero lo primero.
Un chico. Siempre hay un chico.
El mío era tierno, inteligente y obediente, sumamente obediente. Para mí era perfecto.
La primera vez que lo vi, estaba ensimismado con un periódico mientras esperaba el transporte escolar.
Nadie, ni una sola alma se enfoca en las noticias políticas a los quince años. Bueno, tal vez si tu padre está combatiendo en alguna parte de Medio Oriente y esperas con ansias que regrese a casa. Sin embargo, cuando finalmente lo hace, es en una caja de madera cubierta con la bandera y varios fragmentos de su cuerpo completamente destruidos.
Yo estuve ahí el día que se enteró.
Acababa de recibir una mención honorifica por una actividad escolar, prácticamente se bajó del camión en casa de otro compañero y corrió a buscarme porque su madre no nos dejaba vernos. Aún recuerdo sus ojos brillando de alegría al contarme cosas que no entendí, pero que me parecían maravillosas por la manera en que lo hacían sentir. Entonces fue a casa y la misiva llegó. Estaba a nombre de su madre y llevaba el emblema del ejército norteamericano. Supo lo que significaba apenas la vio de reojo.
La felicidad se agotó.
Es increíble la manera en que una hoja de papel con las palabras incorrectas destruye a alguien que quieres y tú no puedes hacer nada más que observar desde la lejanía.
Lo vi todo escondida entre matorrales y tratando de que me viera o hiciera alguna señal, pero su madre cerró las cortinas, impidiéndome ser testigo de lo que pasó después.
Quiero creer que fue fuerte, al menos en mi imaginación lo fue. Él era la más valiente de las personas que conocía, así que aquello no iba a derribarlo. Él leía el periódico, hablaba de conflictos al otro lado del mundo. Veía la verdad que nadie ve a los quince años. Yo pensé que estaría bien. Supongo que me equivoqué.
El teniente Hayes, muerto en acción el verano del 2015, tuvo una guardia de honor y una medalla que su hijo guardó y que yo atesoró como si hubiese sido quien la ganó. En mi mente pensaba que si demostraba ser digna de eso, entonces tal vez su viuda me vería con buenos ojos.
Consejo, nunca hagan algo para agradarle a otros. No funciona y tal vez te puedas meter en un lío del que no sepas cómo salir. Algo así como me pasó a mí. Y si lo vas hacer, si vas a tratar de agradarle a otros, procura que sea mutuo.
Volviendo a la familia Hayes, oficialmente habían perdido al padre y su prometedor hijo se convirtió en alguien importante para mí.
Él era el amor de mi vida, sólo que yo todavía no lo sabía. Y no lo supe dos años después mientras se marchaba a Yale para cumplir su sueño de entrar a la política ni lo supe el año pasado, cuando volví a verlo enfundado en aquel traje brillante que usan todos los niños privilegiados del país.
Él tampoco lo supo. Ni siquiera porque le sonreí, a pesar de que todos en ese sitio querían que yo les sonriera a ellos.
— Con una disculpa de antemano, pero, ¿qué tanto puede saber una persona como usted sobre la guerra en Medio Oriente? —Inquirió, acomodándose tímidamente los lentes.
Después del tiempo transcurrido, las buenas notas alcanzadas, las cartas de recomendación por las que se esforzó día y noche para poder conseguirlas y el trabajo descomunal para ser aceptado en una de las mejores universidades, seguía haciendo ese movimiento que delataba su nerviosismo.
Era un hombre joven ejemplar a los ojos de aquellos que nos rodeaban, pero para mí seguía siendo el chiquillo de palabras bélicas e intenciones políticas. Lo seguía viendo como el niño que me abrió las puertas de su casa y corazón, que me protegió de la lluvia y me dio mi primer beso.
La verdad es que las modelos no suelen interesarse en absolutamente ningún conflicto bélico alrededor del mundo, pero la idiota que se apresuraba a llegar a tiempo a la parada del autobús para acompañarlo a casa, recordaba cada palabra que dijo sobre los costos humanos que la guerra le traía a la nación y, sobre todo, recordaba al padre que perdió en algún punto lejano del mundo.
— Sé el costo humano que le trae a la nación —repetí en aquella ocasión.
Pero él lo había olvidado o simplemente decidió ignorarlo.
— Así que no sólo eres guapa —expresó de manera nerviosa.
¿Por qué te pusiste nervioso? ¿Acaso no lo viste? ¿No reconociste el afecto insano que te tenía, que aún te tengo?
No sé por qué hago estas preguntas, si sé que no obtendré respuestas.
Lo que sí sé es que deseaba que su madre me aceptara, que me considerara digna de su aprobación y que no me tuviera lastima.
Solo tuve un sueño. Uno en el que todos vivíamos felices para siempre viendo atardeceres. Ya saben ese sueño con el que fantasean todas las niñas: un amor verdadero y eterno.
Entonces él se marchó y yo acepté la propuesta de una mujer prepotente que me tomó, moldeó y transformó en lo que ustedes conocen.
Un sueño me trajo aquí y fue una pesadilla lo que me hizo desear huir
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