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Capítulo 9

En el club de ajedrez había muy pocos integrantes. La verdad es que solo eran Patrick y sus amigos, Peyton, Hammond y Gale, más conocido por ser el hermano de Andrea. A casi nadie en Shirwood High School le interesaba participar en este juego. Por ello, el objetivo del club era llevar a sus jugadores a torneos internacionales, en los que destacaban los contrincantes rusos. Así lo había deseado Patrick.

Pero ninguno de los otros se interesaba en ganarle a los rusos. Al parecer el único con metas importantes era el propio Patrick. No se tomaban en serio su trabajo, pensaba él, mientras disputaba una partida con Andrew Gale. Debía reinar además el silencio, pero, por más bajo que se suscitaran, los cuchicheos de Jared Hammond y Paul Peyton se notaban demasiado. Hablaban de tonterías relacionadas al asesino, conjeturas que nadie podría creer. Solo ellos eran capaces de especular semejantes estupideces.

En sus sienes se marcaban las venas. Su piel se coloraba. Patrick estaba un poco desconcentrado por el semejante embrollo que ahora dominaba a la escuela. Y de todos modos Andrew no oponía ninguna resistencia.

—Jaque mate —dijo Patrick, que con su pieza negra tumbó a la blanca de él—. Eres una vergüenza, Andy.

Los otros dos terminaron su charla y observaron a los jugadores.

—P-pero ¿cómo?

—Tus jugadas son predecibles.

—No es cierto. Tenía ganada la partida.

—Desde un principio supe qué ibas a hacer.

—No lo entiendo —dijo Andrew, más como resentido.

—Moviste la torre para comerte mi caballo. Dejaste desprotegida a la reina.

—Mierda...

—Ustedes no se están tomando esto en serio.

—Te juro que puse todo mi empeño en esta partida. No me di cuenta de que estaba siendo predecible —protestó Andrew. Los demás se quedaron mudos.

—Jared, tú y Paul también están siendo unos imbéciles.

—Nosotros ni jugábamos.

—Pero se ponen a cuchichear como señoras. ¿Acaso creen lo que estaban diciendo?

—Bueno —dijo Paul Peyton—, no digas que no es posible que el asesino sea uno de esos locos que se escapan todo el tiempo del asilo de Topeka.

Patrick se levantó, se acomodó la corbata y mostró con arrogancia su cuello, en el que predominaba su atractiva manzana de Adán. Salió de la mesa y se aproximó al espejo. Allí se tomó su tiempo para acicalarse. Se acomodaba la camisa, revisaba los botones y se aseguraba de que sus ojos no tuviesen ninguna lagaña. Alisó su copete varias veces, con suma pretensión. Durante esta pausa, los muchachos se miraban entre sí, confundidos.

—El que no esté dispuesto a derrotar a un ruso en ajedrez —dijo Patrick—, que salga de mi club ahora mismo.

Nadie respondió.

—No voy a repetirlo.

Andrew seguía dolido por la derrota tan humillante, y quiso defenderse.

—Escucha, viejo, la verdad es que ninguno de nosotros somos tan buenos como tú.

—Es porque no han practicado.

—Es porque eres difícil de vencer —aseguró Jared Hammond—. He practicado mucho.

—No es suficiente.

—Oye, hombre, en serio nos esforzamos.

—Tú —le decía a Andrew Gale— estás más interesando en lo que tu padre diga en la radio. Tú estás más interesado en lo que hayas oído en tu calle. —Había señalado a Paul—. Y a ti solo te importa escuchar chismes para reproducirlos. —Señaló al último, Jared—. Yo estoy pasando por un momento muy estresante, también relacionado a esto del asesino. Pero no se me olvida mi misión. Ustedes, por lo que veo, la han olvidado desde hace mucho tiempo. Reitero: el que no esté dispuesto a cumplir la meta de este club, que se largue.

—Dame otra oportunidad —quiso convencerlo Andrew.

—¡Ahora!

—Por favor, viejo... —intentó dialogar Jared.

—Saben muy bien que detesto esa indiferencia.

—También debemos preocuparnos por estudiar. —Tras haber hablado, Paul se encogió de hombros.

El joven Anderson los observó por unos segundos y soltó un suspiro.

—Bien. Jared, tú sigues. No necesito que me ganes, pero tampoco demuestres debilidad.

—Muy bien, lo intentaré.

—¡No! Hazlo.

Aquel asintió y reemplazó al humillado Andrew en la silla. Volvieron a jugar. Esta vez, el silencio se apoderó del salón.

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