Faltaban unas horas para el año nuevo en el momento en que Leon regresó a casa. Del techo pendía un cartel que rezaba «feliz año nuevo 1965». Había globos y serpentinas colgando por sobre la estancia. Entre los presentes se encontraban los Cooper, la familia de Leon y Patrick. Todos recibieron con aplausos al joven, que venía en compañía de su padre.

A diferencia de Benjamin, Leon no necesitaba un bastón y podía caminar con normalidad. De esto charlaron al principio, y enseguida reconocieron a los sobrevivientes y a Patrick como héroes. Ben pronto se abstuvo de recibir la calificación, pues él consideraba que no había hecho nada para detener al malvado asesino.

Pero sin importar quién hiciera qué, la familia se regocijó y comenzaron los festejos, en tanto de fondo Qué bello es vivir se repetía por quinta vez en la televisión. La consola reprodujo canciones de los Beatles, con las que Tabatha no evitó ponerse a bailar muy animada. Hubo anécdotas, risas y conversaciones serias. Patrick contó otra vez cómo se sintió acerca de la noche del sábado, Leon complementó la historia con sus hazañas y Jordan resumió lo que hizo en los juicios, los cuales todavía no tenían mucha esperanza de terminar a favor del lado correcto. El alguacil Cooper, no obstante, auguraba que la condena de Stephen Clayton era eventual.

La noche se aproximó con prontitud, cenaron lo que la señora Krasinski les preparó y esperaron el año nuevo. Con el paso de las horas se aletargaron los ánimos y algunos ya querían irse a la cama, aunque no fueran ni las diez de la noche. En medio de una fiesta apagada, Leon se acercó a Ben.

—¿Cuándo dejarás de utilizar ese bastón?

—El doctor me dijo que sería indefinido —le contestó Ben con amabilidad—. Qué bueno que tú no tuviste que usar uno.

—Bueno, a estas alturas creo que un bastón me haría ver sabio. Me gustaría verme sabio.

El joven comisario le sonrió y le palmeó la espalda con suavidad.

—Eres un tipo muy avispado —le dijo—. Eres muy parecido a mi padre.

—Bueno, gracias. Aunque él lee más y mejores libros que yo.

—Oye, Cooper —terció Patrick—. ¿Cómo te sientes?

—Bien, Anderson, gracias.

—Siento haber pensado que fueras el asesino.

Leon se levantó y se fue.

—No te preocupes. Supongo que era comprensible.

El otro asintió, ido. Ben amagó con levantarse y Patrick lo ayudó.

—Vamos —le dijo Ben con una mano en el hombro—, no te martirices por eso. Yo llegué a creer que el asesino era tu padre. Por cierto, ¿cómo está él?

—Hicieron las pases —respondió, refiriéndose a sus padres—. Aun así apesta que las cosas no estén del todo bien.

—Te comprendo. Espero que todo mejore, amigo.

—Gracias.

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En la cocina Peter bebía champaña. Elena caminó hacia él.

—Pues al final me gusta todo esto, Peter.

Él movió la cabeza para aceptar sus palabras.

—Me alegra mucho que lo hagas, cariño, lo digo en serio.

—Aunque el siete podremos hacer algo, ¿no?

—¡Por supuesto! —Peter colocó la champaña en la barra—. Claro. La ventaja de ser los Krasinski es que nosotros tenemos más días festivos en el calendario. Podemos tener dos navidades.

La señora Krasinski soltó una risita.

—Los chicos disfrutan más cuando son libres que cuando están condicionados, Elena.

—Creo que tienes razón. Y mira a Tabatha, ya hasta se quedó dormida de tanto bailar con la música de esos supuestos escarabajos.

—No se llaman así —dijo su esposo, riéndose.

—Como se pronuncien. Todas esas bandas inglesas me suenan igual.

Peter la besó.

—Te amo —le dijo él.

—Yo también.

—Feliz año. —Y bebieron de la misma copa.

Al acercarse la medianoche quitaron los discos de música y sintonizaron Sweeneysound. Esta vez no sería Bob Gale quien daría la bienvenida al siguiente año, sino un hombre al que contrataron después. A nadie en la familia le importó la diferencia como tal, pero sí les provocó un poco de melancolía que aquel locutor de toda la vida se ausentara.

El conteo regresivo dediez segundos llegó y la familia celebró la llegada de 1965. Ya era una época diferente.Borrón y cuenta nueva. Los males se habían quedado en el pasado, o al menosesto les gustó pensar a nuestros amigos mientras se abrazaban el uno al otro.