100M
No voy hablar de Thompson porque esto no se trata de él y, aunque se tratara de él, no tengo mucho qué decir. Es un tipo que quiere poder, dinero y lo mejor para sus intereses. Igual que todos. La única razón por la que aceptó reunirse conmigo fue porque consideró que sería bueno que sus colaboradores se deleitaran con mi juventud y belleza. A mí no me importaba que me vieran el trasero o que intentaran acercarse porque había cumplido con mi objetivo. Estaba cerca de Kenny nuevamente, aunque él no me reconociera o simplemente decidiera ignorarme.
Los primeros días recibí una reprimenda terrible de Irisa, alegó que yo no sabía hacer negocios, que era una tonta, que la política no era el camino correcto y cosas similares. Entonces, a la semana de saludar a desconocidos y sonreír para la cámara con un botón de Vota por Thompson, Irisa reconsideró su postura.
— Fue un gran movimiento, tengo que admitirlo —me dijo una mañana antes de ir a un desayuno con empresarios locales.
Una vez más, Graham no podía acompañarme porque la seguridad de Thompson no permitiría que un segurata cualquiera pusiera en peligro al próximo senador, por lo que yo era libre de hablar con quien quisiera, de estar donde quisiera y, sobre todo, era libre de tener que escucharlo. Yo sabía que eso molestaba a Graham, pero no me importaba. Con estar cerca de Kenny me bastaba, ya lidiaría con sus berrinches después. En ese momento lo único en lo que podía pensar era en acercarme a mi viejo amigo, así que cuando conseguí quedarme a solas con él fui completamente feliz... a pesar de ser ignorada.
A Kenny le había pasado algo. No sé qué, pero ya no era el chico que yo recordaba ni el que pensé en que se convertiría cuando hizo a un lado los dinosaurios de sus repisas. Ahora ya no sonreía y su gesto, de por si serio, se había endurecido aún más. Sin embargo, conservaba su rostro inocente y esos rizos que más de una vez toqué. Eso sí, seguía hablando como un adulto y con términos difíciles de entender. Nada de eso me detuvo en el pasado y no me detendrían en ese instante.
Así que aproveché mi momento de refugiada política y eché mano de mi belleza para tratar de acercarme a él.
— ¿Puedo ayudar en algo? —pregunté torpemente en un intento de romper el hielo.
Ambos estábamos solos en la carpa de coordinación de campaña o algo así. Yo pregunté por un lugar para descansar del sol y me enviaron a esa carpa cerrada. Kenny estaba sentado leyendo unos papeles.
— No quiero ser grosero —murmuró, apartando la vista de las carpetas, pero sin ver hacia mí. En esa conversación nunca dejó de ver al suelo—. Si sabe que solo la dejan estar aquí porque es guapa, ¿verdad?
— Oh, en realidad pensé que el senador se casaría conmigo —bromeé, esperando que se riera.
Kenny ni siquiera parpadeó.
— No debería decir eso, ni siquiera como chiste —advirtió con ese tono serio que lo hace parecer un anciano—. Hay cámaras por todos lados, alguno podría grabarla y tergiversar sus palabras.
— Bueno, entonces guardaré silencio —aseguré, armé una silla y me apoyé contra el respaldo para verlo.
Así pasamos los siguientes cuarenta minutos: Kenny leía, tomaba notas y arrugaba la nariz y se tocaba los lentes. Yo lo observaba minuciosamente y desobedecí conscientemente todas las ocasiones en que me pidió ver hacia otro lado. Por nada del mundo iba a perderme esa cara sonrojada y apenada.
— ¿Podría dejar de verme?
— No.
— Entonces, ¿podría retirarse?
Me negué.
— Me dijeron que podía estar aquí —aseguré tratando de disimular la sonrisa—. Me duele la cabeza y tengo hambre.
— ¿Qué le gustaría comer? —inquirió al levantarse de su asiento y tratar de escaparse de mí nuevamente.
— Yo también quiero ir —anuncié e hice el torpe intento de levantarme con rapidez de mi asiento, en el que llevaba recargada en la misma posición cuarenta minutos.
Me dio un calambre.
Caí al suelo adolorida más rápido de lo que él pudo reaccionar.
Cuando finalmente llegó hasta mí y se agachó para cerciorarse que estuviera bien, hice la cosa más estúpida que alguna vez haya hecho en mi existencia como Silver Blake: lo besé.
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